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jueves, 31 de diciembre de 2015

JUAN 1, 1 EN EL PRINCIPIO

JUAN 1, 1 - 12: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre.



A lo largo de la vida, los seres humanos tenemos el gran privilegio de asistir a muchos nacimientos, aunque también a muchas muertes. Es el ciclo de la vida que une, misteriosamente, toda ganancia con toda pérdida, asistiéndonos en un caminar repleto de alegrías y de tristezas que cada cual puede escribir, reescribir, rectificar o, rompiendo las hojas, empezar de nuevo. Hoy viviremos en un ambiente de despedida y bienvenida bajo la atenta mirada de un año que pasa y otro que viene. Esto nos permite dos cosas, que además son de rigor: la primera es hacer balance, reflexión, del 2015 que dejamos ya atrás y, segunda, soñar, querer, desear, construir un 2016 que, en realidad, viene como un cuaderno con hojas en blanco. Entonces, preparen sus plumas, sus lápices, sus bolígrafos, ordenadores, tablets o móviles porque la vida sigue estando para escribir.

El 2016 no vendrá cargado de una magia que rectifique los por menores de la vida de nuestro siglo, pero sí viene con el deseo que lo gastemos, que lo vivamos, que lo amemos, que lo lloremos, que lo trabajemos… porque lo intrínseco al ser humano está en el amor y en la lucha, en la misericordia y la garra, en la solidaridad y en la osadía... Así que venzamos todo temor y dispongámonos para lo que viene, porque si precioso fue el camino, aún más hermoso será en el por venir, y si vienen dificultades que haya esfuerzo y si episodios de llanto, amistades que lo calmen. Llenémonos de amor entrañable, de comprensión, de entendimiento, de favor… deseemos compartir, ayudar, acercarnos y acoger. Tenemos tiempo, siempre tenemos tiempo.

Esta noche nos reuniremos para cenar, para celebrar, para brindar, para vivir juntos esta muerte que trae vida, este final que nos acerca al principio, esta singular vivencia del tiempo. Y en este capítulo de hoy, habrá un momento en el que callaremos, esperando el momento, nos miraremos, reiremos, pondremos el corazón en la mesa y agradeceremos lo bueno de compartir con tantas personas, lo grande de pertenecer a esta familia, lo increíble de gozar de esta existencia, y todo lo que es malo, todo lo que nos agobia, todo lo que nos preocupa empezará a perder volumen, a cargarnos menos… Aprendamos a no perder este momento tan especial.

Que sintamos hoy el mimo de una vida que nos ama, de un Señor que nos quiere, de una familia y unos amigos y amigas que nos acogen, que nos protegen, que nos acompañan, que se entregan. Aún cuando en la vida ganemos o perdamos, gastémosla, gastémosla, gastémosla!!

FELIZ AÑO 2016!!

miércoles, 30 de diciembre de 2015

LUCAS 2, 36 COMO ANA O SIMEON

LUCAS 2, 36 – 40: Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.



A pesar de los condicionantes que rodean a esta Ana, profetisa y podríamos decir que consagrada a Dios, lo curioso de la presentación de Jesús en el Templo viene dado no por lo extraordinario, sino por lo normal. Claro que hay una actuación del Espíritu que mueve a unos y a otros, y que acerca a Simeón al Templo por ejemplo, pero la gracia del pasaje reside en el encuentro, y en el hallazgo más normalizado, como si cualquiera de nosotros nos encontráramos y supiéramos ver en el otro ese pedazo de Cristo, ese Emanuel. El trasfondo de la presentación está en el encontrarnos con Dios desde la humanidad, desde la normalidad, sin la pomposidad de la liturgia o el sosiego de un clima de oración.

Seguimos en un plano de acogida de un Señor que apenas es un niñito, dibujándonos el evangelista que es posible vislumbrar aún en la fragilidad la salvación que Dios nos tiene preparada. No es que la salvación sea frágil, sino que aún en nuestra condición temporal, perecedera y trágica, hay salvación. Es decir, que la salvación de Dios, como en los días de la presentación, sale al encuentro del ser humano. Y este es el gozo de Ana, como el gozo de Simeón, como el nuestro y el de todas aquellas o aquellos que viven, o vivieron, esta singular gracia, que seas como seas eres amado (o amada) por Dios.

Así, en estos dos días previos al cambio de año, tengamos un espacio en el corazón no para albergar dudas, sino para sentirnos como estos dos personajes de Lucas a quienes llega el Salvador. Podrán haber pasado años, podremos haber sufrido penurias, podrá el mundo estar mejor o peor, o habrá en nuestra vida menores o mayores dificultades… que mantendremos esta esperanza, gozosa, de que podemos ver la salvación de Dios. Y que para ver esa salvación no hace falta una legión de ángeles, ni un coro celestial, una columna de fuego o la aparición de señales cósmicas sino que desde la fragilidad de este Jesús podemos disfrutar del encuentro.


Entonces, si desde la normalidad somos atendidos por Dios, somos obsequiados con la gracia, todavía es posible que ocurra una y otra vez aún en los campos de guerra, en los azotes de la crisis, en las trifulcas de la política o en las desigualdades que parten a la humanidad. Pero hay que cambiar la mirada, hay que enternecerla , llenarla de misericordia y ponerla en disposición de amar, y así, y sólo así nos convertiremos en Ana, seremos espectadores como Simeón.

lunes, 28 de diciembre de 2015

MATEO 2, 13 INOCENTES

MATEO 2, 13 – 18: Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.


Hoy recordamos un pasaje bastante oscuro del evangelio, que tiene su eco a diario (y su repercusión) a pesar de tener ya más de 21 siglos de entendimiento para cesar de una vez tanta violencia, tanto sufrimiento. En este último año vemos como mueren inmigrantes que escapan de los conflictos de sus países en las costas de Grecia; vemos la penuria de la guerra de Ukraina, hoy ya caída casi en el olvido; observamos la escalada de violencia en nombre del Islam; asistimos al empobrecimiento de la ciudadanía, al espectáculo de los desahucios…; Somos espectadores del ataque de los drones, de los bombardeos en la noche de Oriente… Y podríamos citar y citar situaciones en las que repetimos aquella matanza de inocentes, pero con los inocentes de hoy.

¿Dónde está el límite? ¿Cuándo será que reaccionaremos los seres humanos contra los dirigentes, contra el terrorismo, o contra los intereses de estos lobbies…? A qué tenemos que esperar si es evidente que cada día hay más desigualdad, menor crecimiento, peor educación, insuficiente sanidad, menos recursos y casi una promesa de extinción de las pensiones? Los que no son ya inocentes del siglo XXI que sepan que son los próximos, porque a este ritmo hay que ser conscientes de que todos, de un modo u otro, vamos a ser como inocentes a quienes la espada del poder cortará en algún momento.

Alguien dijo que los relatos del evangelio los tenemos para nuestro crecimiento, y para aprender a no repetir lo que sucede, a no llevar a nadie otra vez a una cruz, a no volver a tirar piedras a nadie con juicios livianos, a no herir al hermano… El evangelio es una llamada al amor, y al amar a todos y a todas, y a través del amor un camino hacia Dios, quien anhela que lleguemos a Él. ¿Y no basta?


Que terminen estos episodios de hambre, de codicia, de destrucción, de soberbia, de separación, y que se unan las personas de todo el mundo que buscan la paz, la solidaridad, la igualdad, la fraternidad… Este año ya termina, y no estamos a tiempo de frenar la maquinaria del poder, pero en cinco días atravesamos el 2016. Que el que se ha llamado año de la misericordia se convierta en el tiempo de lograr la misericordia, y en un año que se renueve una y otra vez, y otra vez, y otra vez… pues ya no más inocentes que sufren sino más vivos que se aman.

domingo, 27 de diciembre de 2015

LUCAS 2, 42 SENTARSE EN EL TEMPLO

LUCAS 2, 42 – 48: Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»


Han pasado ya los primeros días de las celebraciones de Navidad, casi estamos con el turrón aún en la mano, saciados de comer y de beber, todavía recordando la tertulia de ayer, lo que me dijo el primo, la hermana… casi saboreo el aroma a café de la casa y, hoy ya en silencio, voy a dejarme llevar por este domingo que, para el estómago, viene a nivel de tregua.

El pasaje de hoy nos sitúa en el ámbito del Templo, lugar en dónde el evangelista comienza y termina el relato. Pero hay un matiz importante, este Templo que era el lugar sagrado para el judaísmo y en el que tenía lugar el encuentro entre la oración del pueblo y la del sacerdote con Dios, ahora aparece para nosotros revestido de otra manera de encuentro, porque es el niño, el pequeño Jesús, el que habla con los maestros de la Ley, quienes atendían al muchacho con sorpresa y fascinación.

Parece como si la didáctica de Dios hubiera cambiado para el ser humano, ahora lo importante ya no es la forma sino el fondo, que no hay otros intermediarios, otras formas, que pasar por Cristo, que por Jesús, que además es la gloria de Dios. Y de ese modo ya no habrá tanta abstracción, simbolismo, formulación… sino que la gran teofanía ha dejado de ser una nube, o una columna de fuego para ser un ser humano, uno de nosotros. Alguien capacitado para acercarnos al encuentro en nuestros términos, con nuestras maneras: sea con una Palabra, sea con un abrazo, sea acercándonos la mano…

Desearía que a partir de hoy, y siguiendo este itinerario navideño, reflexionemos hoy sobre la posibilidad con que Dios nos ha otorgado en esta nueva Navidad, que en nosotros puede nacer también este infante que, perdiéndose de su familia, se sienta en el Templo, o en las plazas, o en las calles, o entre la gente, para preguntarles, aprender, compartir y hablarles de Dios. Y que no falten personas sentadas así en Ukraina, en Siria, en Nigeria, en Mexico, en los campitos de Dominicana, en las calles de Roquetas de Mar, o entre la desigualdad que arrecia cada rincón de nuestras calles, ciudades, países… Aunque son fiestas para pasar en familia, dejen estos próximos días que las suyas marchen camino de Galilea. Ustedes, como desobedientes, quédense en los diversos y nuevos Templos que Dios dispone para cada uno de nosotros.



Y quizás, les diría, si no quieren darle un disgusto a sus familias usen el móvil y avisen que se quedan en Jerusalén, que el Señor sí tenía excusa, pero nosotros no…

miércoles, 23 de diciembre de 2015

JUAN 1, 9 LUCES Y SOMBRAS

JUAN 1, 9 – 14: La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.



Empieza, hoy, este carrusel de celebraciones que nos van a llevar de un lugar a otro, de una mesa a otra y de un ambiente a otro. Tendremos ocasión de comer, de charlar, de beber, de estrechar manos, de abrazarnos, de cantar… incluso de discutir, porque ni entre las fiestas más entrañables nos escapamos de lo que somos, de quienes somos. Es curioso este pasaje, programado para mañana, pero que nos sitúa en el ámbito de nuestra llegada al mundo. No estamos en Belén, ni en el pesebre… pero el evangelista nos lanza un órdago: que todo viviente es iluminado por la Luz verdadera desde su nacimiento. Si ayer veíamos como en la eternidad ya somos nombrados por Dios, hoy descubrimos (a las puertas de la navidad) que también somos iluminados, guiados, por Cristo.

Ante esta luz que ilumina podemos optar por dos posiciones: una de vida, otra de “muerte”, entendiendo no la muerte física sino estas otras situaciones que son contrarias a la vida, que nos separan de ella. Si adoptamos una postura de vida, elegimos situarnos en la alegría del existir, en el gozo de convivir, en la esperanza del amor y nos abrimos al mundo y a todo lo creado, siendo más sensibles, más solidarios, más justos, más compasivos… Si elegimos “morir”, al contrario.

Hay una tercera opción, que se coloca dentro del ámbito de muerte y que es elegir “matar”, cuando traspasamos nuestra posición ante la vida para, directamente, perjudicar, señalar, y tratar de posicionar a otros en esa misma posición mortal. Esto ocurre cuando por nuestra intransigencia rechazamos a la persona, le negamos los sacramentos, les impedimos la celebración, o les decimos que no pueden venir a la Iglesia (que es cuerpo de Cristo). Aunque también lo hacemos cuando permitimos, en la vida social, la mala praxis de los bancos, los desahucios, o cualquier situación de desigualdad laboral… Así, sea por acción o por omisión, el mundo puede vivir en luz, o puede elegir hacerlo en tinieblas.

Pero todos, y todas, nacemos en luz, iluminadas (/os), y nuestra reflexión debería partir de ser conscientes, como cristianos, de no apagar ninguna de estas luces que vienen, o que ya han venido, o que están por venir, pues en ellos está la morada de Cristo. Que podamos hoy, víspera de Navidad, recapacitar sobre nuestra posición en la vida, si a favor de ella o en contra. Si estamos a favor de la vida, que podamos afianzar nuestra elección, mejorarla, darle intensidad… Si elegimos vivir, también, que podamos llevar esa luz a las tinieblas, a quienes no oyen, ni ven, quizás ni conocen el dolor que están haciendo.



Feliz navidad a tod@s, feliz encuentro con este naciente que salva.

LUCAS 1, 57 UN NOMBRE PARA DIOS

LUCAS 1, 57 – 66: Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.


Generalmente, en los nacimientos, se sucede esta escena en que todo el mundo tiene algún nombre para el pequeño: que si el del abuelo, el de la bisabuela, el que le parece a las hermanas del padre… que se suman al ingenio de los padres de la criatura que también tienen algo que decir al respecto. Vaya lío! Y muchas veces, cuánta discusión! El pasaje de hoy nos añade un nuevo elemento a esta cosa de poner el nombre y es que, además de la familia, los amigos, los padres…, Dios también tiene un nombre para cada uno de nosotros. Es decir, que antes que nos nombren en la tierra, ya somos conocidos por Dios y según este conocimiento sobrenatural, enviados, nacidos, entregados a la vida para algo muy especial. De ese modo, podemos decir, que la mano de Dios está desde siempre con cada uno de nosotros.

Claro, de todos nosotros, seamos o no cristianos, vivamos o no en pecado, seamos más o menos altos, bajos, flacos, gordos, guapos o feos. Este nombre con que Dios nos llama tiene el mismo valor, la misma calidad, y vierte el mismo Amor para cada persona que vive, vivió o vendrá a vivir en este mundo nuestro, aunque después las circunstancias de cada cual nos conduzcan de una u otra manera.

Esta ligazón primera con el Creador, este vínculo especial con que somos llamados y amados por Dios, Isabel y Zacarías lo prolongan en vida de su niño, porque su corazón ha sido iluminado de manera profética. Esto conlleva que aquello que Juan ya era, en esencia, podrá llegarlo a ser, en forma (o en persona). Del mismo modo, padres y madres, nuestro cometido no es sólo el de procurar una educación, un bienestar, una alimentación… a nuestros hijos e hijas, sino también el de procurar ligar (de alguna manera) aquel nombre con el que somos conocidos por Dios y que está gravado en el corazón. Por tanto, hay todo un trabajo de sensibilización espiritual para descubrir el nexo, la misión y el llamado de cada uno no aquí, sino en Dios.


Esto, pues, implica algo más de lo que son las obligaciones, los deberes, la comunicación, o todo aquello que podamos dar a nuestros hijos. Porque si no los conocemos como son conocidos por Dios, nuestra lengua siempre estará sujeta, y seremos como este Zacarías mudo, cuyas palabras, actos, vida… no se escuchan. 

Que aprendamos a descubrir ese primer nombre de amor desde el que somos creados.

lunes, 21 de diciembre de 2015

LUCAS 1, 36 MAGNIFICAT

LUCAS 1, 46 – 56: Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.» María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.



El canto del Magnificat es precioso, un himno del que destaca la fe y la pobreza de una creyente que, para nosotros, también es Madre, esperanza y, para algunos, un espejo para el dinamismo cristiano (fe, esperanza y caridad). He de confesar que para mí siempre había pasado desapercibido este canto, no por su contenido, sino por lo que implica de devoción mariana (a veces tan exagerada). Pero al tiempo, y llevando el pasaje al corazón, uno no puede pasarlo por alto sin meditar, profundamente, en el sentido de estas palabras que el evangelista coloca en boca de María y que, hoy, son para mí un motivo de aliento en la búsqueda de esta singular kénosis que, como Cristo, también nos pertoca a los cristianos,

Todo lo que es bello tiene un encuentro ineludible con este misterio de la kénosis, y es allí donde pobreza y gloria se completan de un modo como nunca, jamás, se ha visto y es que a partir de lo precioso podemos llegar a la pobreza más extrema para, finalmente, y ya en manos de Dios recuperar el esplendor. Bueno, esto es lo bonito del cristianismo, que la gloria y la pobreza van muchas veces de la mano, tanto que de un modo singular son quienes mejor dibujan la historia del ser humano, quien finalmente logrará en el amor de Dios la plenificación perfecta.

María recorre toda la historia del Antiguo Israel, haciéndose de algún modo la continuadora de la historia profética del pueblo. Así como Abraham se sitúa en el principio de la Antigua Alianza, ahora será esta mujer palestina quien se sitúa al principio de la Nueva, y así como por medio de una mujer, Eva, vino al mundo la desconfianza por el pecado, por esta otra mujer, María, llega la fe y la esperanza.


Seré breve, pues hoy más que en palabras uno puede aprender a sumergirse en la lectura, en la reflexión… para verse formando parte de esta humanidad inaugurada por la Nueva Alianza, que viene en forma de ayuda, en forma de socorro, o a través de la misericordia, diciéndonos aquello de que siempre, en todo caso, y a pesar de las caídas y las dificultades, es posible volverse a levantar, y seguir caminando.

domingo, 20 de diciembre de 2015

LUCAS 1, 39 LA VISITACION

LUCAS  1, 39 – 45: En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»



El pasaje de la visitación de María a Isabel nos deja muchas imágenes teológicas, además del canto del Magnificat y la exaltación de Isabel, bendiciendo a María y el salto del Bautista. Es el encuentro entre dos madres, y también el encuentro entre dos nacientes, que aún desde el vientre viven con gozo la ocasión. ¿Cuántas veces tenemos nosotros la ocasión de bendecir a alguien?¿o quizás pensamos que sólo puede bendecirnos el pastor, o el cura? Tan importante en la vida es decirle a una persona que la queremos, que la amamos, como también bendecirla. Isabel fue movida por una gracia especial cuando pronunció su bendición, pues debemos sensibilizarnos a alcanzar que el fruto del seno de María también vive en cada uno de nosotros, felices.

Podría repetir las palabras de Isabel, ¿dónde a mí para que un Hijo o una Hija de Dios venga a mí? Porque mi corazón, apenas vio que venías, ha saltado de gozo. Qué especial cuando podemos sentir esto mismo en el momento de un encuentro, cuando nos sobrecoge el encontrarnos y sonreímos, cuando nos reunimos para la celebración, o cuando para estas navidades vaya a entrar en tu casa, o tú en la mía, porque también seré feliz.

Es nuestro trabajo entonces, explicar este pasaje de la visitación como una dinámica de encuentro que despierta alegría y felicidad en el que viene y en nosotros mismos. Claro, también en el cielo cuando se repite esta ocasión al gozo. Como comunidad, debemos tener premura en bendecir, más que en maldecir, o dudar, o malpensar, o… porque hay muchas facetas del mundo que necesitan ser bendecidas.

Cada cual puede mirar la realidad de su entorno, incluso la familiar (que es la más cercana), y señalarse en la agenda a quién hay que visitar hoy. Y por visitar no hay que entender sólo evangelizar, o llevar un sacramento, una forma… sino que la visita tiene que ser sólo una ocasión para amarnos, para vernos, quizás para permanecer un rato callados, acompañándonos, o quizás sea para reír, para explicarnos cosas, para conocernos y para gozar de la gratuidad del corazón.


Concluyo. María, para ello, recorre una buena distancia para ir a ver a su prima, nosotros (como ella), si cabe, también debemos recorrer grandes distancias para procurar el encuentro, aunque quizás no necesitamos caminar demasiado para encontrar esa necesidad. Pero sea más lejos, o más cerca, que la voz de nuestro saludo logre despertar el gozo en quien nos recibe.

sábado, 19 de diciembre de 2015

MATEO 1, 18 EL BELEN

MATEO 1, 18 – 24: La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»


El episodio de Belén nos deja muchas imágenes, entre ellas dos que son muy humanas: en primer lugar hay un nacimiento y, en segundo lugar, Jesús es ahora un niño pequeño, que necesita del calor de sus padres y de su sustento. Acostumbrados que estamos a hablar de este Jesús grande, que obra milagros, que enseña y predica, que hace milagros y que tiene la fuerza suficiente como para cargar con la cruz, estamos ahora ante un pequeñuelo que, como todos a su edad, tiene una total y absoluta dependencia de sus padres. Este mismo niño, de alguna manera, también depende cada navidad de nosotros, pues como padres y madres que somos, acogemos la Buena Noticia en el corazón para que cada año nazca en nosotros ese mismo milagro de Belén.

Como ocurrió en el nacimiento, y con María y con José, de este nacimiento no hay gran eco, no llega a ser conocido por muchos, pero entre ellos hay gran gozo. Igualmente, los principales testigos de cuanto ocurre en nuestro corazón somos primeramente nosotros, a veces no llega a saberlo mucha gente, pero para nosotros es motivo de alegría. Gozo que después repercutirá hacia afuera, en el entorno, con los nuestros, pero que en el momento de nacer es también como un pequeño pesebre, entre Dios y nosotros.

Navidad es un misterio, y en el nacimiento de Jesús es un misterio de fragilidad. ¿Han sujetado a un recién nacido alguna vez?, es tan frágil, tan pequeño… Pues como este recién nacido así Dios viene a la vida, a nuestra vida, para decirnos que quiere que nosotros lo cuidemos también (pues no sólo será Dios quien cuide de nosotros). Habrá que darle amor, habrá que darle de comer, habrá que ayudarlo a crecer porque quiere estar con nosotros, quiere vivir en nosotros y quiere que aprendamos a buscar esa relación de Amor que forja todo nacimiento.

Y no se preocupen, que en ningún caso Dios va a pedirnos que seamos unos padres o unas madres perfectas, sino sólo que tengamos esta capacidad de acogida al recién nacido, como de sujetarlo entre nuestros brazos, amándolo, cuidando de Él.


Deseen pues esta paternidad, o esta maternidad, deseen coger a la criatura, cuidarla, alimentarla, abrazarla… es algo muy especial que nos concede Dios a sus criaturas, poder acoger al Creador y al Salvador en un tiempo que no sólo dependemos de Él, sino Él también de nosotros.

viernes, 18 de diciembre de 2015

MATEO 1, 18 LA FIESTA DE LA ESPERANZA

MATEO 1, 18 – 24: La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.


Hoy se celebra la Madre de Dios de la Esperanza, un bello título para describir uno de los anhelos fundamentales del ser humano. De hecho, cuando uno llega a perder la esperanza, vemos cómo su vida comienza a carecer de sentido, volviéndose triste, gris, cansada y difícil. La esperanza, por tanto, es el llamado universal hacia nuestra felicidad presente y futura. Pues tenemos esperanza puesta en el día, que nos irá bien, y en lo que está por venir en aquel futuro escatológico, al lado de Dios. Entonces, más allá de la tradición devocional, de los títulos a la Virgen, o de cualquier determinación cristiana (que si somos católicos, que si somos protestantes…), que podamos hoy iniciar esta reflexión de nuestro día a día atendiendo a nuestro grado de esperanza, lo precioso del día que está por venir, que me va a acontecer...

Quizás sea un encuentro, quizás sea una llamada, quizás sea una oración contestada… o simplemente sea porque ya hemos alcanzado esa madurez que nos permite decir que hoy somos felices porque tenemos a Cristo, que es además nuestra esperanza más plena. De ese modo, y aunque las dificultades siempre vendrán a nuestra vida con un cierto peso, podremos sobreponernos, levantarnos y superar todo aquello que nos quiere arrastrar hacia la tentación, hacia la duda (¿estaré haciendo algo mal?¿por qué me tiene que pasar a mí?...).

Además, hay que procurar ser imágenes de la esperanza, personas con capacidad de llevar paz, bienestar, calor a los corazones de los tantos que viven en los márgenes de la vida, asolados o atormentados, o en situaciones de precariedad o de guerra, o de exilio, o de ruptura… porque para todos ellos el mensaje también es de esperanza, como ocurrió con aquellos pastores a los que el ángel les lleva noticias y que recordaremos en estas fechas. Ellos, como pastores, no estaban para nada bien considerados, pues era una profesión que ningún padre de la época querría para sus hijos, pero el mensaje de Dios, la esperanza mesiánica, el Evangelio (y es importante) Mateo quiere remarcarlo también en ellos. ¿No haremos ahora nosotros ese mismo gesto mateano de llevar esperanza a los que son “pastores” en nuestro tiempo?


Por tanto, la fiesta de la esperanza es para nosotros un llamado para salir al encuentro del ser humano siendo ángeles, mensajeros de este mensaje que Dios tiene para el ser humano. Que podamos convertirnos en imágenes de paz, en transmisores de esperanza, en acogedores de personas y en pasto al que puedan acudir estos “pastores”.

jueves, 17 de diciembre de 2015

MATEO 1, 1 GENEALOGIA

MATEO 1, 1 - 8: Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías…



La genealogía de Jesús nos quiere conducir en los evangelios de Mateo y Lucas a dos orígenes diferentes, pero importantes para cada comunidad. La mateana nos conduce a David, el Rey, mientras que la lucana nos lleva directamente a Dios, el Padre. Son recursos teológicos, elaborados para destacar algún aspecto determinado de sus evangelios. Y así como la genealogía quiere también dejarnos un origen, un punto de inicio, un rastro de descendencia… ¿nos hemos parado a pensar cuál es la nuestra como cristianos? Claro, no por consanguinidad sino por fe, y veríamos qué variopinta es esa línea que nos comunica con el inicio y también seríamos espectadores de una sucesión que traspasa los límites de nuestra propia sangre, abriéndonos a la universalidad y a la diversidad de amigos, hermanas, amadas y amados que han colaborado a forjar este árbol de la fe que finalmente conduce a Dios, por Cristo.

Yo recuerdo amuchas personas importantísimas que elaboran esta genealogía, y podría decir que, aunque no teológicamente, sí responde a criterios de amor, porque gracias a todos ellos y a todas ellas, de un modo u otro, recibí una oportunidad para la fe. Diré, también, que como los grandes nombres de los evangelios, ellos y ellas son los nombres en mayúscula del mío propio, pues todos trajeron esa Buena Noticia, que también es el Evangelio. Por tanto, vivo como heredero de la fe de muchos que ha ido interpelando a mi vida, reescribiéndola día a día con letras de gracia, con frases de amor.

Quisiera ser muy breve hoy, pues sólo quiero lanzar esta posibilidad para que todos reflexionemos hoy, o traigamos a nuestra memoria (y a nuestro corazón) a quienes, de un modo u otro, forman parte de nuestra línea más especial, que es la que nos comunica en Dios a personas de toda índole, edad, pensamiento, posición, raza…


Nuestra historia es universal, y puestos a reflexionar es una historia de unión, porque a través de muchos somos también hijos de Dios, nacidos en Cristo, a quien llegamos por una amistad, por una palabra, por un familiar…o hasta por un desconocido, que también lo hallamos allí, entre los nombres de nuestra genealogía.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

LUCAS 7, 20 NO HALLAR ESCANDALO

LUCAS 7, 20 – 23: Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!»


Venimos de un contexto en el que a Jesús lo acusan de bebedor y comilón, de que anda junto a pecadores y prostitutas y, vamos, de una crítica total a su modo de vivir, de relacionarse y de interactuar con la sociedad de su tiempo. Entonces, este Jesús que se dejaba tocar por la realidad, que se sentaba en la mesa con los publicanos… era motivo de escándalo para la gran mayoría. Hoy, sin dudas, pasaría algo parecido y de hecho ya pasa cuando alguien sigue el ejemplo del Cristo y vive con aquellos a quienes no sabemos mirar, o miramos mal. Es la crítica, algo que nos acompaña desde tiempos inmemoriales y que ejecuta nuestra más feroz sátira hacia el ser humano. Frivolidad, apariencia… acompañan a la crítica y revisten a la sociedad de nuestro tiempo.

¿Dónde vive el escándalo para cada uno de nosotros?¿En qué situaciones nos sentimos violentos y no aceptamos que exista la mano de Dios? ¿o que Dios no pueda actuar en determinadas personas…?¿Acaso alguien conoce la actuación de Dios?

El evangelista nos subraya las acciones, lo que se ve y se escucha, para atestiguar la veracidad de la acción del Dios en Jesús, o en cualquier cristiano (diríamos aquí, hoy). Pero para poder ver las obras mesiánicas lo primero que debemos hacer es dejarnos sorprender y, luego, interpelar, para que nuestro corazón pueda acoger aquello de lo que es testigo y dejarse alcanzar por algo que va mucho más allá de la razón, que viene por la fe. Y  si no hay en nosotros un espacio para la sorpresa ocurrirá que siempre nos vamos a escandalizar, porque lo que estamos haciendo es rechazar lo que ocurre, y de ese modo no lograremos ver la vida ni como don, ni como algo maravilloso.

Claro, en ningún caso se nos dice que seamos testigos de fantasías, de cuentos del corazón, de fábulas, sino que atestigüemos de lo que en verdad sucede delante de nosotros cuando asistimos a manifestaciones de amor, de solidaridad… o cuando vemos a alguien preocuparse por otro, o darle de comer, o vestirlo, o acogerlo, o educarlo, o socorrerlo, o… Aquí están las grandes señales de nuestro tiempo, con la misma fuerza que aquellas, con su mismo impacto, y con una misma finalidad, que es el ser humano.


Podemos vivir, claro está, escandalizados de la violencia, de la corrupción, de las formas de gobierno, de los sueldos… pero nunca más de Cristo, nunca más de aquellos que se ofrecen a los márgenes, jamás de quienes dedican su vida al evangelio, a las personas (sean quienes sean). Como si fuéramos Juan, que todo escándalo de Cristo se nos vuelva como algo precioso.

martes, 15 de diciembre de 2015

MATEO 21, 28 ALGUNOS QUE LLEGAN ANTES A DIOS

MATEO 21, 28 – 32: «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña.” Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: “Voy, Señor”, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.



El evangelio hace muchas llamadas al arrepentimiento, la Biblia en sí es una gran llamada a la conversión del corazón, y siempre hay una promesa de restitución, de salvación, de perdón… cuando alguien, haya hecho lo que haya hecho, se arrepiente. Es por ello, quizás, que Jesús ponía los ejemplos entre los que estaban peor considerados, o mal vistos, o apartados, o necesitados (según el auditorio que tuviese en cada momento). Por tanto, el pasaje tiene una doble lectura, sea en clave de arrepentimiento, sea en clave de vida (y vida nueva).

Dios, o el Reino para Mateo, nos habla de la gratuidad hacia con nosotros por cuanto se nos concede perdón de los pecados. Y hay que entender, de una vez, que para quienes están en Cristo vive, por encima del pecado, la gracia derramada. Y aunque sea una y otra vez, o aunque en caso alguno sea error tras error, esta gracia sigue actuando, derramándose, acariciando nuestro ser y disponiendo nuestro corazón al perdón. Claro, somos pecadores… pero hay que dar un pasito y no quedarnos golpeándonos el pecho, primero porque al final nos haremos daño y, segundo, porque en Cristo ya hemos superado esa naturaleza viciada. Que existe, y que seguirá existiendo lo tengo por supuesto, pero no pretendo quedarme en esta especie de autocompasión, yo pecador, yo pecador, yo pecador…

No es que sea perfecto, porque no lo soy, y no es que lo sea ninguno de nosotros (huyendo de narcisismos), pero sí es perfecto el que nos salva y nos renueva con su gracia, y a causa de su santidad puedo ser alcanzado nuevamente, abstraído de mis culpas, socorrido ante las dificultades de la vida o ante mis propias limitaciones.

Jesús nos dijo aquello de que vino a curar a enfermos, a llamar a pecadores al arrepentimiento, y esa voz profética prosigue su obra generación tras generación, porque está en nuestra naturaleza ser imperfectos, ser curiosos, ser entrometidos, quizás también un poco picantes. ¿Hay aquí algún sano que no necesite médico? Más bien al contrario, ¿verdad? Entonces, hagamos un ejercicio de reflexión y observemos cómo está el mundo, qué ocurre alrededor y preguntémonos por qué todavía hay personas que están obligadas a vivir al margen de Cristo, cuando además son cristianos.


Me da por pensar que nuestras instituciones han cerrado sus puertas y sus ventanas, creyendo que a pesar de oír el viento, que es el Espíritu, lograran que no entre y cambie lo que está mal, lo que es necesario convertir, lo que yace obsoleto y lo que es causa injusta. Tiempo de conversión para todos, también para la Iglesia.

lunes, 14 de diciembre de 2015

MATEO 21, 23 ¿CON QUE AUTORIDAD HACES ESTO?

MATEO 21, 23 – 27: Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: “Del cielo”, nos dirá: “Entonces ¿por qué no le creísteis?” Y si decimos: “De los hombres”, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta.» Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos.» Y él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»


Hay muchas ocasiones en la vida en los que estamos puestos como estas personas que preguntan a Jesús de modo incierto, escondiendo sus intenciones. Quizás tratando de descubrir algo, o tratando de inquietar, o de enrojecer, o de incomodar… Escogemos caminos alternativos cuando podría ser todo más sencillo yendo recto, de cara, con la verdad. Así nos convertimos en personas escurridizas, pero así también perdemos la gracia del encuentro con la que Dios nos concede la vida. Y es que dándonos Dios la potestad de vivir para gozarnos en el encuentro, tantas veces terminamos rompiendo la posibilidad, echando de nuestro lado el amor de otras personas o dañando, sin más, a cualquiera.

También ocurre, por el contrario, que cuando actuamos así y somos interpelados por Cristo no podemos sino callar para no ser avergonzados, o descubiertos, o desenmascarados. Aunque bien visto, lo que ocurre bajo esa mirada – pregunta de Jesús, es una oportunidad nueva para rehacer las cosas, para contestar con la verdad, para decir basta, o para afrontar nuestra falta de amor, o comprensión… Muchas veces ando necesitado de esa interpelación de Jesús a mi corazón, y cuando llega no soy de los que responde rápidamente, pero sí de aquellos que cuando es alcanzado sabe pedir perdón y gozarse del nuevo abrazo de Dios, que viene con intensidad y con amabilidad cada vez que erro.

De todas las situaciones podemos aprender a ver motivos para el perdón y para el acercamiento, para recuperar la posibilidad del encuentro de los unos con los otros y para poder vivir así bajo el amparo del amor, de lo que es más propio de Dios.

En este pasaje Jesús se muestra imperturbable ante los que le reclaman la respuesta, pero sabemos que en nuestra vida no es así, y de Él aprendemos sobre la fidelidad y el cariño que nos tiene, que siempre procura otorgarnos la posibilidad, el momento, la manera. Dios ama porque, en algún lugar, alguien demanda de su amor, de su misericordia, y esto es porque en nosotros está equivocarnos, pero también en nosotros está responder con ese mismo amor con el que somos llamados.


¿Aprenderé a dar la ocasión, la oportunidad a todos (y a todas)? Espero que cada día pueda acercarme un poco más a ello, a esclarecer las intenciones de mi corazón y a recibir con bondad a cualquiera, venga con unas o con otras intenciones.

sábado, 12 de diciembre de 2015

MATEO 11, 16 NI BAILANDO, NI LLORANDO

MATEO 11, 16 – 19: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: “Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado.” Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Demonio tiene.” Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.” Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras.»



Generalmente, y ya casi es una tradición, nos situamos para hablar de la transmisión de la fe en un contexto de crisis, por lo menos respecto de los países occidentales en Europa. Nuestra Catalunya es hoy un claro ejemplo de esta pérdida de unión, o de tradición, o de estímulo y que hace que muchas personas opten por llevar una vida alejada de Dios, o alejada de la Iglesia. Y ¿acaso podemos entender una vida cristiana sin ambas realidades integradas? Si la Iglesia constituye la familia de Dios en la tierra, ¿es posible pasar por encima de ella para decir que tenemos una relación con Dios? Quizás, y a pesar de la situación de crisis, a todos nos corresponda un momento de reflexión para atender a nuestro corazón y al corazón de Dios y, de ese modo, dirigirnos luego a la historia de la humanidad como Pueblo de Dios, o como Iglesia.

La historia de la humanidad sigue siendo el lugar en el que Dios se revela. Cada época constituye una forma de reflexión y de comprensión que aporta novedad respecto del tiempo anterior y que, necesariamente, implica un avance, una investigación y una adecuación a los cauces del tiempo que se vive, de las personas con que se cohabita, del pensamiento y de la cultura… En este sentido quiero citar a Fernando Urbina que expresa la siguiente problemática: “Una iglesia institucional encerrada en los gruesos muros de los palacios episcopales y romanos dejó de oír la poderosa voz del mundo, la gigantesca voz de Dios”.

El cristianismo fue desde su juventud, desde su nacimiento incluso, una novedad para las primeras comunidades que fascina y que sorprende. Ellos vivieron en la esperanza de unos “nuevos cielos y una nueva tierra” en que habitará la justicia (2Pedro 3, 13). Y saben que, de una manera muy viva y como Iglesia, forman parte del nuevo Israel, de la comunidad consagrada de Jesús y como herederos de las promesas que Dios hizo a Abraham. La irrupción de esta novedad, además, ha renovado a la comunidad interiormente y ello supuso un cambio radical y una novedad en la historia humana. Pero parece, este cristianismo, haber llegado fatigado a estas últimas etapas de la humanidad, desde la modernidad. Parece que la Iglesia esté temerosa de que cada nueva conquista humana fuera a poner en entredicho su predominio sobre la sociedad y la cultura. En este sentido señalaré la forma en que la encuesta “jóvenes españoles’ 89” se refiere a que la “Iglesia suena a viejo (Javier Elzo)”.

Podríamos encontrar la raíz en una Iglesia que no se renueva, porque parece faltarle Espíritu. Porque la Iglesia vive para hacer presente a Cristo que es ayer, hoy y siempre, pero la verdad es que muchas de sus estructuras, en lugar de hacerla presente, la ocultan.¿Somos incapaces de transparentar a Dios? Parece como si muchos estuviésemos, en realidad, dedicados a asegurar la supervivencia de las estructuras de la Iglesia.

Si la Iglesia actual no se renueva es porque está fallando en ella el relevo generacional, que origina esta crisis de transmisión de la fe, y le falta renovación. Aunque llevamos, al respecto, casi un siglo hablando de su necesidad todo se queda en ríos de palabras y discursos, la evangelización no progresa porque somos incapaces de poner la Iglesia en estado de evangelización. Y hoy constatamos, con seguridad, que nuestros países se han convertido también en países de misión.

La evidencia de la falta de jóvenes en nuestras comunidades y el envejecimiento de los miembros más activos de la Iglesia son sólo una muestra del azote de esta crisis y de la importancia de una actuación urgente que, además, provoca dolor por ver que no conseguimos transmitir lo mejor de la vida, la fe (que puede darle sentido), o la esperanza que la abre al futuro. Estamos demasiado apegados a esas formas de cristianismo que apresuradamente calificamos de “tradicionales”.


Quizás nos hemos consolado pensando que el cristianismo es una vocación extremadamente exigente, y las generaciones postmodernas, incapaces de tomar opciones radicales y adoptar compromisos estables, son incapaces de asumir sus exigencias. Pero, a su vez y de manera irrefutable, hoy sabemos cuánto se comprometen los jóvenes! Nuestra época, desde el punto de vista espiritual, es un desierto. Vivimos en una cultura materialista que hace imposible el acercamiento al cristiano y la percepción de sus valores. Cabría, seguro, preguntarse en qué medida ha contribuido a la extensión de esa civilización nuestra manera de vivir el cristianismo como asunto privado, ajeno a la vida.

viernes, 11 de diciembre de 2015

MATEO 11, 11 EL REINO SUFRE VIOLENCIA

MATEO 11, 11 – 15: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga.


No hace falta mirar mucho más allá para darnos cuenta de que todavía, hoy, se sigue haciendo violencia contra el Reino de los cielos, si entendemos el Reino como algo que ya está sucediendo en la Tierra y que mucho tiene que ver con el ser humano y con su libertad, su dignidad, su bienestar… Si es tan fácil vulnerar la vida, cuánto más lo será hacerlo contra este Reino, que no todos llegan a ver (o a comprender). ¿No es fácil hacer violencia contra la música, contra el amor, contra la poesía? Tan fácil como hacer violencia al Reino de Dios, que sólo vemos a través de los ojos de la fe, o a través de los ojos del corazón. Y no es sólo por cuestión de estética sino porque los poderes y sus influencias miran con otros ojos, con una mirada más turbia, menos amable, distante y que desprecia.

Nuestro cometido es el de luchar para que el Reino sea una realidad instaurada en nuestro mundo, en nuestro tiempo, entre nosotros. Jesús nos dice que el Reino ya ha venido tratándose de instaurar por mucho tiempo, ahí tenemos el testimonio de los profetas, pero que siempre ha encontrado focos de rechazo, situaciones que se han hecho finalmente con la esperanza y que lo han quebrantado. Pero no sólo a los profetas, sino que el Reino que instaura Jesús también topa con señales de incomprensión y, finalmente, con la aparente derrota de su actividad evangélica. Y es que nadie dijo que acercar a la humanidad la propuesta de Dios sea cosa fácil, porque aun promoviendo libertad o amor, el mundo también genera violencia, y la violencia forma parte de nuestras vidas, como una fuente más de la que también bebemos.

¿Podemos luchar violencia con violencia? No, desde luego. Con la violencia sólo hemos conseguido apartar a la sociedad de Dios, pues muchos son los que viven apartados de la Iglesia han sido también violentados. Cuántos colectivos viven apartados de la eucaristía, de la comunión, de la comunidad porque sus vidas no son conforme a lo que se nos dice, ¿no es eso violencia?¿Así queremos acercar el Reino?¿Qué clase de Reino vivimos, o instauramos… el Reino de los hombres, o el Reino de Dios?

Me sorprende ver cómo este Cristo que fundamenta la paz entre pueblos, entre realidades celestes y terrestres, entre Dios y el ser humano, pueda ser motivo de violencia (de unos y de otros). ¿No nos estamos equivocando?¿No es tiempo de volver al Jesús de la paz?

Hay que empezar a construir puentes, quizás a tirar aquellos que ya tratamos de utilizar porque no sirven, porque se caen a pedazos. Tendamos entonces nuevas formas de conexión entre estos dos mundos que viven alejados por este mar de conflictos que nos azotan, forjemos puentes de comunión, de comprensión, de entendimiento, de colaboración, de aceptación, de acercamiento, de celebración.


No quiero seguir celebrando la vida sin todos estos hermanos y hermanas a los que se fuerza a vivir alejados, por el motivo que sea (o porque aborten, o porque estén divorciados, o por su opción sexual…). No quiero pensar que tengo puesta la fe en un Cristo dividido, o de un Cristo normativo, o de un Cristo obsoleto, inhumano… No quiero que mi fe sea estéril. Quiero vivir agradeciendo a cada persona su unicidad, su autenticidad, su vida, su particular y glorioso reflejo de Dios, y no quiero perderme ninguno, quiero poder ver todos los colores, y a Cristo en el fondo de ellos, feliz, alegre, sonriendo… porque conseguimos instaurar la paz.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

MATEO 11, 28 UN YUGO FACIL

MATEO 11, 28 – 30: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»



Vengo pensando en este tiempo sobre esta parte del pasaje que dice Jesús: mi yugo es suave, mi carga ligera. Y lo pienso porque podría parecer contraponer aquella otra que tiene que ver con coger la cruz, con afrontar los problemas del día a día, con más el sufrimiento, el desgaste, el esfuerzo… Claro, uno sin el otro no tendrían sentido. Cómo imaginar a un Jesús que nos coloca en una tesitura de “trabajos forzados”, a pan y agua, sin descanso… increíble! Uno sólo puede tomar la cruz de cada día si antes, o si en algún momento, ha podido descansar, o dejar sus cargas a los pies de Cristo. De Él lo aprendemos cada vez que en Jerusalén, se escapaba a casa de Betania, a ver a Lázaro, a Marta o a María, quienes como Él, también hacían su yugo más fácil, su carga más ligera. ¿Y si Jesús necesitó de estos momentos cuánto menos nosotros, que nos ensuciamos, que nos molestamos, que enfermamos…?

Por tanto, es muy necesario que nos convirtamos no en las mejores personas, sino en personas que tengan esa capacidad de aligerar cargas, de reconciliar realidades, de establecer puentes en la convivencia, o de ser como un bastón del que otro puede sostenerse. Un cristiano puede vivir sin elocuencia, pero no puede vivir sin agua viva porque las fuentes de la vida no logran saciar esta sed de amor. Entonces, como bebedores de Dios aprendamos también a ofrecer agua al sediento, comida al que pasa hambre y paz, estímulos de solidaridad, momentos de calor e instantes preciosos en los que sólo una mirada es capaz de traer serenidad.

Piensen que cada día tenemos este llamado a ser como Jesús, ligeros, porque cada día estalla ante nosotros con un sinfín de situaciones que nos golpean incesantemente y de las que no podemos escapar. Por tanto, sea en su comunidad, sea en su casa, sea tomando una cerveza, más que hablar escuchen, más que objetar sonrían, más saludarse abrácense y más que encontrarse, celebren, porque de todas estas circunstancias todos comemos y bebemos deseando reponer fuerzas tras otro día más, luchando, peleando, discutiendo…


Y termino: es un llamado y también un trabajo, porque en muchos momentos no es fácil ser ligeros, ni nuestra carga es suave. Que podamos aprender a restituir el dolor, el daño que podamos hacer, que sepamos pedir perdón y aproximarnos al “enemigo”, que tengamos esa capacidad de reacción y transformemos, si nuestra carga era pesada, que se haga liviana. 

martes, 8 de diciembre de 2015

LUCAS 1, 26 LA INMACULADA

LUCAS  1, 26 – 31: Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.



Hoy celebramos la Inmaculada concepción, que ha sido (y es) todavía fuente de discusiones interminables, como muchas otras que giran en torno a la figura de María. Así, esta María Inmaculada, que lo fue en orden al nacimiento del Hijo de Dios, ve cómo los años y las religiosidades han recubierto su estampa con una mariología repleta de resbalones (o privilegios), situando a la Virgen, o por encima de la Iglesia, o como otra mediadora del orden de Cristo. Es bueno, pues, que hoy nosotros toquemos con los pies el suelo para devolverle a María lo que SI le es realmente propio, que es ser madre, tipo de Iglesia y signo de unión. Por tanto, que todo sirva para acercarnos a Cristo, como camino, o como cooperación, o como ayuda para alcanzar a aquel que es capaz de salvar y que es único mediador.

Pero sí, María tiene un papel fundamental en la historia de la salvación, porque es a través de ella que Dios acerca la salvación a la humanidad. Teológicamente KARL RAHNER dirá al respecto de la Inmaculada que siempre está conectado con el tema del pecado original. Por ello habla de la preparación de María, antes de la fundación del mundo, por la que es radicalmente redimida y liberada de pecado. El Misterio de la Inmaculada, por gracia de Jesús, rompería la ley de sucesión del pecado naciendo dentro del ámbito de la gracia. Y precisamente por gracia de Jesús, pudo ella tener una entrega total y un amor como nunca antes.

Cuando decimos que María es concebida sin pecado, para Rahner, decimos por gracia de Jesús es la primera persona en la historia humana que puede quebrar el pecado original y que lo interrumpe porque Dios quiso revelarse ya desde la concepción de María como nuevo Padre, Creador, que vela amorosamente por María, desplegando en ella un nuevo comienzo de existencia (así, María rompe con su humildad y obediencia la desconfianza que Eva trajo al mundo a causa del pecado). Al producirse en su concepción María lo expresa toda su vida. María es la primera persona de la historia que asume plenamente el camino de Jesucristo y se introduce como humana en el Misterio Trinitario y se realiza de manera definitiva.

La Iglesia ha definido por intuición creyente un dato importante: la eliminación del pecado cuando la presencia de Cristo se multiplica. En este trasfondo se afirma que todo quien esté radicalmente con Cristo también lleva una vida libre de pecado.

Vitalmente, la experiencia de la Inmaculada diremos que es propia de María, y después asimilada en cada creyente que vive la adhesión existencial a Cristo, por cuya sangre somos limpios. Pero todos somos conscientes que no siempre andamos limpios, sin mancha, y que nuestra naturaleza recorre a veces los lugares más oscuros imaginables, llevándonos cautivos (como a Pablo) a lo malo. Por tanto, que nadie se sienta superado, o intimidado por una necesidad permanecer libre de mancha en su vida, pues quizás sea peor (o tan malo) como vivir presos del pecado mismo. Nosotros fallamos, nos equivocamos y en ocasiones nos dejamos ir por instintos, deseos... y por más que queramos, que luchemos, que procuremos, que nos esforcemos, vamos una y otra, y otra vez.

Por tanto, a esta Inmaculada de hoy, podemos dirigirnos con esperanza y confianza para poner a sus pies nuestra humana naturaleza, para que ella tenga a bien acercarnos maternalmente a Cristo, quien por amor (como el Padre) nos acoge. En ella tenemos una cooperadora, una ayudadora y una madre.


Y así como no podemos obviar lo que somos, tampoco debemos otorgar privilegios a María, pues la desvirtuaríamos, convirtiéndola en mentira. No es por perfección, ni por privilegios, ni por títulos, ni por falta de pecado sino por gracia (y gratis). Feliz fiesta a tod@s.

domingo, 6 de diciembre de 2015

LUCAS 3, 1 VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

LUCAS  3, 1 – 6: En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:  Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas;  todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos.  Y todos verán la salvación de Dios.


Mucho podríamos decir, o se ha dicho ya sobre el pasaje de este que grita en el desierto. Para nosotros, hoy, y viendo cómo estamos en este mundo del siglo XXI hay una lectura interesante, porque no dudo (ni por un momento) que en muchos casos estamos atravesando una situación de verdadero desierto. Desierto en cuanto a alternativas, trabajo, terrorismo, energía, derechos fundamentales… un desierto que se prolonga en el tiempo para muchas personas y que, en estos últimos días, se ha incrementado a causa de los conflictos armados y la problemática de las fronteras. Claro, desiertos también porque de algunos de esos conflictos ya nos hemos olvidado por completo.

Pero para cada desierto hay una promesa que llega a nuestro corazón en forma de alguien que grita, que avisa, que alienta, que transmite. Una voz en medio de un desierto no pasa desapercibida, es como un bálsamo que llega a lo más recóndito de nuestro ser cuando éste se ha apagado, o vive desanimado, o pasa por un período de sequedad. También en la sociedad, porque en mitad de este desierto de las mismas cosas, del conformismo, de las desigualdades, de guerras… una voz que clama es valentía, sorpresa, anuncio, agitación, acción. Algo irrumpe entre el silencio y la arena, una voz, un clamor, un deseo para que la cosa cambie, para que llegue un momento de reflexión, para que alguna cosa empiece a cambiar…

El Bautista simboliza en este desierto la voz de la disconformidad a lo que el mundo le plantea, a la vez que la verdadera alternativa para que un cambio sea posible (un cambio real en el corazón del ser humano). Y cada año, por estas fechas, se nos hace un llamado, o se nos recuerda que en medio de cualquier desierto tenemos la oportunidad de escuchar esa misma voz, la voz del profeta que viene con una Palabra con capacidad de transformación. ¿Y no es lo que el mundo necesita?¿No es lo que necesitamos todos? Cuando la vida no es una continua transformación, cuando nuestra vida no es un cambio, cuando nos estancamos o cuando pensamos que estamos bien, atravesamos un desierto, hemos dejado de escuchar la voz.

Hoy tenemos una nueva oportunidad para volver en sí, para darnos cuenta de que aquello que parecía un ruido distante, como algo inteligible, en realidad es la voz de un profeta, que nos avisa, que nos busca, que nos quiere decir algo y que, además, nos habla en nuestros desiertos. Hay una posibilidad para el cambio, hay una necesidad para el cambio, hay un deber para ese cambio y hay que hacerlo, hay que transformar el corazón, la vida, nuestras relaciones y las del mundo… hay un llamado a la conversión.


Todo desierto puede convertirse en vida, aunque para ello debemos estar atentos, porque aun cuando parece que no pudiera escucharse nada, atención! Que un grita en el desierto.

viernes, 4 de diciembre de 2015

MATEO 9, 27 NO HAY PIEDAD EN LA POSADA

MATEO 9, 27 – 31: Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?» Dícenle: «Sí, Señor.» Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe.» Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!» Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.


Caminamos ya imparables hacia las fechas que anuncian el nacimiento, sea o no sea, de Jesús, pero vamos a hacerlo como lo hicieron los evangelistas, de lo primero a lo postrero, o desde la Pasión y Resurrección hasta el nacimiento. Y vamos a hacerlo así porque la lectura que realizaremos en estos próximos días debe encuadrarse en una opción de vida, y de vida nueva, como la de estos ciegos que recobran la vista, que no es un sentido cualquiera. Es decir, que comprendiendo que los evangelios quieren mostrarnos al Resucitado, al Cristo, podremos entender mejor por qué aparecen estos ciegos necesitados de vista, de una mirada diferente que será desde los ojos de la fe.
La consecuencia de la resurrección será la misma consecuencia para estos personajes, sentirán una imperiosa necesidad de proclamar lo que ha pasado, que hay una fe nueva que no puede verse a través de los ojos del mundo sino que necesita de una obra sobrenatural para comenzar a comprender la realidad un poco más acorde con la mirada de Dios, que es una mirada de compasión hacia una humanidad en muchos casos ciega. Por ello, al grito de ten piedad de estos ciegos, podemos unir la actitud de aquel publicano que se golpeaba en el pecho, o de aquel centurión que dice: no soy digno que entres en mi casa.

Pero la intención de Dios, de Jesús, ya es entrar en nuestra morada, en nuestra habitación interior. Ya saben que no somos dignos, que no vemos bien, y que al día muchas veces terminamos golpeándonos el pecho… La obra de Dios es que Cristo viene a hacer piedad con nosotros, no porque lo merezcamos sino por amor, y por ese mismo amor nos quiere enseñar una mejor forma de estar, de vivir, de relacionarnos con el mundo, la naturaleza y las personas. ¿Acaso puedo decirte yo indigno cuando tan siquiera lo soy yo?¿O puedo negarte la gracia cuando para mí ha sido un regalo?

Querría alzarme y gritar a las instituciones: tened piedad de nosotros. A la Iglesia, por cuanto deja fuera de la comunión a muchas personas, a muchos corazones; al gobierno, en tanto vive enclavado en el factor económico y no en el social; a los servicios, en tanto tantas personas han dejado de recibirlos (sanidad, agua, luz, gas…); a las potencias, en cuanto su mediación no sirve de nada; a los bancos, a quienes poco importa nada. ¿No hay piedad para nosotros en este mundo?¿Acaso la piedad sólo puede venir de arriba?
La piedad es un elemento que se vende caro en el día a día, pero que se sigue regalando desde el cielo. Necesitamos entender las Escrituras desde la resurrección, porque para este mundo necesitamos una mirada nueva.

Quizás mañana vaya a ventanilla y le diga al cajero: ten piedad; o me presente en Enher y también les diga: tengan piedad. Quizás me tomen por un loco, quizás me desprecien, quizás todavía se rían… Sin piedad en navidad volvemos a ser como José y María, que no encuentran su lugar en la posada y tienen que terminar acogidos entre las bestias.


Cada día hay un belén en algún lugar de nuestro mundo, de nuestra ciudad… porque las instituciones, los gobiernos, la banca, nos dice que no hay lugar en su posada.