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sábado, 30 de enero de 2016

MARCOS 4, 35 DESPIERTEN

Marcos 4, 35 - 41: Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»


Una vez, hace dos años ya, me dijeron que hay ocasiones en las que a Jesús hay que dejarlo dormir. Y hay que dejarlo dormir porque, de alguna manera, Dios ha puesto su confianza también en el ser humano. Es decir, que Jesús no viene a ser como una carta de misterio que podemos sacar cada vez que vienen las situaciones a nuestra vida, sino que Dios nos concede autonomía para que también sepamos solucionarlas nosotros mismos. Claro que Jesús prometió su presencia permanente, claro que tenemos la presencia de la gracia y claro que vivimos entre la actuación del Espíritu Santo, pero también tenemos que tener muy interiorizado que en la vida, también nosotros, debemos saber dar silencio.

Fíjense en cómo está el mundo, las cosas que ocurren, sus conflictos, sus tensiones, la falta de diálogo, o la exclusión, el clasismo, la xenofobia... ¿Acaso vamos a despertar a Jesús para que reprenda el mal en el mundo cuando también es algo que nos atañe a todos? Por supuesto que no. Cuando alguien dice que por qué Dios permite el hambre, la enfermedad, el dolor... podemos responderle con el trasfondo de este pasaje, que está en el ser humano la capacidad para reprender la tormenta, el viento huracanado, el hambre, las desigualdades... Quizás Dios venga a ser como ese Padre que espera a que sus hijos e hijas hagan lo debido, tomen las riendas de su vida, sus responsabilidades... Quizás haya un llanto amargo en el cielo, o quizás sea que el hombre y la mujer se han conformado, se han deshumanizado.

Por tanto, ¿no será que debemos, primeramente, despertar a la persona?

Despertemos! Cada uno despierte del sueño que lo atrapa, de ese sueño en el que lo más fácil es pedirle cuentas a Dios y estar aquí sin darle ayuda. ¿Acaso no necesita el Padre la ayuda de sus hijos y de sus hijas? Despierten, prosigan la lucha en favor de la humanidad, peleen la buena batalla contra la precariedad, la violencia, el dolor. Persigan la fe, pero persíganla con decisión, no como esperando que la gracia lo solucione todo, porque aquí no existe la magia y si alguna pócima, algún conjuro, algún encantamiento ayúdense para quebrarlo, porque quizás sí es que estamos hechizados, y ese hechizo nos haga dormir, incluso plácidamente.


¿Quiénes son estos que reprenden al mar y a las olas? Esta es nuestra premisa, la dirección de la comunidad, el deseo incluso de Dios. Pues son los hijos e hijas, los hermanos y hermanas de Jesús, aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra.

jueves, 28 de enero de 2016

MARCOS 4, 21 ACEITE EN LA LAMPARA

Marcos 4, 21 - 25: En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.» Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará con creces hasta lo que tiene.»


Este final de pasaje nos recuerda al relato de los talentos, de las minas. Es otro de aquellos avisos, o llamados, que hace el evangelista a su comunidad, a los cristianos de su tiempo para fomentar una vida de solidaridad, de servicio, de caridad: de gracia recibísteis, dad de gracia (también dirá en otros lugares), o sed misericordiosos como el Padre es misericordioso (del capítulo 6). Por tanto, sea en la oración, en la vida espiritual, en la comunión con los hermanos y hermanas o en la vida civil, un cristiano tiene que ofrecerse con otra medida, especial, que es la mida de Cristo. Y esta medida es para que el mundo la goce, la disfrute, la vea, la acoja, la desee... ¿Quién quiere que se esconda la luz?

Cada persona tiene un brillo especial, único, una luz que refleja a Cristo de muchas y diferentes maneras. Es de ley que todos estos reflejos de Cristo tengan espacio para iluminarnos, y mi petición para todos ellos es que no se escondan, no se arruguen, no claudiquen ante las crisis, los dolores, las decepciones... porque este mundo no va a soportar que tu luz, o que tu luz se apague, deje de iluminar. ¿Crees que no? Mira a tu alrededor, observa cuántas personas son beneficiarias de tu calor, de tu amor, de tu sonrisa, de tus palabras... la luz que generas es una prolongación de la gracia de Dios en Cristo, de su generosidad, de su calidad, de su delicadeza, sensibilidad, emoción... y esta luz es para todos.

No se si tendrás que buscar aceite, o limpiar la pantalla de tu lámpara, o quizás hacerle un empalme al cable que la conecta con la electricidad... pero hazlo, no dejes que nos perdamos tu luz, no permitas que dejemos de recibirte y no cedas en tu empeño por ser uno (o una) de estos locos de amor que hay en el mundo.


Termino, y no... no pienses que Dios viene a quitarte algo, o que va a dejarte sin nada. Esto no es así. Y si por algún motivo, por alguna circunstancia, terminas por gastar tu combustible, se agota la electricidad,o te quedas sin llama no te preocupes y pídele al Padre: pon aceite en mi lámpara. Y te pondrá.

martes, 26 de enero de 2016

MARCOS 3, 31 LA FAMILIA MESIANICA DE MARCOS

Marcos: 3, 31 - 35: En aquel tiempo, llegaron donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a Él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: "Ahí afuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan". Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: 'Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".


Desde lo que hallamos en el Nuevo Testamento, María aparece con una tarea única en la historia de la salvación. Situándonos en el punto de vista vital, o sea de la respuesta del hombre al plan salvífico, observamos en el mensaje neo-testamentario un reconocimiento de la función materna y ejemplar de María en la historia de la salvación, una actitud de alabanza a su persona y una acogida en la fe de su función maternal; estos elementos constituyen el fundamento bíblico de la presencia de María en la vida cristiana.

El kerigma primitivo, transmitido por los discursos de los Hechos (Confer. Hechos 2,22-26; 3,12-26; 4,9-12; 5,28-32; 10,34-43; 13, 16-41), se centra en la muerte y resurrección de Cristo sin ninguna referencia directa a María. Pablo, por ejemplo, alude una sola vez a la madre del Mesías, pero de forma anónima, sin preocuparse de la personalidad espiritual de la "mujer" que introdujo a Cristo en la raza humana (Confer. Gálatas 4,4) en una condición de kénosis, debilidad e impotencia.

La catequesis evangélica de Marcos está dominada por la polémica anti-judaica, en la que era preciso subrayar la insuficiencia de los vínculos carnales para heredar el reino de Dios. En este contexto habría sido imposible y contraproducente una exaltación de la madre de Jesús; por eso María aparece confundida en el ámbito del clan familiar hostil a Jesús.

Lucas, en cambio, supera la concepción biológico-natural de la maternidad de María, insuficiente para hacer entrar en el reino de Dios, proponiéndola como vocación y función salvífica acogida en la fe. El anuncio del evangelio (Confer. Lucas 1,26-38) es el relato de una vocación, de una elección por parte de Dios para una misión de salvación en favor del pueblo; lo mismo que Abraham (Confer. Génesis 17-18), María es llamada a un ministerio salvífico. Las frases "llena de gracia, el Señor es contigo" y "deja de temer, porque has encontrado gracia ante Dios" indican realmente la complacencia divina en María, escogida para una tarea de liberación, y la asistencia necesaria para llevarla a cabo. La elección de María afecta a su cualidad de madre del Mesías davídico. La maternidad de María hará posible ese reino.


Nosotros podemos acogernos a la interpretación más lucana, aunque de un modo u otro somos también herederos, o parte, de la familia mesiánica proclamada por Marcos. No obstante, al darle nosotros un papel más preponderante a la figura de María – Madre y Madre de todos los creyentes, nuestra humanidad nos hace más cercanos a situarnos en la vía del abrazo que en la del “desprecio” (por la sangre). Sea como fuere, hoy estamos ante lo fundamental de cualquier discípulo: Escuchar y poner por obra.

lunes, 25 de enero de 2016

MARCOS 16, 15 SIGNOS

Marcos 16, 15 - 18: En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»



La experiencia de la resurrección es algo sorprendente, tan extraordinaria que el evangelista nos tratará de explicar desde las apariciones, lo que aquello supuso de cambio en la vida de los apóstoles, y desde estos discípulos a nosotros (que hoy seguimos siendo testigos de aquella experiencia de vida). Dios, que es un Dios de vida, se erige por encima de los ídolos de muerte, de la cruz y se nos ofrece, se os quiere donar, a través de la palabra, del testimonio y de la vida de éstos, o aquello, que tienen el mandato de correr por el mundo anunciando la Buena Noticia, que Dios se ha acercado al ser humano para ofrecerle salvación.

Quizás para algunos los signos sean todavía visibles, puede ser que para otros existan otros signos nuevos. Sabemos que para unos los signos no existen y que, en cambio, hay otros que aguardan, como aletargados, a la espera de que surjan signos para este tiempo. Y sea como sea lo cierto es que todas estas cosas las podemos encontrar en la vida: testimonio de personas a las que Cristo transformó radicalmente, sanaciones... incluso si somos curiosos observamos estas “lenguas nuevas” bajo el paradigma del lenguaje del Amor.

Cuando alguien es capaz de llevar adelante estos signos, Cristo se vuelve a aparecer. Quizás no sea perceptible con los sentidos, puede que no sea un acontecimiento tangible, pero rayos que sí es otra aparición. Es otra manifestación del mandato de Dios al corazón de los hombres y de las mujeres para que trabajen para el Reino, para que promuevan la vida, para que extiendan esta Buena Noticia de misericordia, de acogida, de donación, de gratuidad... Entonces, amigos, hay que estar muy atentos para que nos se nos escapen más apariciones, para que cuando éstas sucedan seamos capaces de vivirlas con gozo, con júbilo, porque sucedió, sucedió otra vez aquello tan extraordinario.

W. Kasper dijo que lo que es verdaderamente crucial para el cristiano pasa por recuperar una nueva ingenuidad, una segunda ingenuidad, que nos permita volver a vivir la novedad del cristianismo en nuestra vida. La experiencia de la resurrección, en parte, también tiene mucho que ver con esta ingenuidad, porque pasa (innegablemente) por la acogida en nuestro corazón. Por tanto, ¿cómo cabrá en un lugar que se ha ido petrificando, endureciendo o insensibilizando? Como vimos, necesitamos volver a vivir ese episodio en el que nuestros familiares vienen con preocupación para llevarnos, pensando que estamos locos. Locos!


Cristo tiene más que ver con la “locura” que con la moralidad, con el atrevimiento que con el inmovilismo... Que nadie se deje morder por una serpiente, que nadie piense beber veneno, pero que todos deseen participar de estos signos, de esta Buena Nueva.

sábado, 23 de enero de 2016

MARCOS 3, 20 COMO AUTENTICOS LOCOS

Marcos 3, 20 - 21: En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discipulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.



Marcos nos va a situar muchas veces en una especie de distancia entre la familia carnal de Jesús y la verdadera familia del Cristo, que tiene un sentido más mesiánico. Marcos deja patente la incomprensión de los suyos, aquí lo tratan como a un loco, y más adelante veremos como Jesús replica aquello de que mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra. Hay, en los evangelios, una diferencia sustancial entre lo que escribe Lucas y lo que presenta Marcos: en Lucas hay una defensa de la familia del Cristo a pesar de narrar los mismos acontecimientos (viendo incluso el papel preponderante de María), mientras que en Marcos esta familia de la sangre sufre una connotación más despectiva por parte del evangelista.

En la vida hay locos, benditos locos y locos de remate. A los cristianos se nos llama locos porque creemos en el evangelio de un Dios hecho hombre que muere y resucita, pero es que en realidad somos un pueblo que vive en esperanza, en esperanza de otra locura, que es la segunda venida. Esta espera esperanzada nos lanza a una segunda locura, que es una locura bendita: el Amor, el amar a los demás como Dios nos ama a nosotros, y esto no nos viene como impuesto por una doctrina, o como sugerido por alguna norma, pues ¿acaso el amor puede ser un mandamiento? No, por supuesto! El amor es algo que nace del corazón, del interior, y podríamos decir que nuestro interior es el lugar de encuentro entre nuestro ser y la presencia del Espíritu Santo, bendita locura!

Después están los locos de remate, que para este mundo nuestro son todos aquellos que son demasiado buenos, que han prescindido de las inquietudes materiales del momento, que ejercen su vida como en donación, que viven desde la gratuidad, que son parte de una comunidad de vida y que, por encima de todo, viven una singular realidad de encuentro entre lo que podríamos llamar como plenitud de los tiempos y la propia historia de la humanidad, la de los hombres y las mujeres. A estos locos de remate les han llamado de todo, los han excomulgado, perseguido, ninguneado, atribulado... y aún cuando quedaron al amparo de Dios, su locura, su tremenda locura, termino en una experiencia preciosa.


¿Si prefiero que vengan a buscarme mis padres, o mis hermanas, o mis parientes para llevarme a la fuerza porque lo dedico todo al ser humano? Que vengan! Que me lleven! O que me pongan una camisa de fuerza, me ingresen en un psiquiátrico y traten de atiborrarme a pastillas que uno, cuando es un loco en Cristo, siempre es loco.

viernes, 22 de enero de 2016

MARCOS 3, 13 TEJIENDO GRUPOS

Marcos 3, 13 - 19: En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios. Así constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges –Los Truenos–, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Celotes y Judas Iscariote, que lo entregó.


Cuando se constituye un grupo, como este entre Jesús y los doce, se comienzan a entretejer relaciones, sentimientos, amistades y, sobretodo, amor. Así lo vivieron estos elegidos y así también lo vivimos nosotros cuando en la vida vamos conociendo a los que son compañeros de viaje, amigos y amigas que nos acompañan, nos escuchan, nos aman y comparten con nosotros esta bella experiencia de la existencia. Por tanto, este llamado de aquellos que hacemos nuestros compañeros tiene que ver con el deseo, no sólo de compartir la vida, sino de mostrar nuestra intimidad, nuestro corazón.

Después cada uno de estos amigos y amigas tendrá su caràcter, aquello que lo hace más propio, tendremos a personas que serán hijas del trueno y a otros que, también, jugarán este papel tan odiado de Judas pues, como en la diversidad de la vida, dentro de nuestros círculos habrá con quienes se tejerá una amistad duradera y profunda y con quienes nos cruzaremos episodios de ruptura, o malos entendidos. Aún con ellos, como nos enseña Jesús, y sabiendo que ocurrirá nuestro cometido es seguir amándolos, sí! Incondicionalmente.

Claro, alguien dirá que el amor (por cuanto es propio de cada uno) puede darse y quitarse, que hay veces en que dejar de amar está justificado, que si fíjate qué me han hecho, cómo me han tratado… Pero lo más propio del amor es que nunca deja de ser (como dirá el apóstol Pablo). Nunca se agota, siempre es fiel. Si creemos que no, busquemos en nuestro corazón la profundidad de la relación que me unía con éste o ésta que he roto, porque si siento dolor (y lo siento) es porque la vida nos liga al amor, y no al odio.

No podemos gustar a todos, no podemos hacer, pensar o actuar como a otros les gustaría, el mundo es un lugar de diversidad, de encuentro entre lo diferente, y ahí está lo extraordinario de todo y que, de nuevo, nos lleva a Dios: el mundo es un espacio de gratuidad y de acogida en el que, nos encontremos o no, todos somos compañeros, todas somos compañeras.

Cristo nos llama hoy a reconocer a la persona que tenemos al lado, a la que nos cruzamos por la calle, a la que se sienta en la otra mesa en la cafetería o a la que corre calle abajo para coger el autobús. Y nos invita a llamarla, a elegirla, a conocerla y a sumarla entre nuestros compañeros. Quizás no como uno de estos doce más íntimos, pero sí en cuanto hermano o hermana amada.


Que sepamos, en la vida, tejer grupo, familia, amistad.

jueves, 21 de enero de 2016

MARCOS 3, 7 TU ERES EL HIJO DE DIOS

Marcos 3, 7 - 12: En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.  Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.



El evangelista nos va a dar dos pistas de lo que está ocurriendo con Jesús en esta primera etapa de su vida pública en Galilea. Si bien los ángeles, satanás y los demonios reconocen a Jesús como Hijo de Dios, la actitud del Cristo es hacerlos callar. Esto es, que el conocimiento de su filiación divina está velado del conocimiento humano y ésta verdadera identidad va a tener que ser revelada ya en la resurrección, cuando verdaderamente los discípulos podrán mirar atrás en el tiempo para reconocer al Mesías, a nuestro Mesías si más no. Toda la obra es una preparación para mostrarnos la identidad de este siervo, que se humilla y que se hace en todo obediente al Padre para finalmente mostrarnos que aquel Jesús, que no encontró hueco en su propia tierra, es el Hijo de Dios.

Nuestro camino de fe, hoy, quizás nos permite comprender con más facilidad esta idea del Siervo que chocaba con la mentalidad y la esperanza político – libertadora de aquellos judíos. Pero nos reclama hacer un itinerario de acogida y de asunción de la divinidad y de la humanidad, que no van por separados sino que se unen misteriosamente en la experiencia de Jesús y en la nuestra, luego. Por tanto, deseamos comprender a este Siervo porque, de un modo u otro, también lo somos nosotros mismos, siervos.

Si el evangelio nos hubiera presentado al Hijo de Dios como Hijo de Dios, probablemente habría dejado muy de lado este misterio de la encarnación, de la humanidad y la forma en la que Dios quiso encontrarla. Y nosotros no profesaríamos esta fe preciosa que habla del Amor de los unos con los otros y quizás estaríamos practicando más un ascetismo, sumidos en un limbo extático o contemplativo.

Hacer callar tiene una importancia crucial, la humanidad de la divinidad queda absolutamente asumida en la encarnación. El Hijo de Dios, igual al Padre en su divinidad, es un verdadero hombre como nosotros, con una voluntad y libertad plenamente humanas como las nuestras, capaz de obedecer, de aprender, de adorar… De esta manera, ni el Hombre es disminuido por Dios, ni el Hombre debe rebajar a Dios y negar su absoluta trascendencia para afirmarse a sí mismo. Este hacer callar sirve para dar fuerza al misterio del encuentro, porque no es sólo que Jesús sea Hijo de Dios, sino que también es Hijo del Hombre.

A Dios nunca nadie lo ha visto, ni nadie lo conoce. A Dios lo vemos y oímos en Jesús, y hoy en los sacramentos de la Iglesia. La vida cristiana, pues, consiste en revivir la historia de Jesús y su relación humana con el Padre, de forma que, compartiendo con Él su adoración al Padre, su obediencia, su entrega, alcancemos la plenitud de nuestra vida que es la unidad y comunión plena con Dios.


El Dios que el hombre busca y nunca puede alcanzar se nos ha dado totalmente en la humanidad histórica de Jesús, en su vida, en sus gestos, en sus palabras...

lunes, 18 de enero de 2016

MARCOS 2, 23 ARRANCANDO ESPIGAS

Marcos 2, 23 - 28: Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas.  Los fariseos le dijeron: «Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?» Él les respondió: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.» Y añadió: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado.»



La historia de la religión, con Jesús, llega a un punto de ruptura respecto de la tradición de su época. Con Jesús, Dios sale al encuentro del ser humano y no sólo el Padre sino que también el ser humano sale para acoger a Dios. Es un nuevo Éxodo que sale del campamento, del tabernáculo, para instituir un Templo viviente en cada una de las personas que reciben la Palabra de Vida. Por tanto, también es momento para reivindicar que la mujer y el hombre son la gloria de Dios (como se acuñaría siglos más tarde por los Padres de la Iglesia). Y aunque el evangelista está más por defender el nacimiento de la familia mesiánica en Marcos, nos deja esta pincelada en favor nuestra, que la Ley no someta las necesidades del ser humano.

Bien, es una reivindicación atemporal, que vive en cada generación porque en cada siglo hay situaciones en que las personas nos hemos dejado invadir por la Ley, o por las normas, o por el contexto... Todo acontece, a veces, en un clima de permisividad para el violador de los derechos humanos pero de reprensión para la persona que, aún necesitando, debe convertirse en transgresora. Así, aunque instaurados en el denominado “estado del bienestar” (tendríamos que matizar), vemos que en los márgenes de la vivencia sigue habiendo quien trata de arrancar espigas para paliar su hambre y quien le reclama con una denuncia.

El ser humano es señor del sábado, cuando el sábado significa la Ley (prefigurada en el Sabbath). Esto es, que no hay regla capaz de limitar o de anular la condición humana cuando ésta siente hambre. Y aquí el hambre es ese apetito de cambio. Las espigas que se arrancan son los límites de lo que nos dicen las instituciones, la jerarquía, las reglas o lo que supuestamente está bien (y es correcto). Para nosotros este apetito puede implicar un cambio de gobierno, de sistema judicial, de política, un deseo de acercamiento de aquellos a quienes se les niega la eucaristía... Porque para cambiar las cosas en la vida, como para triumfar, hay que tener hambre (como David).

Después nos encontraremos con los fariseos, con los maestros de la Ley, o con los discípulos de tal o de cual... como siempre en la vida.


Pero el sábado se hizo para la mujer, para el hombre. Y si ese trigo es la eucaristía, que vengan los de Juan, o que vengan las clases sacerdotales, o los reyes, que a nadie se lo tienen que impedir. 1) Que no dificultemos jamás el hambre o la sed de Cristo y 2) Que abramos nuestros campos, nuestros espacios de siembra, permitiendo que cojan, que coman... sean árabes, judíos, griegos, o personas de cualquier tipo y condición.

MARCOS 2, 18 ODRES NUEVOS

Marcos 2, 18 - 22: En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?» Jesús les contestó: «¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.»


Jesús marcaba un tiempo diferente entre sus contemporáneos cuando explicaba la forma de comportarse estando todavía Él presente y, después, en su ausencia, en el tiempo en que sí ayunarían sus amigos. Pero este tiempo que marca territorio de conductas derivó para nosotros en otro tiempo más gracioso en el cual si bien podemos ayunar, debemos hacerlo con una especial alegría, porque todo temor, toda duda... ha quedado resuelta en la experiencia de la resurrección. Por tanto, estaría bien que hoy nos hiciéramos nosotros esa misma pregunta que le hicieron a Jesús: ¿acaso podemos ayunar nosotros, amigos del novio, sabiendo que Jesús está con nosotros?

Hay actitudes, formas de espiritualidad, actividades religiosas que tienen un peso grande en la vida del creyente. No siempre son formas que puedan definir la acción de Dios, sino que muchas veces son tan sólo tipos de ascesis que requieren del ser humano un grande esfuerzo para alcanzar algo que, definitivamente, es gratis y se derrama a todos. Hay trabajos, opiniones, oficios, liturgias, sermones... que rayan estrepitosamente en el pasado, en otra época. Parece como si viviéramos un tiempo en que la Iglesia se ha dividido en odres viejos y en odres nuevos, con el riesgo que supone para ambas posturas la posibilidad de rotura, de escisión, o de perderse.

 Los hay que viven bajo el paradigma de la cruz, bajo la tensión del pecado, bajo la idea del esfuerzo y del sufrimiento; en cambio hay otros que viven desde la esperanza de la resurrección, con gozo, con la esperanza de que las situaciones difíciles son para superación; algunos viven con voluntad de cerrazón, como en comunidades herméticas; otros lo hacen en la sociedad, conviviendo con las mujeres y hombres con quienes comparten suelo, camino, vivencias, miedos y victorias. Hay, por tanto, un segmento de odres viejos y otro de odres nuevos, como hay liberales y rigoristas, progresistas e inmobilistas, pastores y curia.

¿Y quién va a saber poner el remiendo?¿Quién se aventurará a poner el vino nuevo en odres viejos?¿Quién aceptará cargar con la rotura?


A vino nuevo, odres nuevos nos dice el evangelista. Quizás este vino haya que ir echándolo poco a poco, con cuidado para no quebrar o perderlo, pero hay que hacerlo, es necesario empezar a llenar los odres de vino nuevo, de sensibilidades nuevas, de gente nueva, de amor nuevo, de misiones nuevas... Y finalmente, podamos decir aquello de que el vino nuevo ha salido como el mejor añejo.

domingo, 17 de enero de 2016

JUAN 2, 1 LAS BODAS DE CANAAN

Juan 2, 1 - 11: En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino.» Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.» Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga.» Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.»  Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.



La vida es un un don tan hermoso, tan colosal y tan del agrado de Dios que, como leemos en este pasaje, tiene que ser celebrada. En este pasaje el hombre y la mujer que se casan simbolizan la unión más allá del matrimonio civil, del matrimonio de la humanidad, de su deseo de convivencia (hombres y mujeres de todos los tiempos). Por tanto, y ya desde el principio del evangelio, Juan nos quiere mostrar el vículo especial, y vivo, entre tres realidades que se quieren complementar: Jesús, María y los hombres y las mujeres. Encaminando hacia una misma dirección, hacia un encuentro, lo que nosotros conocemos por plenitud de los tiempos y la historia misma de la humanidad, hallada por el misterio de la encarnación y, hoy, perpetuada en tu historia, o en mi historia.

Es decir, que desde el inicio de los tiempos y desde el Plan de Dios existía ya una voluntad de celebración del Padre, en el Hijo. Y que esta voluntad celebrativa tuvo, después, prolongación en el ser humano como imagen de Dios mismo, por lo que nosotros hoy seguimos colaborando en este deseo eterno de encontrarnos en un clima celebrativo, sea en la eucaristía, sea en el culto, sea en la oración, sea en la vida misma.

Para ello, el evangelista nos sitúa a María, como paradigma de la colaboración, de la unión, de la cooperación con Dios, en Cristo. Ella, como Madre, nos muestra esta posibilidad de participación para que la fiesta no se agote y llegue al ser humano. ¿ Cómo nosotros, siendo hijos o hijas, no vamos sino a desear participar como cooperadores en esta fiesta de Dios? Sea como individuos, como comunidad, como iglesia... tenemos en María un arquetipo de esta voluntad de proseguir el plan salvífico de Dios que, no podía ser de otro modo, termina en fiesta.

Por tanto, y termino, de entre todos los llamados que tenemos como discípulos, como seguidores, o como creyentes está este de llevar adelante la fiesta en el mundo, y ello implica celebración, unión, fraternidad, solidaridad, amor y ganas de pasarlo bien, pero de pasarlo bien en su sentido de plenitud (no como algo superficial o temporal). Así que háganme el favor de prepararse, de arreglarse, de juntarse y de disponerse a celebrar esta fiesta que no sólo se inicia con un buen vino, que es el sabor de la vida humana, sino que aún tiene reservado uno mejor, que es en la vida en Cristo.


Feliz Domingo.

sábado, 16 de enero de 2016

MARCOS 2, 13 A MIS PUBLICANOS

Marcos 2, 13 - 17: En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: «¡De modo que come con publicanos y pecadores!» Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»


Del texto de Marcos podemos extraer una consecuencia directa cuando Jesús llama a los discípulos, que lo siguieron inmediatamente, que dejaron lo que estaban haciendo. Este es el caso de Leví, quién además prefigura a todo un segmento de población que no contaba con la simpatía del pueblo judío al considerarlo amigos del Imperio y que, además, cuando les era posible practicaban una cierta usura. Con Mateo podemos ver cómo el mensaje del Reino se abre hacia aquellos que, de un modo u otro, parece que no se lo merecerían. En tiempo de Jesús sólo los justos contaban con el favor de Dios, sólo los que cumplían la Ley (y por tanto la voluntad de Dios) podían establecer una relación cordial con Dios. Jesús, que rompe tantas barreras, ahora destruye una que marcaba la relación entre el creyente y el Padre, acercando a Dios a todo el mundo, sea mejor o peor, bueno o malo, justo o injusto.

Sabiendo esto, y para cualquier persona que quiera ser discípula de Cristo, lo más importante que deberíamos traer al corazón y que es lo que más nos cuesta, sería llevar el evangelio a aquellas personas que no son de nuestro agrado, que nos caen mal, que nos han hecho alguna jugada, que piensan diferente, o que simplemente no nos dan ninguna confianza. ¿Complicado, verdad? A mi, por lo menos, me supondría realizar un profundo y dificilísimo RESET personal y ontológico. No se si estoy preparado para acercar el evangelio a mi enemigo, y tampoco se si en el caso de poder hacerlo sólo sería por obligación, no de corazón, transmitiéndole una Buena Noticia sin alma, sin fundamento, sin Cristo (en definitiva).

Soy consciente que cada día dejo pasar una oportunidad única de participar de la gracia y de la bondad de Jesucristo que quiere alcanzar a todo ser humano, y que mi falta de confianza en su Palabra se traduce en esta concepción que aún tengo de los que son buenos o malos, los amigos y los enemigos. Y verdaderamente quisiera vencer este clasismo, atravesar la hondura de la condición humana para hacerme más próximo a la experiencia de la acogida cristiana, pero quizás sea que me lleva tiempo, todavía me hallo en medio de conflictos que me acercan a unos y me separan de otros.

Mi mesa está preparada, cada día está puesta para compartir el pan y el vino, y con quienes me siento a comer vivimos en una felicidad y en un gozo tan grandes, porque nos sentimos salvados. Pero hay una oscuridad que reina en mi mesa, de la que me doy cuenta, a la que temo acercarme, quizás por dolor, quizás por precaución, pero no está bien y debo vencer ese miedo. ¿Qué de mi salvación si no soy capaz de acercarla a los que rechazo?¿Quién yo para negarles a Cristo?


Quisiera aprender, rápido! a ser valiente, decidido, honesto.

jueves, 14 de enero de 2016

MARCOS 1, 40 SI QUIERO

Marcos 1, 40 - 45: En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.


Tengamos presente algo que es verdaderamente importante, que Jesús, que Dios, quiere limpiar al ser humano, a toda persona, sea quien sea, haya hecho lo que haya hecho o padezca la enfermedad que padezca. Así, mientras nosotros seguimos separándonos, arrinconando a personas por su condición, o porque no nos caen bien, o porque nos molestan, o porque piensan diferente..., debería resonar en nuestro corazón un deseo de, dándonos cuenta de lo que hacemos, alzar la voz y pedirle también a Jesús que nos limpie, que nos limpie de prejuicios, de primeras impresiones, de malos entendidos, de toxicidades... Hoy, por tanto, recuperamos esa màxima del cristianismo que nos dice que Dios se ha acercado en Jesús para que nosotros, hoy, seamos también personas de proximidad.

Por supuesto, es algo que debemos hacer en vida y sin esperar más, porque cierto es que en este mundo no hay mayor separación que la provoca el propio ser humano. Quizás el ejemplo más cercano sea la caída del muro de Berlín, que en su día representó también la caída de los muros humanos de la incomprensión, del conflicto, de los diferentes pensamientos que se aunan en la población, porque hay libertad.

Jesús también quebró muchos muros, como el alemán, pues nuestros separatismos resultan atemporales y aunque cada generación los vive en un determinado marco, finalmente no hacemos sino repetir ese mismo patrón que en Palestina, hace más de 2000 años apartaba a los leprosos de los pueblos y los confinaba a vivir separados y con una especie de campanilla que debían agitar para que se supiera que estaban enfermos. ¿Y hoy? ¿A cuántas personas seguimos hoy obligando a declarar su enfermedad?¿A cuántos ponemos un cascabel, o damos un timbre, para que sepamos lo que son?

Nos queremos fijar tanto en lo que son los demás que nos olvidamos de que todos, todas, somos Amados, Amadas, de Dios. ¿No seremos demasiado necios que no nos damos cuenta?¿Qué podrá decirnos Dios, después de una vida, cuando nos muestre cómo apartábamos a las personas, cómo les impedíamos llegar al Padre? Ni por más piedad, ni por más misas, ni por más caridad, ni por más sacrificios... misericordia! Es todo lo que nos pedía Jesús: misericordia! Porque así como lo hizo Él nos enseña a nosotros, que no seamos causa de ninguna otra cruz, que no carguemos al ser humano con otro madero sino que más bien ayudemos a llevar la carga, la enfermedad, la circunstancia y que acerquemos a Cristo, como puentes entre vidas que habían quedado aisladas.


Ser una comunidad de puertas abiertas es ser también una comunidad que como Jesús diga al mundo: QUIERO, SI QUIERO.

martes, 12 de enero de 2016

MARCOS 1, 21 HABLAR CON AUTORIDAD

Marcos 1, 21 - 28: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.» Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.



Estando en este primero de Marcos, venimos de una etapa en que la voz de Dios había quedado velada, escondida, silenciosa hasta el momento de la encarnación, cuando haciéndose Dios hombre esta Palabra adopta un rostro y vuelve a ser audible, reconocible para nosotros. No nos sorprenda por ello la exclamación de aquellos contemporáneos que escuchan asombrados la calidad y la autoridad de las palabras de Jesús, de sus enseñanzas, pues estamos regresando a un marco en el que aquella Palabra de Dios que había quedado arrebatada, regresa a los oidos ya no como un recuerdo, como algo que incluso se iba diluyendo sino como un punzón en el corazón, allí donde resuena verdaderamente la vida.

Una Palabra que es capaz de atemorizar a los demonios de la vida, las opresiones que nos acompañan, que nos someten, que nos paralizan. Es el eco de Dios por excelencia, pues es la única Palabra que tiene capacidad por ella misma de ser reconocida por encima, sobre otras resonancias, otras voces que desean tener potestad en el ser humano. Jesús viene con autoridad, Jesús es suficiente para cambiar una vida, para transformar un corazón. Esta autoridad nos reclama darnos cuenta de ¿quiénes somos?, de ¿cómo estamos?

El pasaje de hoy nos muestra a un grupo de personas que asisten atónitas a esta declaración de poder de la Palabra, a su autoridad, y decubriéndola ya no tienen necesidad de acudir a las referencias, a lo que se dice, a las interpretaciones de los Maestros de la Ley. Esta Palabra tiene suficiente autoridad para llegar a lo profundo de mi ser, a lo más hondo de mi vida para hablarle directamente de Dios y para que el Padre entre en diálogo conmigo. Y saber quién soy, y qué hago: que soy Hijo y, además, soy amado.

Hay palabras que nos vienen de muchos lugares, de prensa, de radio, de internet, de televisión. Palabra de promesas, palabra de opresión, palabra de conflicto... Y todas ellas vienen constantemente para tratar de interpelarnos, para intentar convencernos, para posicionarnos... Pero sólo hay una Palabra que es capaz de hablar a nuestro corazón con verdad y autoridad, con generosidad y amor, fraternalmente, como un Padre a una hija, o a un hijo.


Escuchemos a Dios antes de escuchar al mundo, hagámonos prontos a su voz antes de a la voz del mundo. Y que siendo sensibles a la voz del Padre descubramos cómo ve Él el mundo, deseando participar nosotros de esa visión de Amor.

lunes, 11 de enero de 2016

MARCOS 1, 14 PESCADORES EXIGENTES


Marcos 1, 14 - 20: Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él


En el evangelio de Marcos, la figura del discípulo tiene un papel fundamental y, junto a Jesús, cosntituye el núcleo más importante del mensaje de la Buena Noticia. No sólo necesitamos el mensaje de Jesús, sus milagros, sus gestos, su sacrificio... sino que también a todas esas mujeres y hombres que constituyen el grupo de seguidores del Cristo, los Hijos e Hias de Dios que descubren cómo en su vida, existe una vocación a este llamado de ser pescadores de personas. ¿Y qué conlleva este llamado? Pues además de lo que se puede decir, conlleva también un componente de apertura, de aceptación y una actitud generosa que no juzga al hermano o a la hermana que se halla como un pez, inmersos en el mar de la vida.

Claro, uno no puede embarcarse en esta aventura como pescador si cuando consiga llenar sus redes, después, se dispone a seleccionar lo que sirve de lo que no sirve, el que puede ser salvo del que no, aquel que tiene mejor disposición y el que no, el justo del injusto, echando nuevamente al mar al divorciado, al homosexual, a la lesbiana, al rigorista o al liberal... cosa que lamentablemetne, en muchos lugares, se viene haciendo y así logramos que los peces, cuando ven llegar las barcas y echar las redes, salgan corriendo, se escapen del lugar y esquiven los esfuerzos de los pescadores.

Después podemos preguntarnos dónde van nuestros esfuerzos, la dedicación... o dónde cae el mensaje, el consejo, la invitación... pues cuando llegamos a puerto, llegamos con las manos vacías y cada vez más cansados (y con menos recursos). Fíjense cómo están muchas parroquias, fíjense en las catequesis, o en los grupos de confirmación, o símplemente en quienes eligen a Cristo como modelo de vida. Y aún así, ¿Cómo es posible que sigamos eligiendo, seleccionando o midiendo la pesca? Parece que gran parte de la sociedad ha quedado destripada y devuelta al mar, como si tanto diera.

Creo en los esfuerzos que se hacen desde las sedes, desde algunas instituciones, desde grupos de personas conscientes de la necesidad de apertura, de acogida, de solidaridad, de celebración que hay en el mundo. Creo que, juntos, podremos volver a darle sentido a la importancia que para Marcos tiene el papel del discípulo, que es el de acoger, vivir, ayudar, educar, acompañar, escuchar, reír, consolar, compartir... con los demás, con estos peces que no importa qué son, quién son, cómo son.

Ver la realidad desde los ojos de Dios, dejarnos interpelar por la Palabra de hoy, recuperar para el mundo una visión más evangélica, viendo en el otro, en la otra, la obra del Padre, también amada, también querido.

Pesquen, que vuelva la alegría al puerto.

domingo, 10 de enero de 2016

LUCAS 3, 21 UNA VOZ DEL CIELO

Lucas 3, 21 - 22: En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»


Para Lucas será crucial el presentarnos a Jesús como el Hijo de Dios. Si nos fijamos en la lectura, veremos las constantes referencias que el evangelista hace a la filiación divina del Cristo, sea a través de la epifanía, o de los demonios, o de satán en las tentaciones... Si eres Hijo de Dios, Tú eres mi Hijo... como también leeremos en la transfiguración, o incluso ya a pies de la cruz. Por tanto, lo verdaderamente importante del bautismo de Jesús podríamos situarlo en esta esfera en la que el autor quiere presentar a un Hijo, que lo es desde su concepción, como también leemos en el evangelio de la infancia.

Lo importante aquí es poder ver estos condicionantes que nos indican la peculiaridad del Jesús, quien siendo bautizado tendrá esa visión del Espíritu descendiendo en forma de paloma. ¿Acaso dice el evangelista que lo viera alguien más que sólo Jesús? ¿O alguien más escucha la voz del cielo? No, claro, es un pasaje absolutamente cristocéntrico. La intención del autor es presentarnos al Siervo de YHWH, el Hijo de Dios. Por tanto, nos hallamos delante de lo que será la clave de lectura de todo el evangelio de Lucas.

A veces olvidamos que el evangelio es una fuente de pedagogía más que válida, incluso para nuestro tiempo. Siempre he creido en la importancia de la buena lectura de las fuentes, en la necesidad de la hermenéutica, en la comprensión de los textos y desde una correcta estructura interpretativa conseguir llevar el evangelio al corazón (aunque yo, muchas veces, haga al revés, llevando primero el corazón al evangelio y no al revés).

Sería precioso hablar, hoy, de cómo nosotros mismos podemos escuchar, también, esa voz del cielo que nos ofrece participar de la misma vida divina del Cristo en Dios. De un momento trascendental para la vida de cualquier bautizado, cuando es consciente que el Espíritu Santo llega a su corazón... Y podríamos hablar, pero nos alejaríamos del evangelio. Y sería bonito, y nos llenaría de gozo, pero nos apartaríamos de la Palabra, del mensaje, de la intención del autor... haríamos un evangelio de bolsillo. Hoy no será el caso. La hondura y la profundidad en los evangelios no hay que buscarlas en la iluminación sino en las fuentes, en los textos, en el sentido hermenéutico y, después, en el corazón a través de la experiencia, de la oración y de la vida misma.


Que en este año que empieza podamos comprender la necesidad de huír de los fanatismos, las fábulas, los cuentos, y las interpretaciones personalístas, egoístas, clasistas, o retrógadas de la Palabra de Dios que, muy a nuestro pesar, todavía sigue usándose para romper pueblos, justificar ataques, conseguir beneficios o, lamentableente también, para evitar a las personas a llegar a la Eucaristía. 

sábado, 9 de enero de 2016

MARCOS 6, 45 VIENTO Y OLAS

Marcos 6, 45 - 52: Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago, y Jesús, solo, en tierra. Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario, a eso de la madrugada, va hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado. Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.» Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender.



Qué bonito sería si este año todos y todas adoptáramos esta actitud de Cristo, quien bajando de la montaña de orar acude a los suyos con un mensaje esperanzador: “no temáis”.

Claro, en un mundo agitado, lleno de dificultades como esas olas del mar que golpean en la barca y que muchas veces nos agotan, y que nos hacen trabajar y trabajar sacando hacia fuera cubos y cubos de agua para no naufragar, nos es necesaria la participación de estos amigos y amigas, que como Jesús, vienen al tiempo para traernos un mensaje de paz, de tranquilidad, de solidaridad: “no temas, que vengo a ayudarte”.

Todos sentimos ese temor en algún momento de nuestra vida, cuando toca enfrentarse a situaciones comprometidas, y todos necesitamos ayuda, porque hay momentos en los que uno solo no puede. Cuando como individuos, o cuando como comunidad, nos unimos a esta actitud de Cristo de socorrer, de aliviar el temor y de infundir seguridad, estamos afianzando a un hermano o a una hermana en la vida y estamos sosteniendo la fe, y este es el trabajo de cualquier cristiano, hacer de bastón sobre el cual alguien puede sujetarse cuando lo necesite y así, cuando no sea posible ver a Cristo, porque nos quede muy lejano, o muy abstracto, para lo que sucede en la vida, sí sea posible ver al hermano, que comparte con nosotros la dificultad.

A veces se trata también de estar atentos, de ser vigilantes, como atalayas, desde nuestros propios montes, que son el lugar desde el que podemos ver la vida con los ojos de Dios. Desde ese lugar elevado muchas veces conseguiremos ver la necesidad o las necesidades de nuestro alrededor, y desde la oración alcanzaremos esa palabra que nos permita acudir en ayuda diciendo:”no temas”. Por tanto, este pasaje nos permite comprender que toda la ayuda que podamos prestar a cualquier persona debe venir de un espacio de oración desde el que viendo la vida con la perspectiva del Padre, podremos sosegar, auxiliar, socorrer, ayudar, apoyar, o acompañar a cualquiera que se halle en una situación en la que la tormenta ponga en peligro su barca, su travesía.


Para amainar el viento, primeramente hay que calmar el temor. Es decir, que para enfrentarse a la vida, primeramente hay que encontrar el sosiego y la paz, la paz que nos aporta Cristo. Que podamos hallar ese momento de oración que nos aporta capacidad, o que podamos llevarlo a los demás, cuando sea necesario.

viernes, 8 de enero de 2016

I JUAN 4, 7 NACIDOS DE AMOR

I Juan 4, 7 - 10: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.



Esta mañana me levanté viendo el video en el que el Papa Francisco hacía un llamado a la oración y a la comprensión de que, seamos de la religión que seamos, todos somos nacidos, hijos o hijas, de Dios. Y si algo tenemos todos en común siendo de Dios es el amor, que todos creemos en el amor, porque Dios y amor, como dice Juan, van inseparablemente juntos, como en una unión irrompible que tiene su zénit en Cristo, para nosotros los cristianos. Pero sea como sea, y buscando puntos de unión entre personas, pueblos, religiones, civilizaciones, culturas... ¿Quién no ama?

Quizás exista alguien que no sea capaz de amar en toda la Tierra? No creo, pues incluso en la persona más mala, más perversa, existen resquicios de amor. Y esto es una herencia que no es nuestra porque ya nos viene dada desde que se nos otorga el don de la vida. Ser viviente es por amor así como nacemos para amar y ser amados. Aunque, por supuesto, en este mundo existen condiciones de desamor, de ruptura, de llanto, de dolor... pero que no vienen dados sino que se presentan como añadidos según el modo de vida, las personas que nos encontramos, la sociedad en que vivimos, la necesidad, las guerras... Y a pesar de ellas, siguen habiendo pruebas de amor.

Hoy en día nos sensibilizamos a través de la violencia, porque el conflicto a pasado a acompañar nuestras vidas como algo cotidiano, normal, y ante lo que no se puede hacer mucho. Asistimos atónitos a las circunstancias que abarrotan este nuevo siglo, incluso llegamos a sentirnos desengañados porque aquellas asociaciones que empezaron por ayudar, hoy son multinacionales con empresarios y ejecutivos que cobran sueldos verdaderamente impactantes. Murieron algunos fundadores y sus continuadores arrojaron la semilla del amor para rendirse al dinero y al bienestar, y no podemos seguir viviendo con esta asociación a las cosas que no perduran porque tenemos una huella mejor, una fragancia más intensa, en el amor.

Entonces, de todo lo malo podemos sacar lo mejor, porque esto mejor ya existía antes de que se nos añadiera dolor. De lo que nos separa, nos provoca, nos irrita o nos hace codiciar tenemos una razón mejor capaz de arrancar cualquier costra u oposición, rencor, envidia... y esto nos es dado, como la vida, porque el Padre nos ama, porque somos engendrados de amor.


No es fácil encontrar ese camino de regreso a lo que somos en esencia, pero la distancia no es tan larga. Todos tenemos dificultades, más grandes o más pequeñas, pero todos somos sabemos amar. Aprendamos de esta clave con la que Dios nos hace, de este don que nos coloca, de esta herramienta que sirve para forjar vida y oremos, como nos piden, y que venza el amor.

jueves, 7 de enero de 2016

MATEO 4, 12 UNA LUZ GRANDE

Mateo 4, 12 – 17: En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» 


La conversión está asociada al Reino de Dios, como la resurrección también depende de nuestra acogida en el corazón. Es decir, que para creer, o para convertirse, es necesario dejarse alcanzar y hay que tener en muy en cuenta esto para ser conscientes que esta realidad del Reino pasa, ineludiblemente, por la vida, por las personas... o por las actitudes, disposiciones, pensamientos, actos que surgen en nuestra vida. ¿Es, pues, la conversión cosa de un día? Probablemente no sino que es un proceso, un camino de maduración o como queramos llamarlo porque nunca es igual, jamás tiene la misma intesidad o repercusión, el como acogemos hoy, o acogimos ayer, o acogeremos mañana a Dios en nuestro corazón.

Cada siglo ha traido consigo una nueva interpretación del mundo, de la sociedad, de la economía y, entre otras de la religión (como expresión de la manera en que queremos dar un significado a nuestra fe). La conversión, la forma de convertirse, también. Entonces, a pesar de que el Reino de los cielos se acercara ya en Jesús, hace muchos siglos, la forma en que pensamos, recibimos, amamos, experimentamos, reflexionamos o sentimos esa presencia cercana de Cristo ha ido evolucionando. Sí, Dios sigue siendo Dios, pero el ser humano ha cambiado y la forma por la que acceder a Él también.

Creo firmemente que la sociedad, que el mundo y el ser humano de nuestros días vive necesitado de conversión, pero no de esa conversión arcáica, obsoleta, que sujeta al vivo a la religión sino en una conversión real, “de toque”, que nace de la experiencia de la luz que brilla en la oscuridad y que nos permite ver nuestra vida desde una perspectiva de reflexión, de proximidad, de solidaridad y de amor. Sí, podemos salir a las calles a gritarle a la gente que se convierta, ¿pero de qué?¿para qué?¿por qué? ¿No vale más la pena acercar a la gente a Cristo y que el diálogo personal e interior con Dios sea el que la transforme?

Merece la pena hacer un esfuerzo para entender que si el Reino está cerca, quizás nosotros mismos lo estemos alejando del ser humano. Vale la pena, pues, primero detenernos en nuestra propia conversión, poniendo en claro nuestra vida y la disposición de nuestro corazón. Si somos una comunidad, o personas de acogida, adelante porque estamos en la buena dirección, pero si por el contrario somos una comunidad de puertas cerradas, o poco integradoras, tendremos que rogarle al Padre que nos vuelva a iluminar con esa luz grande que nos convierte.


Que convertir no sea obligar, ni hacer cumplir, ni solicitar, ni imponer, ni quitar, ni prohibir. Convertir es amor, y es amor de Dios que quiere recuperarnos. Por tanto, que se terminen las exclusiones, las excomuniones, los conflictos, rencillas, discusiones, problemáticas, separaciones... y dejemos que el Reino se acerque, a todos.

martes, 5 de enero de 2016

JUAN 1, 43 ORO, INCIENSO Y MIRRA

Juan 1, 43 - 51: En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: «Ven y verás.»Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»


Todo 5 de enero trae consigo, en esto de creer, un componente de ilusión. Ilusión para los más pequeños que esperan la vista de los “reyes” y, también, para los más mayores que, aún sabiendo el trasfondo de la noche, viven con emoción la sonrisa de sus hijas y de sus hijos. También, claro está, quienes no los tienen y que igualmente sienten un cosquilleo especial en la boca del estómago. Tenga lo que tenga de consumismo, lo cierto es que estamos ante una de aquellas tradiciones que guardan un sabor especial, entrañable, familiar y de generosidad. Hoy y mañana veremos muchas obras de acción social, muchos hospitales que podrán dar sus regalos a quienes en otras circunstancias no podrían, campañas de recogida, de acercamiento, visitas a personas sin recursos... Este año, si cabe, podríamos acercar estos presentes a Jesús:

1) Oro, para que no se tenga que desahuciar a nadie más, ni en este país, ni en ningún lugar del mundo. Que todas las familias tengan acceso a una vivienda según sus posibilidades, según sus ingresos, según su situación. Que no se vuelvan a repetir escenarios en los que la policía, o la policía judicial, termine arrancando a una persona de su domicilio, con lo puesto, y con la frialdad de enviarlo al raso. Que se propongan ya unas políticas de acción social solidarias, unos alquileres adecuados, mayor protección frente a la usura, la banca, la precariedad...

2)  Incienso, para que, seamos cristianos, musulmanes, judaizantes, budistas, indúes... nos conformemos como una humanidad capaz de quemar como olor grato, aromàtico, como fragancia de amor. Que ese olor derrumbe barreras, ideologías, confrontaciones, deseos de prevalencia, imposiciones, dogmas, verdades... Que podamos respetarnos más, que podamos acercarnos más, que no cesemos en nuestra voluntad de cohesión, de entendimiento, de diálogo...

3) Mirra, para establecer jardines, para que el mundo recupere el verde, para que la naturaleza deje de sufrir, para que bajen los índices de contaminación, para que remontemos la situación de la vegetación, de las selvas, de los hábitats naturales (sean en tierra o en mar). Que podamos tomar conciencia de la necesidad de hacer un planeta sostenible, de renovar energías, de procurar una alimentación sana, de mejorar los abastecimientos en países necesitados, que llegue a nuestro corazón un deseo de procurar el desarmamento en aquellos lugares custodiados por señores de la guerra...


Que este año, nuestra ofrenda de oro, incienso y mirra, venga desde el deseo expreso de transformarnos y de transformar la realidad tocante a nosotros.

Por último, agradecer estas más de 10000 visitas que ha habido a lo largo del año. Gracias