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sábado, 27 de febrero de 2016

LUCAS 15, 1 - 3 EL HIJO PRODIGO

LUCAS 15, 1-3: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.  Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»


Hoy estamos en el contexto del pasaje del hijo pródigo, o el padre bueno, pero nos quedamos con la primera parte de este relato porque, finalmente, el relato nos lleva a la contemplación de la gratuidad en la acogida. Nosotros, como cristianos, estamos llamados en cierta manera a ser como el Padre, que es capaz de acoger con gozo y con amor al hijo, a aquel joven que se había perdido.

En mi experiencia de conversión se produjo un proceso parecido al de este muchacho. No, cierto es que ni mataron un becerro, ni me pusieron un anillo, ni nada de nada, pero lo que sí es cierto es que cuando Dios decidió acogerme, lo hizo en un momento en el que no me quedaban ni las algarrobas para llevarme a la boca. Estaba desnudo, pero no con una desnudez física sino que estaba completamente despojado de todo escudo, de toda apariencia y de toda máscara con la que podría haberme vestido en sociedad. Quizás algunos aún dirían: mira, si es buen chaval; o pobrecito, con lo buena persona que es… La verdad es que cuando sentí la mirada de Dios, entendí que Él me veía en toda mi condición, desenmascarado, sin aditivos, sin condecoraciones, sin vestido, sin currículum…

En aquel tiempo no era fácil verme como realmente era, engañador, mentiroso, interesado, malicioso… Progresivamente vi cómo se gastaban mis recursos, mi dinero, mis posibilidades, y sólo quedaba esta naturaleza mía que me avergonzaba, que me pesaba y que me había conducido hacia los rincones más inhóspitos de la maldad humana. Y desde lo bajo es cuando surge un clamor: un deseo de perdón, una posibilidad de redención, mi ego quebrado, mi orgullo por los suelos, sin algarrobas, sin comida… ¿quizás recordé aquella casa de mi Padre?

Mi experiencia marca la acogida de Dios a los pecadores, me recuerda siendo uno de esos con los que Jesús fue a comer y a beber, con quienes compartió la mesa a pesar de sus estigmas. Y cierto es que uno encuentra a Dios como realmente es, porque tengo la seguridad de que a Dios no le importa cómo has llevado tu vida porque en el momento que se produce la acogida, el encuentro, el abrazo, tu vida ya es para Él, y para los demás, un tesoro encontrado, una perla preciosa, un nuevo amanecer, un Hijo que regresa… una  alegría.


No se cierren a compartir la vida con aquellos o con aquellas que por su naturaleza parece que no son de buen vivir, acérquenles el amor de este Dios que no pide comportamientos, formas, apariencias, muéstrenles la verdad, acójanles con la misma gracia, póngales en anillo, vístanlos con los mejores vestidos y maten un becerro, o saquen un poco de pan con tomate y aceite. Celebren que la vida es una oportunidad para los encuentros, sean puente para todos estos hijos e hijas pródigos que tenemos por el mundo… sean Padres y Madres buenos.

martes, 23 de febrero de 2016

MATEO 23, 1 LA CATEDRA DE CRISTO

Mateo 23, 1 - 12: En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»


El amor es el mayor mandamiento. Jesús nos muestra la conexión indisoluble entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Se trata de un amor universal, sin límites ni fronteras. Jesús interpela no sólo a la tradición judaica, sino a esa ética de mínimos basada en una convivencia correcta entre los miembros de una misma comunidad. Este texto evangélico nos muestra otra novedad en la propuesta ética de Jesús,  que es precisamente, el alcance universal que da al término prójimo: mi prójimo son todas las personas, hombre y mujeres, cada una de las personas con las que me encuentro en el camino. (cfr Lucas 10, 25-37 como nos señala en la parábola del Buen Samaritano).

Aún más, esta propuesta ética alcanza también las relaciones con los que nos aborrecen o perjudican, propiamente los enemigos y no sólo a los que nos hacen el bien. Pablo mismo insiste en el hecho de que Jesús nos impulsa a hacer el bien incluso a aquellos que nos hacen el mal. (cfr Romanos 12, 14.17.21; 1Tesalonicenses 5,15)

Para Jesús, el amor al prójimo estará en el centro mismo del vivir de sus discípulos, y supera incluso a la importancia que se le da a las responsabilidades cultuales. Perdón y reconciliación son signos de amor y Dios prefiere la misericordia a los sacrificios. Cada uno será juzgado según el amor manifestado (cfr Mateo 25.31-46). Presentar la otra mejilla, anticiparse con la amabilidad y generosidad, ser contrario a toda agresividad, ofrecerse a acompañar más de lo necesario, etc. no son mandamientos, sino que son propuestas de actuación.

Jesús invita a entrar en una nueva dinámica de comprensión de la ley. Si en el monte Sinaí, Dios ofreció un conjunto de leyes al pueblo para que este anduviera en sus caminos y cumpliese su voluntad, en la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, desde la montaña, que vuelve a simbolizar el punto alto de encuentro entre Dios Padre y sus hijos, propone por medio de las bienaventuranzas la nueva y definitiva ley de Dios para los hombres: sólo quien mira al hermano con ojos de amor, es capaz de descubrir la presencia y el querer de Dios en la historia de la humanidad.

La propuesta ofrecida a Israel por medio de Moisés e inscrita en las tablas de la ley, adquiere carne y sentido, profundidad y plenitud en el proyecto que Jesús nos lanza desde el cerro de las bienaventuranzas y que se convierte en el recorrido ético que nos adentra en el conocimiento de Dios.

Jesús habla al hombre: es la irrupción y la novedad, y el escándalo de un Dios que se muestra como hombre entre los hombres. Ya no es el sacerdote que actuando y hablando desde el templo media entre los hombres y el Dios altísimo e invisible, sino que es Dios mismo irrumpiendo en la historia de la humanidad a través de Jesucristo y revelándose incluso a las gentes excluidas y que no contaban en la dinámica social ni religiosa. Jesús les dice: esto es para ustedes.


Ya no es el cumplimiento de la ley por la ley. La nueva ética inaugurada por Jesús mira siempre al ser humano en situación e invita a asumir que, si lo que intentamos vivir desde la fe, sea cual sea esa fe, no atraviesa por el terreno del amor, podrá tener cualquier nombre, y obedecer a cualquier código ético, pero es ajeno al querer de Jesús y a su proyecto de vida. “ No hay amor más grande que aquel que da la vida por los amigos” (cfr Juan 15, 13). Por tanto, el gran reto que tenemos los cristianos, es bajar del monte de las leyes y buscar desde las bienaventuranzas el lugar desde donde Jesús da a conocer esta nueva propuesta de Dios. Ya no es un hombre que tiene que subir para atisbar en lo alto la presencia de Dios, sino que  es Dios quien ha bajado al encuentro del hombre, y en ese encuentro con el hombre se revela como Padre misericordioso que quiere la vida y plenitud de sus hijos. 

domingo, 21 de febrero de 2016

LUCAS 8, 28 LA TRANSFIGURACION

Lucas 9, 28b - 36: En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.  Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. 


Cómo será que estos discípulos de Jesús nos muestran hoy dos actitudes que, generalmente, podemos tener en la vida: una primera de gozo, asombro e interés cuando las cosas que suceden a nuestro alrededor son maravillosas y otra, en la que caemos dormidos, cuando las cosas que nos rodean no nos interesan lo más mínimo o, también, no llegamos a comprenderlas. El evangelista nos muestra la tensión que vive en en nosotros cuando a Jesús se convierte en alguien poderoso y cuando ese mismo Jesús anuncia un final inesperado y sufriente. De un modo u otro, en nosotros existe esta encrucijada y lo podemos ver en lo religioso, en lo laboral, en lo civil e incluso entre nuestras relaciones.

Podríamos entreveer lo sencillo, lo hermoso, que es seguir a alguien importante, capaz, con poder, que mueve masas de un lado a otro, que enseña la Palabra de Dios, que se revela con signos, con curaciones, que echa demonios y que, ahora, conversa con los dos profetas más importantes del Antiguo Testamento.
Observamos el cambio, los discípulos ya no prestan atención, lo que Jesús les está contando parece que no va con ellos, que no les interesa, que los agota. Quizás no están preparados, quizás no estaban listos... ¿Cómo podía ser que aquella imagen del Mesías esperado quedara rota con una profecía de sufrimiento? ¿A quién puede interesarle seguir a un Jesús que va a la muerte?¿Cómo puede ser esa una opción de vida?

Sin duda que el evangelista escribe ya con el apunte de la Resurrección vivo, pero nos presenta la cuestión que puede afectarnos a todos en tanto seguimos siendo un pueblo en esperanza. Si las antiguas comunidades desfallecían, se desinteresaban, dejaban de estar vigilantes... nosotros, en definitiva, corremos un riesgo parecido. ¿Qué ocurre tras nuestra muerte?¿Vale la pena comprometerse con Cristo?¿Habrá vida eterna?...
Aquellos discípulos cuando bajan del monte no hablan, no dicen a nadie nada. Pero esto es impensable, ¿se imaginan ustedes haber visto lo que ellos vieron?¿Alguno podría callar?

El trasfondo de la Transfiguración no está en las vestiduras blancas, ni en la Teofanía, ni en la manifestación de la identidad sufriente de Jesús, sino que está en el testimonio que podemos dar de esta opción por el Cristo al mundo que nos espera bajando de la montaña. Es un llamado a no permanecer callados sino a proclamar esperanza y a esperarla.


Que en este tiempo no pensemos tanto en hacer cabañas sino en estar más cerca del dolor y de quienes sufren entre nosotros.

sábado, 20 de febrero de 2016

MATEO 5, 43 PERFECTOS COMO EL PADRE ES PERFECTO

Mateo 5, 43 - 48: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»



Todos estamos en la encrucijada del amor a los enemigos cuando, en la vida, nos comportamos como realmente somos. Cierto, los hay que saben colocar un escenario delante de su vida pública y darse al “amor” a los amigos y a los enemigos, perdonándolo todo y dejando una sonrisa de anuncio por allí donde pasan. Éstos (o éstas), guardan para su intimidad la realidad que azota su vida, y la nuestra, que esto de amar a los enemigos cuesta y cuesta mucho. Prefiero decir de entrada que soy un pecador de la leche y que esto del perdón y del amor al que me hace mal no es precisamente algo frecuente en mi vida. Me esfuerzo, claro, pero la verdad es que tengo esta premisa de Cristo como una de las grandes asignaturas pendientes en mi vida cristiana.

Hay momentos en que quizás pueda sentirme más cercano al obrar de Jesús, quizás porque atravieso un momento de bonanza, o quizás porque yo mismo me encuentro fuerte y bien, pero parece que hay cosas que son más fáciles de amar y de perdonar. Hay otros, en cambio, que cualquier pequeño contratiempo me dificulta el camino, más si esa cosa es un agravio de alguien cercano, entonces ya no puedo.

Claro que lo preciso sería que en todos hubiera ese mecanismo que permite interiorizar la situación y gestionarla hacia un destino de amor, pero encuentro que esa herramienta de gestión a veces opera hacia la más densa oscuridad que hacia la generosidad de la caridad. Sí, quizás ahora, en este momento de mi vida, con el paso de los años, perdone más que antes. Sí, quizás la experiencia y la vida me hayan enseñado a pasar la ofensa, a cambiarla por un abrazo. Sí, puede que incluso el deseo de llegar a Cristo me “obligue” a ser menos rencoroso, menos receloso, menos iracundo, más cercano, más comprensivo, más hermano. Pero yo, soy yo.

Mateo nos sitúa frente a una declaración muy comprometida: sed perfectos como vuestro Padre en los cielos es perfecto (o sed santos, como vuestro Padre es santo). Quizás y más bien me acoja más a lo que al respecto nos presenta Lucas: sed misericordiosos como vuestro Padre en los cielos es misericordioso, pues de la misericordia de los unos con los otros alcanzaremos la forma más fiel al amor a los enemigos y al perdón de las ofensas. Cuando se producen mis faltas tú eres misericordioso, cuando se producen las tuyas, lo seré yo y cuando se producen las nuestras... las del Padre en los cielos, que nos tiende su amor.


Perfectos no lo seremos, pero misericordiosos sí es algo que desear alcanzar.

martes, 16 de febrero de 2016

MATEO 6, 7 ORACIONES

Mateo 6, 7 - 15: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»


El tema de la oración es, muchas veces, fuente de controversia entre creyentes e incluso entre no creyentes, entre cristianos, budistas, católicos, evangélicos... Unos dicen orar, otros rezar, otros meditar, algunos hablar, contactar... Los hay que recitan una y otra vez una oración, otros que de esa repetición hacen un manthra, incluso los hay que repiten y repiten una fórmula creyendo que en su número se esconde el perdón. ¿Y alguno tiene razón?¿Es que existe una única forma de dirigirse a la divinidad, de converger en ella?

En la comunidad de mateo existía el temor de perder esa identidad cristiana para volver en pos del modelo de la Sinagoga. Por ello, vemos constantemente, hay una comparativa con los fariseos y hay una frecuente pelea entre lo que es correcto, y que hace Jesús, y lo que no lo es, que hacen estos grupos judaizantes. Además, por la época de redacción del evangelio sabemos que el fariseísmo se había convertido en una radicalización del judaísmo antiguo y, como poder latente, en una influencia a veces irremediable para las comunidades emergentes que, perdiendo el fervor escatológico, sucumbían ante aquel poderío.

El evangelista nos deja un modelo de oración, que no es la única manera para orar, aunque sí una de las más utilizadas (por lo menos en la liturgia). Aunque más que en la forma, diría que el sentido de la oración reside en el fondo, que es la actitud de perdón, que en definitiva es regresar al primado del Amor. Por tanto, oramos, rezamos, cuando verdaderamente amamos.

¿Hay que pedir?¿Hay que suplicar? Quizás es que hemos hecho de la oración una forma particular de piedad, o de religiosidad, o de método. Hoy en día hay un choque generacional entre las diversas formas de hacerlo, y ciertamente no sería nada bueno dejar a nadie sin esa particular manera de dirigirse a Dios. Si alguna es mejor, si alguna está mal, si alguno no lo hace como debiera, o si es un mero automatismo... eso, en definitiva, es para cada uno y nadie puede juzgar si aquella oración llega al cielo o se queda en tierra.


Cuando oro, cuando rezo el Padrenuestro y llego a esta parte que dice: perdona nuestras ofensas... pienso en ésto mismo, en que muchas de mis ofensas tienen que ver con que creo tener la razón, tener la forma, conocer el método, pero nada... nada, vuelvo a quedarme desnudo ante Dios y me sale una súplica, una petición de perdón, de vuelta en mí para alegrarme de que, independientemente de quien, de cómo... me hallo entre muchas personas que de algún modo, como yo, sólo quieren hablar con el Padre.

lunes, 15 de febrero de 2016

MATEO 25, 31 VIGILANTES

Mateo 25, 31 - 46: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"...


Aunque el pasaje prosigue he querido rescatar esta primera parte. Estamos en el contexto de la comunidad de Mateo, una comunidad que (como muchas otras) había perdido el fervor escatológico y habían dejado de estar vigilantes, una de las características indispensables que para Mateo debe tener todo discípulo de Jesús. Por tanto, el evangelista alienta a su comunidad para que, de un modo u otro, recuperen esa actitud. Si bien en el capítulo 24 Mateo nos habla de un siervo fiel y vigilante y otro que no lo está y le roban, ahora la situación es diferente, hay una necesidad vital de proseguir con las actitudes del Reino, de no desfallecer, de no cansarse, porque nadie sabe cuándo Cristo ha de volver.

Es por ello que Cristo se revela también en las cosas más pequeñas y cotidianas, aquellas que nos ligan de alguna manera a la vida en sí, actitudes que tienen que ver con las relaciones y con nuestro día a día, de ese modo hay una intencionalidad a ver nuestros actos en perspectiva de vigilancia porque, de hecho, no sabremos nunca si aquel al que dimos de beber era Cristo o si lo era aquel del que pasamos de largo.

Podríamos decir que el evangelista nos pone un poco contra la espada y la pared, pues nos quiere conducir a un determinado comportamiento que, vamos a decirlo, no siempre ofrecemos. Bueno, en el mismo evangelio tenemos también muchas ocasiones en las que si dependiera de este texto podríamos contar con los dedos de las manos quién entra y quién no en el Reino de los cielos. Menosmal, diría, que Jesús vino a por los que están enfermos y se puso a comer y a beber con los pecadores (que será anticipo de ese Reino que nos espera).


Está bien tener principios, está bien querer (desear) que nuestra comunidad se comporte de una manera determinada, o actúe siguiendo unas directrices, una moral, unas reglas que marquen nuestra buena cristiandad... Pero el Amor no es ninguna regla, el Amor no puede ser sometido y por Amor no estamos obligados a dar. Entonces, no se obcequen en si dieron a aquella y quitaron a aquel, o si ofrecieron a ese y se dejaron a esa... más bien procuren vivir en Amor, porque si viven amando para ustedes no hay reglas, ni normas, ni preceptos, ni Ley... y no se preocupen si cuando lleguen al “cielo” los ponen en un lugar o en otro porque si amaron, si verdaderamente amaron, no tienen necesidad de que se les pregunte, ni de que se les indique a dónde ir o no ir porque su lugar está reservado en el corazón de Dios, en Cristo.

domingo, 14 de febrero de 2016

LUCAS 4, 1 TENTACIONES

Lucas 4, 1 - 13: En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.» Jesús le contestó: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.» Jesús le contestó: «Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".»Jesús le contestó: «Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.


El evangelista nos presenta, en este pasaje, a un Jesús que vive en tensión entre la acción del Espíritu Santo, que lo conduce, y el diablo, que lo tienta. Estamos delante de un Jesús que es paradigma de la fidelidad a Dios y que, además, quedará preparado para afrontar la prueba. Claro, las tentaciones no terminan en Jesús, y a lo largo del evangelio veremos otras situaciones, como en el capítulo 22, cuando el Maestro pide a los suyos que oren para no caer en tentación. De ese modo, si Jesús afronta estas tentaciones movido por la especial gracia del Espíritu, para nosotros queda esa otra enseñanza por medio de la oración de Jesús que sostiene nuestra fe.

La intencionalidad del autor no es para nada el mostrarnos las tentaciones para decirnos que, como sucede con nosotros, Jesús también era puesto a prueba... no. El autor lleva ya unos capítulos indicándonos que lo verdaderamente importante dentro de estos relatos es que Jesús es el Hijo de Dios. Lo vemos en el bautismo, lo vemos en Belén, lo vemos en los pasajes de la Anunciación... Esto es lo verdaderamente importante para el evangelio Lucano, que Jesús es el Hijo de Dios desde el momento de su concepción.

La primera tentación, por ejemplo, dice: que si eres Hijo de Dios... De modo que Lucas liga la genealogía del Cristo, que termina en Dios, con el bautismo: Tú eres mi Hijo Amado. Por tanto, leer este evangelio de Lucas, es hacerlo en clave de filiación, más que de prueba, aunque también. Así, en este primer tramo del evangelio vemos como tanto los ángeles como los demonios, conocen y reconocen a Jesús, el Hijo de Dios.
La segunda tentación nos sitúa en una tesitura de poder, pues como Moisés, Jesús es llevado a lo alto. Desde allí se sucede una situación que nos recuerda mucho a la petición de la madre de los Hijos de Zebedeo, que uno se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.

Por último, la tercera nos pone como referencia el tema de la religión, cuando hacemos de ésta una lectura literal, fundamentalista, que termina por hacernos creer en una sobreprotección màgica de Dios. No podemos pretender creer que toda situación desfavorable, o complicada, o que sale mal viene de parte del diablo, pues demonizaríamos una realidad que en todo caso no depende de estas fuerzas rectoras de la naturaleza, porque en último término penden de Dios.


Las tentaciones son , pues, el paradigma del discípulo fiel, Jesús, que por encima de todo es Hijo de Dios.

viernes, 12 de febrero de 2016

MATEO 9, 14 AYUNANDO COMO LOS FARISEOS

Mateo 9, 14 - 15: En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunaran.»



Hay una imagen que tiene asoación directa con el cristiano y tiene que ver con esta actitud de ayuno, de pena, de tristeza, de sufrimiento... que cada cual lo llame como mejor le parezca y que ahora, en cuaresma, cobrará vida nueva en muchos lugares con sus procesiones y sus tradiciones, tan cercanas a veces al castigo y a las privaciones. Que Mateo nos presente a estos fariseos no es arbitrario, y quizás tan siquiera fueran fariseos. Creo que el evangelista nos está situando en aquello que ocurre en el seno de su comunidad que, habiendo perdido la esperanza escatológica, estaba volviendo al modelo de la sinagoga.

Tenemos detrás de nosotros una larga y curiosa historia que ha escrito capítulos desafortunadísimos en tanto a la concepción del mundo, del pecado, del ser humano y de Dios mismo. Episodios en los que se ha olvidado la esencia del evangelio y toda aquella libertad, toda aquella celebración y toda aquella vida que triumfaba sobre la muerte quedó relegada porque algunos pensaron en ¿por qué no ayunaban como los fariseos?

¿Y por qué lo hacemos?¿Qué se esconde bajo la careta de la pasión, de la cruz, no de Cristo sino cristiana? Quizás podamos intuir mucho temor a que se nos relacione, de nuevo, con aquel que fue tildado de comilón y de bebedor pero en quien había, hay, vida. Quizás porque da cierta inseguridad convertirse en una comunidad de puertas abiertas, donde prime la libertad y en la que cada miembro se mueva, piense y haga según es, según su propia autenticidad. Quizás exista una sobre atención hacia los modelos que se nos trata de inculcar, queriendo que todos seamos como aquel, o como el otro. Quizás cada uno pueda aportar otra posibilidad.

Mi tutor me explicó una vez una meditación que hizo en la parroquia, sentado en el banco, solo y a los pies del Cristo crucificado. Allí, en aquella habitación de recogimiento, tratando de elevar alguna oración le vino un pensamiento, un entendimiento que traspasó su corazón, quizás hubiera llorado de impotencia: “por qué te tienen ahí crucificado, si lo que tu quieres es abrazarme?!”.

La belleza del cristianismo no pasa ni por el castigo, ni por la prohibición, ni por la regla, ni tan siquiera por lo que es correcto. Lo precioso de Cristo pasa por el abrazo, por el encuentro, por la acogida, por el descubrirnos un día así, clavados en nuestro propio madero, pero vueltos en sí para arrancar nuestras carnes de la cruz y salir al abrazo del hermano, de la hermana, de la naturaleza, de la vida.


Que tengamos esa fuerza, ese grito más insolente que no se conforma con permanecer clavados sino que quiere, desea, trata de llegar a la Pascua.

jueves, 11 de febrero de 2016

LUCAS 9, 22 LA CRUZ DE CADA DIA

Lucas 9, 22 - 25: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»


Aunque el evangelista nos muestra la necesidad, o la tarea, de coger la cruz de cada día, es cierto que no nos dice cuál es. Sí, podemos deducir que hace referencia alos problemas del diario, a las situaciones que afrontamos en el trabajo, con la familia, entre amigos... incluso podemos ir más allá y pensar en las enfermedades, en el acompañamiento, en el dolor... Piensen, pero lo único cierto es que no encontraremos ciertamente a qué cruz se refiere Lucas.

Marcos, en cambio, nos presenta un modelo de cruz que es un escándalo, es el peor de los destinos y ser como Jesús, coger su cruz, significa de un modo absolutamente certero disponerse a morir como Él. Claro, también podemos buscarle ese otro significado más cercano a nuestra realidad, pero la raíz de la significación de esta tarea del discípulo es para compartir con Jesús ese mismo destino de muerte.

Ahora, la vida cristiana no debería ser sólo una vida de cruz porque somos un pueblo en esperanza. Quizás históricamente, seguro, arrastramos una imagen algo crucificada. La vida, el pecado, el sufrimiento, la condición de pecador, las privaciones... mucha de la costumbre cristiana gira en torno a una cruz, a un sufrir, y recuerden (por favor, que seguimos sin saber a qué cruz se refiere Lucas). Pero había un interés en que esta imagen fuera así y de este modo la hemos mantenido durante mucho tiempo. Incluso cuando hubo algun rastro de primavera vino rápidamente el invierno.


Obviamente no todo tiene que ser una sonrisa, porque en la vida encontramos tanto lo bueno como lo malo, pero estoy convencido que la vida cristiana no debe ser sólo una vida de cruz, o de coger la cruz. Habrá muchas personas que jamás, jamás, tendrán porque coger una cruz tal y como nosotros la entendemos, ¿vamos a ser nosotros quienes se la coloquen? Por favor, ni lo quiero yo, ni lo quiere Dios. ¿Cómo va a querer Dios cargar, subyugar, al ser humano? Entonces, ¿qué cruz?


Ayer se hizo el gesto simbólico de la ceniza, que no sea para nosotros un motivo de cruz sino un motivo que nos haga reflexionar en todo un proceso que conduce a la resurrección y, después, a la esperanza.

martes, 9 de febrero de 2016

MARCOS 7, 1 LA FORMA Y EL FONDO

Marcos 7, 1 - 13: En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos (los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)  Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte"; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.»


Qué es lo que prevalece en nuestra vida? La forma o el fondo? Porque si prevalece la forma, en cuanto significa aparentar, mantener una imagen, hacerse ver, o estar vestidos de corrección... nuestra opción cristiana, a pesar de ser correcta, va a vivir en un sepulcro, entre lápidas, en una paleta de colores gris y, finalmente, sin la autenticidad y la frescura de aquella libertad a la que también fuimos, o somos, llamados. Me cuesta entender estos ambientes en los que se pide corrección, en los que bajo una neblina de sonrisa y amor se esconde un velatorio, o una tierra de conflictos. Me produce estupor pensar que me conformo en una rutina de aspectos de vida cristiana en donde ya pocas cosas llegan a sorprenderme, o en la que la risa de un niño, el llanto de un infante, o hasta que suene el mobil en la eucaristía... envenene mi sangre y me haga explotar.

Cuando nos sacude esta especie de tolerancia intolerante, o cuando defendemos el derecho a la vida bajo paradigmas de muerte, o incluso cuando defendemos la libertad pero conducimos a las personas al presidio... me puedo sentir muy cristiano, pero sólo en la forma. Y seamos sinceros, porque vivimos en una sociedad en la que todavía cuesta aceptar lo que es diferente, lo que se sale del patrón, lo que no sigue aquella tradición que parece marcar los límites de lo que se puede o no. Todo es forma, apariencia. Y en apariencia, vayamos con cuidado, se acaba la vida, se agota, se consume.

Dicen que una de las bases de la vida cristiana reside en la capacidad de conversión, en la transformación (progresiva y constante) y para llegar, o para dejarse transformar, necesariamente hay que tocar el fondo, el alma, el espíritu, hay que traspasar y dejarse traspasar, penetar... lo cual nos acerca a la experiencia sensitiva, que es la tocante al corazón. Mañana empieza el tiempo de cuaresma y deseo que para todos nosotros sea espacio de aproximación interior más que de formalismo, pudiendo celebrar ese misterio de encuentro entre el alfarero y el barro, para sentirnos moldeados, cambiados, interpelados, removidos, convertidos y amados.


Que podamos alcanzar lo más esencial de nosotros mismos, que es aquello que toca a Cristo. Sea en lo personal, sea en lo comunitario, que esta cuaresma nos permita llegar al abrazo verdadero con Dios. 

domingo, 7 de febrero de 2016

LUCAS 5, 1 ECHA LAS REDES PARA PESCAR

Lucas 5, 1 - 11: En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» [...] Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


Los evangelios sinópticos remarcan la importancia que tiene en el discipulado ser un pescador, o pescadora, de personas. El evangelista presenta una continuidad y una novedad, que supone una transformación, continúan con su vida de antes (son pescadores), pero ya no pescan peces sino que son testigos del Resucitado siendo pescadores de personas, a quienes convierten a la fe cristiana. De algún modo esta concepción del pescador deja de tener la connotación negativa que encontrábamos en Jeremías, como también lo será en este mismo evangelio la de los pastores. Es como si encontráramos una especie de “humor” divino en todo esto: ¿de verdad puede salir algo bueno del ser humano?, como decía Ananías: ¿Puede salir algo bueno de Nazaret?

La respuesta es sí, sí! Y por ello los primeros testigos de la Buena Noticia serán aquellos pastores a quienes se anuncia el evangelio y ahora, en estos primeros capítulos, los discípulos del Cristo son pescadores y galileos.

Hay una nota común que para el evangelista es importante, también para nosotros, los pastores y los pescadores comparten humildad con Jesús y con María. De algún modo el evangelista ha creado una comunidad de humildad (de pobreza de corazón) y de disposición a Dios, porque todos ellos creen y se ponen en camino. Estos pescadores lo dejarán todo para seguir a Jesús, los pastores creerán y se pondrán de camino a Belén y María, que creyó, acompañará a su Hijo hasta la cruz. Veremos después en Pentecostés como estos caminantes prosiguen su particular ruta hasta la Efusión del Espíritu (y más allá).

En Lucas hay una prolongación de la fe que se dibuja en el caminar. De otro modo, que para poder empezar a caminar hay que creer. Otra manera, que hay un proceso interior y anterior a todas las conversiones, vocaciones… que leemos de un modo rápido en los evangelios, como ocurre en nuestras vidas. Podemos decir que hay toda una catequesis previa que nos conduce a creer y a caminar, a dejarlo todo para seguir a Jesús.


Mateo se dará cuenta de su condición de “pecador” en este evangelio de hoy. Pero no necesariamente el encuentro con Jesús tiene que llevarnos a la concepción de descubrimiento de pecado, de limitación… sino que el encuentro con Jesús también puede llevarnos a decir un gracias, un aleluya… Sería de necios, o de sectarios, o de muy litúrgicos, describir todo encuentro con la expresión: apártate de mí, pecador! Más bien no te apartes de mí, ven y abrázame, porque sea cual sea mi situación, mi realidad, o lo que hay en mí, hoy que te descubro quiero caminar contigo.

sábado, 6 de febrero de 2016

MARCOS 6, 30 A UN LUGAR DE REPOSO

Marcos 6, 30 - 34: En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.  Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.


Marcos nos contrapone, a veces, la actitud de Jesús con la de sus discípulos. Mientras recordamos, por ejemplo, el pasaje en que los familiares del maestro quieren llevárselo a casa porque lo creen un loco (sin tiempo ni para comer), vemos hoy a Jesús en cambio procurando a los suyos un lugar más reposado para descansar. Estamos en medio de una actividad frenética, infatigable, exigente. Jesús ya es un personaje reconocido entre la gente. Quizás como taumaturgo, quizás como profeta, quizás como hombre de bien o quizás como maestro, las personas que se agolpaban, que lo perseguían y que lo aclamaban denotan su necesidad, su deseo de que esta nueva doctrina, esta predicación suya y esos actos que le acompañan se hagan visibles, ciertos e incluso posibles.

En un rato me voy al entierro de una chica joven, y me voy al encuentro de unos padres que, en medio de su necesidad, son un modelo de paciencia, de bondad, de solidaridad, de implicación. Hoy, pero, no les corresponde hacer de Jesús, ni seguir enseñándonos con calma. Hoy les corresponde ser como esos discípulos a los que Jesús, o la comunidad en este caso, conducen a un lugar de reposo en el que descansar, porque en estos momentos lo que necesitan es que todos estos que hemos sido (o somos) partícipes de su vida hagamos con ellos un suelo común, no de tristeza, no de llanto, no de pena, sino de amor.

Jesús es un modelo de alguien que viendo la necesidad de la vida actúa como el mejor de los guías conduciendo a los suyos a un espacio de intimidad, de familia. Luego en ese espacio sucederán muchas cosas, aunque es seguro que todos necesitamos que nos acerquen a lugares de reposo. Lo necesitamos por la vida que nos agita, por las situaciones que nos pasan, por los encuentros y desencuentros, por lo bueno y lo malo... Aquí lo encontramos relatado en un pasaje, pero esto es cosa de cada día. Nosotros mismos tendríamos que saber encontrar ese tiempo más de soledad, más de reflexión, más de encuentro personal. Podemos dejarnos llevar por la velocidad del diario, pero si estamos atentos a los signos, quizás también veríamos al mismo Jesús alargando su mano, indicándonos un lugar.


Somos capaces para seguir, incluso para perseguir, atosigar, pedir, acompañar, aclamar... que seamos también capaces de llevar a lugares apartados, de reposo, de intimidad. Que seamos también capaces de respetar esos espacios, de entenderlos, de agradecerlos. Que puedan servir para medir nuestra vida, cómo estamos o cómo nos sentimos. Ya habrá tiempo para volver a la orilla, para volver al encuentro, para nuestro trabajo, relaciones interpersonales... hoy hay que alejarse un poco, quizás no mucho, pero hay que subirse a la barca con Jesús (el mar parece tranquillo).

viernes, 5 de febrero de 2016

MARCOS 6, 14 DESEOS

Marcos 6, 14 - 29: En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él.» Otros decían: «Es Elías.» Otros: «Es un profeta corno los antiguos.» Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.» Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.  El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»  Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?» La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»  Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»  El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.


Cada vez que leo este pasaje no puedo sino ver mi propia condición humana. La pasión sexual, el deseo, la atracción... condicionantes que nos mueven, que nos excitan, que nos enamoran y que son capaces que ya sea un hombre, o una mujer, termine por hacer aquello que de ningún otro modo habría hecho. ¿No decimos muchas veces aquello de que el amor es ciego? Nadie va a poder persuadir a Herodes de que cambie su parecer, de que revierta la decisión, como muchas veces nadie puede decirnos a nosotros mismos que esa relación no nos conviene, que esa persona no es de fiar... Cuando uno tiene el corazón entre las nieblas de la pasión no hay nada que hacer (salvo recogerlo luego, cuando aquel corazón termina roto).

Es un hecho que todos nos sentimos, o nos sentiremos atraidos por alguien en nuestra vida. Quizás una vez, quizás muchas veces, o quizás tratemos de negarlo durante muchos años para finalmente darnos cuenta de que, de alguna manera, estuvimos enamorados de un ideal que también terminó rompiéndonos el corazón. Claro, entonces... parece que todos estamos expuestos a este fuego de la pasión que nos turba, que nos sacude y a pesar de que vayamos ( o no) a equivocarnos tenemos que convivir con ello, aunque hoy no seamos conscientes. Todos, todas, seremos en algún momento como este Herodes que cae embrujado con Herodías y termina decapitando al Bautista, sin excepción.

Parece que el sexo anda como en una especie de cruzada, con opiniones a favor, otras en contra en lo que afecta al modo de vivir la espiritualidad, la religión, la propia vida. Pero, miren, si es que lo más normal de la vida es sentir un vuelco en el corazón, enamorarnos, desear a otra persona (o un ideal, un trabajo, un capricho)... y por más que se demonice, por más que se intente ocultar, o por más negaciones que alguien pueda hacerse ¿qué hacemos yendo contra natura? ¿Pueden vivir una vida azotándose cada vez que cruza por su cabeza un pensamiento, una intención, un deseo? ¿Es ese el llamado a la pureza?¿No tendríamos que comenzar a desmitificar el concepto de “pecado”?


Es un tema extenso para una reflexión, pero quería dejar estas preguntas a tenor de una realidad que nos concierne a todos por cuanto somos seres humanos. De algún modo podríamos terminar uniendo este pasaje con el de la mujer adúltera, o con el de la mujer samaritana. ¿Me permiten? Léanlos, medítenlos, compárenlos... ¿Nos seguimos negando?

jueves, 4 de febrero de 2016

MARCOS 6, 7 SACUDIRSE EL POLVO

Marcos 6, 7 - 13: En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.  Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»  Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. 


Hace unos años pensé en marchar caminando desde Girona a Santander, como en una especie de ruta que me tenía que llevar de un lugar a otro como a uno de estos discípulos a los que Jesús envió. Por tanto, si salía, debía hacerlo tal como se les dijo a estos, sin bolsa, sin pan, sin dinero suelto y creyendo en la providencia, que de aquello que hiciera falta se encontraría en el camino, en las personas, en el campo... Así que un lunes por la mañana inicié una primera etapa de 50 kilómetros desde Girona hasta Vic con una pequeña mochila y unas bambas de estar por casa, sin mapa, sin música, sin teléfono y con las solas ganas de hacer camino.

Tengo un recuerdo agridulce de este primer y único día de travesía. Me explico: por un lado disfruté como un niño de la cordialidad de la naturaleza, que campo tras campo, me permitió el alimento. Pasé momentos de calidad interior mientras subía hacia Sant Hilari, por una carretera de subida con olor a humedad, a fresco, a naturaleza. Increible! Un camino por el que fue fácil saludar a unos, encontrarse con otros, escuchar el ladrido de los perros e incluso el beber agua, agua de fuentes naturales. Claro, la subida físicamente fue dura, más por mis problemas de espalda que poco tiempo después me llevarían a quirófano. Pero en mi cabeza no estaba el dolor sino sólo las ganas de caminar como otro más, como había leído.

En Sant Hilari se terminaron de romper las zapatillas, así que aún me quedaban unos cuantos kilómetros para hacer hasta Vic y allí encontrarme con unas personas que me acogían para pasar la noche, reposar en la medida de los posible y proseguir.

En Sant Hilari encontré a alguien que me acompañó 10 kilómetros en coche hasta el punto más alto de la ruta, y desde allí ya todo era bajada, un trayecto amable y con toda la tarde aún por delante. No podía ir mejor, encontré el afecto de la gente, encontré una mano para darme agua, la compañía de algún matrimonio que también caminaba por los alrededores. Quizás algún loco cantando (bueno, era yo). Así que todo marchaba genial, como había leído, como decía el evangelio, estaba muy muy feliz.

Las zapatillas duraron hasta Viladrau, desde allí estaba a sólo 9 kilómetros de Vic, pero las fuerzas ya habían flaqueado. Quedaba poco, pero ni mi espalda, ni mis piernas podían más, así que llamé (gracias a un conductor muy amable) a estos “amigos”, para que sin prisa, sin hora, sin correr, pudieran recogerme en una gasolinera a 10 minutos en coche de la ciudad. Allí mientras esperaba, me acogieron las personas de la estación de servicio, a plena disposición, pero mis supuestos caseros me dijeron que no veían, que si no era capaz de llegar a Vic, pues que mala suerte. Para qué engañarnos, menuda bofetada! No por tener que dormir en el raso, sino porque estos que me negaban su hospitalidad eran, también, “hermanos”. Menuda familia!

La historia termina bien, gracias a Dios, para mí (aunque no en Vic).

Cuando leo hoy este pasaje recuerdo en mi propia carne lo que es tener que sacudirse el polvo de mis pies, quizás para probar su culpa, quizás para que no se pegara a mi caminar tanto desamor. Uno podía ser rechazado en cualquier lugar, mas en cualquier lugar fui bien recibido... en el único lugar que no fue, precisamente, un hogar cristiano.


Deseo, ruego, que si hoy llaman a su puerta, a su teléfono... no sean de estos “hermanos” o “hermanas” que profesan tanta piedad pero que después son capaces de dejar morir al otro. Jesús dirá en el evangelio estas veces en que lo acogimos en casa aunque no fuimos conscientes: cuando dimos de comer, cuando socorrimos al enfermo, cuando acogimos o cuando dimos abrigo en una fría noche de invierno. Ojalá podamos reflexionar sobre esta necesidad de ser casas de acogida, lugares de reposo, estancias de paz.

miércoles, 3 de febrero de 2016

MARCOS 6, 1 PROFETA EN SU TIERRA

Marcos 6, 1 - 6: En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Estoy convencido de que lo fundamentalmente importante para el cristiano pasa por la adhesión vital a Cristo, y esta sólo es posible por acción del Espíritu. Claro que uno puede iniciar un camino de fe como un itinerario ascético, creyendo que por la acción de su esfuerzo podrá conseguir la realización de una vida según el evangelio, pero lo cierto es que es un camino que termina por cansar, pues el ser humano se agota cuando en su horizonte espiritual no existe una persona viva, que viene a nosotros por el influjo del Espíritu. Nuestra vida no proviene de una relación académica, intelectual o abstracta con nuestro Señor sino que surge de un dinamismo vital que nos adhiere a su persona, que es por medio del Espíritu.

Estamos, claro, en el ámbito del misterio, pues el Espíritu se derrama sobre quien quiere y como quiere. ¿Podemos decir que hay personas con más o menos Espíritu? No, obviamente, pero sí podemos afirmar que en algunas personas hay un mayor desarrollo o una mayor sensibilidad al trabajo que el Espíritu hace en ellos. Esto nos indica el caràcter vivo de la Tercera persona de la Trinidad, que no se mueve como un estándar sino que acude al encuentro de cada persona según es ella, según sus características, singularidades, límites... Porque como en ningún caso Dios quiere ser de obligación para las personas, tampoco puede obligar a una medida de Espíritu para cada uno sino a un único Espíritu que se derrama en nuestras vidas según quiere.

Esta vida, además, es un regalo que se nos entrega gratuitamente, pero que conlleva la responsabilidad de dejarse transformar por Él. Es un don que tiene capacidad de actuación en nuestra vida, que quiere transformarla, pues una obra de este Espíritu es la de enseñarnos la verdad, y esta verdad es la de andar como Cristo en amor. No con un amor carnal, o sexual, sino como una dinàmica de vida en caridad, de acogida, de perdón, de aceptación y de servicio. La acción del Espíritu nos abre las puertas hacia esta nueva comprensión del mundo y de las personas que vienen a ser más hermanas, más próximas, más amadas. Hay una iluminación interior que sucede en nosotros y que nos “abre a”. Y sólo podremos comprender esta renovación interior desde el plano existencial, no desde el intelectual, pues así como nuestra condición carnal será para toda la vida, necesitamos de la novedad vital de esta otra naturaleza, espiritual, que nos lleva a comprender otra faceta de nuestra existencia, más cercana a Dios, que tiende a Dios.

Esta vida, por último, no está exenta de peligros, de inconvenientes, de problemas, pero nos da algunas claves para que nuestro funcionamiento en el mundo sea en clave de felicidad, de gozo, de Buena Nueva. Y es que interiormente ha ocurrido una experiencia de vida sin igual, que nos abre a lo trascendente y que genera en nosotros una esperanza nueva, que nos acerca a esa realidad del Reino y que sólo es posible vivir en el Espíritu.


Quizás tendría que preguntar: ¿Por qué algunos podemos vivir esta experiencia y otros no?¿Qué requisitos hay que cumplir para recibirlo?... No hay duda que estamos en un campo misterioso, como la gracia, el don de la fe... ¿No sería más sencillo si todos tuviéramos la misma fe?¿Si a todos nos tocara el mismo Dios de Amor? Ojalá fuéramos capaces de transmitir esta experiencia que llega a nosotros y que lo hace de forma inesperada y gratuïta, pero entonces quizás cambiaríamos a este Dios de la gratuidad que ha tenido a bien verterse en nosotros.

martes, 2 de febrero de 2016

LUCAS 2, 22 LA COMUNIDAD DE LA CRUZ

Lucas 2, 22 - 40: Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»


La profecía de Simeón nos sitúa exáctamente en el mismo momento en que a María se le comunica que: su adhesión a Cristo va a ser, de algún modo, dolorosa. No sólo porque su Hijo vaya a ser motivo de controversia, de separación entre su propio pueblo, sino porque el destino de la Madre va a quedar unido al destino del Hijo de un modo análogo. María será la compañera inseparable de Jesús, la nueva Eva de este nuevo Adán y, como nos muestra el evangelista, la primera creyente y discípula. Creyente no sólo por lo que extraemos del pasaje de la Anunciación, creyente porque como discípula acepta llevar su cruz hasta el final. Lugar desde donde el Cristo ofrece su última càtedra: aquí tienes a tu hijo.

Ciertamente es muy hermosa esta relación que sujeta a María con Jesús y a Jesús con María. Es de ellos la formación de lo que Von Balthassar llamará la comunidad de la cruz, pues en ambos se prefigura el mismo camino de despojamiento, de humildad y de confianza en Dios. Así, a la kénosis del Cristo le sigue la kénosis de la Madre y, como un misterio, en el punto álgido de la cruz el encuentro entre pobreza y gloria, que en un prime momento se arrebata a María, queda completado.

Claro, si una espada atraviesa a María, que es modelo de creyente, cómo no va a atravesarnos también a nosotros? Por supuesto, si nosotros creemos estamos también asumiendo la propia cruz que cada cual tiene en su vida y, como una espada, el dolor que repercute, que se proyecta, que nos sucede. ¿Dios quiere nuestro dolor? En absoluto, pero el dolor existe y la cruz, también. Por tanto, todos seguimos forjando esa misma comunidad que se une a la Madre y al Hijo como comunidad de creyentes, de fieles que han quedado bajo el regazo de aquella Madre universal a quien fuímos entregados como estirpe.


Y este misterio, termino, contempla para nosotros una promesa, que es fiel: que es posible superar las adversidades, las dificultades y aunque se caiga hay una posibilidad de levantarse y proseguir. Esto es, que con la fusión de aquella primera comunidad de la cruz, reside en nosotros una promesa de superación de las dificultades, pues esta Madre atravesada será capaz de pisar la cabeza de la serpiente, y así como la primera mujer, Eva, fue portadora de desconfianza, esta otra Eva, María, será la que traiga esperanza.

lunes, 1 de febrero de 2016

MARCOS 5, 1: LOS GADARENOS

Marcos 5, 1 - 20: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre, poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.» Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?» Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte[...] El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.



Hay veces que aunque ocurren milagros, aunque vemos la gracia de DIos derramada, aunque lo que ocurre alrededor es bueno, pedimos a Jesús que se marche de aquí. Quizás lo hagamos por temor, quizás porque no llegamos a comprender el misterio del Amor que lleva a recuperar a este endemoniado, o quizás porque las cosas ya estaban bien como sucedían (y no queremos cambiarlas). Este pasaje de hoy viene al corazón dándome un toque a mi conformismo cada vez que me acomodo en la zona de confort (tan de moda). Y no sólo allí, pues también lo hago, a veces, cuando ocurre algo maravilloso en aquel (o aquella) que no me gusta, que no es amigo, que no me cae bien. Por tanto, ni me siento como este endemoniado, ni me encuentro como el Jesús que sana sino que me hallo, cómo soy!, entre los de este pueblo que le dice al Cristo que marche de allí.

Sabemos que por lo menos aquella curación provocó la admiración entre los que veían cómo un loco volvía a estar cuerdo. Aleluya! Cuanto menos hay algo que provoca el corazón, aunque después digan no. Por lo menos, aunque el ser humano pueda aceptar o rechazar a Cristo, siempre que haya fuego, reacción, admiración, miedo, esperanza o ... para remover el interior de las personas será señal de que hay vida, y que a pesar de ser más o menos conformistas, siempre hay algo que tiene capacidad para levantarnos, para arrancarnos de nosotros mismos. Qué sería del mundo si no nos maravilláramos aún por un atardecer, por una rosa que ofrece su colorido esplendor, por una pareja que se enamora o por alguien que ayuda a otro. Qué sería del Amor si no nos provocara gozo, o del miedo sino provocara estupor.

De algún modo, no me preocupa tanto que el ser humano diga sí, o diga no, vete o quédate. Me preocupa más que la persona deje de sentir, de vivir, de experimentar deseo o rechazo, pues entonces significaría que está muy acomodada. Qué miedo, la verdad. Qué pavor que lleguemos a insensibilizarnos del otro, de la realidad, de la vida... Claro, ojalá muchos dijéramos a Cristo, sí, quédate con nosotros, háblanos, enséñanos... Pero tampoco está mal que algunos digan que no, vete, márchate de aquí... será que estamos ejerciendo nuestra libertad.


Pero que nadie, que nadie, que nadie deje de decir una cosa u otra, o de sentir en una u otra dirección, o de vivir, de amar, de ayudar, incluso de hacer la zancadilla.