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jueves, 31 de marzo de 2016

LUCAS 24, 35 RESPUESTAS

Lucas 24, 35 - 48: En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.  Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»


Creer en la Resurrección no resultó nada fácil, no fue un acontecimiento automático y a día de hoy sigue siendo algo de lo que nos es difícil hablar sino como dogma de fe. Claro, estos discípulos nos hablan de una presencia real del REsucitado, al que pueden tocar, el cual come con ellos, les habla... Y todo esto como un hecho único e irrepetible que no se ha vuelto a dar. El Crucificado y el Resucitado se siguen identificando en este pasaje, como muestran las heridas que Jesús presenta para que lo reconozcan. Y veremos como en estos pasajes de la resurrección diferentes situaciones, diferentes personajes, irán esclareciéndonos las dudas de estos discípulos en quienes hubo un resurgir de la fe.

El contexto del pasaje nos lleva a nuestro tiempo para hacernos pensar de qué manera, hoy, podemos resolver las muchas dudas que todavía existen en la comunidad creyente. Porque cierto es que las tenemos, y si no las tuviéramos es que nuestra capacidad de reflexión habría muerto irremissiblemente. Preguntarse es tan sano como tratar de conseguir respuestas a las incógnitas de la vida. La fe, que no es una realidad estàtica, nos lleva a replantear aquellas cuestiones que afectan a nuestra vida social, religiosa, espiritual, familiar... Y en este surgir de preguntas, también necesitamos esta figura que, como el Resucitado, nos muestre las respuestas que necesitamos para que nuestra fe perdure, crezca y se alimente.

Quizás todo este tiempo de pérdida de vocaciones, de secularismo, de separación, de enfado... venga en parte por la ineficacia de las estructuras pedagógicas de hacer llegar respuestas a las cuestiones que la fe hoy nos plantea. Y necesariamente hay que situarse en un diálogo con el mundo y con sus inquietudes, con sus realidades, con sus necesidades. No podemos radicalizar una respuesta porque sí, y me pregunto ¿Dónde ha quedado la capacidad de reflexión de la Iglesia? Porque parece que esa capacidad ha ido muriendo paulatinamente y sólo resta a nivel local, en algunas comunidades, en algunos grupos, en algunas parroquias...


La Resurrección evoca muchas realidades, entre ellas deseo que tengamos la inquietud de recuperar la capacidad de reflexión, el espíritu crítico, la mente lúcida y que exista un resurgir de la fe de muchos porque se han dado los elementos de respuesta o de comprensión como en su día hizo Jesús.  

martes, 29 de marzo de 2016

JUAN 20, 11 DIAS DE LLANTO

Juan 20, 11 - 18: En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»



Ocurre que, a veces, hay lágrimas que vienen a nuestra vida y no nos dejan ver más allás de aquella amarga y desgarradora situación. Podemos enumerar las veces que nos peleamos, que nos enfadamos, que nos hacemos daño... pero también están las que vienen provocadas por una pérdida, por una enfermedad, por un disgusto... Si hay ocasión para reir es porque, de algún modo, también hay ocasión para llorar. Así ocurre en el evangelio de hoy, vemos a María Magdalena absorta en la llantera, sin lograr ver que a su lado el que habla es Jesús. Así ocurre, también, en la vida que el llanto no nos permite acercarnos a esa otra realidad que llama a nuestro corazón sea como alegría, como perdón, como ayuda...

Por cada cosa mala, por cada mala situación, por cada vez que rompemos a llorar existe a nuestro alrededor una posibilidad a la esperanza que se nos ofrece, sea con personas, sea con gestos, sea como sea, para tendernos una mano, o para decirnos algo que despierte en nosotros ese click con el que podemos traspasar el dolor, el llanto. Jesús apela al nombre de María, la llama. A nosotros muchas veces también es necesario que nos llamen por nuestro nombre para reaccionar. Quizás es la forma más primitiva, puede que sea algo muy familiar, o claro... logro sacudirme el llanto porque alguien que me conoce mes solicita y, porque no decirlo, porque quizás yo estoy esperando eso mismo, que alguien venga y me llame, me socorra, me abrace, me consuele...

Mis momentos más negros los he vivido en solitud y los he experimentado con un deseo arraigado de que alguien, fuera amigo o conocido tan sólo, gritara mi nombre, o lo susurrara, y así salir de ese pozo al que somos muchas veces sometidos por las circunstancias de la vida. Es así, la vida es así.

Hoy, que seguimos en esta octava de Pascua, quisiera hacer un llamado para que todos nosotros estuviéramos dispuestos a llamar al que sufre por su nombre, al que pasa hambre, al que han echado de su casa, al cubierto de deudas de usura, al inmigrante, al enfermo, al preso... a todo aquel que lo necesite. Porque en estas muchas situaciones habrá tantos que no esperan que pronto les venga una solución a sus problemas pero sí, seguro, que alguien les llame por su nombre.


Llamen, acudan, arrimen el hombro, salgan al encuentro de estos necesitados, que también somos todos, los que en un momento u otro nos encontramos como María, llorando.

lunes, 28 de marzo de 2016

MATEO 28, 8 PASCUA, LLAMADO A PARTICIPAR

Mateo 28, 8 - 15: En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.  De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos.» Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.


Los evangelios se escriben a la luz del Misterio de la Resurrección. Esa es la noticia clave para que haya un resurgir de la fe, una fe que se había apagado con la crucifixión, pero que ahora no sólo cobra nueva fuerza, sino que además se anuncia en todos lados, sea en las plazas, en las sinagogas, en las casas... Mateo nos presenta a unos dirigentes judíos preocupados ahora por esta extraña noticia así que, mientras unos se alegran, otros tratan de evitar lo que hasta hoy todavía no se ha podido detener: la fe en Cristo.

Nosotros vivimos hoy nuestra fe desde otro momento de la historia, muy diferente. Somos herederos de una creencia que desde aquel entonces se proclama: que Jesús ha resucitado y que gracias a esa victoria sobre la muerte se constituye Señor. Y ya que todavía nos falta para Pentecosta, podríamos vivir estos días de alegría, de buena noticia, bajo el prisma de la clandestinidad que todavía, hoy, viven en muchos países del mundo. Lugares donde las comnidades cristianas son perseguidas, castigadas, echadas de sus casas... Si reivindicamos toda clase de actos, cuanto más aquello que afecta tan directamente a nuestra comunidad.

No se trata que tenga que prevalecer una religió sobre otra sino que se busquen medios para facilitar la convivencia entre las diferentes etnias, religiones y culturas que viven desde el conflicto. Hay lugares repartidos por el mundo repletos de violencia territorial porque se pertenece a la etnia tal, a la religión cual. Eso es inaceptable, porque día tras día los países del Norte vemos con una cierta distancia que casi deshumaniza la situación de aquellos que son presa de los conflictos. La televisión y la radio nos ayudan a confraternizar, pero también son medios que nos insebilizan porque nos hacen ver los problemas desde la perspectiva.

Por eso, esta Pascua podríamos tratar de vivirla de otro modo, no ya leyendo un periódico o escuchando las noticias, sino participando de ellas, acudiendo a los lugares a los que hacen falta voluntarios, haciendo voluntariados nuevos, participando de las realidades que suceden a lo largo y ancho del mundo, siendo compasivos, compartiendo suelo, llanto, esperanzas, tristezas y alegrías, hambre, lluvia, sol...


Que resucite nuestra sensibilidad, que resucite nuestro deseo de ser parte del mundo, que resuciten, también, las oportunidades.

sábado, 26 de marzo de 2016

VIGILIA PASCUAL

Yo que vengo de la tradición evangélica tengo, muchas veces, todavía como referente la cruz de Cristo. Claro, la cruz siempre va a estar ahí, pero entiendo que un cristiano no puede detenerse sólo en el madero, mirando al hombre clavado, conociendo lo que es (en parte) la salvación de Dios para el ser humano. Es necesario ir más allá, y si acudimos a la cruz que sea para traspasarla. ¿Es que acaso deseamos quedarnos allí clavados, soportando todo tipo de mal? De ninguna manera, porque si alguien se detiene para soportar mal deja de hacer un bien necesario, una acción, una actividad, un voluntariado, una misión… Por tanto, claro que debemos soportar el mal, pero debemos hacerlo venciéndolo con el bien, no permaneciendo dolidos en el madero sino con el espíritu pronto para que, de un sacrificio, surja la vida.

La cruz esconde, detrás de todo su dolor, algo que nos interconecta con la vida. Con la vida de Dios y con la vida de las mujeres y los hombres. Quizás nadie se fijó que, con el tiempo, de aquella cruz nacieron rosas, surgieron olores, fragancias, resurgió la fe y todo comenzó a hacerse comprensible. Sin lugar a dudas aquellos primeros discípulos (hombres y mujeres) traspasaron la cruz.

En nosotros debe estar, pues, este sentido de vislumbrar la esperanza, el color, la fragancia y la vida del hecho de la crucifixión. En nosotros también debe nacer esta voluntad de no desear ser una cruz para nadie y de no querer imponerla. Podríamos clamar a gritos hoy, que nadie ponga a otra persona una cruz. A otra persona, a otros pueblo, a otra opción sexual, a otra manera de pensar, de vivir una religión, de llevar adelante una relación… Detrás de la corona de espinas, un cristiano debe ver libertad. Detrás del doloroso madero se debe suscitar cariño, amor, solidaridad, compasión.


Vida, reclamo vida! Que nadie quiera acercarse a la cruz si no es para traspasarla. Y si alguno, si alguna yace clavada no piensen en quebrarles las piernas, ni en una lanzada… antes con absoluta delicadeza suban, tumben esas cruces y ayúdenles a salir del llanto, de la separación, abrácenlos, acérquenlos, ámenlos. Ayuden a este mundo a resucitar.

jueves, 24 de marzo de 2016

JUAN 13, 1 LAVANDO LOS PIES


Juan 13, 1 – 15: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?» Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.» Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.» Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.» Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»


El amor que nos expresa Jesús en el evangelio de Juan no es un amor sentimental, de aquellos que van y vienen y que dominan a las personas. Jesús, de ninguna manera, manda un sentimiento sino que lo que declara Jesús es un compromiso que nace del corazón. Es un compromiso, primero con los suyos, que a lo largo de los capítulos posteriores, además, ampliará a todos los creyentes, presentes y futuros en aquella oración sacerdotal que nos regala el capítulo 17. Es voluntad y decisión de Jesús hacer este compromiso con la humanidad y nos solicita algo parecido a nosotros, que también tengamos este compromiso de acudir al ser humano, de acoger al ser humano, de convivir con el ser humano.

Estamos en el momento crucial que nos conducirá hasta la Pasión y la cruz. Es un clima cada vez más oscuro, que nos adentra en la profundidad de la sin razón humana, aquella que se repetirá después en tantas ocasiones no sólo con cristianos, sino también con judíos, con indios, con africanos... y ahora con los miles de inmigrantes que también viven a las puertas de Europa su particular juicio y condena.

Jesús nos alienta a adoptar un compromiso en favor de todas estas situaciones que atentan contra el ser humano. Hay que decidirse en favor de las personas, de su bienestar, de su desarrollo, de su dignidad... todo aquello que termina siendo papel mojado en la Declaración de Derechos pero que en Jesús tiene un climax de sentido y de verdad. Lo auténticamente cristiano está en la humanidad, en nuestra preocupación por los demás, en el primado del amor, en la solidaridad, la ayuda, la compasión.

Estos días de reflexión previos a la Pascua deben llevarnos a decidir, a sopesar, a implicarnos, a descubrir. Pues no hay Pascua, no habrá Pascua, si nada cambia, si todo permanece al arbitrio de los poderes fácticos, de las fuerzas de presión, de los poderes económicos. Sólo celebraremos un hito, un símbolo, una fiesta... ¿y qué ocurre con la verdadera Pascua?¿Qué sentido tiene la resurrección si no implica también un resurgir humano?


Hoy lavaremos los pies de nuestros amigos, de nuestra familia, de nuestra comunidad... pero también hay que ceñirse la toalla en favor de los más desfavorecidos de nuestro tiempo, que van desde la pobreza energética, los desahucios... a la frontera con Turquía y Grecia.

miércoles, 23 de marzo de 2016

MATEO 26, 14 LA VIDA QUE NOS HIERE

Mateo 26, 14 - 25: En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»  Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.  Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: «Tú lo has dicho.»


Todos, absolutamente todos, tenemos una fuente de dolor que se acerca a través de las personas que amamos, aquellas que nos son más próximas, más cercanas, con las que podemos compartir un lazo más íntimo. Somos capaces de soportar muchas situaciones que ocurren en nuestro entorno lejano, o en nuestro ámbito laboral, o entre personas con las que no compartimos la vida, las ideas, el corazón... Pero cuando ocurre algo en nuestro entorno más próximo, en nuestra familia, con nuestros amados o con nuestras amadas, duele (y mucho).

No se a ustedes, a mi personalmente no hay cosa que más me cueste, que más me duela y que mayor dificultad traiga a mi vida que cuando ocurre algo con las personas con quienes comparto mi corazón. Es como si un puñal se clavara en mi alma, la desgarrara, y se me abre una herida tan profunda que parece como si alguien estuviera, constantemente, echándole sal.

Cuando leo este pasaje, cuando veo la actitud de Judas, no consigo ponerme en la piel de Jesús. Me encantaría, sí! Este Jesús tiene una capacidad innata al amor, al perdón, a vivir y a compartir con las personas a pesar de los desacuerdos, de los desencuentros, de las traiciones, de las negaciones... Es un camino que me apasiona, pero es un sendero que me cuesta. Ver a Jesús en el cenáculo, rodeado de amigos y de amigas, celebrando la cena y sabiendo lo que hay en los corazones de Pedro y de Judas, me aporta un ejemplo de cómo hay que entregarse en la vida, a pesar de las circunstancias, al amor hasta el extremo.


Claro, si ustedes me preguntan les tengo que decir que a pesar del dolor no me arrepiento de haber conocido a uno, o de haber compartido con otra, o de... lo que haya pasado. No sabría entregarme de otra manera, como tampoco sé comportarme cuando me hieren. La vida es un va i ven de situaciones, de personas, de actitudes, de vivencias... debemos vivirlas con autenticidad, con honestidad, con corazón. Nos van a herir, sí, por supuesto, pero prefiero caminar herido que con una armadura que me salve de la realidad, del tocar a los hombres y mujeres que hay a mi alrededor y con los que deseo compartir la vida.

martes, 22 de marzo de 2016

JUAN 13, 21 NOS ENCONTRAMOS EN EL PECHO

Juan 13, 21 - 33: En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: - «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: - «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: - «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: - «Lo que vas hacer, hazlo pronto».  Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.


Seguramente que cada vez que se lee este pasaje hay muchos que se pregunten quién era este discípulo que se recostaba en el pecho de Jesús. Cada vez, pero, tenemos más claro que no se trata de Juan, que el discípulo amado debía ser otro, quizás Lázaro, quizás Juan Marcos, quizás... judas. De hecho esta duda acerca de la identidad del discípulo amado nos permite una especie de vacío en el que todos nosotros podemos entrar, no sólo cada vez que nos reunimos para celebrar la cena del Señor, sino cada vez que nos dirigimos a Él, sea en oración, sea en alabanza, sea de la forma que sea, incluso cuando hacemos el bien, cuando nos acercamos a la hermana o al hermano, de facto estamos también recostándonos sobre el pecho de Jesús.

Y sobre esta facultad que tenemos de proximidad con el Cristo nace también algo que es singular y precioso y que va íntimamente ligado con lo que creemos y confesamos, que Dios ha posibilitado en Cristo que exista entre lo humano y lo trascendente una capacidad de amar, tal, que nos da la libertad de acercarnos al Padre, no sólo confiadamente, sino con esta actitud deliciosa de abandonarnos en su pecho, de acercarnos a su corazón, de escuchar sus latidos. Y esta singularidad es propia del cristianismo, como lo es del ser humano.

Por tanto, en estos días de celebraciones y cenas, o momentos de encuentro, o reuniones... podremos aprender a gestionar este signo de acercamiento, de confianza, de intimidad a modo que compartamos con nuestros amigos y amigas aquello que también es propio de Cristo, dejarse alcanzar por el ser humano, dejarse alcanzar por la humanidad en su pecho. Sea rico o pobre, cercano o lejano, amigo o incluso traïdor, este jueves próximo puede ser un buen día: o para recostarnos en los demás, o para acoger este gesto que también puedan hacer con nosotros, ofreciendo nuestro pecho, como un cojín.


Aún sin ser la misma, algo tiene que ver con la imagen que son una madre y su hijo (o hija) cuando lo sostiene en el pecho, que es un lugar especial para el recién nacido, donde descansar se equipara a la respiración de la madre, donde la paz se halla en el contacto humano, cariñoso y gratuito.

domingo, 20 de marzo de 2016

LUCAS 22, 14 DE RAMOS A PASION

Lucas 22, 14– 23,56: En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato. No encuentro ninguna culpa en este hombre C. Y se pusieron a acusarlo diciendo S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey». C. Pilatos le preguntó: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. El le responde: + «Tú lo dices». C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre»


Curiosamente ocurre en la vida que los que hoy son aclamados, admirados, incluso reverenciados… mañana, o luego a no más tardar, se convierten en enemigos, en objeto de crítica, en despreciados, insultados, abofeteados, ninguneados… Así vivimos en nuestra sociedad, que alimenta además este ir y venir de opiniones con el amarillismo que vierte en la política o en la vida social. Por tanto un poco también somos como estos que hoy aclamaban a Jesús en la entrada triunfal a Jerusalén, que esperaban a un rey, a un Mesías, y para el que salieron a recibirlo con las mejores galas, con todo aquello que tenían incluso para hacerle una alfombra mientras Jesús pasaba entre ellos.

Hay un toque muy importante en el evangelio contra la adulación, contra la admiración hacia la persona. Lo vemos tanto en los oponentes, como en el pueblo, como en los discípulos que jamás entendieron (en vida) quién era Jesús. Algunos seguían a un sabio, otros seguían a un supuesto revolucionario, otros seguían al Mesías y ahora estos otros aclamaban a un rey. ¿No han pensado, por lo menos alguna vez, el mal que podemos hacerle a alguien cuando pretendemos que sea quien no es?¿cuándo generamos una expectativa falsa?¿cuándo queremos que cubra nuestras pretensiones? Por supuesto, nos olvidamos de la persona y pasamos a ver un producto, una herramienta, un instrumento que como tal, además, podemos usar y tirar.

A lo largo de esta semana, hasta el domingo, tenemos ocasión de profundizar en la identidad de Jesús y en la nuestra misma. Reflexionar sobre qué ocurre cuando yo vierto sobre el otro una expectativa, cuando lo idolatro, cuando lo adulo… y en qué fácil es, después, criticarlo y bajarlo del pedestal en que lo encumbramos.

El modelo que nos deja esta Pasión de Jesús es para que nosotros no volvamos a repetirla sobre nadie, sobre ninguna persona, porque no es la voluntad de Dios y porque es absolutamente deshumanizador. La Pasión de Cristo no sólo quiere acercarnos al Misterio de la Cruz sino que además pretende una humanización de los seres humanos que se pierden en el otro misterio de la imagen, de la opinión, del escaparate, o del servilismo. Hay que dejar de imaginar al ser humano, de hacerlo objeto de nuestros deseos, y permitir que cada cual más que admirado, sea amado, más que servido, sea convivido.


El hecho que se aproxima trae consigo un profundo Misterio sobre el que cada año damos vuelta sobre vuelta. Este año me viene en clave humana, que no demos lugar a la Pasión, que hagamos que nadie vuelva a pasar por una experiencia como aquella. Que aprendamos a amar a las personas por lo que son y por quienes son, dejándolas libertad para que lleguen a ser lo que tengan que ser. Este año la entrada triunfal no se hace ya con una alfombra de ramas de olivo sino que se hace mirando a los ojos, descubriendo a quién tengo al lado, bajándome del pollino y caminando el suelo que pisa, consolando y no dirigiéndolo a la Pasión.

jueves, 17 de marzo de 2016

JUAN 8, 51 ANTES QUE ABRAHAM EXISTIERA

Juan 8, 51 - 59: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre». Los judíos le dijeron: - «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: "Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: - «Si yo me glorificara a mi mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: "No lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: - «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?» Jesús les dijo: - «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy». Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.


William Cowper dijo: "Dios se mueve de manera misteriosa para llevar a cabo sus maravillas. Y la manera de hacer Dios las cosas es un misterio para nosotros. Tenemos que reconocer que hay ocasiones en las que no acertamos a comprender cómo se mueve Dios. No parecen tener sentido y los instrumentos de los que se vale parecen tan fuera de lo normal. Dios no es nada ortodoxo. Siempre está haciendo las cosas de manera equivocada, escogiendo a las personas equivocadas y haciendo las cosas del modo más sorprendente. Una de las cosas que aprendemos acerca de Dios al vivir con él durante un tiempo es que siempre está haciendo lo inesperado y no es que lo haga así porque le encante hacer que nos sintamos confusos, sino porque su forma de obrar es infinita y nuestra mente humana no acierta a entenderla”.

Ciertamente, entre este pasaje y el primero del capítulo 8, la mujer adúltera, hay todo un clima de incomprensión que conduce a la intransigencia de estos “oponentes” de Jesús que no logran comprender, ni en la mujer adúltera la Ley de Moisés, ni ahora en este pasaje la unión entre Jesús y la historia a causa de su preexistencia (compartiendo el tiempo y la vida de Dios). La no comprensión termina por radicalizar las actitudes de las turbas, que deciden coger piedras para tirárselas a Cristo, en este pasaje, y a la mujer adúltera, como leímos anteriormente.

Debemos entender la vida de Misterio, que no necesariamente tiene que significar algo oculto, o algo ininteligible. Hay veces en que la palabra Misterio expresa algo que nos supera a nivel óntico, existencial, que nos viene dado por un conocimiento que todavía no llega en plenitud, pero que llegará. Además, Misterio, es también una cualidad de Dios, que deja espacio al desarrollo, al conocimiento, al descubrimiento… La vida, como también lo es el ser humano, es un gran misterio.

El ser humano, no obstante, es muy dado a dudar de aquellas cosas que no consigue comprender, de rechazar aquello que no es capaz de razonar, o de negar por negar si algo se escapa a su credo.


El pasaje de hoy nos invita a despertar ante la profundidad y la anchura tan grande, infinita, de Dios y a dejarnos sorprender por el testimonio de Cristo, que habla a nuestro corazón de piedra para, con la adúltera, movernos a misericordia y a humildad y como estos otros judíos a la experiencia de la Vida en el Hijo.

martes, 15 de marzo de 2016

JUAN 8, 21 ¿MORAL O PECADO?

Juan 8, 21 - 30: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: - «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: - «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?». Y él les dijo: - «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que "Yo soy", moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: - «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que "Yo soy", y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.


El evangelio de Juan nos sitúa, muchas veces, ante un clima de controversia en el que vemos a Jesús en discusión o con sus adversarios, o incluso con sus discípulos. Los primeros no aceptan a Jesús como Hijo de Dios, los segundos no lo comprenden. En este caso estamos en la ante sala del pasaje del ciego de nacimiento y, por tanto, el autor empieza a introducirnos el tema del pecado. Pecado que por aquel entonces no tenía la carga moral que hoy podemos darle al término sino que, más bien, se refería al incumplimiento de la Torah. No obstante, y dando otro giro inesperado, para el evangelista el término pecado va a ir asociado a la no creencia. Así, el verdadero pecado será no creer que Jesús es el Hijo de Dios.

Está claro que nuestra concepción occidental de las cosas nos lleva a interpretar, o a comprender, el término pecado bajo el espectro de lo moral, y de una moralidad que puede atentar, o no, contra Dios. Pero la intención del evangelista es absolutamente diferente y, como cristianos, como seres humanos, debemos comprender aquello que verdaderamente comprende a Dios y aquello, por el contrario, que se nutre de concepciones humanas, de leyes que surgen de la experiencia, de la tradición y de la eterna persecución del bien sobre el mal. A este respecto, ¿podemos todavía mantener el concepto de pecado tal y como sigue entendiéndose en nuestra cultura?

Absolutamente no.

Vivir anclados en el fundamentalismo del primado del pecado sobre nuestras vidas es vivir subyugados a una religión esclava, que penaliza, que juzga, que tiene capacidad para apartar a las personas según su moral. Pero la historia y la educación nos demuestan que lo que podemos entender en cuestiones éticas o morales depende de cada lugar en concreto. No hay la misma carga moral en Dominicana que en España, ni en Alemania o en Costa de Marfil, por no decir en Tejas o en Nueva York. Entre los países del Norte hay líneas de igualdad, declaraciones que aunan esos esfuerzos por construir una determinada separación entre lo bueno y lo malo. Entre los países del Sud hay otra, condicionada `por las situaciones de desigualdad, por la falta de educación, por los episodios de guerras y terrorismo... Por tanto, tratar de extrapolar nuestra idea de pecado hacia una zona u otra es tan peligrosa, tan dañina, tan irreal que debería llevarnos a repensar que muchas formas de pecado son insostenibles en el mundo.

¿Qué le toca a la comunidad cristiana? Eminentemente dedicarse a desmitificar la moral y centrarse en el primado del Amor, en la fraternidad con las culturas, con las situaciones... abandonando toda juridicidad en beneficio de la educación, dejando de banda nuestras convicciones morales, atendiendo al caso concreto y procurando que no pase otra generación entre la sombra de la superstición, la duda y confusión que provoca este término pecado.

Si ayer hablamos de no tirar piedras, hoy podemos hablar de no condicionar al ser humano, de educarlo, de dejar permitirles su creatividad, su iniciativa, un desarrollo según sus posibilidades sin el estigma del pecado.

Hay que cambiar, seguro, porque no podemos hacer nuestra propia moral de la fe universal en Cristo, que es amor.

lunes, 14 de marzo de 2016

JUAN 8, 1 UNA MANO POR UN PUÑO

Juan 8, 1 - 11: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: - «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: - «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: -«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»


Es cierto como la vida misma que lo más difícil que existe para un ser humano es tratar de llegar a otro, u otros, que tienen el corazón petrificado. No necesariamente por odio, por recelo... sino porque, como comunidad, muchas veces tenemos el corazón repleto de nuestros pensamientos, de nuestras opciones, de lo que consideramos que está bien y que está mal, de juicios, prejuicios... Escribir en el suelo, o dibujar, no es fácil. El suelo también está duro y un dedo en muchas ocasiones no consigue traspasar esa realidad. En ese contexto vemos a un Jesús que encuentra más facilidades en la tierra misma que en el corazón de los hombres y mujeres.

Tengo claro que el mensaje del evangelio viene directamente a nuestras vidas para que seamos capaces de mostrarnos críticos, primero, con nosotros mismos. ¿Cómo una comunidad que dice que cree y ama a Jesús puede mostrarse petrificada ante la realidad? Bien, estos significa que todos podemos ser como estos judíos que querían justificar su lapidación y también como esa adúltera a la que Jesús dirá: no peques más. Nuestro pecado, el más importante, es que nos separemos de la realidad del ser humano. Cuando la comunidad mira a otro lado peca, cuando la comunidad se desdice de la realidad también peca... y cuando nos mostramos obtusos, intransigentes, resabidos o sin diálogo... también pecamos.

Más importante que lanzar una piedra es la vida de la mujer, del hombre. Más importante que la Ley, que la Torah, son las personas. Si no conseguimos regirnos por unos valores y unas leyes más humanizadoras, nuestro destino se aleja de la voluntad de Dios, que todos se salven. Y esta es la prolongación de la obra de Cristo, que el ser humano no caiga en el olvido, que no falte el sacrificio, el voluntariado, la solidaridad, la paciencia, el perdón... porque cuando yo acuso a alguien, cuando quiero castigarlo, cuando antepongo mis intereses... lo hago contra la misma imagen de Dios, quien me ama.

Entonces, ¿cuál es la enseñanza de este pasaje? El amor, no hay más. Porque por encima de los juicios sólo hay amor, y si algo puede no sólo escribir sino resquebrajar la piedra es la caridad.


Recuerdan aquel juego de piedra, papel, tijera. Pues el papel, que vence a la piedra, es una mano abierta que acoge a una mano cerrada, a un puño. Qué sabos aquellos niños y niñas que jugaban antaño. Aunque me vengas con un puño, yo te ofrezco mi mano.

domingo, 13 de marzo de 2016

JUAN 8, 1 MUROS, ACUSACIONES Y PEDRADAS

Juan 8, 1 - 11: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: - «Ninguno, Señor». Jesús dijo: - «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más»


Hablar hoy de la mujer adúltera es hacerlo desde otras realidades que azotan nuestra conciencia y lo que podemos entender que es la vida de aquellos que viven, o que obligamos a vivir, en la eterna pared de la acusación, esperando a que ejecutemos la sentencia y los apedreemos. Evidentemente, hoy hablo de la realidad que vivimos a causa de las guerras que se extienden en Oriente y que han provocado que miles de personas, desde hace años, tenga que dejar sus casas, sus trabajos, sus vidas, para intentar buscar un mundo mejor, una oportunidad, o sólo algo que llevarse a la boca, o a la boca de sus hijos y de sus hijas.

Me pregunto qué ha ocurrido en una Comunidad Europea que, tras declarar en 1948 los derechos universales del ser humano, hoy hace el papel de estos que aún escuchando las palabras de Jesús, cogen la piedra y la lanzan sobre los inmigrantes. ¿Cómo es posible? Incluso en el evangelio todos aquellos acusadores quedaron interpelados por la realidad que vive en nosotros y que nos dice: que todos, todos, todos, tenemos algo de “pecado” para no arrojar la piedra. Y cómo que nuestra comunidad, nuestros dirigentes, esta política que se llama democracia o aquella bandera que habla del estado del bienestar resulta que no sólo cierra las puertas a la libre circulación de personas por la UE, sino que además los confina, los condena y los hace aún más miserables, acercándolos a la barbarie.

¿Qué ocurre con nosotros? ¿Qué ocurre con los derechos humanos?¿con la dignidad de la persona?¿con nuestros hermanos y hermanas que salen de una situación que nosotros ya vivimos hace años, cuando Europa era una gran generadora de inmigración? ¿No fueron sus abuelos a Alemania a buscar trabajo?¿No vinieron del Sud hacia el Norte?¿Y no es verdad que tuvieron su oportunidad?¿su opción?¿su bienvenida?

Qué clase de conciencia debemos tener para tirarles piedras, para ejecutarlos, para negarles aquello que debería ser innegable. Qué lamentable, además, que todo ello se haga desde salas de reuniones, con dirigentes encorbatados, comiendo en restaurantes caros, vistiendo de marca, con pensiones vitalicias, con rendas insultantes, con propiedades desde el Este al Oeste y sin escrúpulos, sin ningún puñetero escrúpulo.


Basta! Basta de esta casta político económica que nos dirige, que nos obliga, que nos somete, que subyuga al ser humano, lo condiciona, lo reprime, lo acaba… ¿Por qué son ustedes, y nosotros, los que en la historia tiramos piedras? ¿Por qué nos esforzamos en seguir procurando adúlteras? Esto no, esto no es la vida, seguro! Esto no es vivir… Suelten sus piedras, déjenlas en el suelo, transformen su corazón y déjense dibujar por Cristo.

viernes, 11 de marzo de 2016

JUAN 7, 1 EL QUE VE A CRISTO VE A DIOS

Juan 7,1-2.10.25-30: En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: - «¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: - «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.


Podemos ver, calrísimamente, cómo el evangelio de Juan viene tratando de responder a la identidad de Jesús, a su filiación divina, a la fuerza de su obra y también sobre cómo el creyente, y el no creyente, acoge esta identidad del Cristo. Si bien para sus seguidores será motivo de incomprensión y para sus adversarios motivo para la negación. Pero, tras tantos siglos de historia, de concilios, de dogmas... ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Es el Cristo, o quizás sólo un buen hombre, un hombre piadoso de su época, o un ejemplo como puedan serlo Ghandi...? Claro, no es tan sencillo responder a esta pregunta, incluso para los que nos decimos creyentes.

Si conociéramos a Jesús, dice el texto, conoceríamos a Dios, porque Jesús ha sido el Revelador del Padre, aquel que con sus obras y palabras imitó las mismas palabras y obras del Dios invisible que, en Cristo, se quiso revelar al mundo y rescatarlo. Pero este conocimiento de Jesús, que pasa necesariamente por la humanidad, cada siglo trae consigo una serie de nuevas connotaciones que nos hacen comprender y ahondar en el misterio de Dios.

Hoy tendríamos que decir que no conocemos al Hijo, por lo menos en su totalidad y que, por tanto, tampoco conocemos a Dios, o que si más no estamos en vías de conocerlo. Creo que esto sería lo más honesto que cabría responder.

Claro, conocemos muchos atributos de Dios, pero nos olvidamos que CRECIMIENTO también es la forma en que accedemos a su conocimiento. Si el ser humano no creciera tan siquiera entenderíamos las palabras del evangelista, si el ser humano no reflexionara sería imposible acceder a la contemplación o a la experiencia de la trascendencia. Si no fuera por testigos, por aciertos, por errores, por herejías y por mártires seríamos meros ignorantes que disponen de la Revelación pero para quienes está totalmente velada. Y, en efecto, todavía vemos como en un espejo, porque aguardamos esperanzados el día en que podamos ver cara a cara.

Por tanto, sabiéndonos menuditos, sabiéndonos también como aquellos discípulos que no llegaban a comprender la identidad de Jesús, el Plan de Dios... deseemos mayor conciliación con las cosas que acontecen a nuestro alrededor tratando de aprender de ellas, porque cada día que reescribimos la historia, también estamos redescubriendo facetas, caras, atributos de este Dios para el que parece, a veces, que hemos terminado de etiquetar.


La vida, como Dios, es un campo de sorpresa y si algún día dejo de sorprenderme, que tengan piedad de mí.

jueves, 10 de marzo de 2016

JUAN 5, 31 EL GRAN REVELADOR

Juan 5, 31 - 47: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?


El evangelio de Juan nos presenta toda una serie de discursos que quieren llevarnos hacia el reconocimiento de la identidad divina de Jesús. Jesús aparece como el único revelador del Padre, al que nadie ha visto sino Él. Y para el evangelista es importante remarcar la primacía de Jesús sobre el Bautista ya que su comunidad, la joanica, vivía también (por lo menos en algunos momentos) junto con la bautista, sólo hace falta recordar que el propio Jesús o algunos de los discípulos también lo fueron, almenos inicialmente, del hijo de Zacarías. Por eso, el Bautista sólo puede hacer la función de precursor del Cristo, de anunciador del Mesías. Pero lo verdaderamente especial del testimonio de Juan fue el hecho de ser el primero en reconocer la identidad del Cristo: “éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por tanto, el evangelio nos presenta a un Juan que precede y testimonia del Siervo de Dios.

En el capítulo cuatro Jesús ya se nos presentó como dador de Vida, y a esa posibilidad vital apela en este capítulo 5 ante la negativa de los judíos de acudir a Él como anteriormente ya hicieran los samaritanos. Qué contradicción para aquellos judíos que los samaritanos hallaran antes el verdadero acceso a Dios. Quizás, sólo quizás, podamos atribuir esta comparación a la radicalidad con la que el judaísmo se constituyó a partir del año 70 con las destrucción del Templo y de Jerusalén. Quizás, sólo quizás, tengamos que llevar nuestra atención no al espacio/tiempo de Jesús sino al contexto de la propia comunidad joánica, que vivía un momento de separación de la sinagoga.

La intención del evangelista en el capítulo 20 será la de confesar que las obras, palabras y situaciones descritas en el texto del evangelio son para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengamos vida eterna. Así que toda la obra de Juan quiere llevarnos hacia la profesión de la fe en Jesús como Hijo de Dios, como Cristo, como Revelador del Padre a quien nadie ha visto, como Ejecutor perfecto de su voluntad, como Perfecto adorador y como modelo de discípulo que guarda con Dios una relación de obediencia y amor.


Éste llamado de finales del siglo I sigue, con fuerza, gravado en el deseo de los cristianos de hoy, que quieren presentar al Cristo como la Vida que viene del Padre. Una Vida que se ofrece, gratis, a la humanidad para vestir de plenitud la realidad, el contexto, las relaciones y la trascendencia.

martes, 8 de marzo de 2016

JUAN 5, 1 BETESDA

Juan 5, 1 - 16: Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: - «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: - «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: - «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: - «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». El les contestó: - «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar». Ellos le preguntaron: - «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.


Cada vez que leo este pasaje del paralítico de Betesda no puedo dejar de fijarme en la situación que vivimos cada día en la calle, mas desde hace un tiempo, donde se ve agrupándose a personas pidiendo en las puertas de los supermercados, iglesias, cafeterías de forma casi sistemàtica. En su gran mayoría son personas que o son presa de las mafias, o trabajan para clanes familares (generalmente de rumanos) que saben perfectamente dónde deben situarse, a quién deben pedir y cuándo han de hacerlo. Cabe decir que entre estas mafias sí hay personas que no responden sino a su propia necesidad y que se encuentran también perjudicadas por la proliferación de esta forma de limosna. Es una estampa que me recuerda muchjo a esta piscina, rodeada de paralíticos y en los que al paso de los años ya hasta se confunde cuál es la verdadera necesidad.

No les sorprende que tras treinta y ochco años un paralítico sea curado? Claro, podemos atribuirle al pasaje la obra de un milagro, el poder de Jesús que tiene capacidad de sanar y cura la enfermedad. Pero podríamos pensar también en otra opción, que va más ligada al bautismo como a la luz que conlleva Cristo. Así, seguramente, tras treinta y pico años acostado en el suelo, esperando ser bajado en brazos a la piscina, aquella persona incluso, incluso, habría perdido el sentido de su enfermedad. Quién sabe si estaba tan impedido, o si en verdad era paralítico... y es que la enfermedad también tiene mucho de psicología.

La clave está en fijarnos en la multitud de personas allí yacidas y en las palabras de Jesús a uno de ellos, quizás el de peor aspecto, a quien devuelve una oportunidad. Quieres sanar?, pues levántate. Es decir, vence este componente que año tras año ha terminado por postrarte en una realidad peor que aquella con la que llegaste. Vence el componente negativo de tu enfermedad, ese que te subyuga, que te impide...

La enfermedad es, a veces, un lugar en el que he acomodado un dolor. Es incluso un momento con capacidad para confundirme, es un estado que si dejo que me atrape consigue herirme, hundirme, atraparme en la autocompasión.


Como sociedad hemos visto que esta acción de Jesús tiene un aplicativo inmediato en la vida de las personas. Podemos llamarlo psicología positiva, reisilencia, o podemos llamarlo fe, oración, acción de Dios... Existe, existe esta opción nuestra para llevar sanidad, para poder ofrecer una posibilidad de dejar la camilla y caminar, reengancharse a la vida y dejar atrás aquella piscina en la que se siguen agolpando los problemas, las mafias, los dolores, las decepciones y toda forma de “no puedo”.

domingo, 6 de marzo de 2016

LUCAS 15, 11 UN ABRAZO

Lucas 15, 11 - 32: Jesús les dijo esta parábola: - «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre [...] Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. " Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron a celebrar el banquete.


Recuperando, hoy, esta parte de la paràbola del hijo pródigo y conociendo la característica lucana de presentar sus enseñanzas en clave de viaje, de itinerario, vemos hoy a este Padre que siendo movido por la misericordia, nos quiere expresar también un cierto sentido de temor, de quebranto, ante la posibilidad de poder perder otra vez a este hijo pródigo si en su corazón dejara lugar a la reprimenda, a la recriminación... Todos conocemos este sentimiento, todos hemos sido actores u objeto de un deseo de reencuentro que se termina truncando y todos vivimos momentos que terminan rompiéndose porque alguien no pudo terminar de moverse hacia la misericordia. Ahí es cuando el ser humano decide arrancar a correr y abrazar al otro, o darse la vuelta y mirar hacia el dolor.

En nuestro pensamiento tenemos casi todos ya una concepción de Dios como el Padre Bueno, amoroso, misericordioso, y de Jesucristo como el camino de regreso que finalmente cierra ese abrazo fraterno entre Aquel que nos acoge y nosotros, que peregrinamos. Deseo que ya sean pocos aquellos que tengan más puesta su mirada en el juicio venidero que en la gracia y el don de una vida que, a su término, estará por resucitar.

Esperanza, si algo rescato de este texto siempre es ese olor a esperanza, que no hay trazado oscuro, ni noche profunda, ni camino angosto que no pueda terminar en ese precioso enclave que desprende esperanza. Y no habrá situación, agravio, dolor, o rotura que no podamos solventar si vivimos la experiencia del reencuentro con este mismo temor, pavor casi, de un Padre que no está por volver a ver cómo se pierde su hijo. Qué lección tan bonita sacamos de un miedo tan humano, que preciosa transformación aquella que termina por embriagarnos de misericordia.


Hay muchas personas que hoy viven un tiempo marcado por el desencuentro, por la separación y que tienen ese pedazo de temor que viene, a veces, como un timón a sus vidas. Hay una parte que depende de cada uno. Y quizás sí, aunque es muy probable que no esté en nuestra mano que el otr (la otra) “vuelva en si”. Y mientras cada cual prosigue el camino que ha decidido en su libertad hay algo que siempre vamos a poder estar haciendo, que temiendo perderte, desee con todo mi corazón un lugar para el abrazo. Sin discusión, sin normas, sin límites... sólo un abrazo eterno, sentido, profundo, amoroso... y quizás una (o varias) lágrimas.

viernes, 4 de marzo de 2016

MARCOS 12, 28 PRIMER MANDAMIENTO

Marcos 12, 28b - 34: En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


Cuando hablamos del primado del amor quizás deberíamos también hablar primero de que para nada podemos tomarlo como un mandamiento. Sería lo más inefectivo, incluso frívolo, que nos mandaran amar porque... ¿acaso funciona un amor forzado, interesado, dirigido? Bueno, quizás hay veces en las que sí, pero ya sabemos lo que ocurre en los contextos donde amar se ha convertido en eso, en un mandamiento.

Amar es algo que a todos nos nace, que es inherente a los seres humanos, que nos define por encima de muchas otras cualidades y que permite, llegado el momento, anteponerlo a los intereses particulares, los egoísmos de cada cual o a nuestro propio bien. Amar nos lanza a la solidaridad, a la preocupación por el otro, a buscar su bienestar, a procurar medios a la hostpitalidad, al voluntariado, a la creación de espacios de encuentro entre culturas, civilizaciones, religiones. Amar, también, nos conduce a la victoria cuando atravesamos por momentos de guerra.

Amar nos hace mejores, nos quita tristezas, nos permite llegar a metas que creíamos inalcanzables. Para amar hay que apostar por el corazón, por la sinceridad, por la verdad, por la gratuidad y por el don. Amar es hacer Reino, construir una vida conforme a la voluntad de Dios. Amar es proseguir la obra de Cristo, vivificar el Espíritu, cuidar el alma. Bueno, vamos a decirlo, amar no es ninguna fórmula màgica que nos evite problemas, malestares, situaciones, caídas o llanto, amar es el instrumento del que disponemos para poder salir de estas etapas y reconvertir cada lágrima en una sonrisa.

Amar nos une, es un estado especial que nos viene incorporado por el hecho de ser personas, de ser humanos. Amar es un derecho y un deber. Amar nos protege, nos educa, nos desarrolla, nos nutre. Nunca, nunca, nunca hay que dejar de amar porque en nuestro caminar debe estar el deseo de prolongarlo, de transmitirlo, de enseñarlo y de practicarlo para que perdure, para que nadie olvide que no es un primer mandamiento sino que es el primer impulso del corazón... porque todos merecemos ser amados.


Dios es amor, un amor entregado en Cristo y un amor extendido en cada uno de ustedes. Somos fruto de la herencia, de la genética, de la historia, de una relación sexual... pero por encima de todo somos fruto del amor, hijos e hijas de ese mismo amor con lo que todo empieza y que separa la luz de las tinieblas.

martes, 1 de marzo de 2016

MATEO 18, 21 PERDONADOS

Mateo 18, 21 - 35: Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: -"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: - "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: -"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»


El evangelista nos alienta a llevar una vida cuya bandera sea el perdón a los demás. La clave, dice, para ser perdonados pasa por ser capaces, también, de perdonar, como una simbiosis perfecta, una relación de perdones que se van encadenando progresivamente en una espiral que, finalmente, se haga parte natural de nuestra forma de comportarnos. Es posible, sí! Sin duda, creo firmemente en esta posibilidad que se nos ofrece para arreglar las cosas, las situaciones, para devolverle a la vida su armonía, su sentido más pacífico. Y tenemos la certeza de que el perdón debe empezar por nosotros mismos si es que queremos favorecer, de algún modo, que también pueda, ese perdón, llegar a nuestras vidas.

Hay quien ve las situaciones de desigualdad que vivimos en el mundo vienen fundamentadas en la falta de fraternidad entre seres humanos, entre los pueblos que formamos la Tierra, entre los estados que pelean por los recursos, o entre organizaciones, como el FMI, que viven de ahogar al mundo con sus préstamos y sus cobros. Seguramente si empezáramos a hacer una escalada veríamos que es más sencillo llevar el perdón a nuestra vida que, contrariamente, hacerlo en esas estructuras que parecen ajenas a toda ética o a toda moral y que están absolutamente deshumanizadas.

¿Ustedes ven perdón en el confinamiento de los sirianos que están entre las fronteras?¿Acaso ven una disponibilidad a la caridad entre Israel y Palestina?¿Ven el rostro del arrepentimiento en Rodrigo Rato, en Miguel Blesa o en Iñaki Urdangarín?

Bien, todos se merecen el perdón, por lo menos nuestro perdón. Pero más allá de lo que nos compete como cristianos, es innegable que el mundo necesita de una nueva sensibilización para poder hacer frente a todas estas estructuras – personas que promueven una vida sin miramientos, sin ética, deshumanizada. Vivimos a caballo entre muchos dioses que nos alejan de la necesidad del perdón y de ser perdonados. Y vivimos, paradójicamente, en un mundo donde es necesaria la práctica de la misericordia no sólo entre los necesitados sino también entre los ricos y poderosos.


En el año de a misericordia, en una vida de misericordia, no puede faltar el perdón, pero que ese perdón no se convierta en un sentimentalismo sino en una baza para poder trabajar en pro de una sociedad más humanizadora, más sensibilizada, más comprometida, más cooperadora con las personas, con la naturaleza y con la vida que, en definitiva, constituye nuestro auténtico tesoro.