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sábado, 30 de abril de 2016

JUAN 15, 18 EN EL MUNDO

Juan 15, 18 - 21: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»


Cuando Juan se refiere al mundo como aquella realidad que se aparta de Dios, bien por ignorancia o bien por rechazo, no podemos pretender pensar que haga referencia a la totalidad del conjunto de seres humanos, territorios geográficos… que pueblan la Tierra. El mundo es en Juan una realidad metafórica que configura una opción respecto de Dios, pero uno una realidad como la podemos entender hoy y que nos llevaría, obviamente, a separarnos de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros iguales.

Hoy podríamos decir algo totalmente diferente porque lo realmente importante para cualquier cristiano no es alejarse del mundo, sino implicarse en él. Ser parte activa de una realidad vital que nos interpela a todos desde sus muchas realidades, desde sus muchas circunstancias, desde la pobreza a la problemática de los inmigrantes, desde las desigualdades Norte-Sur a los casos de escasez energética. Incluso es tan necesaria nuestra participación en el mundo que vivimos que hasta en política es necesario que participemos.

¿Cómo sería este mundo si los cristianos vivieran con indiferencia su repercusión? Claro, podríamos vivir como una especie de Esenios pero ello nos llevaría a negar una parte indivisible de la vida que Dios nos entrega, que es la posibilidad de relación, de interacción, o la capacidad de encuentro y acogida, o de entrega… todo ello pilares del Reino anunciado por Jesús.

Por tanto, y con extremo cuidado, la solución a esta época de controversias, polémicas y pérdida del sentido eclesial, no pasa por nuestra indiferencia respecto de las realidades, como si aislándonos tuviéramos ocasión para una mejor relación con Dios sino que pasa por la implicación, cada vez más fuerte y presente, de nuestras comunidades en el mundo, en las ciudades, en los barrios, en los centros y en las periferias, porque no sólo encontramos a Cristo en nuestra relación personal sino que hallamos su gracia operando en el mundo, en este mundo a veces complicado y hostil.


Es una lanza por la valentía, que seamos capaces de sacar hacia el exterior la fuerza de nuestra interioridad espiritual y seamos testigo y testimonio en un mundo que nos necesita a todos.

viernes, 29 de abril de 2016

MATEO 11, 25 CARGA LIGERA

Mateo 11, 25 - 30: En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»



La vida puede ser como el paso de algo efímero que consumimos en pequeñas caladas, que se agotan en un cigarro. Pasan los años sin casi darnos cuenta y, finalmente, exhalamos un último aliento, quedándonos sin sabor, de nada.

Pero sin sentido no podemos caminar, no podemos descubrir, no podemos amar. Necesitamos darle un vuelco a ese cúmulo de sensaciones y responder así a la gran pregunta: ¿Para qué estamos aquí?¿Cuál es el sentido de la vida?

Por ello encuentro en la fe una actitud crucial, una verdadera opción para valientes, para aquellos que han decidido afrontar la existencia. Como si fuéramos a la gran batalla con ansias de victoria, con un deseo absolutamente radical.

Para nosotros están las grandes páginas de la historia que disponen a configurar una vida en plenitud, aunque las escribamos con dolor, aunque provengan de la ruptura y del quebranto. Qué bello es sentir, experimentar, reír… incluso llorar.

Todo respira! Todo se agradece! Todo se desea como lo hace un niño, una niñas, que se descubre, que es consciente hasta de los más pequeños cambios que acontecen como episodios de algo que es único, singular, precioso.


Ya no son caladas que claman al “tempo fugit”, son expresiones de originalidad que dejan huella, rastro, historia.

jueves, 28 de abril de 2016

JUAN 15, 9 COMO EL PADRE NOS AMA

Juan 15, 9 - 11: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»



El autor habla del amor que Dios nos ha tenido como una iniciativa que siempre sale de Él, que tiene su origen en las moradas celestiales. Así, presenta a Dios como el origen del amor y la vida cristiana, por tanto, como reflejo de ese amor de Dios. Esta iniciativa amorosa es para llamarnos hijos, para acercarnos a la existencia misma del Padre. Sería lo que se conoce por derecho de filiación, por el que una persona era llamado hijo o hija y se convertía en heredera de los bienes de la otra persona. Dios es el Padre de Cristo y nosotros hemos sido llamados hijos (o adoptados dirá Pablo) por puro amor, por puro don.

El conocimiento nos hace hijos de Dios. Conocimiento entendido como un acto relacional, como un verbo experiencial que hace referencia a la vida de comunión con Dios. Pablo dirá que el Hijo nos ha abierto al conocimiento de Dios, mostrándonos la vida de comunión con el Padre.

 La fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios lo lleva a tener varios encontronazos, y finalmente y tras muchas controversias a la cruz. Pero Jesús permanece firme y será esa coherencia suya lo que también terminará, como otro factor decisivo, por llevarlo a la cruz. Así, por su muerte, por su fidelidad, tiene capacidad para perdonar el pecado. Y se abre un nuevo dinamismo de relación con Dios, la Fe como sinónimo de conocimiento, de adhesión personal.

La validación de la fe en el contexto joánico viene siempre desde la praxis: amar al hermano y obrar según la voluntad de Dios. Amarnos es vivir con las mismas actitudes con que Dios existe. La entrega de la vida de Jesús es la expresión del amor.  Si obramos como Cristo vivió, lo que me iguala a Dios es vivir entregado a los otros. Por tanto para nosotros existe esta necesidad de vincularnos a la obra del amor, que es Cristo mismo, porque de ese modo posibilitamos hacer visible aquello que es invisible y proseguimos con el dinamismo de la salvación tan grande que Dios tiene preparada para todos los que creen y confiesan, viviendo en el compromiso y la entrega mutua,


Que sepamos traspasar nuestro egoísmo, lo que nos sujeta a lo terrenal, a lo material y tengamos capacidad para vivirla misma vida de dios, que es desde el amor.

domingo, 24 de abril de 2016

MARCOS 16, 15 SEÑALES QUE NOS ACOMPAÑAN

Marcos 16, 15 - 20: En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.


Todo gira en torno a la creencia o no creencia, un aspecto crucial en la composición de los evangelios y, también, en la composición de la vida creyente. Hay, por tanto, una cierta ingenuidad que marca el devenir de la vida del cristiano y que, como decía el cardenal Kasper, hay que recuperar si queremos vivir la fe, vivir el evangelio. Cuando leemos este pasaje en perspectiva, analizando lo que ocurre en la actualidad, sentimos de nuevo la necesidad de colaborar, de cooperar, con la gracia para transmitir la fe que nos salva.

Nuestra época, desde el punto de vista espiritual, es un desierto. Vivimos en una cultura materialista que hace imposible el acercamiento al cristiano y la percepción de sus valores. Cabría, seguro, preguntarse en qué medida ha contribuido a la extensión de esa civilización nuestra manera de vivir el cristianismo como asunto privado, ajeno a la vida.

Resulta paradójico ver, cada domingo, a tantos grupos de jóvenes en la Plaza de San Pedro, por ejemplo, o en los grandes viajes misioneros de los Papas, como por ejemplo los de San Pablo II (ahora recuerdo) y observar cómo hay una especie de “piedra del sepulcro” que a fecha de hoy separa a las nuevas generaciones de la celebración dominical. Y a veces no será porque no se intenta! Pero está claro que necesitamos una profunda reflexión sobre las causas que suponen esta escisión entre miembros de la misma comunidad, que han dejado de encontrar en la Iglesia un lugar de reunión, de celebración y de vida comunitaria.

Estamos delante de una realidad que puede masticarse desde las parroquias, a pie de calle, en conversaciones y en los desalientos de aquellos que, aun creyendo en Dios, dejaron de creer en la Iglesia. Ante esta situación los cristianos no tenemos tiempo de lamentarnos sino de repensar la forma de acercar posturas, de construir puentes, de construir vida y de presentar a Cristo, que es el verdadero garante de la transformación del ser humano. Más ilusión, más esperanza, más cohesión, más comprensión… pero sobretodo lo que este mundo necesita es que se establezca un diálogo válido y cercano entre sociedad e Iglesia, entre personas y religión, pues hay que ser conscientes que a pesar de nuestras deficiencias, Cristo, Dios todavía sigue hablando a las personas.

La transmisión de la fe es un arte delicado y difícil que sólo la práctica enseña. En este sentido, la preocupación excesiva nos hace estar tan pendientes de los resultados de la transmisión que podemos olvidarnos de lo esencial, que es ser de verdad cristianos que ponen sus cuidados en las manos de Dios. No nos preocupemos de convertir absolutamente a todos.


Dios no es una palabra que resuma una definición. Es una palabra para la invocación y para orientar una praxis determinada. Encontrarse con Él, hacer experiencia de Él. Nuestra vida cotidiana vivida divinamente es la mejor palabra que disponemos para decir Dios con pleno sentido.

sábado, 23 de abril de 2016

JUAN 14, 7 COMO UNA ROSA

Juan 14, 7 – 14: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.» Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»  Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.»


Todo debe tener un inicio. Quizás no sea un principio soñado. Quizás el camino, más que camino, parezca un parche. Seguramente he habido decepciones. Pero si volviera la vista atrás, si pudiera reencontrar mi pasado, no sé qué haría.

Quisiera ser sabio, decir que no repetiría errores, que me entregaría a la luz, pero no soy así. Mi vida tuvo episodios tan oscuros, tan ciegos, que ahora tengo que recorrer un camino en el que se conjugan luz y tinieblas.

¿Miserable? Para nada!

Equivocado, seguramente.

He aprendido que cuando la belleza es descubierta por Dios, incluso Él tiene a bien mantener sus sombras.
Hay una vida, preciosa, que escapa de la poesía, que tiene trazos de gris, que parece haber olvidado el color, que se dibuja a lápiz y se desplaza con un dedo. Incluso las rosas tienen espinas. Incluso la vida, puede consumirse a caladas. Pues incluso de lo que contamina puede nacer Amor.

No es cuestión de ser tierra fértil, o de saber plantar la semilla, porque Dios sabe llegar a todos. Él, que habita en lo perfecto, se manifiesta también en lo imperfecto. ¿Quién conocerá tal Misterio?


Igualmente es bello oler una rosa como acariciar sus espinas, como que la vida nos muestre su sangre.

viernes, 22 de abril de 2016

JUAN 14, 1 CAMINO, VERDAD Y VIDA

Juan 14, 1 - 6: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»


Jesús se nos presenta a lo largo del evangelio de Juan de muchas maneras, según los diversos YO SOY, Jesús se auto-manifiesta de un modo u otro. En este caso primero se nos presenta como camino. Jesús es un sendero, una ruta, pero es más que eso verdad? Por ello asevera el evangelista que también es verdad y Vida. Jesús, de ese modo, abre para el ser humano una vía por la cual se puede acceder a la vida de comunión que Dios comunica, a través de la verdad. Es un complejo juego de palabras, de significados y de realidades que transfiguran el interior de la persona y nos acercan a la profundidad óntica del ser humano y de Dios mismo.

Resulta curioso que mientras que Jesús se presenta como camino, el ser humano parece desencaminado. A lo largo de la vida aparecen muchas referencias, muchos iconos, fitas, que nos dirigen hacia un lado u otro, hacia lo bueno o hacia lo malo, hacia la izquierda o la derecha… Hay toda una pirámide de decisiones que nos llevan a diversos caminos, que nos enmarañan en cosas que no son tan trascendentales como verdad y Vida.

Quizás deberíamos simplificar el paso, detenernos a la contemplación de la hoja de ruta. Reflexionar y llevar al interior del ser la necesidad de clarividencia. Quizás deberíamos comenzar a ser más conscientes de nuestra necesidad primera, que es al final de todo encontrarnos con la Vida.

El evangelista nos invita, pues, a dejar a un lado los condicionantes externos, las prisas, los problemas económicos, las inquietudes futboleras, el dolor de la enfermedad… para descubrir la verdadera meta de nuestro peregrinaje, Cristo. Y accediendo a Cristo encontrar el camino a Dios, a la Vida. Cada cual luego tendrá su forma, algunos caminarán más rápido, otros más lentos, algunos necesitarán reposo, otros correrán con mayor optimismo, incluso algunos se cansarán. Pero al final, en el extremo del camino, hallamos el premio supremo en Dios.


Caminos hay muchos, la vida es un compendio de elecciones. Que cada cual logre hallar el suyo propio y que hallándonos a nosotros mismos también hallemos a Dios.

miércoles, 20 de abril de 2016

JUAN 12, 44 O JUZGAMOS, O SALVAMOS

Juan 12, 44 - 50: En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»


Juzgar es algo que hacemos todos. Habitualmente, desde hace ya unos cuantos años, solemos vivir juzgando lo que sucede a nuestro alrededor y a quienes forman parte de nuestra realidad, más cercana o más lejana. Tenemos una opinión crítica respecto del mundo, de la política, del deporte, de la religión, de la vida… Tenemos algo que decir en cuanto a cualquier cosa que nos ocurra, un diálogo abierto con el mundo que, a veces, puede llegar incluso a ser un monólogo. Yo digo y yo digo y yo digo. Juzgar es propiamente nuestro y parece que incluso condicione la forma en que estamos en el mundo. Estamos de acuerdo, estamos en contra, aquello es bueno, lo otro es malo.

Todo este comportamiento, toda esta reflexión a la que somos capacitados, todo el discurrir, toda esta sabiduría, la crítica, el prejuicio… no son sino movimientos de un campo muy limitado en el que no actuamos, sólo hablamos. Tan fácil es hablar como lo es juzgar porque no nos implica a nada, no nos dirige a nadie, apenas nos interpela más allá de nuestra conciencia, es de fácil dominio, de pronto olvidar.

El evangelista somete hoy nuestro grado de responsabilidad con el mundo, con las personas, con la vida en sí misma y con cuanto ocurre alrededor nuestro. Juan nos interpela para salir de nuestra cueva, de nuestro interior, porque nos llama a compartir la misma misión de Cristo, a prolongar con nuestra actuación el Plan salvífico de Dios. Levántense de sus sillones, dejen la tertulia del bar, cierren las páginas de los periódicos y dejen de escuchar noticias, SALVEN! Es decir, actúen, movilícense, reclamen, sean solidarios, amen, colaboren… salgan de ustedes mismos para darse al mundo, para entregarse en oblación, para participar de la caridad. Salgan de misión y que sea una misión de salvación y no de condenación.

Nuestras realidades están envueltas de muchísimas situaciones y ninguna de ellas necesita un juicio. Algunas necesitarán una mano de pintura, otras un plato caliente (algo de comer), las habrá que necesitan compañía para vencer la enfermedad, la soledad, incluso puede haberlas que demanden la vida.


No se agoten en el juicio, no mueran en su sabiduría, o en su propia opinión. Sean de los que deciden y deciden salvar al mundo, al ser humano.

lunes, 18 de abril de 2016

JUAN 10, 1 EL PASTOR BUENO

Juan 10, 1 - 10: En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»


El contexto del pasaje del pastor bueno nos sitúa en un clima muy particular que termina por esclarecer, en el capítulo 21, cuál será su destino. En principio todo es precioso, las imágenes del pastor, del redil, de la puerta. Hay un clima que nos acerca a sentirnos rebaño, hay una invitación a pasar por la puerta, que es Cristo. Y aunque el evangelista no sea tan explícito como los sinópticos en cuestión de discipulado, nos queda en la retina una imagen de la comunidad que, después, se volverá a alimentar de otra figura como la vid.

Pero, y digo pero, tenemos que remarcar algo verdaderamente importante y que el evangelista nos terminará de explicar al final del evangelio. La figura del pastor va íntimamente ligada a la de Jesús. Por tanto, si los discípulos tenían un trabajo como pescadores, tendrán que transitar hacia otra ocupación, espiritual y vital, como pastores del redil de Cristo.

Claro, Jesús es el pastor bueno por una razón que lo diferencia de los demás pastores, asalariados dirá, que es dar la vida por sus ovejas. Así, prefigurado en Pedro, cualquiera que se ligue al ministerio de pastorear ligará su vida al mismo destino de Jesús, de este pastor bueno. Es decir, que la figura del pastor irá radicalmente sujeta a la muerte, a la entrega de la vida por el redil, por las ovejas. Así como Cristo también sus discípulos quedarán marcados por este carácter de muerte que conlleva el ministerio de pastorear.


Es un misterio muy profundo, es algo que debería marcar el carácter de nuestros pastores, sacerdotes… porque, de un modo directo, ellos siguen vinculados con el destino de muerte, o de entrega  (si quieren llamarlo así). Por tanto, hay una necesidad de radicalizar la actitud del clero en relación con el redil. Esto es, mayor implicación, mayor amor, mayor dedicación, más gestos, mayor acogida… para que todos podamos reconocer en nuestras Iglesias la misma imagen del pastor bueno que, siglo tras siglo, renueva con cada vocación, con cada ministerio, este pacto eterno de entregar la vida por nosotros, sus ovejas.

sábado, 16 de abril de 2016

JUAN 6, 60 MARCHAR O QUEDARSE

Juan  6, 60 - 69: En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oirlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»


¿Alguien quiere marchar? Bien, la puerta siempre va a estar abierta cuando hablamos de temas de fe, porque en lo tocante al ser humano, en lo concerniente a lo que creemos existe tanto la convicción como la duda. La convicción nos sirve para seguir adelante, para aceptar aquellas realidades que no logramos ver, pero la duda reporta todo lo contrario y si nos sirve es para dejar de avanzar, por lo menos en aquella dirección.

El ser humano es libre, libre para reflexionar, creer, vacilar, dudar, seguir o marchar. Es una situación en la que nos vamos a encontrar a lo largo de la vida y desde diferentes posiciones. No crean, para nada, que todas nuestras certezas van a permanecer inconmovibles, eternas. Al revés, lo más característico de la persona viene desde muchas influencias, esferas, realidades… y dependiendo de cómo las vivamos, las sintamos, las acojamos, iremos en una u otra dirección. Por tanto, habrá veces que haremos como estos discípulos que marchan y otras, en cambio, que robusteceremos nuestra fe, como Pedro.

Juzgar a unos u otros es fácil. Pero todos estaremos en la cara A o en la cara B independientemente del fervor de nuestra creencia. Sería terrible que fuéramos como estos que dicen que tienen un fe ciega, porque la fe siempre debe pasar por el filtro de la reflexión. Nos convertiríamos en integristas, en fundamentalistas, que los hay (y muchos). Vale la pena valorar el precioso momento que vivimos, también el suceso más oscuro y aprender de ellos porque de ambas realidades surge nuestro camino.


Tengo la certeza de que Jesús siempre va a estar accesible, presente en medio de las tribulaciones, de la complejidad de la vida misma. Él es la luz, la luz que ilumina nuestra fe y nuestro entendimiento y que, por su especial naturaleza, tanto tiene capacidad de atracción como de rechazo. Bien, Jesús siempre va a tener capacidad de llevarnos hacia él, pero no lo hará cuando eso colisione con nuestra libertad, por tanto hay que estar abiertos a ser unas veces de los que marchan y otras, también, de los que se quedan.

viernes, 15 de abril de 2016

JUAN 6, 52 PALABRAS DE VIDA ETERNA

Juan 6, 52 -59: En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.


El discurso del pan de vida “costó” caro a la comunidad de Juan. Si siguiéramos leyendo el evangelio veríamos que tras tan largo discurso muchos de sus discípulos lo abandonan, mientras sus opositores utilizan los argumentos para rebatir su originalidad como Pueblo descendiente de Abraham y heredero de las promesas de Dios. Pero a pesar de que parezca que hay un cierto fracaso en la predicación de Jesús, el pequeño grupo de seguidores que persiste en acompañarlo parece renovar aquella fe incipiente. ¿A quién iremos? Dirá Pedro.

El cristianismo, por lo menos en su prehistoria, trajo al mundo dos cosas importantísimas: novedad y escándalo. Me entristece, sobremanera, que en la actualidad (o desde entonces por irme más atrás en la historia), se hayan perdido tales características. Parece que hemos hecho de estar adormilados una nueva religión, un cierto fariseísmo que se ha instaurado en el seno de muchas personas que, sea por nacer o crecer en un ambiente religioso normalizado, han perdido el contacto con ese pan y esa sangre que cohabitan en nuestro interior y que emanan a Cristo.

Es tan importante regresar al escándalo como lo es despertar para los muchos dormilones que hacen de su fe un espejismo, una quimera, incluso una vanalidad. Lo crucial de Cristo, en la Encarnación y en la Resurrección, hace tambalear los cimientos de la historia, de la ciencia y de lo que es cierto o perceptible. Es un escándalo! Y lo fue para la primera generación como lo será para la postrera, sólo hay que recuperar su esencia de transgresión, de provocación, de luminosidad. Quizás incluso para levantar el corazón de la mujer y del hombre de nuestro tiempo.

Donde haya escándalo, por naturaleza, también está Cristo. Lo vemos en Idomeni, en las desigualdades entre Norte y Sud, entre los desfavorecidos, los abandonados, los desquiciados, los desahuciados, los embargados, los oprimidos… Vivimos rodeados de escándalos que viven bajo la escandalosa realidad de Cristo. Y entre todas estas situaciones estamos nosotros, la comunidad, y ¿Qué haremos?¿A quién iremos?


O marchamos como estos discípulos del pan de vida o, como Pedro, nos rendimos a Él, que tiene palabras de vida eterna.

jueves, 14 de abril de 2016

JUAN 6, 44 NUESTRO ALIMENTO

Juan 6, 44 - 51: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»



La fe y la vida cristiana no existen si no hay una atracción espiritual y humana de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios. El punto de encuentro de las dos direcciones colisiona en Cristo, quien acerca la voluntad y el designio salvífico de Dios y nos comunica que su amor por nosotros es, también, para que nosotros amemos a los demás. Con esto podríamos cerrar el quid de la existencia cristiana, aunque nos quedaríamos muy cortos. En lo principal, en lo realmente existencial, en lo que es fundamentalmente nuestra opción de vida tenemos tal bandera, pero además de llevar aquella insignia, también tenemos otras formas en las que se manifiesta esta relación Trinitaria con la humanidad.

El evangelista nos sitúa en un entorno eucarístico. Nos recuerda a lo largo del evangelio tres cosas importantes sobre la comida: 1) el alimento es hacer la voluntad del Padre (capítulo 4); 2) el alimento es un compromiso de amor (capítulo 13); y 3) el alimento es Jesús vivo, el Cristo. Por tanto, cuando celebramos la eucaristía no sólo hacemos memorial de la Pascua sino que además reconocemos nuestro compromiso con Dios y con el mundo al que ama.

Igualmente el evangelista nos sitúa en un contexto de escatología de presente: lo importante no es ocuparse en la salvación a través de la actitud en nuestra vida, sino que la salvación se lleva a cabo aquí y ahora, en este mismo instante, por eso es importantísimo creer en Jesús y el que no cree (dirá el evangelista) está condenado.

La perspectiva es clara: nuestro compromiso de amor, que viene en vertical de la relación de Dios con nosotros, se transforma horizontalmente en una dinámica de fe, esperanza y caridad que se mueve desde la actualidad hacia lo por venir. Así, lo fundamentalmente cristiano pasa por mantener esa vida que Cristo nos da y que recordamos en la eucaristía, haciendo memorial, tal y como también nos dejó escrito.


La comida es un aspecto crucial para la vida, para coger fuerzas, para relacionarnos con los demás… también es un compromiso para todas aquellas personas que no reciben el alimento necesario y, también, una esperanza que debemos llevar adelante en una doble perspectiva: de amor y de solidaridad.

lunes, 11 de abril de 2016

JUAN 6, 22 QUÉ OBRA QUIERE DIOS

Juan 6, 22 - 29: Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberiades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es ésta, que creáis en el que él ha enviado.»


Algo especial tiene esta experiencia de la vida que podemos compartirla con los demás. Mi oración de cada noche es de agradecimiento, porque es un regalo encontrarme con estas personas que me aman y hacerlo diariamente. Por tanto, si algo pido es sólo poder corresponderlas como se merecen. Tenerlos cerca me da fuerza, esperanza, calor, alegría. Así, cuando me dirijo a Dios sólo puedo pedirle que, por favor, me enseñe a amarlos mejor cada día. Claro, habrá quien podrá afirmar que vivimos en un mundo impersonal, difuso, pero no puedo darle la razón, porque la vida (quien busca en la vida) es el lugar de encuentro precioso que Dios ha dispuesto para todos nosotros.

La historia de la humanidad, pues, es la historia de los encuentros. Así, creemos que es la historia del encuentro, primero, entre Dios y el ser humano en Cristo; creemos que también es el lugar de encuentro entre la humanidad y el Espíritu Santo; creemos que es el espacio adecuado para encontrar el amor; creemos también que, como comunidad, la vida misma está en la confluencia los unos con los otros.

El evangelista hoy nos llama a la obra que Dios quiere que hagamos, que creamos. Porque creer en Cristo será también creer en Dios y creer en los hombres y las mujeres del mundo. Qué tenemos que hacer? Clarísimo, salir al encuentro, facilitar el encuentro, favorecer el encuentro… Todo en aras a que creyendo, pongamos en el mundo nuestra esperanza y nuestro empeño. Porque merece la pena vivir cada uno de los segundos que conforman nuestro capítulo vital.


Creer lleva a encontrarnos, la fe es el vehículo que nos permite explorar esta vida como una experiencia de amor, que a veces da y a veces quita pero que, en definitiva, es siempre un regalo.

sábado, 9 de abril de 2016

JUAN 6, 16 NO TEMAIS

Juan 6, 16 - 21: Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafárnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis.» Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.


Una de las cosas más importantes del cristianismo, del mensaje cristiano, es esta afirmación de no temor que, de alguna manera, parece inaugurar una nueva era que aunque guarda una cierta continuidad con el Antiguo Testamento, nos adentra en otro tipo de misterio que es, en definitiva, un Misterio de Amor. Si la clave de la relación entre Dios y su pueblo, en el Antiguo, estaba en el temor de Dios vemos con en el Nuevo Pacto la tenemos en el no temer. Claro, cómo vamos a temer, ahora, a un Dios que ha entregado a su Hijo por amor!? Quizás estemos ante la más grande paradoja entre Antiguo y Nuevo Testamento, pero seguro que estamos ante la declaración más limpia de amor y cercanía de aquel que antes era TodoSuficiente y ahora es Todo desprendido.

Por tanto, el mensaje, la forma en que vivimos, nos mostramos, actuamos... lo que queremos que se desprenda de la imagen de la Iglesia y lo que podamos acercar de Dios o de Cristo a las personas ha de revestirse de este “no temer”, porque al amor, a la caridad, a la solidaridad... no se puede acudir temiendo sino que se acude con buen ánimo, deseosos de recibir, de formar parte, de ser entre esta relación de familiaridad, de comunidad y de vida.

Hoy seré muy breve, porque si venimos de la Resurrección, si queremos hacernos eco de este Señor resucitado, del Viviente, tenemos que ser testigos sólo, sólo, de tan grande amor. Tan, tan grande que lejos de provocar miedo genera atracción.


Que tengamos en nuestro corazón ese deseo de dejar atrás los inviernos de la historia para adentrarnos en la primavera, en lo que debe florecer, en la vida que quiere brotar, salir, descubrirse.

jueves, 7 de abril de 2016

JUAN 3, 31 CREER EN CRISTO

Juan 3, 31 - 36: El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.



El evangelista nos sorprende, a veces, con una escatología de futuro y, otras, con una escatología de presente, como en este pasaje. Lo importante es que aquí y ahora se crea en el Hijo de Dios y creyendo en el Hijo se participe ya de la vida eterna, o de la vida del Reino, o del don de la fe. No hace falta jugárselo todo a una carta esperando el final escatológico sino que lo que marca el sino de la vida del creyente es que, a diario, su fe esté puesta en el Hijo. Creer en Jesús es sinónimo de participar en la vida de Dios y para participar de esta vida divina no tenemos que esperar sino que podemos formar parte desde ya.

Ese regusto al día a día marca también una actitud en las comunidades primitivas, pues muchas comenzaron a perder su entusiasmo ante la tardanza de aquel momento que esperaban para esta tarde a las seis. Sólo entonces surgió la reflexión de que el tiempo escatológico era futuro pero que se tenía que trabajar desde el presente: sea velando como nos dice el evangelista Mateo, sea creyendo como nos solicita Juan, sea participando de la oración y la fracción del pan como nos dice Lucas.

Seguimos siendo un pueblo en esperanza, es decir... que espera que su Señor regrese. Pero esta espera no tiene que adormecernos, o que cambiarnos el prisma, las prioridades o las ganas de trabajar en el presente, porque en el presente vive aquel Reino que ya se había acercado en Jesús y que, como corresponsables, ha quedado a nosotros. Por tanto, este pueblo que somos en esperanza debe vivir para saber prolongar, proseguir y conseguir la misma obra de Cristo, de misericordia y de caridad.

Pues, creer en Jesús es adoptar un compromiso vivo con los seres humanos y con el mundo y las situaciones que nos rodean. Unas podran hacerlo de una manera determinada, otros colaborarán con lo que puedan, pero entre todos debemos ir tejiendo este brazo visible del Reino de Dios que sigue entre nosotros. Por tanto, no sólo pensemos en creer como producto de una reflexión sino que adoptemos ese creer como motor que impulse nuestra acción social y solidaria.


Creer ya no es sentarse en el sofá esperando, muy piadosos, que vuelva Cristo y nos salve, sino que es participar de la salvación de Cristo ayudando al resto de personas a: alcanzar esa misma salvación y a  vivir en plenitud, libertad, dignidad y belleza.

martes, 5 de abril de 2016

JUAN 3, 5 NACER DEL CIELO

Juan 3, 5a.7b - 15: En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?» Le contestó Jesús: «Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.»


La experiencia del bautismo, en la edad adulta, nos acerca de un modo muy especial a este “segundo” nacimiento del que nos habla Jesús. Digo de adultos porque cuando somos pequeños, el bautismo, por más sacramento que sea, no deja de ser para la persona un acto del que no participa activamente, con conciencia. Así, estos pequeños bautizados, que renacen con Cristo, experimentarán esa segunda vida cuando a su corazón llegue la experiencia del Cristo, cuando exista un encuentro personal, cuando el alma sea alcanzada por el Don de Dios. Sea antes, sea después, sea en pequeños, sea en adultos, lo cierto es que cuando gustamos de ese Regalo, la vida cambia.

Claro, uno tiene características de unicidad que lo hacen exclusivo, diferente, especial… y esas expresiones de cada persona no mueren irremisiblemente. Ni muere el sentido del humor, ni muere el carácter, ni muere el entusiasmo, ni dejamos de equivocarnos. Hay un nacimiento dentro de un viviente que se adhiere a su persona, a su ser, a su vida respetando las líneas creaturales de cada uno. Hay un nacimiento de amor que no viene para imponerse al primero sino que viene dispuesto a quererlo, a cuidarlo, a consolarlo.

En este sentido, nacer del cielo reclama la experiencia maravillosa de sentirse amado o amada por Dios. Constituye además la posibilidad para que todos participemos del FIAT, pues no hay otra voluntad en Dios que cada cual viva en plenitud. ¿Pues? No seremos también capaces de decir: hágase tu voluntad? Por supuesto, en toda persona. Así, tenemos una clara vocación para promulgar en el mundo esta necesidad de nacer de arriba, de nacer del cielo, porque haciéndolo estamos declarando que el Reino de Dios desea hacer morada en el ser humano, sea quien sea, y que haciendo morada ese nuevo nacimiento se constituye Don.


Los Nicodemo de nuestro tiempo son de muchas clases y de muchos colores. Hay gobiernos, jueces, ministros, bancos, lobbys, comisiones, asambleas, multinacionales… son entidades y personas de posición alta, privilegiada, con capacidad decisoria, dirigente… pero de la tierra, de lo que es mundano, de los intereses, de las presiones, de los números, inversiones… no del cielo, pues de ahí aún han de nacer.

lunes, 4 de abril de 2016

LUCAS 1, 26 IDOMENI

Lucas 1, 26 - 38: A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»  Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.


Escuchando, viendo o simplemente parando el oído a lo que nos rodea, a la actualidad más virulenta, ayer dieron la cifra de cuatro mil niños y niñas que viven en situaciones absolutamente deplorables en el campo de Idomeni. Bien, podemos llamarlo campo, zona de refugiados, lugar de asilo… que cada cual le ponga el nombre que desee. Lo cierto es que lo llamemos como lo llamemos uno no puede dejar de preguntarse qué ocurre con la dignidad del ser humano, con las condiciones de vida digna, con el libre tránsito de personas, con el derecho de asilo, con… sí, con la Declaración de Derechos Humanos que, otra vez más, lejos de responder a las necesidades del ser humano, queda en papel mojado. Y un papel mojado directamente podemos tirarlo a la basura.

¿Se imaginan qué debe ser leer un pasaje como el de la Anunciación en Idomeni?¿Qué sentido pueda tener? Europa bien podría ser la imagen de esta Isabel, que era estéril, como lo fueron otras grandes mujeres del Antiguo Testamento, como también lo fue Israel. Europa es hoy la más estéril de las entidades, organizaciones, uniones de estados que existen. Lo es por su incapacidad de tener hijos, porque cuando los tiene, los confina en estos centros que se llaman de refugiados pero que no son más que una triste acampada en donde las condiciones de salubridad escasean, como el agua, la comida…

Estéril, Europa, porque no eres capaz de tener hijos. Porque cuando los tienes procuras pactos con otros países a fin de que ninguno de ellos pise tu preciada sociedad del bienestar, que muere, irremisiblemente por la codicia de los bancos y de las entidades. Porque no sólo allí haces eco de tu esterilidad sino que la propagas entre ciudadanos que viven la pobreza energética, la morosidad, el desahucio, la falta de ayudas sociales…

Europa, ¿Qué dices de ti misma? Porque ni Merkel, ni Holland, ni Rajoy, ni los gobiernos, ni el FMI, ni Tsipras, ni las izquierdas, ni las derechas… hacen de ti un lugar en el que podamos vivir unidos, trabajando por una sociedad más justa, más equitativa, más igualitaria. Y por más que podamos conseguir, por más lucha social, por más derechos adheridos… tiras piedras contra ti misma.


El pasaje de hoy termina con un rayo de esperanza, porque para Dios no hay nada imposible. Él es capaz de hacer que la estéril dé a luz a un hijo, a una hija. Pero Dios te deja libertad y en esa libertad pierdes tu fecundidad, porque la escondes, la condicionas, la segmentas y quieres darla a cuenta gotas. Sí, recesión.

viernes, 1 de abril de 2016

JUAN 21, 1 VIVA LOS NOVIOS

Juan 21, 1 - 14: En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.  Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. 


Me voy de boda! Hoy, sin duda, me voy a ser testigo de uno de los actos más bonitos que pueden darse en la vida, cuando el amor que dos personas se tienen termina siendo un compromiso. Es decir, y hoy que leemos el evangelio de Juan, cuando el amor – eros se encuentra con el amor de Jesús, aquel que nos referenciaba el evangelista en el capítulo 13, cuando decía: tanto amó a los suyos que estaban en el mundo, que los amó hasta el extremo. Pues para el evangelista, amar, es sinónimo de comprometerse. Y si Jesús se compromete con la humanidad, con los suyos, cómo no vamos a revivir ese mismo compromiso de amor cuando una pareja decide hacer exáctamente lo mismo, sea dónde sea.

Ser testigo de este acontecimiento, pues, es ser testigo de cómo y a pesar de las dificultades, situaciones, desencuentros, crisis... que nos rodea, el triunfo del amor sigue siendo una brecha de luz que nos ilumina, que nos alienta, que nos ilusiona, que nos une y que nos estimula. No es que sólo participen los novios, participamos todos. Y lo hacemos los amigos, amigas, conocidos e incluso los desconocidos que pasan por al lado y esbozan una sonrisa. Claro! No es cualquier triunfo, triunfa el amor! ¿Y a quién no le gusta?

Seré breve, pues el tiempo apremia. Que podamos ver a Jesús a través del amor, de la experiencia del cariño, de la caridad, del afecto. Sea con un abrazo, con un beso, con una caricia, que no perdamos de vista que el sentido último de la humanidad es un encuentro de amor, un episodio de compromiso.


¿Tienen arroz? Pues salgan, salgan y láncenlo al aire y griten: Viva los novios!