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sábado, 29 de octubre de 2016

HACIA DONDE DEBERIAMOS IR?

Comenzaré desde 1961 recogiendo unas palabras de JUAN XXIII que nos hablan de la “necesidad de saltar de la barca y caminar entre las olas al encuentro con Cristo que nos llama”. Son palabas que nos quieren remitir a la necesidad de que la Iglesia renuncia a sus certezas, abandonando la seguridad de la barca. En un claro sentido de apertura para poder, así, recibir el mundo. O de otro modo, que para poder defender al ser humano, para mostrar solidaridad con él hay que caminar a la intempérie, sin bolsa, sin bastón ni alforja (como también dirán los evangelistas).

Por tanto, la pretensión del Vaticano II fue la de dejar aquella imagen de la Iglesia como el Gran Inquisidor que reprocha a Cristo no haberlo dejado todo bien atado y no haber quitado a los hombres el peso de su libertad, para presentar a esta Iglesia como una comunidad en la que aquella tranquilidad que imperaba se ha visto trastornada a causa del evangelio de Cristo, terminando, o eso se quería, con el tiempo de los silencios y las censuras. Aflorando un soplo de fraternidad capaz de animar a las comunidades y teniendo como paradigma una Iglesia que suscita esperanza.

Después de cincuenta años de la celebración del Vaticano II podemos ver cómo la realidad esboza una doble posibilidad eclesial. Hay una parte de la Iglesia que camina según el Espíritu del Concilio, pero hay otro segmento de la Iglesia que no, que sigue bajo la dictadura de la opresión, del silencio, de la intransigencia bajo otro gran paradigma: “extra ecclesia nulla sallus”. Así, observo estupefacto cómo proliferan movimientos ultra conservadores que parecen desear enterrar los deseos de renovación del Concilio, alejando a una sociedad cada vez menos participativa e interesada no sólo en la Iglesia, sino en Cristo (y esto sí es un gran pecado).

Claro, bien es cierto que no podemos generalizar. Tengo presente cómo la iglesia local trabaja, incansable, a pesar de los descréditos de la institucional o de esos grupos ultra montanos. Existe una iglesia a nivel de base y a nivel parroquial que trabaja hacia la comunidad, que se preocupa por los marginados, que trata de agotar recursos a favor del ser humano, que desea llevar adelante el evangelio de Cristo, que celebra la eucaristía invitando a todos a la gran mesa y que vive, en esta sociedad, como resucitada.

Personalmente tiendo, en exceso, a la crítica feroz hacia la Iglesia que no me gusta. Por ello este ejercicio me propone el desear ver con ojos de cambio esta postura de demolición para cambiarla en otra que constructiva, dejando espacio para la gratuidad y el don de Dios, capaz de manifestarse mucho más allá de mis convicciones, de mis ideales o de mi compresión.

¿Hacia dónde debería ir?
La Iglesia debería proseguir en su camino evangelizador, profundizando en el impulso misionero, sin empobrecerlo, procurando avivar la esperanza en un mundo marcado por el individualismo, la crisis económica, la falta de trabajo y la pérdida de contacto. Necesitamos una Iglesia sensible, que toque la realidad, que sienta el dolor y el sufrimiento… Los signos de los tiempos ya no exigen tanto espacio para la reflexión sino que desean trascenderla hacia caminos en los que el testimonio marque el deseo de ser de Cristo, como Cristo. Quizás así suscitemos en las personas algo como que: Si Cristo es tan bueno como ustedes, yo quiero conocerlo, yo me apunto.

En esta tesitura la Iglesia ya no puede juzgar no condenar. Acompañar a las personas y la consideración de las situaciones que viven transforma, necesariamente, su lenguaje y su modo de intervención. Por tanto, no deberíamos tener una Iglesia que dicta lo que es preciso o no hacer, como una autoridad moral, sino otra que actúa como una Madre que acoge la realidad de sus hijos e hijas, amándolos como son. No se trata de soportar sino de tratar de entender, de comprender, aunque ello pueda llevarle toda la vida.

En el mundo por una parte, existe una institución fuerte (de personas) que defiende la dimensión religiosa que la sociedad necesita para apaciguar sus angustias y responde a una necesidad profunda del individuo y de la sociedad. Por otra, existen unos hombres y mujeres, a menudo solos, que intentan aventurar una palabra desde su propia fe y ternura.

En el evangelio no hay ninguna situación sin salida. Hay que apostar por la esperanza. Por ello no debe haber situación humana que caiga en el olvido. ¿Cómo pueden creyentes ser los marginados de nuestro tiempo y serlo, además, por la propia Iglesia?

Esta Iglesia itinerante debe, por consiguiente, readoptar su posición ante los divorciados, los sacerdotes que se han casado o quieren casarse, la situación de la homosexualidad dentro y fuera de la Iglesia, los matrimonios y otras formas de familia, la situación de inhumanidad que se vive ante los conflictos armados, la crítica social…

Tengo esperanza que vuelva a resoplar aquel aire antiguo que clamaba a la voz de los profetas del Israel antiguo, preocupados por el cumplimiento de una justicia a favor de la viuda, de los huérfanos, de los pobres… en definitiva, de todo ser humano que vive en situación de precariedad. Personas sin hogar, con contratos de trabajo que rallan lo absurdo, con problemas ante la deuda energética… Niñas y niños sin escolaridad, con una educación precaria, sin opción de forjarse un futuro…

¿Quiénes son los marginados de nuestro tiempo? ¿Quiénes los pobres? ¿Quiénes los oprimidos?
Lo que debe contar para esta Iglesia son tanto el bien como las necesidades del Pueblo de Dios, que es la humanidad entera (creyente o no). La Iglesia, así, “no puede instalar grifos allí donde hay fuentes” (JAQUES GAILLOT).

Por tanto, junto con las necesidades de nuestro tiempo hay que dejar espacio a la creatividad para aventurarnos a establecer el Evangelio de Cristo en el siglo XXI y no, en el siglo XXI, el Evangelio del siglo XII.

Todo ello viene siendo pensado y repensado desde hace cincuenta años. Hemos tenido a grandes teólogos y pensadores, sociólogos, pedagogos, filósofos… que han reflexionado sobre el fenómeno cristiano y eclesial dejándonos, cada cual, su interpretación sobre lo que ocurre, ocurrió o puede ocurrir.

Con el tiempo creo que todo ello se ha ido dilatando hasta el extremo. Es decir, que ante tanta reflexión la Iglesia ha quedado en un bucle que ha terminado por detener su propio camino. Nos ha estancado. El resultado es evidente, cuanta más reflexión misma participación, afluencia y tendencias en las parroquias y en la Iglesia Universal. Hemos hecho de Cristo y de su Evangelio un reduccionismo a la espera de otra conferencia, otro artículo de investigación…

El reflejo del Evangelio puede estar entre pensadores, pero la realidad de Cristo debe estar entre las personas, en la vida misma, proclamando libertad, esperanza, amor.

Quizás lo vemos en Idomeni, cuando miles de voluntarios se lanzan a la aventura para ayudar a los refugiados pero colisiona cuando los gobiernos desmantelan los campos y envían a aquellas personas a la franja con Turquía. Quizás lo vemos en la solidaridad de Caritas pero vuelve a colisionar en los partidos políticos y la banca mundial que derroca la posibilidad de vida de la gente. Quizás nos llegan destellos en la acogida de muchas parroquias que celebran, que abren sus puertas… pero que chocan con las manifestaciones de obispos y otros dirigentes.

Hay muchas realidades que llaman al Evangelio pero lamentablemente, hay otras tantas que le cierran la puerta.

La Iglesia, para concluir, sólo puede ir en una dirección, sólo tiene un camino que es el del ser humano para propiciar el encuentro con el Dios de Jesús. Si existe el deseo de convivencia conseguiremos una Iglesia sacramento de Cristo pero sino no existe esta voluntad, hagamos lo que hagamos, estamos destinados a vivir el fracaso estrepitoso, la muerte anunciada de nuestras parroquias y, lo que es peor, nuestra complicidad con esa Iglesia que es contra Cristo.

sábado, 22 de octubre de 2016

LUCAS 18, 35 CAMINO DE JERICO

LUCAS 18, 35 – 43: Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.


Que importante ser hoy como el Jesús de este pasaje. Cuánta gente conocemos que está parada, estática, o que no se mueve junto el camino. Son personas que están esperando una oportunidad para declarar su mal, para desear su bien, para ser rescatados de muchas situaciones, quizás por riesgo de exclusión, quizás por temor, o puede que por enfermedad (y enfermedad espiritual)… entre el día a día lo cierto es que conozco a muchas personas que son como este ciego, que no viven en el camino sino que los veo a los lados, caminando junto a mí.

Los peores gritos del ser humano son aquellos que se hacen callados, que no conoce nadie pero que nos aprietan, son subyugan, nos condenan y terminan por hacer diálogo en nuestras prisiones, en nuestras oscuridades. Llegar al fondo de un alma, o poder sanar a un enfermo, es verdaderamente difícil, porque hasta llegar a sus prisiones hay un camino de celdas interminables, las cuales forman como un laberinto por el que tan fácil es perderse como no encontrar la salida y desistir, pensar que no hay solución.

Miren, en el Reino de Dios también hay una verdad para los que están en los márgenes y es que Jesús también los llama a la propia responsabilidad. Los milagros vienen cuando se suscita la fe, cuando me veo siendo consumido por el fuego de la esperanza, del deseo de salir de mi realidad, cuando traspaso mi condición oprimida para volverme un buscador de tesoros. Entonces, hay que promoverle al ser humano su responsabilidad, su necesidad y la posibilidad a la esperanza para que de los márgenes decidan pasar al camino, porque si alguno clama, o pide, o busca al Señor… sea cual sea la situación, o el ruido de la gente de alrededor, que sepa que va a ser escuchado:

                - ¿Qué quieres que te haga?


Que seamos capaces de vislumbrar a quienes habitan junto al camino para alentarlos a caminar con nosotros, a compartir el suelo de la vida, a descubrir otro horizonte, un día nuevo, una oportunidad. Que seamos también personas que animen a cada cual a usar su responsabilidad, sin exigirles nada sino como entregándoles esa libertad, la libertad de aceptar o rechazar (sin opresiones). Y que no seamos como la multitud que no deja acercarse al ciego a Jesús sino que tengamos oídos prestos para la necesidad, para la hermana o el hermano, para la amiga o el amigo. Que seamos acceso a Cristo.

LUCAS 13, 1 MISERICORDIAS

LUCAS 13, 1 – 5: En aquella ocasión algunos que habían llegado le contaron a Jesús cómo Pilato había dado muerte a unos galileos cuando ellos ofrecían sus sacrificios. Jesús les respondió: «¿Piensan ustedes que esos galileos, por haber sufrido así, eran más pecadores que todos los demás?  ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan. ¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan.»


Podemos leer en el evangelio que muchos judíos todavía buscaban en el castigo, o en la enfermedad, la razón por la que Dios se apartaba de las personas. Si eras un pecador, si eras un enfermo, si un pobre, o si un crucificado… tu causa estaba perdida ante Dios, pues el Todopoderoso se había apartado de ti, y tú quedabas por injusto apartado de toda gloria. Pero, ¿acaso cualquier desgracia viene por deseo de Dios? O ¿podemos culpar a Dios del mal en el mundo?

Estamos, quizás, ante uno de los más grandes dilemas del ser humano de todos los tiempos, pero cuestiones a parte Jesús quiere acercarnos aquí una visión en conjunto de la humanidad: y es que todos somos iguales, igual de pecadores e igualmente amados por Dios, así que hay que empezar a dejar al margen teorías como las de la Retribución, pues ante Dios ya no hay justo o injusto sino hijos e hijas amadas, si lo quieren de otro modo familia. Dios no ha venido a vengarse sobre la humanidad sino que Dios ha querido comunicarnos la salvación y acercarnos hacia ella.

Este es el quid de Cristo, que podamos ver a Dios como un Padre, como aquel Padre de la parábola del hijo pródigo, o como aquel pastor que se va en busca de la oveja perdida… y para ello nos acercaremos a descubrir, en parábolas, cuál es el corazón de Dios (para que no tengamos dudas). Así el evangelista propone un rechazo a las viejas ideas preconcebidas de un tirano poderoso que habita en las Alturas y que vuelca de juicio la tierra para aproximarnos al primado del amor, en el que Dios no se hace insensible al sufrimiento.

Pero hay que pasar por el arrepentimiento, claro! Hay que pasar por entender que en muchos casos hacemos las cosas mal, y que por tanto hay que tener en la vida una disposición de perdón. Este Dios Misericordioso quiere que recapacitemos, que nos demos cuenta del dolor que somos capaces de infligir y que pidamos perdón, que deseemos ser perdonados, que ansiemos la transformación de nuestras vidas. No con un corazón endurecido sino con un corazón de carne que podamos escuchar latir, moverse, bombear sangre (que es vida). La sensibilidad del ser humano pasa por el arrepentimiento, y el arrepentimiento pasa por la capacidad de amar.


Arrepentirse es dar un giro y el mundo es lo que necesita, porque ese giro vendrá a situarnos más cerca del sentir del Padre, más próximos al pensamiento del Hijo y más acordes a la presencia del Espíritu Santo. Y no es que un arrepentido sea mejor persona que otro porque todos somos iguales, solo que quien se arrepiente se hace con un pedazo de Dios y con ese pedazo es capaz de cambiar la historia.

jueves, 20 de octubre de 2016

LUCAS 12, 49 FUEGO A LA TIERRA

LUCAS 12, 49 – 53: »He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Pero tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla! ¿Creen ustedes que vine a traer paz a la tierra? ¡Les digo que no, sino división! De ahora en adelante estarán divididos cinco en una familia, tres contra dos, y dos contra tres. Se enfrentarán el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.


Particularmente este pasaje me encanta este pasaje. Aquí no sólo el furor de Cristo sino también el furor de todos nosotros, que como el maestro estamos llamados a prender el mundo, porque si alguna cosa necesita y más en este tiempo es nuestro calor, nuestra fuerza, nuestra luz y nuestro amor. Fuego, amados, fuego es lo que estamos llamados a dar a la realidad, a lo cotidiano, pues la vida en la esperanza de la salvación es un furor que se contagia, que se desea y que se transmite, sea personal o comunitariamente. Y fuego, porque en esta vida todavía tenemos que consumir, que abrasar algunas realidades, algunas situaciones de intolerancia y de opresión que permanecen latentes, creyéndose a salvo.

Fuego es lo que tenemos que comunicar ya desde las catequesis, porque la llama de la esperanza y del amor hay que encenderla con la vida, y no hay más vida sino en los pequeñines y en los jóvenes que están comenzando a vivir su fe, porque su llama tiene el toque especial de la virginidad, de inocencia, incluso de ingenuidad. Si les dices que lleven fuego no te preocupes, porque eso harán.

Fuego es lo que tenemos que ofrecer en cada eucaristía, en cada celebración, cada vez que nos encontramos como comunidad, alentándonos entre los miembros, colaborando con las necesidades de cada uno y las del barrio, o la ciudad en que vivimos. Sirviéndonos, acompañándonos, ofreciéndonos y amándonos como imagen de un cuerpo místico, de algo genuino y verdadero que crece en el corazón de nuestra vida en común y que, de un modo u otro, nos permite establecer vínculos profundos, fuertes, de amor.

Fuego hay que llevar a los campamentos de refugiados, y a las calles de nuestra ciudad, pues ahora más que nunca vemos cómo ya la lluvia y las temperaturas hacen estragos entre mayores y pequeños. A ver si de una vez conseguimos tener todos conciencia de esta necesidad de siempre, que haya personas sin techo, sin abrigo, sin comida. Ya quisiera que las imágenes que nos acompañan interpelaran a nuestra vida, y si deseo alguna cosa, es que pueda morir viendo con mis propios ojos cómo el mundo se vuelve solidario con la dureza de la calle.


El deseo de Jesús es que ojalá el mundo entero estuviera ya ardiendo, y ese deseo se repite y se repite porque en el mundo todavía hay lugares que permanecen helados, fríos. Que empecemos ya este otoño a llevar calor a cada hogar que está en el corazón.

domingo, 16 de octubre de 2016

LUCAS 18, 9 EL FARISEO Y EL RECAUDADOR

LUCAS 18, 9 – 14: A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros—ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.” En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” »Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»


Desde tiempos ancestrales en el ser humano está el separar lo malo de lo bueno, el bien y el mal. En este pasaje el evangelista hace uso del lenguaje jurídico para poner a los lectores ante la problemática del castigo y el perdón desde dos actitudes absolutamente contrarias, la del publicano y la del fariseo. De ese modo, bajo el ámbito de los tribunales, uno de ellos se lleva el veredicto de culpable y el otro de no culpable. No existe la inocencia, porque la inocencia se reserva para Jesús y como en el evangelista está el mostrar que todos vivimos bajo el influjo del pecado, aun en el mejor veredicto no hay una declaración de inocencia sino de no culpabilidad. Premio o castigo, malos o buenos, publicanos o fariseos.

Los publicanos tenían fama de defraudadores, de avaros y de aprovecharse de la gestión que hacían para los romanos. Los fariseos en cambio eran tachados de rigoristas, aunque por su actitud estaban mucho más próximos a la Ley, cumpliendo con la voluntad de Dios impresa en la Torah. El evangelista, que era pagano, nos expresa una intuición respecto que la Ley es extrínseca, sólo cambia el comportamiento externo, la conducta y que esa relación Ley – Dios debe convertirse para poder cambiar, realmente, el interior o el corazón. Los agentes implicados en este pasaje, fariseo y publicano, sólo existen en cuanto a la actitud que Lucas insiste en transformar ante el juicio de Dios, el ser capaces de aceptar y declarar nuestra imperfección, nuestras miserias, nuestros errores.

Nosotros hoy, sin embargo, hemos superado toda esta carga jurisdiccional de Lucas y hablamos desde el amor de Dios, una forma diferente de relacionarnos tanto espiritualmente como relacionalmente. La Toráh sigue vigente para el judaísmo, el Corán para el islamismo, el Catecismo para el catolicismo… y continúa habiendo un cierto paralelismo con el que pueda sentirse como aquel fariseo. También tenemos a los sufrientes, penitentes, a quienes se arrodillan o quienes gritan piedad… y su actitud se aproxima a la del publicano. Pero tenemos a los que aman, a los que se donan, a quienes dedican, a los que abrazan, a los que hacen reír, a quienes consuelan, a los que acompañan… que nos enseñan otra diferente actitud que supera a aquellas presentadas por Lucas y que son en el Amor, que es la verdadera Ley y verdadera esencia de Dios, que amando crea y por Amor acerca a Cristo. Ya no se trata de ser publicano o fariseo sino se trata de amar, ya no se trata de buscar la menor condena o el veredicto del juez sino se trata de Cristo.

Nuestra sensibilidad nos reconoce como imperfectos, como equivocándonos, como reconociendo nuestras limitaciones y a pesar de ello reconociéndonos en el Amor. Después de las guerras, después del pensamiento, después de las atrocidades, después de las desigualdades sólo queda el amor y con ese amor superar la historia. Si el publicano supera al fariseo y recibe su no culpabilidad ahora nosotros superemos al publicano y al veredicto en la caridad, porque ya no importa el cumplir con o el declararse cómo sino el vivir para. Levántate de la silla del tribunal y supera el veredicto y toda amonestación, toda culpa, toda pena y desgástate en entrega, en dedicación, en solidaridad.


Parece que pasamos del ámbito de la corte al ámbito de los servicios sociales, el tiempo es caprichoso y los escenarios van cambiando y con ellos nosotros, aunque nunca cambia la esencia amorosa de Dios, que no puede negarse.

sábado, 15 de octubre de 2016

MATEO 11, 25 IRONIA

Mateo 11, 25 - 30: En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»



El otro día, hablando, estuvimos haciendo incapie en que tenemos un Dios bastante irónico. Diría que con un cierto humor inglés a veces. Escoder las cosas del Reino a los sabios y entendidos para revelarlo a los pobres es una buena prueba de ello. Qué Dios! ¿o no es también irónico que calle ante las muchas situaciones que vivimos, o que conteste con un silencio a nuestras oraciones? ¿No lo es que, primero, pensemos en Él como Padre paternalísimo y, ahora, como Madre y Padre? ¿No es acaso la libertad una gran paradoja que, en el cristianismo, encuentra sus mayores limites? Qué Dios!

Cuando el evangelista nos habla de un yugo suave y una carga ligera podría bien decirnos que por más deducciones, reflexiones, estudios, intuiciones, actos, grupos, celebraciones... que hagamos, en Dios las cosas son tan fáciles que, si nos fijamos, terminan por dar un giro hacia la explicación más simple. Así, mientras con la arqueología, la historiografía, la hermenéutica o la exegis, por ejemplo, tratamos de ahondar en el estudio y en la consecución de trazos de nuestra historia aquello que hoy negamos, aquello de lo que hoy dudamos siempre está sujeto a la ironía de Dios, que tantas veces deshace lo que el ser humano trata de coser. Esta es la grandeza de nuestro Dios, que desde su trono (y cuidado que no sea una silla!) en más de una ocasión debe reir y llorar con lo que ocurre en su preciado mundo, con sus amados y amadas.

Nos llaman a dejarnos transformar por el evangelio, a dejarnos moldear por Cristo y directamente pensamos en una conversión de amor, de virtudes, e3n un cambio de vida... bien, hay que pensar también en que dejarse transformar por el evangelio tiene que ver con dejarse atrapar y convencer por la ironía, que nunca es buen plato para llevarse a la boca. Porque ésto implica una capacidad de entender que lo que nos sustenta puede, o no puede ser y que, además, hay que aprender a reirse y a reirse incluso de uno mismo.


Termino, a la figura del Rey, del Juez, del Soberano, del Creador, del Dador de Vida, del Altísimo, del Todopoderoso... hoy podemos añadir la del Irónico, una cara de Dios de la que buena cuenta puede darnos aquel que entierra en un pañuelo su talento.

viernes, 14 de octubre de 2016

LUCAS 12, 1 NO TEMAN

LUCAS 12, 1 – 4: Mientras tanto, se habían reunido millares de personas, tantas que se atropellaban unas a otras. Jesús comenzó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, o sea, de la hipocresía. No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Así que todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad se dará a conocer a plena luz, y lo que han susurrado a puerta cerrada se proclamará desde las azoteas. »A ustedes, mis amigos, les digo que no teman a los que matan el cuerpo pero después no pueden hacer más.


Podríamos decir que tal y como corre el mundo hoy el evangelio hace una llamada a cambiar la actitud respecto de estas metas, formas de hacer, competitividad salvaje, presión… que en el mundo han encontrado un hueco como fin del ser humano. Como si para realizarse en esta vida lo que tuvieras que hacer sería convertirte en un tiburón, en un/una profesional agresivo, cual lobo, atento a las flaquezas de los demás, a sus situaciones de debilidad para aprovechar la ventura, como si estuviéramos en plena batalla. Hoy las personas no sólo se atropellan sino que, además, viven inmersas en una falsa consecución de su vida en plenitud. Esto es absolutamente hipócrita por parte de la dirigencia social, que nos trata de engañar vía moda, tendencias, logros, premios, castigos…

Pero miren, paralelamente a este ideal con el que ya desde pequeños se nos quiere inculcar nuestro devenir por la vida ocurre que, al tiempo, vemos el fracaso de los sistemas financieros, políticos… incluso vemos cómo aquello que nos presentaron como nuestro patrimonio, el suelo, se ha convertido en una losa para muchísimas familias que se han quedado sin casa, sin patrimonio, sin suelo y sin todas aquellas pertenencias (muebles, cuadros, ropa, electrodomésticos…) que también fueron fruto del consumo, sea en Ikea, sea en MediaMarKT, sea por Credit Services, o por Credit Unión.

Ciertamente podemos sumar al evangelista cuando dice que no hay nada encubierto que no haya de descubrirse, tarde más o tarde menos. Y aquí tendríamos que aprender de una vez de la experiencia de este tiempo que, si bien es convulso, también está ayudando a ver con claridad después de toda esa densa niebla a la que estuvimos sometidos.

Bien, al ser descubiertas las cosas tenemos la posibilidad de rectificar, de crear y de repensar nuestro lugar en el mundo, nuestras prioridades, la forma en que vivimos y somos en sociedad y, midiendo las injusticias que ocurren cada día, replantear la política, la energética, la banca y el orden mundial (que hasta hoy siempre corre entre corruptos). Tenemos la posibilidad de dejar de atropellarnos, de abandonar las carreras por la fama, la popularidad, el éxito a costa de los demás. Tenemos, hoy, una grande responsabilidad ante un mundo que ha caído y se ha sumergido en una selva en la que los “fuertes” tratan de sobrevivir al golpe que su maquinaria ha asestado.


No teman, dice el evangelista. Y este no temer lleva implícito un mensaje que quiere reivindicar que existe una posibilidad de cambio, de transformación, en este mundo. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

LUCAS 11, 37 APARIENCIAS

LUCAS 11, 37 – 41: Cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer con él; así que entró en la casa y se sentó a la mesa. Pero el fariseo se sorprendió al ver que Jesús no había cumplido con el rito de lavarse antes de comer. —Resulta que ustedes los fariseos —les dijo el Señor—, limpian el vaso y el plato por fuera, pero por dentro están ustedes llenos de codicia y de maldad. ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera no hizo también lo de adentro? Den más bien a los pobres de lo que está dentro, y así todo quedará limpio para ustedes.



Esto de las apariencias es algo que molestaba, o presumimos que molestaba, al Señor, quien conociendo todo lo que ocurría en el corazón de las personas premiaba la honestidad por encima de las posibilidades, las habilidades, las capacidades de cada uno. Personalmente si alguna cosa me molesta y no puedo soportar es encontrarme delante de esta realidad. Más aún cuando esta realidad proviene de la comunidad, de la Iglesia o de los cristianos. Me puede, no consigo entender por qué la gente (y la gente más religiosa) puede ser tan complicada, retorcida o mal intencionada. Además, parece mentira, esta serie de personas están tan enraizadas en la realidad de la comunidad que nunca marchan, siempre están.

Cuando era pequeño, si algo me apartaba de los caminos de Dios era precisamente cuando veía esta actitud. Pensaba: ¿Cómo es posible querer aparentar amor, solidaridad, fraternidad… teniendo un corazón tan sucio, tan laberíntico? El tiempo, tengo que decir, no me ha dado ninguna respuesta y la paciencia, si es que tengo el don, tampoco me ha ayudado a mantenerme frío al respecto, cuando me topo con ellos la cosa nunca acaba bien. Y no me basta con la denuncia porque lo que no me gusta es tener que vivir con ellos, o que precisamente esté en ellos el dar, o no, entrada, cabida y lugar a miembros o nuevos miembros.

Sí, algunos siempre tienen una excusa a mano: es que soy así; Dios me transforma poco a poco; no es que mienta es que se me olvidan las cosas… Otros, en cambio, van camuflando sus intenciones: te quiero pero hago todo lo posible por fastidiarte; cuánto me alegro pero en realidad me muero de envidia… Supongo que todos tenemos experiencia de un modo u otro, y es que no conozco Iglesia, comunidad o familia que se libre de ellos.


Que mala es la apariencia, porque además el proceso interior de cada una de esas personas termina por ir destruyendo lo poco que les queda de felicidad, de alegría, de vida. Lo que hacen no les satisface, pero no tienen el valor de afrontar lo que les ocurre, piensan que podrán seguir alimentándose de los demás y dentro de poco descubrirán que ni la sangre les sacia. Son como vampiros, muertos tras una gran demostración de poder, oscuros a pesar de su inmortalidad, y que aun teniendo cuerpo su alma no refleja nada.

domingo, 9 de octubre de 2016

LUCAS 17, 11 UNO QUE SE VUELVE

Lucas 17, 11 - 19: Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»


Desde el contexto cristiano podríamos decir que dar la gloria a Dios, mostrarnos agradecidos al Trascendente o cantarle un himno, sería síntoma de un reconocimiento en el que nosotros creemos porque, gracias a Él, nos sentimos gozosos de esta existencia a la que hemos venido de un modo inaudito. Fuera del ámbito puramente cristiano diré que ojalá hubiera más personas como este último leproso que es capaz de dos cosas: primero de reconocer que estaba enfermo y que ha sido sanado y, segundo, volver a dar gracias reconociendo la implicación de otro en ese proceso de sanación.

Darse cuenta de la enfermedad no es sencillo. Hoy en día son muchos los que buscan un reconocimiento de un estado de enfermedad que los posibilite a una paga. Conozco casos de personas que incluso tratan de simular cualquier tipo de afección ante un psicólogo o psiquiatra para conseguir desde una baja a una remuneración. Es una forma de pillaje básico pero degradante porque este vil intento de vivir la vida no dignifica a la persona; probablemente terminará por sumirla en una vida gris, triste, abatida… Igualmente hay casos de personas que han sido, directamente, apartadas del circuito sanitario porque los médicos de hoy ven más fácil la salida de la unidad del dolor, que no el tratamiento del dolor. Allí, de mórfico en mórfico, la persona pierde también, no sólo dignidad, sino sus capacidades. Cuántas personas hay hoy en día sujetas al diazepam, al válium, al tramadol, al lorazepam… A estas personas la medicina no quiere dejarlas reconocer su enfermedad y, quizás, podríamos usar estas imágenes para hacer referencia a los 9 leprosos que van en busca de los sacerdotes.

Darse cuenta de la enfermedad es asumirla, es tratarla, es aceptar el sufrimiento y salir del auto-compadecerse para agradecer cada avance, cada nuevo paso o cada intento, porque el camino no está exento de caídas, llanto y decepciones. Pero hay que asumir la enfermedad tanto física como psicológicamente para poder cambiar la dinámica de la dolencia, porque si no lo hacemos terminaremos de sucumbir al dolor, a la fiebre del no puedo, no lo consigo… viendo el mundo y la vida como algo injusto, que no merece la pena.

Por tanto, termino, que bueno es darse cuenta de la importancia de una actitud de agradecimiento, que cambia el plano psicosomático y psicológico de la persona, y que nos permite dar el salto de la escala de grises a la gama de colores.


Claro que necesitaremos el alta médica, los resultados de las resonancias, radiografías…, la ayuda de una determinada medicación, pero lo que más necesitamos es asumir nuestra debilidad y hacerlo de un modo agradecido, feliz, dispuesto, correcto. Algún salmo rezaba aquello de: que bueno es dar gracias al Señor. Y sí, qué bueno es… a pesar de las circunstancias.

viernes, 7 de octubre de 2016

LUCAS 11, 29 SER LO QUE ERES

LUCAS 11, 29 – 32: Como crecía la multitud, Jesús se puso a decirles: «Ésta es una generación malvada. Pide una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, también lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el día del juicio y condenará a esta gente; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el día del juicio y condenarán a esta generación; porque ellos se arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Jonás.


El autor recurre, en este pasaje, a la literatura profética para escenificar la poca estima que los fariseos y demás tenían por Jesús, a quien solicitaban una señal. Es de suponer que si Jesús hubiera dado una señal ellos pedirían otra y otra y otra, sucesivamente. ¿Cuántas veces, ocurre, que para creer en alguien se pide una señal? ¿Verdad? En el amor, sin ir más lejos, cuántas relaciones se suceden cada día bajo la perspectiva de la señal: si dices que me quieres tienes que…, si tanto me amas tendrás que…, no puedo saber que me quieres si no… Y se piden pruebas y más pruebas, un bucle que nunca se sacia.

Tenemos el día de San Valentín, los ramos de rosas, los perfumes, las corbatas, la pluma estilográfica, el maletín, ropa… señales que pretenden demostrar el amor de uno con el otro, o de una con aquel. Tienes que llamarme, que abrazarme, que sacarme, que escucharme, que acercarte… más señales a petición para seguir demostrando amor. Tienes que cambiar esto, que ser así, que ganar más dinero, que estar por tu familia, que prescindir de los amigos/as, que regresar pronto a casa… todavía más señales. Señales y señales y señales… y nunca acabamos porque no son suficientes. Ninguna lo es.

No sé si llamarlo egoísmo, o si emparejarlo con algún tipo de enfermedad obsesiva, el caso es que al final el ser humano somete al ser humano, lo vemos en lo personal, en lo social, en lo laboral, en lo político, en lo religioso… Se establece una relación de dominio, de deseo y de expectativa. Lo que yo espero, lo que yo quiero, lo que yo necesito… y nunca es suficiente, lo que me contenta por un tiempo tiene fecha de caducidad y cuando llega ese día, se despierta nuevamente el apetito: ÑAM, ÑAM, ÑAM! Somos insaciables, libres y esclavos.

No conozco comportamiento más animal que este desenfreno de relaciones que esperan algo del otro. Existe una persona que demanda, que reclama, que quiere y otra persona que va a la deriva sin poder cubrir lo que de él, o ella, se espera y acaba ahogado/a. Después de una vida de señales aquella relación se rompe y sólo queda el llorar ¿y qué hubo? Quizás hubo estima, cariño, proximidad, complicidad… pero no hubo amor, en tanto una parte tuvo que dejar de ser ella y perdió su identidad, su originalidad.

¿Quiénes somos para hacer sufrir al otro/otra?¿Quiénes somos para reclamar señales? ¿Y qué son las señales sino un placebo? Si Dios nos ama tal y como somos, si Dios no pide señal a nadie, si Dios no coacciona y nos hace originales, si Dios promueve nuestra libertad ¿Por qué existen estas relaciones de dependencia, de interés?


No hay otra señal que yo mismo, no hay otra señal que lo que tu eres. Si es que yo quiero amarte, que lo sea incondicionalmente, por lo que cada uno es, sin pretender ningún cambio, sin pedirte que hagas, que compres, que consigas, que transformes porque no tengo ningún derecho a hacerlo. Incluso si querer lo mejor de ti puede resultar una señal no lo quiero, se lo que eres, vive como eres, ámame como eres.

jueves, 6 de octubre de 2016

LUCAS 11, 27 VIVA

LUCAS 11, 27 – 28: Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer de entre la multitud exclamó: —¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó! —Dichosos más bien —contestó Jesús—los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.


Tanto esta mujer, como el ángel en la anunciación, como generación tras generación, a la Virgen María se la llama (y se la llamará) dichosa, bienaventurada. No sólo a María, que por expresión divina recibió un encargo especial y único, sino que generación tras generación todos los hijos y las hijas que se levantan del “polvo” también tienen motivos para gritarles a sus madres: ¡Dichosa! Y a quienes también van a serlo, que se preparan para el acontecimiento por antonomasia: dar vida. Qué puede haber más especial, o qué puede recrear mejor al ese Dios Creador, que una madre que da a luz y, claro, un padre que la ayuda en el crecimiento, educación y formación del nuevo viviente. Podemos tratar de reducirlo a un conjunto de sucesos químicos y biológicos pero, esencialmente, el misterio de la creación, la sorpresa de la vida emerge del interior como un sacramento.

¿Y estos que oyen la Palabra y la obedecen? Esencialmente también son madres, pues llevan la simiente del Señor en su corazón que, poco a poco, proceso tras proceso, o según el caso, manifiesta en cada uno de nosotros una transformación hacia un yo, nuestro, nuevo, más solidario, más humilde, más cercano, más comprensivo, más atento, más agradecido, más vital… Felices todos aquellos que pueden renacer de la Palabra! Felices todos y todas las que son bautizadas! Los que se confirman! Los que viven su comunidad como un espacio de familia, de encuentro! O los que cuando viven, viven para los demás! Dichosos! Felices! Bienaventurados!

Quizás algunos podrían pensar que diciendo: Viva la madre que te parió! somos unos ordinarios. Pues que viva! El vientre, los pechos y lo que sea…


Viva!

miércoles, 5 de octubre de 2016

LUCAS 11, 1 PADRE/MADRE NUESTRO

LUCAS 11, 1 – 4: Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: —Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: —Cuando oren, digan: »“Padre,  santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.  Y no nos metas en tentación.”


Las fórmulas, las eulogías, las acciones de gracia, los himnos… han llenado la literatura cristiana de multitud de oraciones que podemos coger, usar, repetir o proclamar. Desde los salmos a los himnos paulinos, pasando por el Padrenuestro… las hay a Dios, a Cristo, a María, a los santos… incluso las hay a nuestros seres queridos a quienes hacemos allí, en los cielos nuevos. Sea como fuere, cada oración expresa un deseo de la persona de trascender más allá de su propio yo, de comunicarse con lo espiritual, de conseguir un ápice de Dios dialogando con Él (aunque generalmente nos responda en silencio). Pero, ¿hay alguna forma correcta?¿algún modo infalible de llegar a la comunicación divina?¿Un modo en que nuestras oraciones van a tener el sello necesario para que sean escuchadas?

Obviamente no, lógicamente no, aunque sí por la fe. Por esta fe que se traduce en el global de nuestra vida y desde la que podemos sentirnos agradecidos porque nos sentimos cuidados, amparados, protegidos y amados por un Dios que, aunque no dice mucho, actúa (y de qué manera) sobre esta vida nuestra que, aún con sus dificultades, termina siendo una auténtica gozada.

Claro, no quiero generalizar porque hay muchas personas que podrían decirme todo lo contrario. Personas que no tienen este consuelo de decir que, a pesar de todo, es posible ver la vida desde el amor de Dios. Y no puedo obviar que la realidad, muchas veces cruel, termina absorviendola multitud de personas que ven su vida, no como bendición, sino como un declive. ¿Y para ellos y ellas… les sirve el Padrenuestro?¿Hay eficacia en sus oraciones?¿Acaso son injustos?

DE ningún modo! Ojalá las oraciones de todo el mundo fueran contestadas en función de la bondad que pretenden porque si Dios quiere el bien de la persona, ¿cuál es la causa de tanto mal?


Me da por ello que tenemos que adecuar esta oración tan significativa a lo que vivimos en este tiempo. Renovarla, transformarla según la vida, las sensibilidades, las problemáticas que nos rodean y que nos configuran hacia un nuevo concepto de amor, de Dios, de dolor… de vida, en definitiva. Del Padrenuestro podemos pasar al Abba nuestro y desde este Dios, Padre y Madre, a otras concepciones, peticiones, acciones de gracia, bendiciones, himnos…

sábado, 1 de octubre de 2016

LUCAS 17, 5 AUMENTANOS LA FE

Lucas 17, 5 – 10: En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»


Realmente necesitamos fe, quizás más que nunca y no precisamente en materia religiosa o espiritual pues a tenor de los acontecimientos que riegan nuestra Tierra cada vez puede costar más creer y confiar, por ejemplo, en el sistema político democrático que quiere dirigirnos sea como país, sea vía Europa, o sea lo que sea. Sin ir más lejos ayer vivíamos en España un nuevo capítulo, casposo, de la historia reciente de nuestro dañado sistema democrático. Sean las siglas que sean, la inclinación que quieran, si ya costaba esto de creerse a los políticos, que vierten su vida entre los márgenes de la corrupción, ahora todavía cuesta un poco más después de la representación en el PSOE de que lo único que les importa es el poder.

Quizás es que yo sea ingenuo, quizás sea demasiado joven, pero cada vez es más evidente que el actual sistema democrático español no funciona. Ir a elecciones no tiene sentido cuando la dirección de un país queda al arbitrio de las cacicadas de unos y de otros. Y por supuesto, ya no vale escudarse en el derecho a voto, o en que no hace tanto en España había una dictadura… hoy volvemos a vivir un proceso dictatorial que, además, va encontra (de un modo evidente) del bienestar de las personas, del empleo, del bien común… para favorecer intereses, fortunas, tramas bancarias y demás.

¿Dónde queda la capacidad del individuo?¿Dónde reside la búsqueda del bien social? Porque aunque a pequeña escala y desde la base siempre se trabaje en pro de los derechos, dignidades y bien de la persona, cuando todo este trabajo encomiable colisiona con el poder, con la curia, con la bóveda del gobierno ocurren episodios de desencanto, de fustración, de violaciones sistemáticas… y quedamos sujetos al robo, al imperio de los gravámenes y al capricho de una casta (tan de moda) que impide al ser humano desarrollarse en plenitud. ¿Y eso es cristiano? Desde luego que no! Aunque algunos pueden que digan que sí.

Vivimos en la ley del embudo, aquí el que más o el que menos tiene que pasar por el aro. La sociedad queda sistemáticamente desprotegida y engañada, fastidiada y anulada. Ya ven, amados, que si se manifiestan los persiguen, que si tratan de llevar adelante leyes para el desarrollo social las rechazan, que si se lleva a los defraudadores a juicio se pone en marcha la maquinaria judicial que nunca llega a nada… Hoy se perdona a los estafadores, a los malversadores y se sigue condenando al ciudadano. Con una multa las grandes fortunas siguen su curso mientras que por una deuda menor, por una multa, o por el impago justificado de un recibo a los mortales nos cortan la vida, nos embargan las cuentas, nos colocan en listas de morosos e, incluso, nos llevan a la cárcel.


¿Qué necesitamos? Fe, sin duda. Mucha fe para afrontar este tiempo.