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miércoles, 31 de mayo de 2017

LUCAS 1, 39. MARIA E ISABEL

 Lucas 1, 39-45: En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!


Estamos ante la estampa de un salto que se produce desde el interior de la persona y ante la experiencia de la llenura de Espíritu que transforma la dicha en alabanza. Todo ello, bajo la mirada milenaria de aquel, o aquella, que teniendo fe en el Señor recibe el cumplimiento de la promesa.

Todo ello sucede en un marco de misterio, porque lo verdaderamente extraño de Dios se produce desde el interior, en el interior. No alcanzamos a ver sino la expresión final de Isabel a María. Aunque ello no ha de sorprendernos. La experiencia cristiana que se vive en el testimonio, en el gozo, o desde la creencia... es el resultado de un itinerario personal e íntimo en que la persona vive la Palabra de Dios para ella, sea en forma de promesa, sea en forma de visitación, sea en forma de concepción...

Hoy, conociendo más y más la capacidad psicosentimental de la persona nos aventuramos a afirmar que todo movimiento exterior tiene un origen interno que lo impulsa. Aquí, un Jesús no nato inicia un doble impulso en el gozo del Bautista, que salta, y en la fe de Isabel que se ve completa, llena del Espíritu.

Desde luego podemos asumir gráficamente la escena, pues a todos nos ocurre algo parecido cuando el corazón nos da un vuelco, o cuando nos desborda la alegría en algún acontecimiento, encuentro... En este caso estamos en la actividad intimista del evangelista que sitúa la experiencia de Cristo desde las entrañas de Isabel a la efusión del Espíritu, que como en el Evangelio tendrá colofon en Pentecostés. Como ven, en tiempo de resurrección, caminando hacia el momento del Espíritu, no es casual que encontremos este texto.

domingo, 28 de mayo de 2017

JUAN 16, 28 DEL PADRE AL MUNDO

 JUAN 16, 28 – 30Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.»



Para los discípulos, como para el evangelista o para nosotros, el origen y fin de Jesucristo tiene sentido en tanto su testimonio pasa por la encarnación. Creemos que vienes del Padre porque tu testimonio aquí con nosotros demuestra que tu vida trasciende lo meramente humano, podrían haber dicho estos discípulos. Y hoy en día, todavía somos muchos los que seguimos creyendo en la filiación divina del hijo de José y María. Algo ha sucedido en el trascurso del evangelio que mucho después de las señales y la resurrección de Lázaro invita a creer que Jesús es el Hijo de Dios.

Jesús no sólo es único, sino que además es el primero de muchos (el primogénito) y gracias a la acción de amor entre Padre e Hijo somos nosotros benefactores del mismo título, pertenecemos a la familia de Dios, no por origen sino por participación en este que llega para regresar. Por obra de este itinerario que nace de un verdadero amor en el cielo y pasa por una entrega generosa y disponible, hoy seguimos manteniendo que el Hijo de Dios se hizo carne entre nosotros, y eligió justo en esta Tierra, y en esta forma humana el acercar la salvación definitiva, gratuitamente.

Aunque esta claridad, obviamente, no es sólo testificada por la Palabra, por el conocimiento, o por la razón, sino que conocemos  quién es Cristo a través de la propia experiencia de nuestras vidas, unidas de algún modo a la misma vida de Cristo, compartiendo sus actitudes y sus inquietudes, que pasan por una vida de fe, de amor y de esperanza. Por eso creemos, porque en nuestra vida se reproduce, de alguna manera, la comunicación de Cristo de que Dios nos ama, y que ya nos estaba amando aún antes de la creación. Cuando alguien puede testificar con ese mismo amor en su vida, volvemos a renovar la creencia, porque en esta carne nuestra se perpetúa la obra del Hijo de Dios.

Hay, pero, quienes no pueden decir que creen, porque alrededor de sus vidas no hay manifestación de la presencia de esta noticia, que Jesús es el Hijo de Dios. Es legítimo creer, y también no creer, porque en definitiva la presencia es un misterio, y tiene que ser revelado. Hay personas que no sienten nada, que se asombran que la gente pueda ir a un culto, a una misa, a una parroquia o aun acto de oración, y pensarán: ¿Qué hacen éstos?¿Cómo pueden creer en lo que hacen?


Nosotros podemos, o no, ser testigos de Cristo si como Él somos llamas de amor, y a través de esta obra entrañable vivificar el testigo del Señor, para quien no lo tiene lo coja. Como una carrera de relevos, ofrecemos el testigo mientras el mundo corre y alargamos la mano para que la puedan coger. Bien, que en esta carrera se tiña de esperanza los motivos de correr y siga manifestándose el amor de unos para el bienestar de otros, nuestro propósito es seguir en la carrera, por si hay que dar el relevo, o por si hay que poderlo ofrecer.

sábado, 27 de mayo de 2017

JUAN 16, 23. CREER AQUI Y AHORA

 Juan 16, 23b-28: EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».


El evangelista, de un modo particular, parece que nos abre al conocimiento del misterio de la comunión entre Padre e Hijo que, extendiéndola, también repercute sobre nosotros, que estamos dentro de esta dinámica de conocimiento mutuo. Si hubo una realidad precedente en la que Dios compartió la vida con la primera humanidad, vuelve a ser cierto que a través de Jesús se recupera la esencia de aquel relato mítico del Génesis en el que Dios paseaba con el ser humano al atardecer.
El elemento que propongo, a mi entender, es la fe, como instrumento de recuperación de aquel estado primero. Si el ser humano no cree, desde luego que no puede optar por aquel momento especial. Por el contrario, si el ser humano cree ya participa de aquella vida de comunión inicial.

Ello me hace pensar que tenemos un problema añadido a causa del concepto de pecado. Haber acuñado la idea del pecado original nos separa irremisiblemente de la gracia divina. Pero, y si no hubiera sido así? Y si no hubiera progresado el pensamiento de San Agustín? Probablemente estaríamos, creo, más cercanos a la experiencia del evangelista que salva, por Cristo, la distancia entre Dios y aquella humanidad del pecado, separada, desterrada y errante.

Alguien dijo muy sabiamente que creer ya es participar del paraíso. Nosotros podemos decir que, según Juan, creer ya es pertenecer al Reino. Y no como esperanza, ni como futuro de esperanza, sino como realidad en el presente, en el aquí y en el ahora.

jueves, 25 de mayo de 2017

JUAN 16, 12 MUCHO POR DECIR

 JUAN 16, 12 – 16»Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo cuanto tiene el Padre es mío. Por eso les dije que el Espíritu tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes. »Dentro de poco ya no me verán; pero un poco después volverán a verme.



Podríamos decir que lo que Jesús está pidiendo a los suyos es que se preparen para hacer un ejercicio de confianza, que además debe ser más firme en tanto tienen que creer lo que no podrán ver. Quizás la mejor manera de prepararse para llegar a tal objetivo sea poniendo la confianza en los demás, primero dentro del grupo con el que se convive y después saliendo a creer en el mundo. Jesús habla de muchas cosas que aún quedan por explicar, pero sin que este ejercicio de confianza no sea efectivo en nosotros no podríamos soportar aquello que aún el Cristo nos tiene que decir. Y al paso de los siglos nos encontramos casi-casi en la misma situación: que Dios mantiene su confianza en el ser humano y que al ser humano le cuesta confiar en el otro.

Jesús solicita que confiemos en el Espíritu porque proviene del Padre y comunica lo que Cristo es, pero también nos dice que el ser humano en tanto que expresa la imagen de Dios debe tener, también, confiabilidad. Bien, es nuestro ejercicio más difícil porque lo propio del ser humano está en desconfiar a medida que vive, o que se hace mayor. Un bebé viene al mundo para confiar en que sus padres harán con él con amor y cuidado, y así vivirá su infancia confiando en los padres y en el entorno (podemos recordar que lo primero que se dice a un niño es que no se fíe de los desconocidos) a pesar de ser enteramente desconocido. Pero desde esa edad ya nos viene la desconfianza, a veces por temor, otras por decepción, otras por intuición y algunas por naturaleza. Pero sea de la forma que sea lo cierto es que el terreno vital se va segmentando y poniendo límites a la alteridad.

Conforme a pasado los años pedir a alguien que confíe puede ser un verdadero trauma, incluso puede que no se consiga. Viejas cicatrices y heridas mal curadas que nos dificultan la confianza, o relaciones de las que salimos a golpes y que nos encierran en nosotros mismos. ¿Por qué a mí?¿Qué he hecho yo?... Si nos fijamos en el auge de las sectas y en el prototipo de persona que se acoge a ellas, vemos que en su mayoría son éstos heridos de la relación que buscan consuelo, afecto, ser escuchados…

No pierdan la confianza en este mundo, en esta gente, en este momento de la historia que nos toca vivir; crean en su compañero, en su esposa, en su amiga, en su padre… háganlo a pesar de las circunstancias, de los gestos, de los malos entendidos, de las disputas, de los fracasos y de las decepciones, porque si se dejan vencer por la desconfianza marcarán su vida con el sello de la insatisfacción, y aunque quieran parecer alegres, buenos, caritativos, religiosos… su interior se pudre. No proyecten en nadie su frustración, sus miedos, sus carencias… y quieran justificarse, porque al final de qué vale vivir!?

Bonhoeffer dijo que es en este tiempo de silencio y en el que no vemos a Dios que más tenemos que creer en Él, porque ahí es donde se manifiesta Dios.


Dense una oportunidad y den otra oportunidad. No digo que tengan que mantenerse en relaciones que les perjudiquen sino que éstas que les han dolido no condicionen a las demás. Si les dolieron vean al Cristo, que su amor por el mundo también le causó dolor, y entréguense con Él como Jesús se mostró en la cruz, y vivan, como en resurrección, porque es la voluntad de Dios, que vivan plenamente.

martes, 23 de mayo de 2017

JUAN 16. EL CONSOLADOR

 JUAN 16, 5 – 11Ahora vuelvo al que me envió, pero ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?” Al contrario, como les he dicho estas cosas, se han entristecido mucho. Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, porque voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.



Lo que hoy leemos de este pasaje de Juan, que el Hijo envía el Espíritu, y escrito presumiblemente allá por el año 90, fue un verdadero quebradero de cabeza hasta el siglo IX de nuestro tiempo, cuando en Toledo se acoge la doctrina del “filioque”, venciendo la crisis pneumatómaca. Ciertamente no había problema en que Dios enviara el Espíritu, lo inconcebible era que fuera Jesús, Hijo, quien enviara ese Espíritu Santo. Por ese motivo nadie le pregunta “¿a dónde vas?”, porque estamos en un tiempo en el que todavía era difícil aceptar a Cristo como Hijo de Dios. Aunque este será el tema de Juan, manifestar la filiación divina.

Podemos decir a la luz de este Misterio, que hay todo un proceso para intentar comprender al Dios que da la vida, al Hijo que la acoge encarnándose y al Espíritu que nos ayuda a compartir esa vida. Y en la transición de la acogida del Hijo, necesariamente encontramos la entrega eficaz en la Cruz, que es el signo primero que nos enseña a compartir la vida. Y se sucede una especie de dirección de consolación desde el cielo hasta la tierra que regresa al reino celeste con la resurrección dejando así abierta la comunicación entre los dos reinos con la acción del Espíritu de amor.

La imagen del Espíritu más plausible es por la respiración, mientras inspiramos y expiramos sabemos que tenemos vida. De ahí que al Espíritu de Dios se le llame aliento de vida. Para nosotros lo evidente es que naturalmente respiramos y por esa respiración se manifiesta el Espíritu. Si nos acercamos mucho a una persona para hablar con ella, para comunicarnos, somos capaces de percibir ese hálito del otro. Podríamos decir que es un momento en el que conscientemente podemos ver que comunicamos vida. Puestos delante de un espeja, o de una ventana en un día frío también nos hacemos conscientes de esa representación.

Para mí, como creyente, hacer presente esta respiración es hacer presente la presencia de Dios en mi vida por medio de su Espíritu. Esto implica el reconocimiento de que no estoy solo y que la presencia de Dios actúa en mi vida, acompañándome desde lo más hondo de mi ser, en ese espacio interior que nosotros llamamos alma. Y desde esa habitación profunda la evidencia de su proximidad la encuentro en la respiración y en la comunicación, mía y con los demás. Me hago consciente por medio del vivir de la existencia del viviente.

Y quién es el que le pregunta “¿a dónde vas?”


Hoy el evangelio nos enseña a tomar conciencia de la unión habitable de nuestra humanidad con lo trascendente y nos propone sondearlo y descubrirlo, a este Amor que se hace cercano y vívido en lo más evidente de nuestro existir.   

viernes, 19 de mayo de 2017

JUAN 15, 18. ODIOSO

 Juan 15, 18-21: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».


Esta disyuntiva de estar, o no, en el mundo ha supuesto para la historia y comprensión del cristianismo un verdadero quebradero de cabeza. Ha costado, siglos, superar la fuga mundo y el tipo de vida de desierto para comprender que la misión se enraíza, necesariamente, en el mundo y viceversa. Una cosa sería retirarse al monte, al lugar de oración, y otra muy distinta apartarse del mundo, cosa que no hizo nuestro Señor, según los evangelistas.

Vivir a Dios, lo diré muy humildemente. Vivir Dios es rendirse a la realidad, a lo que acontece, a lo que está siendo, o es. Cierto? No es, en ningún caso, nada abstracto porque lo que desconocemos del Padre se hace presente en Cristo, en lo tocante a la acción que es la Palabra. Por tanto, alienarse de la realidad es, en mucho, contrario a esta misión encomendada de amor, de paz, de solidaridad...

Este pasaje, la realidad del evangelio cuando fue escrito, nos muestra a una comunidad cristiana con ciertas problemáticas, ad intra y ad extra. Por ello nos habla de un mundo que los odia, si por odiar entendemos que les es contrario (con todas sus implicaciones, claro). En nuestro momento particular incurriríamos en desgracia si acogiesemos este pasaje de forma literal, pues el movimiento de ahora es muy diferente al de entonces. Pero aun con todo, en cualquier caso, si el mundo OS odia, añadió. Si el mundo reprende, escucharlo. Si el mundo se queja, resguardarlo...

jueves, 18 de mayo de 2017

JUAN 15, 12. UNA VIDA POR OTRA


 JUAN 15, 12 – 17Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.


El pasaje de hoy nos sitúa muy a la altura de la teología paulina, en ella el apóstol nos dice que el cumplimiento de la Torah es insuficiente, porque sólo la Ley modifica la conducta, el comportamiento, por lo tanto es extrínseca. En cambio, como también indica el evangelista, si la verdadera Torah es para nosotros Cristo, su Ley sí cambia el corazón. Esto es, cumplir la ley  del cristiano es vivir como Cristo, bajo el primado del amor. Pero esto sólo es posible porque en lugar de la Torah hemos puesto a Cristo, y por ese motivo la Ley se puede resumir en el amor a Dios y al prójimo y al enemigo.

Tener un mandamiento implica que tenemos una Ley, y aunque esa Ley sea vivir como Cristo, tenemos algunos cometidos que algunos llaman propuestas y otros deberes, aunque si estos deberes son para libertad podríamos también llamarlos ayudas. Así, podríamos decir que la vida del cristiano se aboga en propuestas y ayudas, y en que ambas son recíprocamente válidas para todo el mundo, todos ayudamos y todos somos ayudados. Esto implica que los efectos del mandamiento de Cristo son para actuar en libertad, y a esa libertad amorosa y responsable hemos sido llamados.

Se invierte el orden de la Ley, ahora lo primero es vida y lo segundo letra. No tengo que supeditarme a la letra para que cumpliendo la norma pueda vivir, sino que en función de cómo (o para qué) vivó se está cumpliendo la Ley. Como Jesús dirá que no está sometido a tribunales humanos, nosotros tenemos también el estatuto jurídico del cielo, que es el Amor. Todo lo que nosotros, como personas, podamos pensar, elaborar, escribir o proponer a modo de Ley para en alguna manera condicionar a la humanidad para el bien se extingue en el tiempo. Nosotros tenemos en la vida un itinerario de principio y regreso, de vida y de muerte, es decir, que venimos del amor del Dios bajo el amor de  los papás y regresamos al amor de Dios desde el amor de los demás. Es decir, que nunca perdura la Ley y que el amor es eterno en tanto es Dios.

Hay en nuestro tiempo muchas personas que quieren sentirse bien, que quieren ser más espirituales, que buscan un encuentro místico, que meditan, que por medio de regresiones tratan de superar problemas del pasado, que hacen reiki... bien, la mejor medicina, la mejor espiritualidad, la mejor manera de afrontar la vida, y hacer un mundo mejor todo ello depende del amor. Y el amor puede ser un trayecto espiritual, pero también es un viaje a la realidad, a la forma de vivir la vida, de entender el mundo, de comportarse y de relacionarse... porque si no tengo amor soy como el metal que no suena, estoy hueco, vacío.


¿Qué es lo que todos queremos ser? Felices, y para ser feliz sólo se necesita amor. Y luego pasarán muchas cosas en la vida y algunas serán mejores, y otras peores, pero si mi principio y mi final se abandonan al amor, cuánto no más mi vida.

miércoles, 17 de mayo de 2017

JUAN 15. LA VID

 JUAN 15, 1 – 8: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. »Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.


No es casualidad, para el cristiano, que el evangelista hable en su visión de la vid de la adhesión, vital, al Cristo. Si el capítulo diez nos invitaba con la parábola del pastor bueno a compartir esa misión de muerte con el maestro, ahora el autor sigue invitándonos a participar del acontecimiento pascual que, tras el suceso de Lázaro, cobra un nuevo sentido. Compartir la vida de Jesús nos lleva a comprender el trasfondo humani y divino de su misión y su relación con el Padre, de quien depende en todo momento. Así, por tanto, esta invitación a permanecer en Jesús se nos va a hacer una máxima tanto en la vida, como en la oración, como en la entrega, como en amar.

Todo cuanto hacemos lo hacemos en tanto nos adherimos a la persona de Cristo, con toda su connotación vital. Unirse a Cristo es vivir su vida en nosotros, pero manteniendo la singularidad de cada persona y su libertad… aunque parezca una paradoja. Cristo se erige mediador y es que por Él accedemos a las profundidades de la vida y del espíritu y por medio de esta acción integral a Dios, a quien sólo a través de Jesús podremos comprender.

La invitación del pasaje es clara, nos conduce a la obra de contemplación más honda. Profundizar en Cristo, para ahondar en el Misterio del Padre. Y como si de la tarea del asceta o del místico se tratara, la oración del creyente desde la vid se torna un ejercicio único de unión espiritual en Dios, desde el que comprender el sentido de esta vida nueva que se nos ofrece en Cristo, por medio del cual todo va a ser hecho nuevo.

Más allá de la belleza de la construcción, del lenguaje, de la parábola… nos hallamos en una situación de desnudez delante del Creador, que nos ofrece una vida en comunión, de la que todos podemos participar, de la que todos nos podemos beneficiar, que todos podemos acoger. Es un acto de alabanza, de acción de gracias, de suma de intenciones, de proclamación de libertad… La vid es la vida, la savia es Cristo, cada sarmiento una obra espiritual encarnada.

viernes, 12 de mayo de 2017

JUAN 14. CAMINOS

 Juan 14, 1 - 6: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»


Jesús se nos presenta a lo largo del evangelio de Juan de muchas maneras, según los diversos YO SOY, Jesús se auto-manifiesta de un modo u otro. En este caso primero se nos presenta como camino. Jesús es un sendero, una ruta, pero es más que eso verdad? Por ello asevera el evangelista que también es verdad y Vida. Jesús, de ese modo, abre para el ser humano una vía por la cual se puede acceder a la vida de comunión que Dios comunica, a través de la verdad. Es un complejo juego de palabras, de significados y de realidades que transfiguran el interior de la persona y nos acercan a la profundidad óntica del ser humano y de Dios mismo.

Resulta curioso que mientras que Jesús se presenta como camino, el ser humano parece desencaminado. A lo largo de la vida aparecen muchas referencias, muchos iconos, fitas, que nos dirigen hacia un lado u otro, hacia lo bueno o hacia lo malo, hacia la izquierda o la derecha… Hay toda una pirámide de decisiones que nos llevan a diversos caminos, que nos enmarañan en cosas que no son tan trascendentales como verdad y Vida.

Quizás deberíamos simplificar el paso, detenernos a la contemplación de la hoja de ruta. Reflexionar y llevar al interior del ser la necesidad de clarividencia. Quizás deberíamos comenzar a ser más conscientes de nuestra necesidad primera, que es al final de todo encontrarnos con la Vida.

El evangelista nos invita, pues, a dejar a un lado los condicionantes externos, las prisas, los problemas económicos, las inquietudes futboleras, el dolor de la enfermedad… para descubrir la verdadera meta de nuestro peregrinaje, Cristo. Y accediendo a Cristo encontrar el camino a Dios, a la Vida. Cada cual luego tendrá su forma, algunos caminarán más rápido, otros más lentos, algunos necesitarán reposo, otros correrán con mayor optimismo, incluso algunos se cansarán. Pero al final, en el extremo del camino, hallamos el premio supremo en Dios.


Caminos hay muchos, la vida es un compendio de elecciones. Que cada cual logre hallar el suyo propio y que hallándonos a nosotros mismos también hallemos a Dios.

jueves, 11 de mayo de 2017

JUAN 13, 16. ACOGEDORES

 Juan 13, 16 – 20:  En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado.»


El evangelista nos coloca hoy en una posición de privilegio cuando habla de esta condición de igualdad que existe en Cristo para los cristianos. Que somos hijos en el Hijo. Que de todos somos servidores. Que entre nosotros somos hermanas y hermanos. Una posición existencial que podríamos y deberíamos extrapolar al mundo que conocemos para alejarlo, con ese testimonio, de la escuela de tiburones en que se ha convertido, donde prima el poder, el éxito, el dinero y en el que crecen las desigualdades, las guerras…

La esencia de la fe en Cristo está en la adhesión a su persona y a su misión. Por ella no sólo accedemos a esta filiación sino que además nos insertamos en la lógica del Reino, por la que debemos tratar de construirlo, ayudándole a avanzar en la época que nos toca participar. A causa del don de la vida, nuestra implicación en el proyecto de Dios debería ser tan intensa que la radicalidad de nuestra opción tendría que verse actuando en el mundo, en todos sus campos.

La maxima de hoy pasa, nuevamente, por la acogida. Entonces, pasará por una primera acogida que nos sitúe en clave cristiana para poder transformar esta realidad que nos interpele en un activo para construir Reino. Seguirá, por consiguiente, con una especial capacidad para el amor que transforme las vías actuales de relación, trabajo… Y todo ello no para que transformando la realidad todos deban convertirse a Cristo sino para que consiguiendo dar un giro al planteamiento vital de la actualidad, todos puedan acceder con libertad a otra opción mejor que la que tenemos.

Y si alguno alzare sobre nosotros su talón, no desistamos, no nos sintamos atacados, seamos como este Maestro acogedor nuestro, que ante la injusticia derrama amor y ante su destino fatal, cariño.

miércoles, 10 de mayo de 2017

JUAN 12, 44. NO JUZGAR

 Juan 12, 44 - 50: En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»


Me viene a la mente, quizás por su proximidad, este pasado retiro al que asistí durante la semana santa de este mismo año. Durante la primera hora se nos dieron claves desde el evangelio para comprender el mensaje de Jesús en la actualidad, desde el amor y a partir de los trazos que el evangelista Juan da en su texto. La idea era dejar luego una hora de reflexión para compartir, finalmente, lo que nos había dejado en el corazón este ejercicio de profundización. Ocurrió, pero, que cuando nos volvimos a juntar par entablar el diálogo la primera intervención se hizo ya desde el juicio y ello llevó a que todo lo que se compartió desd entonces al final de la sesión adquiría un tono moral.

Este pasaje de hoy nos indica que el mensaje de Jesús no hace una opción por el juicio moral, sino que como dice el evangelista, Él no juzga. Jesús comunica un mensaje que, a su vez, también comunican sus discípulos y, por lo que podemos leer en Juan, no lleva una connotación moral de buenos / malos en el sentido de que cada cual puede y debe optar con libertad a lo que ve, escucha, siente, sigue o profesa. El juicio, y ya veremos, en todo caso corresponde a Dios y ciertamente, hay que decirlo, no sabemos cómo será (vamos, ni por asomo).

Entonces, ¿qué hacemos acudiendo a los juicios fáciles?¿a determinar qué es bueno?¿quién es bueno? Acaso no nos alejamos de este amor predicado cuando tratamos de diseccionar la realidad desde el carácter moral de cada uno?

En cierto modo, hemos atribuido al mensaje de Jesús caracteres que se suponen pero que, en sí, no figuran. Leer el evangelio no debe llevarnos a la interpretación moral del mensaje sino a la vivencia del Amor de un Dios de misericordia y de su Hijo que se dona, entregándonos su Espíritu. Fuera de ahí, todo adquiere un sentido muy humano, quizás muy comrpensible, pero creo que muy alejado.

viernes, 5 de mayo de 2017

JUAN 6, 51. PAN DE AMOR

 JUAN 6, 51 – 56: Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» —Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús—que si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.  Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.


El centro de la vida cristiana lo constituye Cristo. Fe y caridad son el binomio que orienta a la vida moral cristiana. La ética de Jesús, es una ética en qué libertad y amor constituyen el valor básico. No es una ética individualista, que prescinde de las repercusiones sociales, Jesús pide tener en cuenta al otro.

La ética del evangelio viene marcada por la predilección por el pobre, el débil, el marginado… Valores que incluso pueden ser asumibles para una ética no creyente. Pero valores que concretan y profundizan: el principio de beneficencia, hacer el bien, tener en cuenta al débil, ser generoso… Pues hay que recordar que, Jesús, en su vida esencialmente trabajó con dos grupos de personas:

Un grupo de carácter negativo formado por los pecadores, quienes socialmente estaban fuera de la sociedad, fuera de la comunidad.
Otro grupo de carácter positivo que eran los pobres, los humildes, desvalidos, enfermos… Y los pequeños, la gente sin formación en la Ley o en la religión.

Y con todo, a pesar de la condición de estos grupos en la sociedad judía del momento, el rasgo más típico del comportamiento de Jesús es comer con ellos, lo cual implica una relación total, una absoluta relación de confianza: Por tanto, una acción valiente encaminada hacia la paz, la fraternidad y el perdón. La clave de este proceso, es para volver a poner la mirada en el hombre, en todo hombre o mujer, como camino de vuelta a Dios. Establece, pues, una ética de retorno a Dios desde el amor a toda la humanidad.

Jesús comparte mesa, y toca, y se deja tocar. Como sucede con Zaqueo, por ejemplo, bajito de estatura, sí. Pero además trabajaba cobrando impuestos. Zaqueo, de lejos quiere mirar algo que está aconteciendo, y Jesús no sólo le dice baja de ahí, sino que además le dice que comerá con él.

Compartir mesa con todo ese ritual de abrazarlo, lavarle los pies… como se narra en el pasaje de la mujer pecadora, por ejemplo. O la adúltera que iban a apedrear. Jesús también toca al ciego, escupe en la tierra y le pone barro. Es decir, incurre incluso en herejía. Casi no hay una sola relación de Jesús con la gente a quienes dirige el mensaje en que no incurra desde el punto de vista de la religión institucional en herejía. Toca, entra en casa de pecadores, come el sábado…

En una relación de iguales como propone Jesús, si el amor no está en el núcleo del intento de encuentro, con mucha facilidad se puede vulnerar la ética que es el respeto por lo humano. No por creyente, sino por humano. Lo fundamental tuyo, se añade, no es que seas discípulo de Jesús, sino que seas persona, seas humano. Lo fundamental es ser humano. Ser persona me dignifica.

El evangelio, también muestra con claridad y contundencia ese compromiso de Jesús a favor de los pobres: Jesús da gran importancia a la limosna y a las obras de misericordia, como recoge. Jesús no sólo dio el mandamiento, la regla de oro, sino que propuso, que el amor a Dios y la ética están por encima de todos los preceptos cultuales de la Torah. Y reclama de aquella sociedad vocación de misericordia. El amor no es legalizable, no tiene entidad para ser preceptuado. Por eso coloca el dilema definitivo  en ser como Dios: El amor que debemos ofrecer, no es respuesta al amor que recibimos sino don de pura gracia.

jueves, 4 de mayo de 2017

JUAN 6, 44 SABEMOS LO QUE SABEMOS

 JUAN 6, 44 – 51: Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. En los profetas está escrito: “A todos los instruirá Dios.” En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.


Tenemos la gran certeza de que aquello que conocemos de Dios nos viene revelado por el Hijo, por el Jesús de los evangelios y, después, por toda la reflexión creyente que, en diferentes etapas, nos ha acercado una imagen de Dios, cada vez, más ajustada al ser humano de su época aunque, todo hay que decir, hemos pasado por épocas un tanto oscuras en lo que a nuestra relación con Él se refiere. Menos mal que atrás ha quedado la imagen del Dios castigador, del cristiano de penitencias y que el concepto de relación con la Trascendencia ha quedado en un ámbito más mistérico, de apertura y de descubrir.

Todavía hoy sigue esta imagen que me desconcierta, la del cristiano de precepto, aquel que tiene en su deber acudir al culto. No en el sentido de una asistencia espiritual, de adoración, de alabanza… sino en el sentido de un cristiano que cree que debe asistir a la celebración porque es lo que toca. Asi llega, se sienta, canta y repite, hace su oración y se marcha. Ni pierde cinco minutos con la comunidad, ni se siente interpelado por la proclamación de la Palabra, ni le cuentes historias del Dios misericordioso y del Cristo que llama a las periferias.

Vivimos, pero, en un tiempo que se clama a esta Iglesia cuya imagen se reduce a la Eucaristía. Y vivimos este tiempo empujado por muchos, muchísimos, cristianos que, paralelamente, viven su espiritualidad ajenos a la celebración comunitaria. Hoy cuesta encontrar gente en las eucaristías, cuesta hallar jóvenes, cuésta encontrar familias. Pero esto no quiere decir que haya menos cristianos, sino que la mayoría vive su fe en un ámbito más social, asistencial, formativo…

Sin duda, el culto va a tener que vivir una evolución sinos referimos al concepto que hoy tenemos de él. Habrá que revisar los grandes libros que establecen las dinámicas celebrativas, abrirlos y aperturarlos, porque si no acercamos a las personas esta vía celebrativa, algo importante vamos a terminar por perder. Aunque… y estoy convencido… para algunos no supondría nada nuev, antes volvían al latín.

miércoles, 3 de mayo de 2017

JUAN 14, 6 MUESTRANOS AL PADRE

 JUAN 14, 7 – 14: Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a mi Padre. Y ya desde este momento lo conocen y lo han visto. —Señor —dijo Felipe—, muéstranos al Padre y con eso nos basta. —¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”? ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. Créanme cuando les digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí; o al menos créanme por las obras mismas. Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.


Los discursos, como el que tenemos en esta ocasión, son característicos del evangelio. Tanto los signos como los discursos quieren revelar quién es Jesús, su filiación divina, y son signos cristológicos, como también los discursos. En el transcurso del Evangelio, e anuncio del Reino de Dios ha quedado olvidado en Juan, su preocupación es resolver la identidad de Jesús y qué significa Jesús para el creyente. Así que si en los sinópticos estabamos ante el Reino que se instaura en Jesús, en Juan, en cambio, hablamos de una concentración cristológica. Temas importantes de los sinópticos, como las purificaciones, el sábado… desaparecen en la pluma del evangelista.

En los discursos de Juan hay una intención teológica clarísima, aquí sólo habla Jesús. Las preguntas que le hacen, como en este caso Felipe, están orientadas a demostrar la incomprensión del interlocutor. Hasta el punto que pudiera ser un recurso literario del autor, que hace progresar su pensamiento a través de las preguntas de incomprensión de los diferentes personajes a lo largo del evangelio.

Todo ello en aras a que podamos sentirnos interpelados, en nuestra fe, a lo que es trascendental y básico, la identidad de Jesús. Porque sólo desde esta identidad humana y celeste nosotros somos aptos en la historia de salvación como hijos e hijas en el Hijo, como diría Pablo. El fundamento básico de nuestra fe cristiana habla de un Dios encarnado en su humanidad y de un Jesús, histórico, elevado, resucitado y sentado a la diestra del Padre, como Hijo suyo, amado.

El evangelista seguirá dando pistas, signos, exponiendo señales y obras para que, si no es por fe, por lo menos sea por aquello que vemos, oímos, tocamos o vivimos. Atendiendo a que todos estos ítems deben conducirnos, irremediablemente, al Cristo, Hijo de Dios, Señor nuestro.

martes, 2 de mayo de 2017

JUAN 6, 30 EL PAN QUE SACIA

 Juan 6, 30 - 35: EN aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».


En esta máxima del Jesús que sacia nuestra vida siempre hay una terrible discusión emergente, que consideremos nuestra verdad como la única e indiscutible y que, desde esa convicción, menospreciamos otros caminos de acceso al Trascendente que, por qué no, también pueden se válidos. La posesión de la verdad, desde luego, no nos pertenece. La verdad, en sí, debe ser amplísima a la par que desconocida en gran parte. El Misterio sigue siendolo y nuestra experiencia de fe es sólo eso, una vivencia personal a la luz del Cristo.

Llega a asustarme, muchas veces, la intransigencia que muestran determinados sectores en todas las alternativas espirituales al alcance del ser humano. No sólo no se respetan sino que todas tratan de defender algo que se escapa a la comprensión. Quizás cada religión tenga un tanto por ciento de la verdad pero, desde luego, no toda. Quizás, pienso otra vez, no acabemos de interpretar bien todo este pasaje del pan de vida, del agua que sacia porque... Qué quiere expresar el evangelista sino una convicción de fe? Podemos aferrarnos a ella pensando en la eficacia de la afirmación? No nos interpela la misma experiencia creyente a pensar que, si los caminos de Dios son inescrutables, ese Camino que es Jesús no pueda tener otras formas, puertas, accesos...?

Creo que Cristo basta, que Cristo colma la vida del ser humano, por supuesto. Creo, también, que en este camino de lo mucho que nos queda por aprender no somos quienes para negar, apartar, o enterrar otras propuestas, otras vías de espiritualidad, otras experiencias de fe. No hace el alfarero como quiere? Alguien le da a Dios sabiduría? Alguno se le hizo cercano en la creación?

lunes, 1 de mayo de 2017

JUAN 6, 22. CREER EN EL HIJO

 Juan 6, 22 – 29:  Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.»


Fácil, verdad? La obra de Dios, para el evangelista, es creer en que Jesús es su Hijo. Sin más vueltas, todos los signos que Jesús va a ir haciendo en este evangelio son para el evangelista ocasión de demostrar la filiación divina del Cristo, que es la vida que Dios nos da a cada uno de nosotros, en amor comprometido, fiel y eterno. Por tanto, quizás a modo joánico, deberíamos empezar a ver la vida como ocasión para descubrir a este Hijo y, a través suyo, al Padre misericordioso. Así, cada día, surgen nuevas oportunidades ante las que debemos estar atentos si es que queremos ver los signos que hablan de Jesús, que dan testimonio de su amor y que, en definitiva, son para los cristianos motivo de Esperanza.

Es un buen modo, además, para comenzar a soltar preocupaciones por ese pan que perece, por las pequeñeces de la vida que nos incomodan o, no tan pequeñas, que dificultan nuestro camino. Hay circunstancias que debemos empezar a tratar en clave de esperanza, de gozo. Sean pruebas, sean zacadillas, sean problemas… como las alegrías y os gozos, pueden dar pie a ver ese signo de Cristo que actúa en la vida de cada uno de nosotros. Es el campo de la fe, el lugar de la vivencia espiritual cristiana, que nos capacita para atender a la vida en clave de superación, en un contexto de amor.

Seguir a Cristo, atender a sus obras, aún buscarlo por los milagros y prodigios, termino, no es malo para nada. Pero el evangelista nos pide que no nos quedemos ahí, en la periferia de la vivencia cristiana, sino que profundicemos hacia límites más espirituales en los que aprendamos a vivir la cohesión paterno-filial del Padre y del Hijo en nosotros por el Espíritu. Buscar la eternidad es buscar la propia vida, ésta, la que estamos viviendo hoy, ayer o mañana… así que atención, no sea que nos perdamos entre las aguas de la vida.