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viernes, 30 de junio de 2017

MATEO 8. MILAGRO

 Mateo 8, 1 – 10: Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio. Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.


Cuando hablamos de una fe que cura hoy podríamos adentrarnos en el campo de la esfera espiritual de la persona pues, como se ha demostrado, existe una capacidad de sanación interior que tiene mucho que ver con el estado del alma, del corazón… Podemos llamarlo energía, podemos aventurarnos a tratar agentes sicosomáticos, puede ser cuestión de herencias, de miedos… Al final, aunque sea un poquito, es cuestión de fe. Otra cosa, podríamos decir también, que sea fe en Dios, en Cristo, en las vírgenes milagreras, en la alineación de los chakras, el reiki o la meditación… Lo que podemos tener por seguro es que esta actividad que narran los evangelios tiene una huella milenaria sobre la que camina aunque, eso sí, bajo la novedad del signo crístico.

Ciertamente este pasaje nos da ocasión para el diálogo con las diversas ciencias a los cristianos. En ningún modo para decirle al mundo que ya todo estaba en la Biblia sino que, conocedora del ser humano, la Escritura también contempla esta acción, esta posibilidad, o esta capacidad en y sobre la persona que padece la enfermedad. Por tanto, si milagros se producen al amparo de los evangelios, milagros también se producen al amparo de la propia vida que, además, creemos que viene de Dios. La fe, pues, deja un campo abierto para recorrer de la mano de los avances, la técnica, las medicinas tradicionales… y cuando pareciere que hay que reconocer este aspecto taumatúrgico de Jesús también debemos abrir el prisma para reconocerlo en el devenir de la humanidad, que se redescubre como fuente de sanidad.

Esta fe tan grande, sea en el contexto que sea, sigue curando y sanando vidas. Es algo sumamente espiritual, tanto que nos trasciende. Incluso a los cristianos. Y hay que aprender a integrar el mensaje del evangelio en esta vida nuestra aceptando lo que estamos descubriendo y lo que queda por descubrir. Si a algunos les sirve Jesús y a otros les sirve una imposición de manos… la verdad es que no estamos muy lejos.

jueves, 29 de junio de 2017

MATEO 16, 13. ATAR Y DESATAR

 Mateo 16, 13 – 19:  Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»


Todos tenemos en la retina alguna imagen que define nuestra fe, nuestra vida, nuestra personalidad y, por supuesto, a nuestro Dios y a Jesús. De hecho, los evangelios llegan a nosotros como una imagen proyectada sobre la comunidad creyente de un Jesús determinado en el espectro de las comunidades de la época y del redactor de cada evangelio. Y, claro está, todos nos hemos hecho una expectativa según nuestra lectura, comprensión, intuición o estudio de aquellos relatos que nos traen al nazareno, en muchos casos casi un siglo después (con todo lo que ello puede suponer).

Nuestra pregunta hoy debe releerse a la luz de la misma pregunta, ¿quién decimos nosotros que es Jesús? Porque dependiendo de quién sea para cada uno así se vivirá la fe, o la religión, de cada persona, grupo, comunidad, iglesia… Y sin ser tarea fácil, debemos atender primerísimamente a que junto a la diversidad del ser humano viven diversos Cristos. Y nos guste o no, estemos o no de acuerdo, sean más o menos ortodoxos, de la convivencia de todos ellos se configura la universalidad del pensamiento creyente. Y esto ocurre a pesar de que cada grupo trate al suyo como la Verdad única, el Camino cierto o la verdadera Vida.

Ante esta diversidad no podemos colocar grifos allí donde hay fuentes. Es decir, que quién somos nosotros para decirle a otro que no se lo ha revelado Dios mismo si no hay certeza segura salvo que a todos, absolutamente a todos, nos lo ha revelado carne y la sangre, nos guste o no. Porque esta certeza nuestra de la revelación nace o bien del Misterio, como tal indemostrable, o bien del propio anhelo interior del ser humano en su búsqueda espiritual. Por ello, me aventuro a decir, atamos tanto en la Tierra, pensando que también quedará atado en el cielo.

miércoles, 28 de junio de 2017

MATEO 7, 7. COSAS BUENAS

 MATEO 7, 7 – 11»Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan! Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas.



Hoy en día, aunque siempre ha debido ser así, cualquier mensaje, catequesis o evangelización debe ir precedida del testimonio de amor que pasa del cielo a la tierra, traspasando la humanidad y que empieza en Dios y sigue en el ser humano. Y fuera de este testimonio pueden existir muchas cosas, puede haber palabra, dones, capacidad económica, organización o jerarquía, pero jamás, nunca, en ningún caso puede faltar el amor. Porque si hablamos de un Padre, o de un Padre que también es madre, que tanto ama, sus hijos e hijas deberían (ipso facto) ser continuadores de su testigo, como en una carrera de fondo siglo tras siglo, tras siglo.

Fijémonos en nuestra actualidad, miremos a aquellos casos cada vez más frecuentes de violencia de género, de abandonos, de ingresos en centros de menores por actividad delictiva, de fracaso escolar, de maltrato… Porque ¿cómo va a dirigirse a ellos la comunidad cristiana diciendo que Dios es Padre, si su realidad familiar es inexistente, o dura?... ¿Un Padre que me ama?(dirán) ¿Cómo vamos a actuar ante esta respuesta? Porque está clarísimo que en gran parte de nuestro tiempo hay una ausencia de paternidad y de maternidad, quizás porque no se ha sabido dar, quizás porque no se deseaba… Sea como fuere, si en nuestro tiempo presentamos a un Dios que es Padre (o Madre), tengamos presente que debemos no sólo fundamentarlo sino, además, convertirlo en realidad.

Y esa conversión significa nuestro testimonio, el testigo de una familia amante que desea, valora, comprende y quiere cuidar de cada nuevo miembro (y de cada uno de los que ya forman esa gran familia). Por tanto, si bien estamos en tiempo de reivindicación de la figura del Padre amoroso, también estamos ante la necesidad de que ese amor sea manifiesto en nosotros y lo estamos con más urgencia que nunca, porque la sociedad está enfermando de insensibilidad, de relativismo. Estamos siendo espectadores de un continuo peregrinaje de huérfanos y huérfanas que caminan pensando que el mundo es hostil y que para sobrevivir en él se deben al desamor, a pelear, a morder.

A lo largo de este tiempo que viene, vamos a comenzar a ver a hijos e hijas de estos que estarán sobre algún cartón sufriendo las calamidades del frío. Se sumarán a los muchos que hoy, bajo la ley del desahucio, ya viven en las calles, o en precariedad, con las vistas puestas a atender el frío como puedan, a sobrevivir.

¿Ante todos estos tenemos que hablar del Padre Amoroso? Pues tenemos mucho trabajo, porque como siempre ocurre el tiempo se nos viene encima, nos atrapa el toro y nos vamos a quedar, nuevamente, a las puertas de haber podido hacer algo más.


Podemos optar por llevar a un Dios abstracto, con un amor abstracto, que es éste que viendo la miseria decimos que no actúa, que se olvida de nosotros… Pero podemos optar por el Dios vivo, el Padre amoroso, y ello nos implica absolutamente a favor del otro, a la solidaridad, a la entrega, a la preocupación, a la ayuda (sea cual sea). Deseo que todos seamos este año testigos del amor de Dios, testigos vivos.

lunes, 26 de junio de 2017

MATEO 7. VIGAS Y ASTILLAS

 MATEO 7, 1 – 5: No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.


En la dinámica de la vida tenemos muy anclado en nuestra forma de hacer, de ser, esto de criticar a los demás. Parece que todos entramos en una especie de escaparate, nos ven, nos analizan y, finalmente, algunos nos critican, otros nos bendicen y algunos simplemente hablan de nosotros. Es un mundo de vigas, de paja, de astillas y de hipocresía. Si alguien cree que no es su caso, sencillamente se equivoca. Todos estamos inmersos en esta dinámica del vivir respecto de los demás y todos, en un momento u otro, entramos a jugar al digo y dije.

Desde este punto valdría todo tipo de excusas. Es cuando entran en juego los actos de cada persona; la estética de cada individuo; el grupo social en el que vive, con quien se relaciona; su nivel o no de cultura, de estudios; el tipo de trabajo… Desde la mañana a la noche todos jugamos al reproche, al cotilleo, a la conversa: te has enterado…? Te has fijado…? Ayer me contaron que… En fin, todos sabemos.
La dinámica del Evangelio se propone como algo sumamente difícil en nuestra sociedad. No sólo en nuestra sociedad, porque el Evangelio está lleno, también, de juicios. Es lo innato al autor, que justifica su doctrina en detrimento de actos y personajes aunque se justifique en su mala praxis. Sólo, y quizás, el ejemplo de Jesús se salve de toda esta gran cascada amarilla que rige la vida humana. Su último perdónalos está teñido de inocencia y amor.

Y qué nos queda a nosotros, simples mortales? Sencillo: o tratar de remar a contracorriente atando lo que es intrínseco a nuestra forma de ser, vertidos al pecado, o aceptar que nuestra humanidad vive de todo tipo de obstáculos oculares que no podemos pretender sacar. Y ante tanta dificultad, ¿alcanzaremos algún día ver con claridad?

domingo, 25 de junio de 2017

MATEO 1, 26. PRISIONEROS DE LA FE

 Mateo 10, 26 – 33: «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse.  Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.


Cuando en el evangelio nos encontramos ante situaciones de persecución, no hay duda que el autor evoca la situación comunitaria que vive en el momento de la redacción del texto. En un momento en que la fe puede perderse el evangelista acude a la defensa de la misma con las debidas recompensas para quien persevera. Algo parecido ya lo encontrábamos en el relato de Daniel, por ejemplo, en tiempos de Antíoco IV. Es, por tanto, un recurso recurrente para el creyente que en tiempo de flaqueza vea recompensado el hecho de mantener su fe intacta, segura y fiel. Algo que, además, se ha ido repitiendo a lo largo de la historia y que incluso hoy prosigue ante la desidia, el relativismo o las presiones.

Cuando todo esto campa por el mundo también recurrimos a la figura de los mártires, de los grandes hombres y mujeres del cristianismo que son ejemplo de fe, entrega y confianza. Pero, podemos seguir creyendo que sea este un modelo hábil, válido, certero? No nos estamos aventurando al asegurar para el creyente oro, incienso y mirra? No está de más hablar de lo que no sabemos a modo de recompensa? Se me ocurren muchas preguntas ante la dinámica castigo – recompensa que señalan no sólo los textos sino también la autoridad.

Todo ejemplo, como ejemplo debe quedar. No podemos, por consiguiente, tratar de fundamentar en ellos la vida del hoy, del aquí y ahora. La fe no puede guardarse ante el temor al castigo, porque nadie, absolutamente nadie, puede ser el garante del premio que se predica. Lo dijo Jesús? No son más bien los autores, verdaderos apologetas? Sea como fuere, y aunque me parece loable, no se puede tratar de hacer creer a la gente lo que no es, aunque ello conlleve la duda, el distanciamiento… Acaso fuimos llamados a libertad para vivir en el presidio de la creencia?

jueves, 22 de junio de 2017

MATEO 6, 7. ABBA NUESTR@

 Mateo 6, 7-15: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»


Tenemos, ciertamente, un problema de herencia que, de algún modo, ha dejado de alcanzar a muchos jóvenes de nuestro tiempo. Los evangelistas nos han dejado este modelo de oración, que hemos mantenido durante siglos y siglos. Esta oración ha sido base para nuestra forma de entender el diálogo íntimo con Dios, al estilo de Jesús, pero debemos hacer un serio ejercicio para desinstitucionalizar el Padre Nuestro en favor de otro tipo d oración que también exprese el deseo orante del cristiano. Sera una cuestión imposible?

Entiendo la apertura que en estos años últimos ha habido hacia Oriente. Su meditación, su espiritualidad, sus cantos... La importación del modelo de Taize, la oración por la unidad... Formas que llaman no a superar el Padre Nuestro sino a tomar en cuenta una mayor flexibilidad y creatividad a la hora de expresarnos en la intimidad. Igualmente en el ámbito litúrgico, que necesita irremisiblemente entrar en quirófano para ponerse en manos de un buen cirujano.

Algunos se han aventurado a empezar esta oración diciendo: Padre y Madre nuestra, o Abba... Y en muchos casos les ha generado incomprensión o denuncia. Lamentable, sin duda. Ello demuestra que como comunidad celebrante estamos alquisonados y perdidos en el fantasma del dogmatismo. Y, realmente, necesitamos un cambio. De alguna forma, la oración del siglo XXI no puede ser la misma que la del siglo XIX. De ninguna manera. Así que oro por los y las valientes que determinen no un modelo sino su propia oración, nazca de donde nazca.

miércoles, 21 de junio de 2017

MATEO 5. CIELO Y TIERRA

 Mateo 5, 17 - 19: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»


El cielo y la tierra tienden no sólo a pasar, sino a repetir acontecimientos, como si los ciclos de la vida, aunque en diferentes circunstancias, vinieran y marcharan y volvieran a venir. Son realidades que no permanecen inmóviles, que se transforman, que hoy surgen de un modo y mañana, o al paso de los siglos, de otro. Por tanto, la Ley, como la naturaleza, también estaba llamada a la metamorfosis, o como dirá el propio Jesús a establecerse con un nuevo significado, en plenitud.

Y es que cuando la Ley converge en la vida de las personas, cuando el precepto choca con la vida humana, necesariamente tiene que transformarse. Si no cambia estamos ante un obstáculo. Por ello, de los primeros mandamientos del Sinaí la tradición estableció más de 600 preceptos que, como amontonándose, dificultaban no sólo la vida religiosa de las personas sino también su relación con Dios.

Para nosotros Cristo viene como el garante de la nueva Ley y el Espíritu es el que facilita su colisión con la vida del ser humano. Junto con Dios, ambos forman un nuevo engranaje que ya existía desde el principio pero que en Cristo cobra una dimensión absolutamente colosal. La ley se transforma en un principio mayor, el amor. Y desde el amor a una nueva realidad, que entre los hombres y las mujeres ya no debe haber espacio para el enfrentamiento sino para la unión, la solidaridad, la paciencia, el perdón… para que entre ellos viva el Reino.

No obstante, como he dicho antes, parece que la historia sea cíclica, tanto en lo bueno como en lo malo. Vivimos, quizás, un período bajo el imperio de la tiranía de la Ley (de la política, de las energéticas, de los bancos, de los lobbys…). El amor es algo que no se vive en la cúpula, aunque sí se vive en las bases, a pie de calle, en las casas. Parece que el amor ha vuelto a la clandestinidad, pero sabemos que desde lo más pequeño Dios ha actuado y actuará, como si tuviéramos que asistir a otro Pentecostés.


El amor es hoy nuestro remanente del Reino, pero no debe quedarse en la retaguardia sino que debemos empujarlo hacia adelante, hacia las cotas más altas en las que el poder se cree un dios. Por tanto, como revestidos de Cristo volvamos a subirnos en la barca, atravesemos la tempestad, echemos la red a la derecha… sintámonos llamados a descubrir el amor al mundo, apóstoles de fraternidad, porque el cielo y la tierra ya han cambiado, y la tilde ya no la pone el poder sino el corazón.

lunes, 19 de junio de 2017

MATEO 5, 38. OJO Y MEJILLA

 MATEO 5, 38 – 42: Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente.” Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.


Resistir el mal no es una cuestión fácil en nuestros  días, cuando proliferan todo tipo de atentados y de situaciones que van en contra de la vida humana. La degeneración del planeta, los abusos repetitivos de las cúpulas del poder, el fracaso de la inversión, la desaparición del dinero y los servicios públicos, la mala educación, la precariedad del trabajo, la explotación… Tenemos una larga lista de asuntos que se van agravando cada día y a los que, lamentablemente, es más fácil pagar con el ojo con ojo que con la otra mejilla, pues (seguramente) nos estamos cansando de ser tontitos.

LA argumentación cristiana está bien, es válida, seguramente es una de las mejores propuestas para consegir hacer del planeta un lugar de igualdad, de solidaridad… Pero es una propuesta estéril en un mundo donde el fenómeno del Cristo se queda sólo o en un argumento moral, o en una vía de sostenimiento institucional. Quizás ahora las misiones, los gestos de algunos o los servicios sociales sean el único y mejor testimonio de una religión que tiene abandonadas a las comunidades de base y parroquias, que viven en precariedad. Claro, suficiente tenemos con volver la mejilla a nuestra vida cristiana como para poder atender a quehaceres mayores o universales.

No digo quehaya que dejar de poner mejillas, ni tampoco que no haya que prestar capas. Pero más que capas hay que empezar a prestar otra serie de servicios para determinar qué queremos, a dónde nos dirigimos y cómo ayudamos a mejorar la vida, el planeta o la economía. Necesitamos la implicación de todos para darle un vuelco a la política, a las situaciones de pobreza, a la desfachatez de los bancos, a… Y para ello sí, pondré la otra mejilla… pero de vez en cuando quizás también tenga que dar alguna bofetada.

viernes, 16 de junio de 2017

MATEO 5, 27. EL SERMON MORAL

 Mateo 5, 27 – 32: «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.


Estamos conformados e identificados con un orden moral que, desde hace tiempo, viene siendo el baremo que utilizamos las personas para determinar entre lo bueno y lo malo. Nos ayudamos para ello de la ley, de las costumbres, del sentido común… y cuando algo de eso falla, recurrimos a la ética para solventar la confrontación. Desde este punto de vista, el Evangelio de Mateo nos ofrece una serie de pasajes en que se solicita un determinado comportamiento que, si podemos llevar hacia atrás, recuerda aquel Decálogo del pueblo judío. Con todo, recordaré que la comunidad mateana tenía una gran influencia judaizante.

No obstante, el orden moral, la cuestión del pecado y muchas otras me parece que no han hecho mas que empequeñecer o empobrecer al ser humano que se ha visto delimitado por todo un orden insuperable que, de pagarse, se paga por la transgresión y ello, lejos de ser un premio, conlleva castigo. Así, mientras la humanidad ha crecido en su entramado moral y legal el ser humano se ve cada vez más miserable ante la maquinaria de los tribunales, el decoro, el buen orden o lo que es políticamente correcto. Somos una especie de fábrica de personitas de corbata, traje o vestido largo.

Y si eso no fuera suficiente, vivimos ante la amenaza escatológica del juicio, el castigo en la gehenna de fuego, el dolor, el llanto y crujir de dientes. Demasiado! Prisioneros de los siglos, de nuestras creencias y de nosotros mismos. ¿Dónde queda espacio para la revolución?

Hoy quisiera detenerme en el sermón de la montaña para reclamar espacio para el ser humano. Vuélvanse y conviértanse, pero a la creatividad, a vivir con su particular y singular unicidad. No se amedranten ante lo que parece que no es, láncense a la aventura del descubrir. Prefiero que me caiga la casa, a edificar sobre la roca del legalismo.

miércoles, 14 de junio de 2017

MATEO 5, 17. LEY, PROFETAS Y MORAL

 MATEO 5, 17 – 19: No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.


Hay pasajes que me llevan a pensar que cuando vemos a Jesús como un gran revolucionario equivocamos la forma en que miramos al Cristo. Igualmente me ocurre cuando traspasamos la figura del Nazareno para acercarlo al ámbito moral. Creo que son visiones desacertadas aunque muy humanas de leer el Evangelio, que no es sino la forma en que los discípulos comprendieron el mensaje y la vida, muerte y resurrección del Cristo, aunque desde una perspectiva ya lejana hacia mediados y finales del siglo I. Claro, de entre cincuenta y cien años después podemos entender que no ha llegado a nosotros sino una imagen determinada de Jesús que, seguramente, distorsione de quien verdaderamente fue.

Desde este ámbito estamos hoy ante la cuestión moral, la infracción o no de la lye, la cuestión de la obediencia… temas que gustan a muchos pero que no hacen sino entretejer un sistema legal que no libera, sino que maniata al fiel. Ni el horizonte de la misericordia, ni el testimonio de amor logran salvarnos del estigma de la obediencia, que parece la anti norma en comparación del amor.

En todo caso, me parece muy de la época y muy de aquel judaísmo y quizás por ello me pueda parar a pensar que cercano a Jesús. El paso de los siglos, desde luego, ha hecho un flaco favor a la historia del Nazareno. Historia que hoy ya interpretamos a nuestro gusto bajo la tutela del amor, de la vocación, de la libertad… incluso de la elección.

No obstante, considero que estas premisas hacen al ser humano muy pequeño. En parte lo hacen muy miserable. Cuando tratamos el Misterio desde la norma, la ley o la moral nos equivocamos, seguro. El Misterio que nos trasciende no puede apagarse en el cumplimiento y la obediencia porque estas son las formas más antiguas de seguridad para lo que se escapa al ser humano. ¿Cómo pues entender estos pasajes?¿Cómo salvar la obediencia?¿Cómo ser verdaderos creyentes?

No se si será con misericordia, o con humildad y servicio, o con ayuno y oración… pero seguro que será con nuestra humanidad, con la de cada momento, con la de cada persona, con la de cada suspiro.

lunes, 12 de junio de 2017

MATEO 5. FELICES

 Mateo 5, 1-12: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos , porque ellos posseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.


Movernos en el ámbito de las bienaventuranzas parece como si fuera el terreno cómodo de los cristianos. Como si se nos inflara el pecho, aunque sólo sea un poco. Somos bienaventurados, aunque en ellas venga implícita una doble dirección.
Bendecimos y nos bendicen. Es como aquello que nos permite traspasar el umbral de Job y que nos da esperanza en el presente y en el futuro. Es uno de nuestros pasajes estrella, como también la resurrección de Lázaro, Pentecostés, el buen pastor... Todos ellos, aunque desde un ámbito de muerte, hablan de una “buena vida” que dedicar.

Con todo, me resulta un poco como de privilegiados. Como si se tratara de un texto que no evoca a la humildad y al servicio, siempre tan característicos de la cristiandad, sino que parece hacerlo al ego de la comunidad, en este caso actual (las motivaciones de la comunidad mateana eran bastante diferentes). Nos gusta ser la comunidad de los escogidos, como a calquier otro pueblo que se siente llamado, amado, formado... por Dios. Vaya! Bienaventurados y especiales, la combinación parece cada vez más de privilegiados.

Seguimos, a pesar de los años y en cierta manera, en la dinámica premio/castigo, maldición/bendición. Es un estigma para nuestra comunidad. Y, ciertamente, por qué vamos a ser más felices que otros? Acaso quienes no siguen al Dios Vivo no tienen opción a la felicidad? O es que su bienaventuranza es peor que la nuestra? Bien, si así es y nuestra esperanza es mejor impongamos el precepto, que nadie escape a la celebración de la fe porque eso es ser feliz. O no? Quizás tengamos que sentirnos simplemente como personas que viven alrededor de otras en un mundo en el que todo el mundo tiene el derecho a ser feliz, a vivir bien, a recibir y a dar amor...

Sean bienaventurados, felices... pero seanlo todos y todas.

sábado, 10 de junio de 2017

JUAN 3, 16. TANTO AMOR

 Juan 3, 16-18: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Estamos ante el estupor que puede provocar, en el ser humano, que un padre entregue a su hijo, aunque sea por amor, a un mundo que lo va a condenar y ajusticiar. Es la ilógica del amor de Dios, que por más que lo digamos, nunca podrá ser comprendido en tanto el misterio de Dios trasciende cualquier pensamiento, sentimiento o reflexión humana. Por más que lo intentemos, o creamos entender lo que supone enviar a un hijo amado a un mundo que lo liquidará, nunca llegaremos a traspasar la intención del redactor.

Ciertamente, vivimos el anhelo de Dios desde nuestra inhumanidad. Es decir, que tras todo aquello que el ser humano no puede alcanzar por su naturaleza, vive Dios. Así, el hombre, o la mujer, jamás llegarán al amor del Evangelio sino en Cristo. Y esto no es cosa nuestra, como recordará Pablo.

Pues, dejemos atrás los antropomorfismos que no hacen sino separarnos de Dios. Parafraseando a Melloni, este amor trata de respirar, de inspirar y de expirar, junto a la vida misma. Entonces podemos empezar a ver ese amor, dejando atrás todo lo que nos separa de él.

viernes, 9 de junio de 2017

MARCOS 12, 38 ESCRIBAS Y FARISEOS

 MARCOS 12, 38 – 40:  Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa.


Estos pasajes, aquellos en los que el evangelista se sitúa fuera del ámbito fariseo o escribano, nos llevan muchas veces a discutir sobre si Jesús quiso, o no, fundar una religión, que es lo que al final se desarrollaría y que, en nuestro tiempo, sigue siendo fuente de conflicto entre unos y otros. Aunque, todo hay que decirlo, nadie duda hoy de que existen pasajes que van absolutamente referidos al tiempo de la comunidad escribiente, en este caso la de Marcos. Una comunidad en contraposición con lo que no iba con ellos, con la doctrina del Maestro, con la forma de entender la vida de la comunidad.

Desde los postulados de aquellos que escriben, se determina un juicio severo para los que actúan de esta manera determinada, como los escribas y los fariseos. Nosotros hemos heredado el ámbito moral de los textos para cargar contra formas de vida religiosa que no nos gustan, o que no entendemos. Y, pienso, hacemos bien? Es correcto interpretar y reinterpretar el pasaje del buen samaritano, por ejemplo, evocando una mala religiosidad? A caso no dice la Escritura no juzgar y, en definitiva, siempre terminamos en juicio?

Quizás seamos un tanto fundamentalistas. Buenos y malos ejemplos los hay en todos los ambientes, religiones, sociedades… Pienso, pues, que postularnos en el ambiente del evangelio es, en este caso, tomar partido por una comunidad. Y puede que no sea lo correcto.

miércoles, 7 de junio de 2017

MARCOS 12, 28. AMAR A DIOS

 MARCOS 12, 28 – 34: Uno de los maestros de la ley se acercó y los oyó discutiendo. Al ver lo bien que Jesús les había contestado, le preguntó: —De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante? —El más importante es: “Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor —contestó Jesús—. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento más importante que éstos. —Bien dicho, Maestro —respondió el hombre—. Tienes razón al decir que Dios es uno solo y que no hay otro fuera de él. Amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios. Al ver Jesús que había respondido con inteligencia, le dijo: —No estás lejos del reino de Dios. Y desde entonces nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


No se si se han preguntado alguna vez cómo es amar a Dios. Es curioso que una de las banderas del critianismo corresponda a algo tan verdaderamente complicado como saber de qué manera uno puede amar a Dios. Cierto, podemos tratar de amarlo en términos humanos, en clave sentimental, de una forma obediente… pero, quién le ha preguntado cómo hay que amarlo? O quién ha dicho más allá para poderlo hacer? Es, pues, algo increible que fomentemos tan diversas formas de amar y de amor pero que ni tan siquiera sepamos cómo hacerlo como Dios quiere.

Es amarlo con todas las opciones del ser el verdadero amor a Dios? Puede ser, según leemos del evangelista. Sería algo así como un amor integral, sin fisuras, obediente y fiel que el creyente vive para con Dios. O podríamos resituarlo en la doble esfera del amor a uno mismo y del amor al prójimo. Pero, el salto a la alteridad es todo el amor que podemos dar u ofrecer? Es amar ofrecer sacrificios, o hacer misericordia? O si el amor es cuestión de inteligencia… qué ocurre con quienes no la tienen?

Hoy me descubro bastante ignorante respecto de cómo amar a Dios, a Éste que proceso devoción, a Éste en quien confío y de quien recibo la fe, a Éste en quien espero y que es depósito de mi esperanza.

lunes, 5 de junio de 2017

MARCOS 12. EL LUGAR DE DIOS

 MARCOS 12, 6 – 12: »Le quedaba todavía uno, su hijo amado. Por último, lo mandó a él, pensando: “¡A mi hijo sí lo respetarán!” Pero aquellos labradores se dijeron unos a otros: “Éste es el heredero. Matémoslo, y la herencia será nuestra.” Así que le echaron mano y lo mataron, y lo arrojaron fuera del viñedo. »¿Qué hará el dueño? Volverá, acabará con los labradores, y dará el viñedo a otros. ¿No han leído ustedes esta Escritura: »“La piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser la piedra angular; esto es obra del Señor, y nos deja maravillados”?»


Ciertamente hay que adentarse en la cosmovisión judía para entender el contexto del pasaje. No obstante, mi pregunta hoy es la siguiente: todavía queda espacio para la acción, o la actuación de Dios? Algo que tenían tremendamente claro los redactores de la Biblia era la acción del Señor. Primero sobre los justos e injustos, segundo sobre la última intervención al final de los tiempos, tercero… podríamos ir desgranando cada intención del redactor, pero demos el salto al Nuevo Testamento que recoge también parte de esa expectativa. El evangelista se sitúa en el ámbito de la propia historia, la del pueblo escogido, pero dejando reminiscencias a la acción escatológica del Señor, en este caso. Ello, lo hemos heredado los crisitanos, que también esperamos esa intervención de Dios en forma de juicio. Pero, cómo leer el pasaje, o entender la acción de Dios, en nuestro tiempo? Sigue vigente? Podemos esperarla?

A tenor de lo que sucede bajo el azote de los radicales que atentan en el mundo, de los intereses del poder que nos subyuga, de la creciente sensación de parálisis… ante la injusticia social, ante la explotación infantil, según los casos de violencia de género… o siendo también tanta la intransigencia de unos y otros, o de unos sobre otros. ¿Quién no es, en parte, viñador malvado hoy en día?¿Quién no es acusador, inquisidor, o amo?

La transmodernidad que toca vivir nos ha dejado ante el espectro de la rutina, del contentamiento, de la mediocridad… Hoy nos corresponde si queremos vivir la experiencia del don de la vida desde posiciones estandarizadas o desde la radicalidad de la opción de Dios. Una radicalidad que escandaliza y que provoca, algo de lo que carecemos en el siglo presente. ¿Dónde pues queda la acción de Dios en este mundo nuestro? Acaso Dios no puede escandalizar? Ciertamente, y sigue escandalizando. Aunque quizás no llegamos a ver lo que propone, lo que nos muestra, lo que nos habla…

sábado, 3 de junio de 2017

JUAN 21, 20. SUELTENSE

 Juan 21, 20-25: En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.» Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?» Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.


Este pasaje me recuerda un poco a la parábola de los talentos, cuando el Señor de la viña les dice algo así como: a ti que te importa si yo soy, o quiero ser bueno? Sin duda, palabras que descolocan la lógica del discípulo. Como diciéndonos que lo que es para algunos, no es para otros. Como si lo que hubiera para cada persona fuera especial y único. Entonces, qué te importa a ti lo que le depara a tu hermano?

En este sentido no puedo obviar las palabras que en el Génesis Caín dice a Dios respecto de Abel: acaso soy yo el guardián de mi hermano? Pues ciertamente no lo somos, por lo menos como seres humanos. Y quizás en este sentido el evangelista recoja esta premisa, porque para la mujer, o para el hombre, no es posible hacer la guardia como no es posible comprender lo que Dios tiene para el otro.

Al hermano, como al otro, hay que dejarlo ir. Hay que dejarle vivir su propio tiempo de Dios, su experiencia diferente. Y ciertamente cuesta, porque tendemos a ser corporativos en esto de vivir la misma fe, de amar al prójimo, o de vivir el Reino en lugar de cristianos. Hacemos decir al Evangelio aquello que no dice y, obviamente, también a Dios.

Aprendamos pues a soltar lo que recibimos, como si respirasemos. Porque respirando acogemos en la inspiración y soltamos al exhalar. Y no podemos retener el aire, porque sin duda moriríamos de asfixia.

jueves, 1 de junio de 2017

JUAN 17 20. NO MUCHO

 JUAN 17, 20 – 26No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. »Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo. »Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco, y éstos reconocen que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.»


Llegamos al final de esta larga oración de Jesús, y algunos han querido ver en esta parte una oración permanente para los que tienen que creer. Además, sitúa como fundamento para que puedan creer que entre los que ya creen haya unión, es decir que será del testimonio de los demás que uno puede, o no, sentirse atraído, o escuchar la llamada de Dios. El profeta Oseas dijo al respecto (11,4) que Dios nos atrae con cuerdas de ternura y con lazos de amor, y este es el testimonio que generación a generación invita a los nuevos creyentes para que confíen y se abandonen al amor de este Dios que quiere salvarlos. Es, por tanto seguro que la labor de Dios tiene que estar apoyada por quienes creemos y decimos vivir según su voluntad. ¿Qué ocurriría si entre nosotros hubiera disputas, mentira, golpes…? Probablemente generaríamos confusión y rechazo. Pero justamente eso es lo que ocurre en muchas comunidades. No sabría decir si hoy es más fácil o más difícil escoger el camino del creyente, porque la verdad es que si nos ponemos a buscar “contras”, encontraremos un montón.

Ciertamente Jesús ha puesto su testigo sobre nosotros, herederos del evangelio y hermanos o hermanas menores que tendríamos que estar ayudando al Padre a cuidar de estos pequeños que todavía no creen. Es decir, que creyentes o no, la función de la comunidad cristiana pasa por esforzarse en el amor fraternal hacia el mundo, por encima de rencillas y limitaciones, porque si el rumbo de la historia no logra enmarcarse en el amor, sabemos por experiencia que termina provocando un desastre. Y no es por abandono de Dios, sino por falta de testimonio. No  hay nada peor que una familia rota, en la que sus miembros viven del desamor porque la meta de sus miembros no sólo está desestructurada, sino que además se limita por una sensación de fracaso que termina por deprimirlos. Así queda la sensación de que no se puede hacer nada, de que la vida no tiene sentido, o para qué amar si la vida es un fracaso. Si hay alguna decadencia es por falta de amor.

Vemos, hoy en día, el abandono de las sociedades del Norte con las economías del Sud; o el desproporcionado afecto con que se mira de mantener a la política respecto de la clase trabajadora; palpamos el rechazo al necesitado y el desamor educativo, hemos pasado del paternalismo a la emancipación forzada (como tirándonos al vacío). Así, ¿Quién puede crecer? Ahora incluso hay abuelos que mantienen a la familia y el ciclo de la dependencia se ha invertido y quienes ahorraban se ven sometidos por el banquero, o el especulador, o el usurero; éstos no son los testimonios que dejaba Cristo, y nos esforzamos por dejar sin vigencia su Ley y por secar, por tensar esas cuerdas de amor que casi se rompen.

Pero al mismo tiempo, hoy leemos la esperanza: “con el amor que me diste seguiré amándoles” y esta es la promesa, que si el mundo terminara decayendo el Cristo no termina de amarnos. Así que podemos acogernos a esta actitud entrañable de Dios y tratar de vivirla para que nos acompañe el testimonio de ternura, día a día. No sé si será mucho pedir… Quien quiera alguna responsabilidad, quien crea que tiene algo por hacer o quien piense en un mundo mejor, lo hay! Sólo necesitamos amarlo y confiar que con este calor la vida cambia y podemos enamorarnos y vivir otra vez con pasión.

Espero que esto no sea pedir mucho.