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domingo, 31 de diciembre de 2017

LUCAS 2. FIN DE AÑO

 Lucas 2, 22-40: Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones". Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»


Cerramos el año. Podríamos quedarnos en un deseo de mínimos cuando expresamos aquello de que bien está lo que bien acaba. Podríamos, también, quedarnos en los deseos a corto plazo que se condensan en una feliz entrada de año. Igualmente podemos lanzar un órdago expresando nuestro deseo de que a todos nos llegue un feliz 2018. Y aunque es cierto que os deseo de corazón todo ello, no es menos cierto que no quiero acabar, ni empezar, el año desde una vida de mínimos porque, voy a decirlo, ninguno de nosotros está en este mundo para racanear el don y la tarea de existir; una aventura a la que somos arrojados desde el corazón de Dios y de la cual participamos desde algo tan simple, pero a la vez tan grande, como el respirar.

Inspirar, expirar. Entrar y salir. Yo y Tú. Respiro vida, una vida que no puedo quedarme porque si aguanto la respiración me ahogo. Por lo tanto devuelvo esa misma vida para volverla a tomar y volverla a dejar ir. Un movimiento que traspasa mi Yo para llegar a Ti y que de Ti regresa a mí. Salimos del Yo para llegar al Tú y los cristianos, además, del Yo y el Tú para establecer con Él una relación vital que es don y que nos viene regalada.

Ocurre igual con nuestro corazón, incrustado en el movimiento mismo del universo, que es contracción y expansión. Ocurre, también, con la historia, que es vivida y transmitida, recordada y heredada. Y, claro, lo mismo pasa con nuestro planeta, que nos cuida y al que debemos, debemos, debemos, cuidar.

Todo ello es Buena Noticia. Todo ello es Evangelio. Formamos parte de una huella cósmica como debe haber muchas más de las que ni tenemos constancia. Somos porque existimos y existimos porque nos han amado.

Que este próximo año nos situemos en la máxima del Amor, desde el amor a nosotros mismos, el amor a los demás, el amor por la vida y el amor por nuestro planeta. Que me deshaga de mis mínimos y luche por mis máximos. Que todo el amor que nos han dado podamos devolverlo. Que esta vida regalada podamos también obsequiarla.
Feliz año a todos.

sábado, 30 de diciembre de 2017

LUCAS 2, 36. SIRVIENDO NOCHE Y DIA

 LUCAS 2, 36 – 40: Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.



A pesar de los condicionantes que rodean a esta Ana, profetisa y podríamos decir que consagrada a Dios, lo curioso de la presentación de Jesús en el Templo viene dado no por lo extraordinario, sino por lo normal. Claro que hay una actuación del Espíritu que mueve a unos y a otros, y que acerca a Simeón al Templo por ejemplo, pero la gracia del pasaje reside en el encuentro, y en el hallazgo más normalizado, como si cualquiera de nosotros nos encontráramos y supiéramos ver en el otro ese pedazo de Cristo, ese Emanuel. El trasfondo de la presentación está en el encontrarnos con Dios desde la humanidad, desde la normalidad, sin la pomposidad de la liturgia o el sosiego de un clima de oración.

Seguimos en un plano de acogida de un Señor que apenas es un niñito, dibujándonos el evangelista que es posible vislumbrar aún en la fragilidad la salvación que Dios nos tiene preparada. No es que la salvación sea frágil, sino que aún en nuestra condición temporal, perecedera y trágica, hay salvación. Es decir, que la salvación de Dios, como en los días de la presentación, sale al encuentro del ser humano. Y este es el gozo de Ana, como el gozo de Simeón, como el nuestro y el de todas aquellas o aquellos que viven, o vivieron, esta singular gracia, que seas como seas eres amado (o amada) por Dios.

Así, en estos dos días tengamos un espacio en el corazón no para albergar dudas, sino para sentirnos como estos dos personajes de Lucas a quienes llega el Salvador. Podrán haber pasado años, podremos haber sufrido penurias, podrá el mundo estar mejor o peor, o habrá en nuestra vida menores o mayores dificultades… que mantendremos esta esperanza, gozosa, de que podemos ver la salvación de Dios. Y que para ver esa salvación no hace falta una legión de ángeles, ni un coro celestial, una columna de fuego o la aparición de señales cósmicas sino que desde la fragilidad de este Jesús podemos disfrutar del encuentro.

Entonces, si desde la normalidad somos atendidos por Dios, somos obsequiados con la gracia, todavía es posible que ocurra una y otra vez aún en los campos de guerra, en los azotes de la crisis, en las trifulcas de la política o en las desigualdades que parten a la humanidad. Pero hay que cambiar la mirada, hay que enternecerla , llenarla de misericordia y ponerla en disposición de amar, y así, y sólo así nos convertiremos en Ana, seremos espectadores como Simeón.

jueves, 28 de diciembre de 2017

MATEO 2, 13. HUIR DE HERODES

 MATEO 213 – 18: Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.


Hoy recordamos un pasaje bastante oscuro del evangelio, que tiene su eco a diario (y su repercusión) a pesar de tener ya más de 21 siglos de entendimiento para cesar de una vez tanta violencia, tanto sufrimiento. ¿Dónde está el límite? ¿Cuándo será que reaccionaremos los seres humanos contra los dirigentes, contra el terrorismo, o contra los intereses de estos lobbies…? A qué tenemos que esperar si es evidente que cada día hay más desigualdad, menor crecimiento, peor educación, insuficiente sanidad, menos recursos y casi una promesa de extinción de las pensiones? Los que no son ya inocentes del siglo XXI que sepan que son los próximos, porque a este ritmo hay que ser conscientes de que todos, de un modo u otro, vamos a ser como inocentes a quienes la espada del poder cortará en algún momento.

Alguien dijo que los relatos del evangelio los tenemos para nuestro crecimiento, y para aprender a no repetir lo que sucede, a no llevar a nadie otra vez a una cruz, a no volver a tirar piedras a nadie con juicios livianos, a no herir al hermano… El evangelio es una llamada al amor, y al amar a todos y a todas, y a través del amor un camino hacia Dios, quien anhela que lleguemos a Él. ¿Y no basta?

Que terminen estos episodios de hambre, de codicia, de destrucción, de soberbia, de separación, y que se unan las personas de todo el mundo que buscan la paz, la solidaridad, la igualdad, la fraternidad… Este año ya termina, y no estamos a tiempo de frenar la maquinaria del poder. Que guardemos el mismo ánimo en este 2018 como otro año de misericordias en la búsqueda del don de la vida querida por Dios.

viernes, 22 de diciembre de 2017

LUCAS 1, 46. MAGNÍFICO

 LUCAS 1, 46 – 56: Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.» María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.



El canto del Magnificat es precioso, un himno del que destaca la fe y la pobreza de una creyente que, para nosotros, también es Madre, esperanza y, para algunos, un espejo para el dinamismo cristiano (fe, esperanza y caridad). He de confesar que para mí siempre había pasado desapercibido este canto, no por su contenido, sino por lo que implica de devoción mariana (a veces tan exagerada). Pero al tiempo, y llevando el pasaje al corazón, uno no puede pasarlo por alto sin meditar, profundamente, en el sentido de estas palabras que el evangelista coloca en boca de María y que, hoy, son para mí un motivo de aliento en la búsqueda de esta singular kénosis que, como Cristo, también nos pertoca a los cristianos,

Todo lo que es bello tiene un encuentro ineludible con este misterio de la kénosis, y es allí donde pobreza y gloria se completan de un modo como nunca, jamás, se ha visto y es que a partir de lo precioso podemos llegar a la pobreza más extrema para, finalmente, y ya en manos de Dios recuperar el esplendor. Bueno, esto es lo bonito del cristianismo, que la gloria y la pobreza van muchas veces de la mano, tanto que de un modo singular son quienes mejor dibujan la historia del ser humano, quien finalmente logrará en el amor de Dios la plenificación perfecta.

María recorre toda la historia del Antiguo Israel, haciéndose de algún modo la continuadora de la historia profética del pueblo. Así como Abraham se sitúa en el principio de la Antigua Alianza, ahora será esta mujer palestina quien se sitúa al principio de la Nueva, y así como por medio de una mujer, Eva, vino al mundo la desconfianza por el pecado, por esta otra mujer, María, llega la fe y la esperanza.

Hoy más que en palabras uno puede aprender a sumergirse en la lectura, en la reflexión… para verse formando parte de esta humanidad inaugurada por la Nueva Alianza, que viene en forma de ayuda, en forma de socorro, o a través de la misericordia, diciéndonos aquello de que siempre, en todo caso, y a pesar de las caídas y las dificultades, es posible volverse a levantar, y seguir caminando.

martes, 19 de diciembre de 2017

LUCAS 1 EN LAS MANOS DEL SEÑOR

 LUCAS 1, 57 – 66: Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.


Generalmente, en los nacimientos, se sucede esta escena en que todo el mundo tiene algún nombre para el pequeño: que si el del abuelo, el de la bisabuela, el que le parece a las hermanas del padre… que se suman al ingenio de los padres de la criatura que también tienen algo que decir al respecto. Vaya lío! Y muchas veces, cuánta discusión! El pasaje de hoy nos añade un nuevo elemento a esta cosa de poner el nombre y es que, además de la familia, los amigos, los padres…, Dios también tiene un nombre para cada uno de nosotros. Es decir, que antes que nos nombren en la tierra, ya somos conocidos por Dios y según este conocimiento sobrenatural, enviados, nacidos, entregados a la vida para algo muy especial. De ese modo, podemos decir, que la mano de Dios está desde siempre con cada uno de nosotros.

Claro, de todos nosotros, seamos o no cristianos, vivamos o no en pecado, seamos más o menos altos, bajos, flacos, gordos, guapos o feos. Este nombre con que Dios nos llama tiene el mismo valor, la misma calidad, y vierte el mismo Amor para cada persona que vive, vivió o vendrá a vivir en este mundo nuestro, aunque después las circunstancias de cada cual nos conduzcan de una u otra manera.

Esta ligazón primera con el Creador, este vínculo especial con que somos llamados y amados por Dios, Isabel y Zacarías lo prolongan en vida de su niño, porque su corazón ha sido iluminado de manera profética. Esto conlleva que aquello que Juan ya era, en esencia, podrá llegarlo a ser, en forma (o en persona). Del mismo modo, padres y madres, nuestro cometido no es sólo el de procurar una educación, un bienestar, una alimentación… a nuestros hijos e hijas, sino también el de procurar ligar (de alguna manera) aquel nombre con el que somos conocidos por Dios y que está gravado en el corazón. Por tanto, hay todo un trabajo de sensibilización espiritual para descubrir el nexo, la misión y el llamado de cada uno no aquí, sino en Dios.


Esto, pues, implica algo más de lo que son las obligaciones, los deberes, la comunicación, o todo aquello que podamos dar a nuestros hijos. Porque si no los conocemos como son conocidos por Dios, nuestra lengua siempre estará sujeta, y seremos como este Zacarías mudo, cuyas palabras, actos, vida… no se escuchan. 

Que aprendamos a descubrir ese primer nombre de amor desde el que somos creados.

domingo, 17 de diciembre de 2017

JUAN 1. PALABRA HECHA CARNE

 JUAN 1, 9 – 14: La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.



Estamos en este carrusel de celebraciones que nos van a llevar de una mesa a otra y de un ambiente a otro. Tendremos ocasión de comer, de charlar, de beber, de estrechar manos, de abrazarnos, de cantar… incluso de discutir, porque ni entre las fiestas más entrañables nos escapamos de lo que somos, de quienes somos. Es curioso este pasaje, programado para mañana, pero que nos sitúa en el ámbito de nuestra llegada al mundo. No estamos en Belén, ni en el pesebre… pero el evangelista nos lanza un órdago: que todo viviente es iluminado por la Luz verdadera desde su nacimiento. Si ayer veíamos como en la eternidad ya somos nombrados por Dios, hoy descubrimos (a las puertas de la navidad) que también somos iluminados, guiados, por Cristo.

Ante esta luz que ilumina podemos optar por dos posiciones: una de vida, otra de “muerte”, entendiendo no la muerte física sino estas otras situaciones que son contrarias a la vida, que nos separan de ella. Si adoptamos una postura de vida, elegimos situarnos en la alegría del existir, en el gozo de convivir, en la esperanza del amor y nos abrimos al mundo y a todo lo creado, siendo más sensibles, más solidarios, más justos, más compasivos… Si elegimos “morir”, al contrario.

Hay una tercera opción, que se coloca dentro del ámbito de muerte y que es elegir “matar”, cuando traspasamos nuestra posición ante la vida para, directamente, perjudicar, señalar, y tratar de posicionar a otros en esa misma posición mortal. Esto ocurre cuando por nuestra intransigencia rechazamos a la persona, le negamos los sacramentos, les impedimos la celebración, o les decimos que no pueden venir a la Iglesia (que es cuerpo de Cristo). Aunque también lo hacemos cuando permitimos, en la vida social, la mala praxis de los bancos, los desahucios, o cualquier situación de desigualdad laboral… Así, sea por acción o por omisión, el mundo puede vivir en luz, o puede elegir hacerlo en tinieblas.

Pero todos, y todas, nacemos en luz, iluminadas (/os), y nuestra reflexión debería partir de ser conscientes, como cristianos, de no apagar ninguna de estas luces que vienen, o que ya han venido, o que están por venir, pues en ellos está la morada de Cristo. 

sábado, 16 de diciembre de 2017

MATEO 17. MOTIVOS A LA ORACION

 Mateo 17, 9 - 10  Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.» Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?» Respondió él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos.» Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.


 A lo largo del año muchas veces nos encontramos haciendo oración por multitud de motivos. Me gustaría lanzar uno más que, lejos de pretender quedarse ahí en el bulto piadoso, querría que resonara con fuerza en nuestro corazón: es la oración por la vocación fundamental del ser humano a ser feliz. Además a serlo independientemente de su condición religiosa, social o sexual, por ejemplo, pues siendo el ser humano una expresión tan plural, aprendamos a verlo desde su composición integral, sin dejar que ni los fantasmas, ni los condicionantes, ni la fama, ni la miseria, ni el qué dirán sean factores que nos limiten esta visión.

Sólo, sólo de este modo vamos a ser partícipes de la más grande transfiguración del ser humano, que ya no necesita de un Tabor, ni de vestiduras blancas, ni de la presencia de grandes profetas… sino que precisa un corazón dispuesto a convertirse al deseo de Dios, que la persona viva.

Ya que estamos en un tiempo de adviento, que es en definitiva un tiempo de acogida, tengamos presente aquella que más cuesta, que más dificultades encuentra y que menos en cuenta tenemos en la mayoría de veces, que se refiere al ser humano.

Tengo por presente que la graciosa acogida de Dios no es como la nuestra, tampoco como la de la Iglesia. Su acogida amorosa no distingue, ni hace prescindir, ni contiene nada más que amor. Dios dignifica, no deshumaniza. Dios ama, no condicona. Dios, que abrazó a la humanidad en Cristo, es quien nos muestra el camino en este adviento del siglo XXI.

Que podamos adoptar esta intuición del Trascendente y verterla hacia los límites de la sociedad, de la autoridad, de la economía, de la enfermedad….

jueves, 14 de diciembre de 2017

MATEO 11, 11. ARREBATAR EL REINO

 MATEO 11, 11 – 15«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga.


No hace falta mirar mucho más allá para darnos cuenta de que todavía, hoy, se sigue haciendo violencia contra el Reino de los cielos, si entendemos el Reino como algo que ya está sucediendo en la Tierra y que mucho tiene que ver con el ser humano y con su libertad, su dignidad, su bienestar… Si es tan fácil vulnerar la vida, cuánto más lo será hacerlo contra este Reino, que no todos llegan a ver (o a comprender). ¿No es fácil hacer violencia contra la música, contra el amor, contra la poesía? Tan fácil como hacer violencia al Reino de Dios, que sólo vemos a través de los ojos de la fe, o a través de los ojos del corazón. Y no es sólo por cuestión de estética sino porque los poderes y sus influencias miran con otros ojos, con una mirada más turbia, menos amable, distante y que desprecia.

Nuestro cometido es el de luchar para que el Reino sea una realidad instaurada en nuestro mundo, en nuestro tiempo, entre nosotros. Jesús nos dice que el Reino ya ha venido tratándose de instaurar por mucho tiempo, ahí tenemos el testimonio de los profetas, pero que siempre ha encontrado focos de rechazo, situaciones que se han hecho finalmente con la esperanza y que lo han quebrantado. Pero no sólo a los profetas, sino que el Reino que instaura Jesús también topa con señales de incomprensión y, finalmente, con la aparente derrota de su actividad evangélica. Y es que nadie dijo que acercar a la humanidad la propuesta de Dios sea cosa fácil, porque aun promoviendo libertad o amor, el mundo también genera violencia, y la violencia forma parte de nuestras vidas, como una fuente más de la que también bebemos.

¿Podemos luchar violencia con violencia? No, desde luego. Con la violencia sólo hemos conseguido apartar a la sociedad de Dios, pues muchos son los que viven apartados de la Iglesia han sido también violentados. Cuántos colectivos viven apartados de la eucaristía, de la comunión, de la comunidad porque sus vidas no son conforme a lo que se nos dice, ¿no es eso violencia?¿Así queremos acercar el Reino?¿Qué clase de Reino vivimos, o instauramos… el Reino de los hombres, o el Reino de Dios?

Me sorprende ver cómo este Cristo que fundamenta la paz entre pueblos, entre realidades celestes y terrestres, entre Dios y el ser humano, pueda ser motivo de violencia (de unos y de otros). ¿No nos estamos equivocando?¿No es tiempo de volver al Jesús de la paz?

Hay que empezar a construir puentes, quizás a tirar aquellos que ya tratamos de utilizar porque no sirven, porque se caen a pedazos. Tendamos entonces nuevas formas de conexión entre estos dos mundos que viven alejados por este mar de conflictos que nos azotan, forjemos puentes de comunión, de comprensión, de entendimiento, de colaboración, de aceptación, de acercamiento, de celebración.

No quiero seguir celebrando la vida sin todos estos hermanos y hermanas a los que se fuerza a vivir alejados, por el motivo que sea (o porque aborten, o porque estén divorciados, o por su opción sexual…). No quiero pensar que tengo puesta la fe en un Cristo dividido, o de un Cristo normativo, o de un Cristo obsoleto, inhumano… No quiero que mi fe sea estéril. Quiero vivir agradeciendo a cada persona su unicidad, su autenticidad, su vida, su particular y glorioso reflejo de Dios, y no quiero perderme ninguno, quiero poder ver todos los colores, y a Cristo en el fondo de ellos, feliz, alegre, sonriendo… porque conseguimos instaurar la paz.

martes, 12 de diciembre de 2017

MATEO 18. RECONCILIARSE

 MATEO 18, 15 – 20Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 


La mediación siempre ha sido un elemento crucial a la hora de solucionar conflictos. A veces han sido domésticos, otras internacionales, pero la presencia de esta persona capaz de gestionar la dificultad permite redirigir multitud de situaciones de guerra, violencia, drama, enfado… En este texto, además, el evangelista nos propone la figura de la comunidad, también, como instrumento para la mediación. El perdón no es exclusivo de un ministro sino que perdonar podemos hacerlo todos y aunque venga, o no, en nombre de Dios, tiene una parecida capacidad para dar descanso.

Nosotros tenemos muy arraigada la parábola del hijo pródigo cuando queremos ejemplificar esta separación que provoca la discordia y la capacidad de perdón del padre. ¿Siempre hay perdón? Bueno, es una parábola. Lo cierto es que muchas veces los cristianos obviamos esa responsabilidad hacia la reconciliación, entonces discutimos y dejamos de hablarnos, o nos hacemos daño y no somos capaces de pasar página. Es un mal que nos asola a todos, seamos creyentes o agnósticos, y que nos provoca dolor y sufrimiento, mal estar, incomodidad, cerrazón… cuando no existe capacidad de perdón vivimos sujetos a un nuevo opresor, cruel y salvaje, que nos conduce por los desfiladeros del resentimiento, por un sendero vacío, frío, desolado.
No existe la lógica del perdón, el ser humano siempre queda expuesto de un modo distinto a cada situación. Uno puede pasarse cuatro días en oración, escucharse un audio de los monjes tibetanos, concentrarse en la meditación más profunda, o ahogar la casa con olor a incienso, que ante la ofensa volvemos a estar desprevenidos, como aquel muchacho al que cada mañana le roban el bocadillo en la escuela y sólo puede llorar.

Claro, perdonen… siempre perdonen. No es fácil poner la otra mejilla, tampoco lo es caminar con nuestro ofensor, ni compartir con quien nos quita. Quizás tendremos que terminar medicándonos para frenar todo enojo… Bien, el ideal cristiano (como el de muchas religiones) es la paz, el perdón y la felicidad (la vida en Cristo). Aunque a la luz de la realidad tendríamos que afirmar que este ideal cristiano convive con su lado oscuro, y si bien antagónico resulta que en cierto modo nos propone una amistad. No puedo decir que alguien no sea de Cristo porque se enfade con aquel, porque no perdone a aquella, porque tenga resentimiento o porque fastidie a los demás… la realidad me invita a reconsiderar ese ideal.


Y no es nada malo, porque en esta vida tendremos que dejar que caigan muchos ideales y de cómo aceptemos esa otra reconciliación entre vida y sueño dependeremos nosotros mismos. No reprueben a nadie, no lo aparten, no lo traten como a un incrédulo y más bien mirémonos a nosotros mismos, quizás también equivocados.

viernes, 8 de diciembre de 2017

LUCAS 1, 29. INMACULADAS

 Lucas 1.26 - 38: En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.


El pasaje de la Inmaculada hay que entenderlo dentro de lo simbólico. El evangelista nos narra una expresión de fe para enmarcar la concepción de este Cristo al modo de otras tradiciones que corrían en paralelo con la cultura del tiempo del autor. La Biblia está repleta de relatos adaptados de tradiciones sumerias, egipcias... y no nos tiene ni que extrañar ni que sobresaltar que de ellas se surtan para determinar lo excepcional de la experiencia del advenimiento. Ser personas de fe implica conocer, reconocer y tomar conciencia de que no todo es literal y que no todo tuvo porqué ser así.

En esta catequesis, Maria es la esclava del Señor. Quizás hoy podríamos avanzar y traspasar ese patriarca mismo inherente al Evangelio. Por qué debemos mantenernos en una tradición nde esclavos cuando somos llamados a libertad? Por qué seguir reconociendo nuestra maldad ante un Dios que nos ama y perdona? No es tiempo de buscar paradigmas más actuales? Mejor reflexionados? Creo que sería síntoma de una buena y cuidada espiritualidad que dejáramos ya viejos patrones de inmundicia y subyugación.

Con todo, es tiempo de coger esa afirmación de esclavitud para Dios desde la obra social y la lucha contra la injusticia. Somos esclavos porque hacemos esclavos y, amados, hay que poner fin a esta situación. Si somos esclavos somos servidores y si somos servidores somos amigos de Cristo, hijas de Dios.

Me gustaría, en este breve texto, invitar al cambio e la relación entre nosotros y ante Dios. Hacer del mundo un lugar de inmaculadas que den a luz hijas e hijos de Dios. Un lugar de prosperidad e igualdad, de amor y de libertad.

jueves, 7 de diciembre de 2017

MATEO 7, 21. EN LA ROCA

 MATEO 7, 24 – 27«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»



La clave del discípulo de Jesús, para Mateo, será edificar sobre la roca. Esto querrá decir que el discípulo ha comprendido perfectamente sus enseñanzas y que, no sólo eso, sino que además las pone por obra, con justicia y de un modo radical y espiritual. Para nosotros, edificar sobre la roca va a resultar una actitud sobre la que podremos fundamentar esa libertad con la que somos llamados a pertenecer a la familia de Dios como hijos, o hijas. Estamos llamados a edificar nuestra vida desde el fundamento sólido de quiénes somos y de lo qué somos, no desde lo que otros esperan, o quieren, o intentan que seamos, porque edificar en esa arena de las ilusiones, de las apariencias, terminará por echar por el suelo nuestra vida, nuestra luz y la obra de Dios en nosotros.

Ojo, que construir en la roca no quiere decir que los padres, o las madres, tengan que estar velando para que sus hijos edifiquen sobre aquello que conforma su propia red de seguridades, sino al contrario: para poder, finalmente, edificar en la roca, quizás haya primero que dejar que se edifique en la arena y que de esa experiencia de vida se alcance finalmente la roca, que es Jesús, no las seguridades de nadie, ni el comportamiento de nadie, ni el patrimonio, o el trabajo… aunque seguro que todo ello ayuda un poco.

Nuestra vida es un continuo construir, que a veces sucede en el terreno más inestable y otras allí donde uno se puede fundamentar. De la experiencia de la inestabilidad podemos aprender mucho, porque sea en la arena o sea en la roca, vendrán vientos y tempestades que serán ineludibles porque así ocurre en la vida. Y no pasa nada si alguien edificó en la arena, o si aún estando fundamentados en la roca hay alguna ampliación de nuestra finca vital en la arena, porque la vida es aprendizaje, y también es equivocarse, errar, no hacer caso… Cuando ocurra, recuerden dónde está la roca, porque su roca les sigue esperando y allí tienen su castillo, esperanza mía (dirá el salmista).

Como edificadores, o como arquitectos, o como constructores de cualquier índole, sean empresarios o trabajadores, con más o menos experiencia, todos estamos llamados a fundamentar la vida en Cristo, y no hay mejor lugar. Mateo dirá que esta roca tiene que ver con la voluntad de Dios, que es que nuestra vida no caiga sujeta a estas inclemencias que tienen capacidad de destruirla, de someterla, de maniatarla. La invitación es para acudir a la roca, y desde la roca que cada cual levante su propia casa, su edificio, su local… porque como ciudad, en esta roca habrá de todo, y así edificios más grandes y pequeños, casas unifamiliares, hospitales, museos… y por la luz no se preocupen, que en esta roca no entran las eléctricas.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

MATEO 15, 21. MI HIJA SUFRE

 MATEO 15, 21 – 28Partiendo de allí, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea de las inmediaciones salió a su encuentro, gritando: —¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada. Jesús no le respondió palabra. Así que sus discípulos se acercaron a él y le rogaron: —Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando. —No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel —contestó Jesús. La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó: —¡Señor, ayúdame! Él le respondió: —No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros. —Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres. Y desde ese mismo momento quedó sana su hija.



Alguien dijo que los hijos vienen al mundo para hacer sufrir a los padres. Bien, no estoy de acuerdo con esta frase fatal que coloca a los hijos en el camino de la amargura paterna, sino que creo firmemente en la oportunidad que se da a los padres de traer a la vida a un hijo, o una hija. Creo en el milagro de la vida como motivo de celebración, de alegría, y pienso que a lo largo de la vida lo que los progenitores deben hacer es proteger ese derecho a la felicidad. Quizás es también lo más difícil, porque venimos de por lo menos dos generaciones de padres que han querido que sus hijos más que felices sean ejecutores de sus sueños. Y todo ello, además, enmarcado en un momento histórico que en España se vivió muy intensamente en los 70, 80 y 90 con la eclosión de movimientos juveniles, políticos y fiesteros que trajeron a choque a unos contra otros.

Pero a pesar de las fiestas, de la música, de la ropa o de las drogas, estas no tan antiguas generaciones de personas que venían de la posguerra han sabido dar cumplimiento a la petición de la mujer cananea. Da igual qué han hecho los hijos, da igual si finalmente no se pudo alcanzar el sueño paterno, da igual cuántos disgustos, enfados, discusiones… porque hemos logrado ver que lo único realmente importante para un padre o una madre es la vida de su hija, o de su hijo.

Cualquier hijo debería poder descubrir esta tan radical apuesta de amor de sus padres. No digo que este descubrimiento venga de la radicalidad de la relación sino de cualquier episodio en el que lo único que palpamos es el amor. Esta fidelidad, este amor… de los padres es también el hilo que nos permite hablar de Dios, porque lo que reflejan unos padres por sus hijos debe ser reflejo de lo que siente Dios por los suyos. Por tanto, quien ha experimentado este amor físico y emocional tiene alguna idea, aunque sea remota, del grande amor de un Padre celestial que sin ver sentimos y que nos da así acceso a la esperanza.

Y en algo esta aventura de amor se hace similar a la fe, o la fe es conductora de este encuentro paterno-filial. Pocas veces leemos a Jesús reconociendo la fe de alguien: recordamos a la hemorroisa, al centurión romano, a la mujer que unge con oleo de nardo al Cristo y a esta madre. Por tanto, todo reconocimiento de fe viene dado por un acto de amor.

Pienso en las reacciones desde la primera ecografía al nacimiento en contraposición a la experiencia de la enfermedad de un hijo, todo se deja por él, todo se gasta por él, todo se sufre por él, todo se cambia por él. Ser padre, o madre, o ser hija, o hijo es una aventura extraordinaria.

sábado, 2 de diciembre de 2017

LUCAS 21, 34. VIVIR LA VIDA


Lucas 21, 34-36: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»


Es normal que muchas veces demos al Evangelio un carácter demasiado moralista. Tanto que estamos más cerca de decalogos y de preceptos que de la libertad a la que fuimos llamados en la fe. Está claro que la vida no puede verterse en excesos, pero no hace falta volverse asceta para ser fiel a la Palabra, o para ser cristianos. Es decir, que nadie se escandalice porque salir a tomarse unas cervezas, un vermut, o ir al fútbol, a bailar...también constituyen actitudes de Reino. En definitiva la vida es celebración, no abnegación (aunque no venga mal como ejército lo espiritual de vez en cuando).

Los evangelios nos hablan de aquellos que acusaban a Jesús de bebedor y comilón, sería que el Cristo era un celebrante, alguien que entendía la vida como un encuentro, desde la radicalidad, absorbiendo cada momento, disfrutando de sus amigos... Ciertamente una gran forma de ver la vida y de hacer amistad, aunque cada cual sabe de qué manera vive su tiempo y sus relaciones.

Hacer moral no es necesariamente hacer Evangelio o construir Reino, bien al contrario. Hacer Reino es aceptar la singularidad del momento, gozando. Y sea entre el bullicio, sea en la meditación, sea en la oración, o sea en el apostolado, entregándose a la maravilla de existir.

viernes, 1 de diciembre de 2017

LUCAS 21, 29. MIRAD LA HIGUERA

 LUCAS 21, 29 – 33: Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.


Esto de ver la imagen vegetal de la higuera puede tener para nosotros una reflexión hacia la actualidad: ¿somos capaces de conocer la cercanía del “verano” viendo los brotes que echa nuestra Iglesia? O ¿esos brotes de la Iglesia son echados a perder por las diversas tormentas, granizos, plagas…? Claro, si estos frutos que vienen se vieran perjudicados, de algún modo, por una vida en la intemperie pues diríamos que a causa del contacto del contacto con la vida esa cosecha no ha visto fruto a pesar de que se la ha cuidado, cultivado, mimado, guardado, regado… Por el contrario, tengo que decir, estas inclemencias del tiempo no vienen de ningún contacto social sino que, valga me pese, suelen proceder de la estructura misma: ¿cómo forma la Iglesia a sus sacerdotes, diáconos y creyentes en general? O cuidamos nuestra higuera, o estamos condenados a no ver fruto.

Este contexto es de vital importancia ante una situación extraña en que nadie parece saber muy bien hacia dónde ir, a quién escuchar, qué esperar. Por un lado tenemos la esencia de una espiritualidad de saneamiento inspirada en el deseo de apertura, diálogo, compromiso social… Por otro lado esta la conservación, la sobreprotección de la moral y el temor al progreso (sea cultural, técnico científico…). Un vértice molesta al otro, entre los dos se impide el crecimiento. La cosecha se pierde.

Tanto si uno rema sólo y en un lado como si reman dos pero cada uno en oposición del otro la barca, o no se mueve, o da círculos. Así tenemos la reflexión cristiana a día de hoy. A pesar de las muchas fórmulas y tratados, porque tenemos muchísimos y muy bien redactados, seguimos sin penetrar el sustrato y si la tierra no está cuidada, si la fe no se interioriza y si no llega al tiempo la lluvia, también perdemos la cosecha.

Pero bien, no todo son pérdidas, ¿si? El mundo sigue girando en torno a la bondad, la solidaridad, el amor y otros tantos valores grancias a los que sobrevive el ser humano. Hay cosechas buenas, aunque no sean de denominación creyente. Hay higueras de las que se puede entreveer el fruto. Hay momentos en que la ilusión llama al verano y en el que los campos florecen de vida. Allí se comerá, año tras año, un fruto que para nosotros es don de Dios y para otros obra del esfuerzo humano, o de las técnicas de cultivo. Hagamos entre todos para cuidar los campos de todos, uniendo trabajo. Y que de la aportación de todos logremos salvar lo que ahora se pierde.