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miércoles, 28 de marzo de 2018

MATEO 26, 14. A LA MESA!

 MATEO 26, 14 – 20Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes. — ¿Cuánto me dan, y yo les entrego a Jesús? —les propuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo. El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua? Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.”» Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce.


El evangelio tiene esa curiosa capacidad de interpelarnos con nuestra realidad, en este caso el evangelista nos propone una pregunta: ¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?, y esta pregunta que hoy se nos hace no será para esta pascua que ya estamos viviendo sino que nos dejará  un tiempo de margen para que cada cual vaya interiorizando la pregunta y dejando que sea su corazón el que dicte el lugar al que llevar la pascua. Quizás uno tenga que llevar la pascua a su familia, a su casa, pues el entorno cercano es el que necesita beneficiarse de tener al Señor sentado en su mesa. Puede ser que otro lleve su pascua a las calles, y siente a Jesús con los necesitados o con los pobres, o puede que en esa mesa pascual se sienten personas de diferentes creencias, maneras, culturas, razas o sexos. Pero más cerca o más lejos, esta pregunta quiere hacernos conscientes de que nuestra misión sigue siendo la de buscarle al Señor un lugar idóneo para celebrar su pascua.

Cada año la pascua se abre y se celebra entre nosotros, aunque de hecho para muchos cada día es motivo de pascua. El hecho de hacer presente a Cristo en nuestro día a día es el motivo más sólido de nuestra fe, que se vive compartiendo la mesa. Pero mañana, especialmente, la cena se acoge en el recuerdo de estos días previos a la pasión que empieza poco después. Nosotros acompañamos durante estos cuatro días el itinerario de Cristo, recordando además que durante aquel tiempo Jesús recorrió en soledad lo que hoy recordamos en compañía. Por ello es importante el permanecer unidos para que nadie, jamás, se vuelva a encontrar solo ante un momento definitivo. Nos queda el ejemplo de lo que pasó para que en nuestra mano quede no dejar a nadie abandonado, por más peligroso que sea.

Por último que sea también hoy un día de ilusión para preparar la mesa, porque alrededor suyo vamos a celebrar la vida. No quiero decir que pongamos lo más caro, o lo más bonito, sino que queramos entregarnos a lo mejor de cada uno por la alegría de compartirla con los demás. Me siento a comer contigo porque te amo, porque te quiero y qué bien que podamos celebrar esta pascua y volvernos a ver, y mañana, y pasado, y al otro… porque esta es mi gran comunidad en la que encontrarnos con Cristo nos da felicidad.

martes, 27 de marzo de 2018

JUAN 13, 21. JUNTO AL PECHO

 Juan 13, 21 - 33: En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: - «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: - «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: - «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: - «Lo que vas hacer, hazlo pronto».  Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.


Seguramente que cada vez que se lee este pasaje hay muchos que se pregunten quién era este discípulo que se recostaba en el pecho de Jesús. Cada vez, pero, tenemos más claro que no se trata de Juan, que el discípulo amado debía ser otro, quizás Lázaro, quizás Juan Marcos, quizás... judas. De hecho esta duda acerca de la identidad del discípulo amado nos permite una especie de vacío en el que todos nosotros podemos entrar, no sólo cada vez que nos reunimos para celebrar la cena del Señor, sino cada vez que nos dirigimos a Él, sea en oración, sea en alabanza, sea de la forma que sea, incluso cuando hacemos el bien, cuando nos acercamos a la hermana o al hermano, de facto estamos también recostándonos sobre el pecho de Jesús.

Y sobre esta facultad que tenemos de proximidad con el Cristo nace también algo que es singular y precioso y que va íntimamente ligado con lo que creemos y confesamos, que Dios ha posibilitado en Cristo que exista entre lo humano y lo trascendente una capacidad de amar, tal, que nos da la libertad de acercarnos al Padre, no sólo confiadamente, sino con esta actitud deliciosa de abandonarnos en su pecho, de acercarnos a su corazón, de escuchar sus latidos. Y esta singularidad es propia del cristianismo, como lo es del ser humano.

Por tanto, en estos días de celebraciones y cenas, o momentos de encuentro, o reuniones... podremos aprender a gestionar este signo de acercamiento, de confianza, de intimidad a modo que compartamos con nuestros amigos y amigas aquello que también es propio de Cristo, dejarse alcanzar por el ser humano, dejarse alcanzar por la humanidad en su pecho. Sea rico o pobre, cercano o lejano, amigo o incluso traïdor, este jueves próximo puede ser un buen día: o para recostarnos en los demás, o para acoger este gesto que también puedan hacer con nosotros, ofreciendo nuestro pecho, como un cojín.

Aún sin ser la misma, algo tiene que ver con la imagen que son una madre y su hijo (o hija) cuando lo sostiene en el pecho, que es un lugar especial para el recién nacido, donde descansar se equipara a la respiración de la madre, donde la paz se halla en el contacto humano, cariñoso y gratuito.

lunes, 26 de marzo de 2018

JUAN 12. EN LO TERRIBLE

 JUAN 12, 1 – 11Seis días antes de la Pascua llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Allí se dio una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él. María tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, que era uno de sus discípulos y que más tarde lo traicionaría, objetó:  —¿Por qué no se vendió este perfume, que vale muchísimo dinero,  para dárselo a los pobres? Dijo esto, no porque se interesara por los pobres sino porque era un ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, acostumbraba robarse lo que echaban en ella.  —Déjala en paz —respondió Jesús—. Ella ha estado guardando este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán. Mientras tanto, muchos de los judíos se enteraron de que Jesús estaba allí, y fueron a ver no sólo a Jesús sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Entonces los jefes de los sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, pues por su causa muchos se apartaban de los judíos y creían en Jesús.


Venimos del episodio en el que se resuelve matar a Jesús y llegamos a este otro en el que se quiere dar muerte a Lázaro, aunque hoy quisiera recoger una frase de Rilke que nos propone un ejercicio encomiable y una clave de lectura para todo este suceso de mortandad: “Quizás todo lo terrible es, en su ser más profundo, algo que necesita nuestro amor”. Acostumbrados a poetizar el frasco de alabastro, el beso de los pies y los gestos de esta unción en Betania, nos olvidamos de la parte esencial de la misión de Jesús: amar al mundo y a lo terrible. Lo hizo con el gadareno, lo hizo con los leprosos y lo hará en la cruz con quienes lo crucifican. Lo hará incluso con Pedro que lo niega y no dudo que con Judas, todo lo que es terrible para Jesús es motivo de amor.

Porque todo lo terrible en su esencia es ser, dice Rilke, y todo ser tiene un inicio de amor. Quizás será en la ruptura de este estado inicial que se produce el desamor, y cuando llegamos allí nace la discordia, la desconfianza, el recelo, la enemistad… todo lo que es terrible del ser humano. La vida es un camino entre dos polos que son el amor y el desamor y desde estos límites hay una escalera de sentimientos que nos acercan y nos alejan. Todo lo que construye la humanidad parte de uno de estos dos bandos: la poesía y la violencia, la paz y la guerra, la libertad y la esclavitud…

El evangelista nos propone que incluso al quebrar el frasco del perfume, lo que es aroma en toda la escena entre María y el Señor, resulta motivo de repulsa en Judas. Y que aquella resurrección que tuvo una causa de amor entre Cristo y Betania, tuvo también un motivo de muerte. Es una extraña situación cuando aquello que sugiere amor se vuelve terrible. Nos adentramos en el misterio de la pasión y la muerte, una metamorfosis que a veces termina en mariposa y otras acaba en gusano. La vida nos permite entender qué llevó al cuerdo a su locura.

Parece todo tan bonito, tan santo, tan amable que vivimos muchas veces alienados de la realidad. Nos lavamos los pies, derramamos perfume, acogemos al enfermo, damos comida al hambriento y tendemos a lo hermoso, a lo bondadoso… Pero el poeta nos invita a salir de nuestra comunidad de amor para acoger al discordante, al problemático, al que nos mata… al terrible.

viernes, 23 de marzo de 2018

JUAN 10, 31. OBRAS DEL PADRE


 JUAN 10, 31 – 39: Una vez más los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús les dijo: —Yo les he mostrado muchas obras irreprochables que proceden del Padre. ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear? —No te apedreamos por ninguna de ellas sino por blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios. — ¿Y acaso —respondió Jesús—no está escrito en su ley: “Yo he dicho que ustedes son dioses”? Si Dios llamó “dioses” a aquellos para quienes vino la palabra (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿por qué acusan de blasfemia a quien el Padre apartó para sí y envió al mundo? ¿Tan sólo porque dijo: “Yo soy el Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre. Nuevamente intentaron arrestarlo, pero él se les escapó de las manos.


A lo largo del Evangelio vamos encontrándonos con ciertas imágenes de Jesús a las que acompaña la incomprensión de quienes lo rodean. Sea en el Tabor, en Getsemaní, durante el juicio… hay una imagen de Jesús que el evangelista resalta no es la que la gente esperaba de Él. Pues, ante estas situaciones de rechazo Juan nos dibuja un diálogo en el que para referirse al Cristo hay que hacerlo desde sus obras, o desde sus signos (que es más propio en el cuarto evangelio). Puede ser, diría, que este Jesús se nos esté revelando como algo que ni queremos, ni esperábamos, ni nos conviene… pero las obras que acompañan su vida son inegáblemente el ejemplo en el que fijarnos para descubrir esa identidad del Reino.

El devenir de la historia que se nos narra ya nos conduce hacia el Calvario. Los signos en los que el evangelista quiere que pongamos atención no van a ser suficiente para los que, finalmente, participarán del juicio y de la Pasión y muerte de Jesús. Pero, ¿lo son para nosotros? Logramos nosotros ver un poco más allá que éstos? O ante las situaciones en las que tenemos sed, estamos ciegos, o hemos “muerto”… sucumbimos en la desesperanza?

Es interesante ver esta clave en la que se nos insiste. Porque, honestamente, uno puede tener de esas etapas en las que las cosas no se ven con la misma claridad, ni se sienten con la misma intensidad y en la que podemos alejarnos… pero ante el transcurso normal de la vida de cualquier creyente, hoy, el evangelista nos anima a dejar la duda viendo las obras del Cristo, viendo las obras de fe que se suceden en el mundo y en nuestro tiempo, también. Ellas hablan, de forma sublime, del Reino.

Tengamos este ánimo, que las obras del Cristo prosiguen como señal inmutable de la acción de Dios entre nosotros. Que si es lícito dudar, también lo es encontrar refugio en el corazón creyente. Que si pasamos por dificultades, tenemos un referente inequívoco. Que si parece que nos estamos alejando… justo al lado algo huele a Jesús.

jueves, 22 de marzo de 2018

JUAN 8, 51. LOS GLORIFICADOS

 Juan 8, 51 - 59: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre». Los judíos le dijeron: - «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: "Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: - «Si yo me glorificara a mi mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: "No lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: - «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?» Jesús les dijo: - «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy». Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.


Quién es más, cuando deberíamos ser menos? Me viene esta pregunta a la cabeza cuando veo a toda una serie de consagrados que se permiten la licencia de representantes del altar, como si ellos fueran la prolongación, no del amor de Dios sino de su brazo, en justicia. Así, no es que hayan venido a servir sino que están aquí para ser servidos. Capaces, incluso, de lanzar piedras a la comunidad porque no se les reconoce su parte en lo divino.

Quieren que se les reconozca, que se les escuche, casi diría que se los idolatre. Quieren el altar solo para ellos y hacen de la liturgia la base sobre la que edificar el amor, el amor a ellos mismos claro. Atrás queda la pastoral, el cuidado de las almas, la comprensión, el deseo de amistad. Y la Iglesia? Cuatro paredes, un sagrario y un pequeño grupo de fieles que vienen porque es lo que han hecho siempre.

El evangelista hoy nos sitúa en un ámbito importante, que Jesús no vino a glorificarse. Ojalá algunos sacerdotes y consagrados aprendieran de la vida del Maestro, que no están donde están para que se les glorifique sino para ayudar a sus comunidades a crecer en amor, amistad y servicio, dando ejemplo con sus vidas.

martes, 20 de marzo de 2018

JUAN 8, 21. MORIR AL PECADO

 Juan 8, 21 - 30: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: - «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: - «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?». Y él les dijo: - «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que "Yo soy", moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: - «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que "Yo soy", y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.


El evangelio de Juan nos sitúa, muchas veces, ante un clima de controversia en el que vemos a Jesús en discusión o con sus adversarios, o incluso con sus discípulos. Los primeros no aceptan a Jesús como Hijo de Dios, los segundos no lo comprenden. En este caso estamos en la ante sala del pasaje del ciego de nacimiento y, por tanto, el autor empieza a introducirnos el tema del pecado. Pecado que por aquel entonces no tenía la carga moral que hoy podemos darle al término sino que, más bien, se refería al incumplimiento de la Torah. No obstante, y dando otro giro inesperado, para el evangelista el término pecado va a ir asociado a la no creencia. Así, el verdadero pecado será no creer que Jesús es el Hijo de Dios.

Está claro que nuestra concepción occidental de las cosas nos lleva a interpretar, o a comprender, el término pecado bajo el espectro de lo moral, y de una moralidad que puede atentar, o no, contra Dios. Pero la intención del evangelista es absolutamente diferente y, como cristianos, como seres humanos, debemos comprender aquello que verdaderamente comprende a Dios y aquello, por el contrario, que se nutre de concepciones humanas, de leyes que surgen de la experiencia, de la tradición y de la eterna persecución del bien sobre el mal. A este respecto, ¿podemos todavía mantener el concepto de pecado tal y como sigue entendiéndose en nuestra cultura?

Absolutamente no.

Vivir anclados en el fundamentalismo del primado del pecado sobre nuestras vidas es vivir subyugados a una religión esclava, que penaliza, que juzga, que tiene capacidad para apartar a las personas según su moral. Pero la historia y la educación nos demuestan que lo que podemos entender en cuestiones éticas o morales depende de cada lugar en concreto. No hay la misma carga moral en Dominicana que en España, ni en Alemania o en Costa de Marfil, por no decir en Tejas o en Nueva York. Entre los países del Norte hay líneas de igualdad, declaraciones que aunan esos esfuerzos por construir una determinada separación entre lo bueno y lo malo. Entre los países del Sud hay otra, condicionada `por las situaciones de desigualdad, por la falta de educación, por los episodios de guerras y terrorismo... Por tanto, tratar de extrapolar nuestra idea de pecado hacia una zona u otra es tan peligrosa, tan dañina, tan irreal que debería llevarnos a repensar que muchas formas de pecado son insostenibles en el mundo.

¿Qué le toca a la comunidad cristiana? Eminentemente dedicarse a desmitificar la moral y centrarse en el primado del Amor, en la fraternidad con las culturas, con las situaciones... abandonando toda juridicidad en beneficio de la educación, dejando de banda nuestras convicciones morales, atendiendo al caso concreto y procurando que no pase otra generación entre la sombra de la superstición, la duda y confusión que provoca este término pecado.

Si ayer hablamos de no tirar piedras, hoy podemos hablar de no condicionar al ser humano, de educarlo, de dejar permitirles su creatividad, su iniciativa, un desarrollo según sus posibilidades sin el estigma del pecado.

Hay que cambiar, seguro, porque no podemos hacer nuestra propia moral de la fe universal en Cristo, que es amor.

lunes, 19 de marzo de 2018

MATEO 1. GENERACIONES

 MATEO 1, 18 – 24La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» 


El episodio de Belén nos deja muchas imágenes, entre ellas dos que son muy humanas: en primer lugar hay un nacimiento y, en segundo lugar, Jesús es ahora un niño pequeño, que necesita del calor de sus padres y de su sustento. Acostumbrados que estamos a hablar de este Jesús grande, que obra milagros, que enseña y predica, que hace milagros y que tiene la fuerza suficiente como para cargar con la cruz, estamos ahora ante un pequeñuelo que, como todos a su edad, tiene una total y absoluta dependencia de sus padres. Este mismo niño, de alguna manera, también depende cada navidad de nosotros, pues como padres y madres que somos, acogemos la Buena Noticia en el corazón para que cada año nazca en nosotros ese mismo milagro de Belén.

Como ocurrió en el nacimiento, y con María y con José, de este nacimiento no hay gran eco, no llega a ser conocido por muchos, pero entre ellos hay gran gozo. Igualmente, los principales testigos de cuanto ocurre en nuestro corazón somos primeramente nosotros, a veces no llega a saberlo mucha gente, pero para nosotros es motivo de alegría. Gozo que después repercutirá hacia afuera, en el entorno, con los nuestros, pero que en el momento de nacer es también como un pequeño pesebre, entre Dios y nosotros.

La navidad es un misterio, y en el nacimiento de Jesús hay un misterio de fragilidad. ¿Han sujetado a un recién nacido alguna vez?, es tan frágil, tan pequeño… Pues como este recién nacido así Dios viene a la vida, a nuestra vida, para decirnos que quiere que nosotros lo cuidemos también (pues no sólo será Dios quien cuide de nosotros). Habrá que darle amor, habrá que darle de comer, habrá que ayudarlo a crecer porque quiere estar con nosotros, quiere vivir en nosotros y quiere que aprendamos a buscar esa relación de Amor que forja todo nacimiento.

Y no se preocupen, que en ningún caso Dios va a pedirnos que seamos unos padres o unas madres perfectas, sino sólo que tengamos esta capacidad de acogida al recién nacido, como de sujetarlo entre nuestros brazos, amándolo, cuidando de Él.

Deseen pues esta paternidad, o esta maternidad, deseen coger a la criatura, cuidarla, alimentarla, abrazarla… es algo muy especial que nos concede Dios a sus criaturas, poder acoger al Creador y al Salvador en un tiempo que no sólo dependemos de Él, sino Él también de nosotros.

domingo, 18 de marzo de 2018

JUAN 12, 20. VICARIOS DE CRISTO

 «Es innegable que en la historia del cristianismo (como en la historia de la humanidad) aparece un phylum, una corriente que ha levantado contra viento y marea la bandera de “los condenados de la tierra” y la lucha (o por lo menos la denuncia) contra sus verdugos.
Esta corriente reivindica además en su favor lo más profundo de la identidad cristiana: que Dios es el vindicador de los pobres; pero que Dios solo se revela y actúa a través del hombre: del hombre Jesús primero, y de aquellos hombres que deciden vivir movidos por el Espíritu de Dios y de Jesús. Reivindica igualmente lo más profundo y lo más valioso de la identidad humana: que el hombre no es solo libertad, sino la libertad que produce fraternidad e igualdad.» (J.I. González-Faus, en la Conclusión de Vicarios de Cristo antes citado).


He escogido este primer texto de Ignacio Gonzalez-Faus ya que es conocida su implicación con el tema de los pobres y de la acción social en sus múltiples publicaciones y a través, también, de la plataforma cristianismo y justicia. Me pareció interesante, además, escoger a un autor cercano y que hable en términos de nuestra actualidad, del medio en que vivimos.

El autor señala una corriente de denuncia ante la injusticia social que siempre ha existido en la historia de la humanidad. Una corriente en favor de los condenados de la tierra. Un término que no nos es desconocido porque desde hace tiempo que venimos hablando, por ejemplo, de la partición del mundo entre los países ricos y los países pobres o, también, entre personas de primera categoría y personas de segunda. Entre unos y otros hay cada vez más brecha, más deuda, más explotación, más dependencia… Estamos llegando a un momento histórico en que los ricos son muy ricos y los pobres, cada vez más. Asistimos desde hace años al problema generado por la deuda externa de las zonas más necesitadas, que viven ahogadas por los países ricos. Quienes, después de agotar sus recursos o terminar con sus economías, han optado por abandonar a esos países, colonizados, al amparo de la corrupción, de la dictadura, de la fractura social, de la pobreza… con realidades casi irrecuperables, sin dignidad alguna.

Claro, obviamente esta situación a nivel global podría extrapolarla a nuestro nivel local, porque las mismas desigualdades que vislumbramos entre países ocurren entre personas. Barcelona va camino de convertirse en una ciudad de desigualdades evidentísimas. Así vemos ya a vecinos y a colectivos que transitan entre la pobreza energética, sin calefacción, sin electricidad… y la indignidad de vivir con menos de lo necesario, sin posibilidad de acceder a una alimentación saludable. Y ocurre igual en temas de educación y sanidad, aunque por lo menos en este último caso Catalunya sí cuida de que todo el mundo tenga acceso.

El autor recurre a lo profundo de la identidad cristiana. Quiero señalar, antes de proseguir, que nuestras estructuras políticas, por ejemplo, están repletas de personas que dicen ser cristianas, aunque luego son las primeras que fomentan desigualdad. Sea a golpe de comisión, de favor, de prevaricación… o de robo descarado, sus acciones se enmarcan más en el plano mafioso que en la acción cristiana, que debería procurar por la igualdad, la dignidad, la libertad, o la promoción del ser humano.

Ello me lleva a pensar en que si Dios se manifiesta a través del ser humano, haya en todo este movimiento singular de injusticia algo de misterio en el que también debemos englobar la acción misma de Dios.  Este punto no voy a tocarlo en este tema pero lo veo bastante interesante dentro de ese gran misterio del mal  que habita y del que Dios no excluye.

González-Faus aboga por una igualdad que produzca fraternidad e igualdad como base de la libertad que promociona el cristianismo. ¿Una quimera? Ciertamente, por lo menos a nivel mundial o global que, además, es este último movimiento que rige en el mundo. Recomiendo la lectura del libro de Arcadi Oliveres, “contra la guerra y el hambre”, de Angle editorial, que nos sitúa en este mundo en el que imperan los intereses económicos (políticos, empresariales…) y en el que el ser humano ha dejado de ser un fin para regresar a la etiqueta de medio.

Ahora, ¿podríamos acercarnos a este modelo de Faus? Ciertamente, por lo menos a nivel local, desde pequeñas (o no tan pequeñas) comunidades, asociaciones, cooperativas… En este caso ya ni me refiero a ciudades o a pueblos, porque me parecen ya demasiado grandes y viciadas para posibilitar ya no la fraternidad, a la que podría llegarse incluso como norma moral, sino a la igualdad, que resulta imposible (miremos cualquier ciudad, es algo innegable).

Un cristiano puede quedarse con los valores del Evangelio como algo puramente anecdótico, reflexionando sobre la voluntad de Dios, que es la felicidad del ser humano. Puede lanzar un grito ante la injusticia que vive; también puede realizar encuentros de oración por la paz, la desigualdad… En ese nivel incurre en un peligro evidente: que no se puede dejar el devenir de la historia a Dios, como diciendo: “Dios ya hará”, porque si Dios actúa en nosotros, lo hace a través de la acción humana, que finalmente es la misma que genera desigualdades, o no.

Considero que un cristiano debe implicarse en el campo de su acción posible: sea en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la educación, a través de un voluntariado, colaborando económicamente, o promocionando programas de integración, comedor social, inclusión, trabajo… Hay realmente muchas posibilidades de trabajar por la igualdad en nuestra ciudad, sin ir más lejos. Existen muchas asociaciones que ponen su granito de arena en el trabajo contra la desigualdad, trabajando contra la injusticia social, tratando de establecer nuevas posibilidades y horizontes y que merecen mayor atención, colaboración… Si todos los cristianos que hay en Barcelona estuviéramos colaborando en función de nuestras posibilidades habría un cambio evidente. La sociedad catalana es tremendamente solidaria, eso es innegable, pero ante la desigualdad el cristiano/a debe hacer un paso adelante. Ya no vale sólo recaudar un dinero para la investigación de enfermedades X sino que hace falta una voluntad participativa para erradicar las desigualdades que viven en nuestro entorno, las injusticias que pueden vencerse con la acción del particular.

sábado, 17 de marzo de 2018

JUAN 7, 40. VENIR DE GALILEA

  JUAN 7, 40 - 53Al oír sus palabras, algunos de entre la multitud decían: «Verdaderamente éste es el profeta.» Otros afirmaban: «¡Es el Cristo!» Pero otros objetaban: «¿Cómo puede el Cristo venir de Galilea? ¿Acaso no dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David, y de Belén, el pueblo de donde era David?» Por causa de Jesús la gente estaba dividida. Algunos querían arrestarlo, pero nadie le puso las manos encima. Los guardias del templo volvieron a los jefes de los sacerdotes y a los fariseos, quienes los interrogaron: —¿Se puede saber por qué no lo han traído? —¡Nunca nadie ha hablado como ese hombre! —declararon los guardias. —¿Así que también ustedes se han dejado engañar? —replicaron los fariseos—. ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes o de los fariseos? ¡No! Pero esta gente, que no sabe nada de la ley, está bajo maldición. Nicodemo, que era uno de ellos y que antes había ido a ver a Jesús, les interpeló: —¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin antes escucharlo y averiguar lo que hace? —¿No eres tú también de Galilea? —protestaron—. Investiga y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta. Entonces todos se fueron a casa.


El misterio de la autoridad con la que hablaba Jesús podríamos tratar de explicarlo de esta manera: no es que Jesús hablara más fuerte o de forma más solemne, sino que lo que distinguía el hablar de Jesús a la forma de los demás era que mientras Jesús hablaba hacía suya las Escrituras. En aquel tiempo en el que nadie hablaba con propiedad sino que se referían a la interpretación de un rabino u otro, Jesús irrumpe hablando de sí y distinguiéndose de relacionar lo que habla de cualquier interpretación. Por ello, cuando Jesús habla lo hace con autoridad y esta apropiación provoca toda esa serie de preguntas entre unos y otros porque esa doctrina no la había dado ningún rabino.

Hoy, leyendo este pasaje han venido a mi cabeza nombres como: Copérnico, Galileo, Kierkegaard, Lutero, Pascal, Aristóteles, Platón, Ellacuría, Casaldaliga, Bonhoeffer, el actual Francisco… como algunas personas que, al igual que Jesús, también han provocado en el seno de los grandes gobiernos o de los grandes dictadores todas esas preguntas que surgen cuando aparece alguien lo suficientemente valiente como para decir la verdad y vivir la fe a pesar de la gran fuerza que tiene en su contra. Su autoridad viene de su vida misma, de su actitud y de la convicción de sus ideales, nace de ese mismo Espíritu que se posó en Jesús cuando en la sinagoga de Nazaret leyó el pasaje de Isaías: para dar libertad a los cautivos, para devolver la vista a los que no ven…

Siempre que surge esta voz o cada vez que la historia vive este mismo episodio, se consigue un cambio, un hito, otra dirección. Pero de esta irrupción de algunos nos queda a nosotros también la posibilidad de apropiarnos de la autoridad, de la palabra, de la sensibilidad y de la realidad para con nuestros actos en lo cotidiano vivir esa otra alternativa. Somos voz en el barrio, en el trabajo, en la escuela… y también lo somos en oposición a la opresión, a la injusticia, al hambre o al castigo que sobre esta sociedad ejercen estas escuelas de poder.

En aquel tiempo hablaban según la escuela del rabino tal o según la escuela del rabino cual y en este tiempo, parece que vivamos lo mismo cuando decimos lo que el partido x o el partido y. La radio, televisión, prensa, internet están bañados de la doctrina de unos y de los otros que, a pesar de sus gamberradas y de dejar a personas en la calle, siguen presentándose y valiéndose de una estructura de poder. Hablan aquí y allá en un meeting con un presupuesto del que podrían comer muchos y vivir otros y ya sea con bandera de izquierdas, o de derechas, lo cierto es que ya no son la opción.

¿Qué nos quedará a nosotros si no conseguimos que en la política y en la banca lleguen a preguntarse, quienes son estos ciudadanos que hablan como si tuvieran autoridad?

viernes, 16 de marzo de 2018

JUAN 7, 1. SOBRE LA POBREZA

 «Por tanto, Señores, yo no os pido que contempléis atentamente una magnífica pintura de Jesucristo crucificado. Tengo otro cuadro para proponeros: una pintura viva y que habla, que tiene una expresión natural del Jesús moribundo. Son los pobres, mis hermanos, en los que os exhorto a contemplar la pasión de Jesús. En ningún lugar veréis una imagen más natural: Jesús sufre en los pobres, languidece, muere de hambre en infinidad de familias pobres.
He aquí, pues, en los pobres a Jesús que sufre. Y vemos también ahí, para nuestra desgracia, a Jesucristo abandonado, marginado, a Jesucristo despreciado. Todos los ricos deberían correr para aliviar tales miserias. Pero cada cual no piensa más que en vivir él a gusto, sin pensar en la amargura y en la desesperación a que están abocados tantos cristianos.
He aquí, pues, a Jesús abandonado. Y aún algo más: Jesús se queja por medio de su Profeta de lo que han añadido al dolor de sus llagas, “de que en su sed extrema le han dado vinagre” (cf. Sal 78, 31 y 26). ¿Acaso no es dar vinagre a los pobres el rechazarles, maltratarles, hacer que su deplorable miseria llegue hasta el extremo? Ah, Jesús, haz que veamos en estos pobres pueblos una imagen muy real de tus penas y de tus dolores.
¿Será en vano, cristianos, que todos los púlpitos resuenen con los gritos y los gemidos de nuestros hermanos miserables, y muchos corazones no se conmuevan nunca ante situaciones tan extremas?».  (Oeuvres Completes, de Bossuet, Bar-Le-Duc, 1862, II, 473).


El autor de este texto aprovecha la contemplación de una imagen del Cristo crucificado para expresar la realidad de su época, por lo menos la realidad respecto de los excluidos, los pobres y los necesitados, a los que llama “sus hermanos”. Entiendo que la denuncia del autor en el contexto donde hablaba fue para tratar de alentar el corazón de piedra de esos quienes, diciéndose también cristianos, han perdido la sensibilidad ante el mundo que ocurre delante de sus ojos. Se refiere a los ricos, a los dirigentes, a los nobles, a quienes redirige hacia la necesidad de su tiempo, reclamándoles acción. Despreciar a los pobres es despreciar al mismo Cristo.

Ciertamente es tremenda la actualidad del texto. Usando las mismas metáforas del autor hoy en día se sigue dando vinagre a los pobres. Y no sólo a los pobres, sino que hacemos estéril el sentido de la cruz como redentora de una humanidad que no quiere redimir. Europa es el paradigma no ya de unos púlpitos donde resuenan los gritos y gemidos de los miserables, sino de unos púlpitos en los que no resuena nada.

A nivel eclesial ha habido, incluso (por lo menos hablo en Barcelona), una involución hacia la preeminencia de lo litúrgico por encima de lo profético, o lo evangélico, respecto de lo que tiene de denuncia ante la injusticia, o la desigualdad. Los púlpitos de hoy están al servicio de vocaciones clericales más que de vocaciones humanas y eso, desde luego, tenía que terminar llevándonos a la no participación de la asamblea.

Cuando JUAN XXIII habló de la “necesidad de saltar de la barca y caminar entre las olas al encuentro con Cristo que nos llama”, nos quería remitir a la necesidad de que la Iglesia renunciara a sus certezas, abandonando la seguridad de la barca. En un claro sentido de apertura para poder, así, recibir el mundo. O de otro modo, que para poder defender al ser humano, para mostrar solidaridad con él hay que caminar a la intemperie, sin bolsa, sin bastón ni alforja (como también dirán los evangelistas). La pretensión fue la de dejar aquella imagen de la Iglesia como el Gran Inquisidor que reprocha a Cristo.

La Iglesia, por citar una estructura de poder en consonancia con la denuncia del autor, debería proseguir en su camino evangelizador, profundizando en el impulso misionero, sin empobrecerlo, procurando avivar la esperanza en un mundo marcado por el individualismo, la crisis económica, la falta de trabajo y la pérdida de contacto. Necesitamos una Iglesia sensible, que toque la realidad, que sienta el dolor y el sufrimiento… Los signos de los tiempos ya no exigen tanto espacio para la reflexión sino que desean trascenderla hacia caminos en los que el testimonio marque el deseo de ser de Cristo, como Cristo.

En esta tesitura la Iglesia ya no puede juzgar no condenar. Debe acompañar a las personas y la consideración de las situaciones que viven. Debe transformar, necesariamente, su lenguaje y su modo de intervención. Por tanto, no deberíamos tener una Iglesia que dicta lo que es preciso o no hacer, como una autoridad moral, sino otra que actúa como una Madre que acoge la realidad de sus hijos e hijas, amándolos como son. No se trata de soportar sino de tratar de entender, de comprender, aunque ello pueda llevarle toda la vida.

En el evangelio no hay ninguna situación sin salida. Hay que apostar por la esperanza. Por ello no debe haber situación humana que caiga en el olvido. ¿Cómo pueden ser ciertos tipos de creyentes los marginados de nuestro tiempo y serlo, además, por la propia Iglesia?

Tengo esperanza que vuelva a resoplar aquel aire antiguo que clamaba a la voz de los profetas del Israel antiguo, preocupados por el cumplimiento de una justicia a favor de la viuda, de los huérfanos, de los pobres… en definitiva, de todo ser humano que vive en situación de precariedad. Personas sin hogar, con contratos de trabajo que rallan lo absurdo, con problemas ante la deuda energética… Niñas y niños sin escolaridad, con una educación precaria, sin opción de forjarse un futuro… ¿Quiénes son los marginados de nuestro tiempo? ¿Quiénes los pobres? ¿Quiénes los oprimidos?

jueves, 15 de marzo de 2018

JUAN 5, 31. TESTIGOS

 Juan 5, 31 - 47: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?


El evangelio de Juan nos presenta toda una serie de discursos que quieren llevarnos hacia el reconocimiento de la identidad divina de Jesús. Jesús aparece como el único revelador del Padre, al que nadie ha visto sino Él. Y para el evangelista es importante remarcar la primacía de Jesús sobre el Bautista ya que su comunidad, la joanica, vivía también (por lo menos en algunos momentos) junto con la bautista, sólo hace falta recordar que el propio Jesús o algunos de los discípulos también lo fueron, almenos inicialmente, del hijo de Zacarías. Por eso, el Bautista sólo puede hacer la función de precursor del Cristo, de anunciador del Mesías. Pero lo verdaderamente especial del testimonio de Juan fue el hecho de ser el primero en reconocer la identidad del Cristo: “éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por tanto, el evangelio nos presenta a un Juan que precede y testimonia del Siervo de Dios.

En el capítulo cuatro Jesús ya se nos presentó como dador de Vida, y a esa posibilidad vital apela en este capítulo 5 ante la negativa de los judíos de acudir a Él como anteriormente ya hicieran los samaritanos. Qué contradicción para aquellos judíos que los samaritanos hallaran antes el verdadero acceso a Dios. Quizás, sólo quizás, podamos atribuir esta comparación a la radicalidad con la que el judaísmo se constituyó a partir del año 70 con las destrucción del Templo y de Jerusalén. Quizás, sólo quizás, tengamos que llevar nuestra atención no al espacio/tiempo de Jesús sino al contexto de la propia comunidad joánica, que vivía un momento de separación de la sinagoga.

La intención del evangelista en el capítulo 20 será la de confesar que las obras, palabras y situaciones descritas en el texto del evangelio son para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengamos vida eterna. Así que toda la obra de Juan quiere llevarnos hacia la profesión de la fe en Jesús como Hijo de Dios, como Cristo, como Revelador del Padre a quien nadie ha visto, como Ejecutor perfecto de su voluntad, como Perfecto adorador y como modelo de discípulo que guarda con Dios una relación de obediencia y amor.

Éste llamado de finales del siglo I sigue, con fuerza, gravado en el deseo de los cristianos de hoy, que quieren presentar al Cristo como la Vida que viene del Padre. Una Vida que se ofrece, gratis, a la humanidad para vestir de plenitud la realidad, el contexto, las relaciones y la trascendencia.

martes, 13 de marzo de 2018

JUAN 5, 1. NO PODER

 Juan 5, 1 - 16: Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: - «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: - «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: - «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: - «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». El les contestó: - «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar». Ellos le preguntaron: - «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.



Cada vez que leo este pasaje del paralítico de Betesda no puedo dejar de fijarme en la situación que vivimos cada día en la calle, mas desde hace un tiempo, donde se ve agrupándose a personas pidiendo en las puertas de los supermercados, iglesias, cafeterías de forma casi sistemàtica. En su gran mayoría son personas que o son presa de las mafias, o trabajan para clanes familares (generalmente de rumanos) que saben perfectamente dónde deben situarse, a quién deben pedir y cuándo han de hacerlo. Cabe decir que entre estas mafias sí hay personas que no responden sino a su propia necesidad y que se encuentran también perjudicadas por la proliferación de esta forma de limosna. Es una estampa que me recuerda muchjo a esta piscina, rodeada de paralíticos y en los que al paso de los años ya hasta se confunde cuál es la verdadera necesidad.

No les sorprende que tras treinta y ochco años un paralítico sea curado? Claro, podemos atribuirle al pasaje la obra de un milagro, el poder de Jesús que tiene capacidad de sanar y cura la enfermedad. Pero podríamos pensar también en otra opción, que va más ligada al bautismo como a la luz que conlleva Cristo. Así, seguramente, tras treinta y pico años acostado en el suelo, esperando ser bajado en brazos a la piscina, aquella persona incluso, incluso, habría perdido el sentido de su enfermedad. Quién sabe si estaba tan impedido, o si en verdad era paralítico... y es que la enfermedad también tiene mucho de psicología.

La clave está en fijarnos en la multitud de personas allí yacidas y en las palabras de Jesús a uno de ellos, quizás el de peor aspecto, a quien devuelve una oportunidad. Quieres sanar?, pues levántate. Es decir, vence este componente que año tras año ha terminado por postrarte en una realidad peor que aquella con la que llegaste. Vence el componente negativo de tu enfermedad, ese que te subyuga, que te impide...

La enfermedad es, a veces, un lugar en el que he acomodado un dolor. Es incluso un momento con capacidad para confundirme, es un estado que si dejo que me atrape consigue herirme, hundirme, atraparme en la autocompasión.

Como sociedad hemos visto que esta acción de Jesús tiene un aplicativo inmediato en la vida de las personas. Podemos llamarlo psicología positiva, reisilencia, o podemos llamarlo fe, oración, acción de Dios... Existe, existe esta opción nuestra para llevar sanidad, para poder ofrecer una posibilidad de dejar la camilla y caminar, reengancharse a la vida y dejar atrás aquella piscina en la que se siguen agolpando los problemas, las mafias, los dolores, las decepciones y toda forma de “no puedo”.

sábado, 10 de marzo de 2018

JUAN 3, 14. LEVANTARSE

 JUAN 3, 13 – 17Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.  »Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. »Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.



Hay veces en las que es necesario que algo se levante para que el resto de nosotros podamos reaccionar, a favor o en contra, pues ese alzamiento es como la imagen final, definitiva, de una situación determinada: en Cristo será la salvación por medio de la cruz, mientras que para el pueblo de Israel fue la serpiente de bronce que salvó al pueblo de la mortandad. La clave está en la voluntad salvífica de Dios, que de un modo u otro llega a nosotros, su pueblo. La simbología del alzamiento podemos aplicarla, también, a lo largo de la historia del ser humano en una serie de acontecimientos, manifestaciones, reivindicaciones, luchas… que han determinado momentos de la historia: la caída del muro de Berlín, la declaración de los Derechos Humanos, la abolición del racismo, la igualdad hombre – mujer, la teología de la liberación, el Concilio Vaticano II…

El evangelista expone una teología de la salvación que será a través de Jesucristo, el mensajero escatológico del Padre. Así que no sólo se tratará de una salvación física, de un mejoramiento, o de una recuperación, sino que por medio de un acto último se establece, aunque sea espiritualmente, la paz entre Dios y la humanidad. Dios quiere que es último levantamiento sea para reconciliar todas las cosas, las celestes y las terrestres, quizás viendo las nuestras podamos comprender esas otras, no visibles, intangibles, espirituales. Dios reivindica la salvación de la humanidad por medio de un acto dramático, drástico y único, que no desea se vuelva a repetir y al levantarlo es como si lo pudiera poner a la vista de todos, de buenos y malos, de justos e injustos, de ricos y pobres…

Esa exposición del Cristo, además, se establece en un entorno de pobreza, discriminación, violencia e injusticia, algo que será (o sería) luego totalmente paradójico para Nicodemo, pero algo que para nosotros tiene un mensaje muy claro: la cruz establece un lazó de amor hasta las últimas consecuencias, hasta la eternidad, que es vinculante a todo hombre y mujer en tanto han sido alcanzados por Cristo. Siendo alcanzados, también somos levantados, no para salvación aunque sí para solidaridad, para caridad, para trabajar, para apaciguar…

¿Y qué hacen los cristianos? Pues levantarse, eso es lo que deben hacer los cristianos, y no sólo los cristianos sino cualquier persona que se sienta reivindicando la vida, la libertad, la educación, la vivienda, la sanidad, la economía… acercando esa salvación a cualquier área, a cualquier materia, a cualquier terreno, ámbito, zona… El mundo no necesita a más personas de sofá sino a más personas levantadas, interesadas, dispuestas, decididas. Levántense por quienes no pueden hacerlo, por los enfermos, por la gente mayor, por los más pequeños, por los mutilados… Hay tantos motivos para levantarse.

viernes, 9 de marzo de 2018

LUCAS 18, 9. GOLPES EN EL PECHO

 LUCAS 18, 9 – 14A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros—ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.” En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” »Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»


Ahora que estamos en cuaresma me viene a bien la imagen de los golpes en el pecho, señal de arrepentimiento ante la culpa. Un signo que a mi, personalmente, me resulta tan absurdo como inútil. Es decir, que por más golpes que uno se dé en el pecho, si no pone remedio es como hacer el teatrillo porque, claro, somos pecadores. Y como además estamos en camino a la reconciliación pues, vamos, que será por signos. Ahora resultará que ser cristiano tiene más que ver con la interpretación que el teatro. Y además es gratis.


Parece que nuestra liturgia necesite de imágenes y momentos en los que se ensalza nuestra indignidad y nuestro pecado. Parece que nuestros ministros (no todos) se jacten de su santidad como un elemento necesario para la reconciliación de sus iglesias. Parece que ni la celebración, ni la fracción del pan como señal de hermandad, ni la participación de la comunidad sea digna del altar, que vuelve a separarnos en el siglo XXI. por un lado tenemos a un Papa que catequiza y evangeriza, que se abreba las situaciones, que alza la voz por los necesitados y en contra de las desigualdades... Y tenemos, por otro lado, a una Iglesia que quiere seguir escuchando el sonido sordo de personas que se golpean el pecho.

¿Acaso alguien va a poner paz en todo esto? ¿vamos a cambiar los golpes por el beso? ¿o quizás vamos a tener que comenzar a entonarentonar: que viva el ordo! Que viva el ministro!?

jueves, 8 de marzo de 2018

MARCOS 12, 28. CON TODA TU ALMA

 Marcos 12, 28 - 34: En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


Este pasaje de hoy nos recuerda que, en muchas ocasiones, todos terminamos por converger alrededor de las mismas ideas, o el mismo destino, cuando hablamos de lo trascendente. Este texto nos acerca a cristianos y a judíos, pero también podría acercarnos a musulmanes, por ejemplo, pues en el amor a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y el ser y en el amor al prójimo los lazos entre estas tres formas de entender a Dios se hacen estrechitos, casi, casi iguales.

Qué bueno poder hallar semejanzas entre diferentes confesiones y qué bueno el trabajo del ecumenismo cuando quiere entablar diálogo, en un espacio de paz, de convivencia, de tolerancia… Llevar a cabo este mandato de Dios es dejar la puerta abierta para aprender, para escuchar, para entender y para compartir la vida y la verdad con nuestros prójimos, sean de la confesión que sean, vengan de donde vengan.

Jesús se muestra hábil en sus respuestas, pero también abierto a que los presentes le puedan interrogar sobre múltiples y variados temas. Su actitud nos recuerda que para hablar de Dios no hay que sucumbir ante la discusión, el proselitismo… sino que para hablar de Dios lo que hay que hacer es amar. Y en ese retablo de amor, amar al prójimo.

Vivimos en una sociedad pluriconfesional, confeccionada a partir de elementos de diferentes lugares del mundo y cada vez hay más diversidad. Tenemos etnias de diferentes partes del mundo, religiones de oriente y de occidente, formas de entender la cultura, el arte… Tenemos ante nosotros una gran riqueza y la responsabilidad de aceptarla amándola. Aunque bien sabemos del avance de la política de ultraderecha de diversos países.

Recordemos que a lo largo de la historia los seres humanos tenemos más que nos une que no cosas que nos separen. Hoy, por tanto, aprendemos que la unión parte del amor a Dios y del amor al prójimo. 

martes, 6 de marzo de 2018

MATEO 5, 17. CON HUMILDAD Y TERNURA

 MATEO 5, 17 – 19: No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.


Hay pasajes que me llevan a pensar que cuando vemos a Jesús como un gran revolucionario equivocamos la forma en que miramos al Cristo. Igualmente me ocurre cuando traspasamos la figura del Nazareno para acercarlo al ámbito moral. Creo que son visiones desacertadas aunque muy humanas de leer el Evangelio, que no es sino la forma en que los discípulos comprendieron el mensaje y la vida, muerte y resurrección del Cristo, aunque desde una perspectiva ya lejana hacia mediados y finales del siglo I. Claro, de entre cincuenta y cien años después podemos entender que no ha llegado a nosotros sino una imagen determinada de Jesús que, seguramente, distorsione de quien verdaderamente fue.

Desde este ámbito estamos hoy ante la cuestión moral, la infracción o no de la lye, la cuestión de la obediencia… temas que gustan a muchos pero que no hacen sino entretejer un sistema legal que no libera, sino que maniata al fiel. Ni el horizonte de la misericordia, ni el testimonio de amor logran salvarnos del estigma de la obediencia, que parece la anti norma en comparación del amor.

En todo caso, me parece muy de la época y muy de aquel judaísmo y quizás por ello me pueda parar a pensar que cercano a Jesús. El paso de los siglos, desde luego, ha hecho un flaco favor a la historia del Nazareno. Historia que hoy ya interpretamos a nuestro gusto bajo la tutela del amor, de la vocación, de la libertad… incluso de la elección.

No obstante, considero que estas premisas hacen al ser humano muy pequeño. En parte lo hacen muy miserable. Cuando tratamos el Misterio desde la norma, la ley o la moral nos equivocamos, seguro. El Misterio que nos trasciende no puede apagarse en el cumplimiento y la obediencia porque estas son las formas más antiguas de seguridad para lo que se escapa al ser humano. ¿Cómo pues entender estos pasajes?¿Cómo salvar la obediencia?¿Cómo ser verdaderos creyentes?

No se si será con misericordia, o con humildad y servicio, o con ayuno y oración… pero seguro que será con nuestra humanidad, con la de cada momento, con la de cada persona, con la de cada suspiro.

sábado, 3 de marzo de 2018

JUAN 2, 13. DERRIBAR MESAS

 JUAN 2, 13 – 21Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: —¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado? Sus discípulos se acordaron de que está escrito: El celo por tu casa me consumirá. Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole: —¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esta manera? —Destruyan este templo —respondió Jesús—, y lo levantaré de nuevo en tres días. —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? 


Más allá de que este pasaje sea un poco extraño, todos participamos de la destrucción del Templo cuando somos conscientes que nuestro fundamento vital pasa por el cuidado espiritual (la oración, la meditación, la respiración, la relajación…). Está en nosotros buscar enfrentar el mundo desde el sosiego del alma, desde la tranquilidad y la armonía. Buscamos los elementos más propicios para encontrar estabilidad emocional a las diferentes actividades con las que convivimos. Medimos, en alguna manera, la compatibilidad que existe cuando encontramos pareja. Hacemos yoga, acupuntura, trabajamos los chakras, encendemos incienso, escuchamos un cd de música relajante… Bien, tenemos sin duda una cara espiritual y otra más animal, visceral.

Alrededor del templo espiritual acampan los vendedores y cambistas, que  son esas actitudes que se alejan de darnos la paz y existen momentos ( a veces muchos) en que la visceralidad irrumpe con fuerza en la actividad de mi precioso templo amado. Cuando eso ocurre me entran las prisas, me arranca la cólera, estoy nervioso y no hay en mí nada de armonía. Han tomado el templo! Y a veces estoy días y días sumido en la vorágine del comercio del alma.

No obstante, encuentro en esos días el recuerdo de una doble promesa de paz a la que puedo acudir para reconciliarme: - destruye este templo: debo pararme a interiorizar esa actividad de destrucción de todo lo visceral, detenerme en mitad de mi propio desajuste emocional y alzar el elemento de aniquilación de ese templo tomado, que ha perdido su dirección, su motivo. Aun tengo la certeza de que en la reconquista de mi entidad la toma del templo no será tardía, tampoco su reconstrucción: en 3 días lo levantaré.

El templo espiritual, el templo interior, guarda una estrecha relación con Jesús, con Dios. Cuando mi vida se forja desde la actitud interna, orante, puedo descubrir la armonía del Espíritu en todos los acontecimientos que suceden en el día. Cuando olvido relacionarme, se encadenan un cúmulo de acontecimientos que caen uno tras otro, sin remedio. Toda nuestra vida será un continuo destruir y levantar y debo entender a no tener miedo de afrontar las veces que ocurra una cosa u otra, aquí el látigo sólo es la valentía. No importa las veces que nos equivoquemos, pero los errores no pueden paralizarnos, lo importante es que al caer pueda aprender a levantarme. Destruir y construir o caer y levantar. Todo este pasaje de hoy no tiene que ver con el enfado de Cristo sino con la necesidad de ser valientes para afrontar la vida y levantarnos cuando caemos.