Si pudiéramos cortar nuestro brazo o sacar nuestro ojo, la tierra estaría llena de cojos, de mancos... Quizás si entre nuestros atributos estuviera la regeneración de los miembros todavía podríamos ir dándonos al pecado porque por cada corte, tendríamos una nueva extremidad naciente. Y no, no es posible (por lo menos de momento). Y tampoco, tampoco es posible llevar una vida de santidad absoluta sin caer, un día u otro, en alguna situación difícil que saque lo peor de nosotros mismos.
Así las cosas, sabiendo que esto de amputarnos no entra dentro de nuestros esquemas, hay que afrontar la vida con la suficiente coherencia y valentía para lograr sobre ponernos al misterio del mal que habita en nosotros. Para ello, la forma más bella de corte de que disponemos es el perdón. Tanto el perdón humano como el divino, que nos viene siempre y en todo momento ya que el Misterio de Dios se vuelca en misericordia con todos, buenos o malos.
Nadie podrá evitar ciertos comportamientos, determinados pensamientos, algunas acciones. No vamos a cortar a nadie sin ver cuáles son sus condicionamientos, limites... Así que habrá que empezar a guardar los cuchillos y otras armas de tortura. Porque, a lo largo de los siglos, ya hemos dado buena cuenta del liberalismo del pasaje de hoy.
Que el ser humano sea bueno o sea malo ya no puede verse sino desde una óptica misteriosa. Claro, hay que mirar más allá de los posicionamientos actuales, de los bandos surgidos sea por poder, religión... La vida es Misterio evocado al bien y al mal, configurada de un modo desconocido que nos lleva a un polo o a otro. Buenos hay (y muchos). Malos? Habrá que busca otra terminología.
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