El texto de Lázaro se enmarca en el interés de acabar con la vida de Jesús, éste es el último signo, la última señal previa a la cruz, aquí se toma la decisión de matar a Jesús. Resulta paradójico, entonces, encontrar en este pasaje que un himno a la amistad, y al amor, se convierta en el clamor de los poderosos por acabar con el Nazareno. Quizás, aquel Lázaro era alguien importante para la comunidad (no sólo de Betania) y podría ser un poderoso que se convirtió a Jesús. Como suele ocurrir, cuando se realizan signos entre los pobres no pasa nada de nada, pero cuando se tocan las estructuras de poder, o a los que ya tienen capacidad de decisión, o a los que son importantes, influyentes… la cosa cambia, y entra el miedo. Hay que matar a este Jesús.
Miren, en nuestra vida ocurre que muchas, muchas veces estos amigos y amigas amadas vienen a nosotros con el poder de la resurrección porque con su vida, con su simpatía, con su abrazo, con su forma de escucharnos, con su complicidad… nos rescatan de la misma muerte (entendiendo muerte como aquellas cosas que entristecen el alma, por ejemplo). En algún momento todos podemos ser Lázaro y todos podemos ser Jesús, porque mientras estemos en este mundo vamos a vivir multitud de circunstancias y situaciones que nos llevarán a identificarnos con el que murió o con el que resucita. Pero qué bueno será que siempre tengamos alrededor a estas personas con el poder de arrancarnos de la muerte, de la tristeza, de la angustia, y que calmen nuestro llanto y vuelvan a darnos vida.
Betania no siempre es casa de paz sino que, como hoy, puede convertirse también en casa de dolor, porque el dolor es enteramente humano y no podemos pasar por la vida desatendiéndolo, o relativizándolo, porque existe y escuece. Y a veces, cuando ya no sabemos qué más podemos hacer, terminamos por colocar una losa, una pesada losa.
Jesús lo primero que dice es que quiten esa losa! La comunidad debe aprender a dejar de ser una losa, que también es otra gran faena. Porque a pesar de las buenas intenciones, debemos aprender a no ser una carga para el sufrimiento de los demás. Porque consolar no significa oprimir la ya pesada carga de una muerte, o del llanto que provoca. Yo no tengo ningún martillo para romperla, y a veces aunque lo tuviera pues no tengo fuerzas, hay que ser un poco más sensible con la situación de los demás y no aumentar su dolor.
Dios tiene la última palabra en la historia de la humanidad. Allá donde aparece un sepulcro Dios es capaz de sacar vida y de involucrar al ser humano a ser partícipes de ese trabajo de liberación. Hay una corresponsabilidad. Dios no puede forzar pero puede interpelar, algunos lo escuchan y otros no.
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