A la luz de lo ocurrido estos últimos días en Barcelona, estos últimos años en Europa, me sobrecoge, de este pasaje del evangelista, la frase: “¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”. Ciertamente una afirmación para meditar en profundidad tanto por su actualidad como por su significado, profundo, que nos acerca a la realidad del propio ser humano.
El ojo, la vista, lo que percibimos de las cosas y de los demás tiene un puesto recurrente en el Evangelio. En algún momento se nos llama a arrancarlo si no nos deja ver más allá, porque nos impide el acceso al Reino. El ojo, en estos días, está a la orden de las noticias, comentarios, artículos, directos y programas de investigación que han ido vertiendo información de todo tipo respecto de los atentados terroristas. Entre la verdad y el fake, mucha confusión. Entre las imágenes de los atentados, muy poca sensibilidad en algunos casos. Entre los actos que se han ido proponiendo, como los altares y las muestras de soporte y cariño, mucha conmoción. Y, por ir al otro extremo, entre tanto terror también mucho odio. El ojo, pues, se ha convertido en la clave de lectura del corazón y de la mente para muchos de nosotros.
La pregunta que nos hacemos, o que les hacemos a estos terroristas es: “va a ser tu ojo malo porque somos buenos?” .
Es la pregunta que nos hacemos todos los que quisimos acoger, todos los que quisimos dar, todos los que quisimos amar a quien viniera con un corazón dispuesto, gozoso, deseando ayudar, colaborar. Es la pregunta que se puede hacer cualquiera que haya hecho de la solidaridad su bandera, del voluntariado su vida. Es también, pero, la pregunta ancestral que desde hace muchos siglos antes de Cristo el ser humano se pregunta ante la incomprensión, la decepción y la injusticia. ¿Cómo es posible?
Desde luego no voy a dar ninguna respuesta vana. Pero quería apuntar a dos realidades que terminan convergiendo. El ser humano es finito y frágil y, dos, desde el principio de gratuidad no todo tiene una utilidad inmediata para las personas y, por tanto, no todo puede comprenderse. ES imposible. Al misterio del mal se le une el misterio de la persona. Por tanto, y tras lo ya mucho que se ha dicho y manifestado, a mi me queda abrir un período de silencio al respecto ante lo inefable. Y como cristiano, tratar de encontrar el lugar de Dios en todo esto, que no es fácil.
Por lo demás, el sábado iremos a la manifestación que se ha convocado con el ánimo de salir a la calle a decir que no, que no tenemos miedo, aunque sí, hay algo de temor.
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