Hoy recordamos un pasaje bastante oscuro del evangelio, que tiene su eco a diario (y su repercusión) a pesar de tener ya más de 21 siglos de entendimiento para cesar de una vez tanta violencia, tanto sufrimiento. ¿Dónde está el límite? ¿Cuándo será que reaccionaremos los seres humanos contra los dirigentes, contra el terrorismo, o contra los intereses de estos lobbies…? A qué tenemos que esperar si es evidente que cada día hay más desigualdad, menor crecimiento, peor educación, insuficiente sanidad, menos recursos y casi una promesa de extinción de las pensiones? Los que no son ya inocentes del siglo XXI que sepan que son los próximos, porque a este ritmo hay que ser conscientes de que todos, de un modo u otro, vamos a ser como inocentes a quienes la espada del poder cortará en algún momento.
Alguien dijo que los relatos del evangelio los tenemos para nuestro crecimiento, y para aprender a no repetir lo que sucede, a no llevar a nadie otra vez a una cruz, a no volver a tirar piedras a nadie con juicios livianos, a no herir al hermano… El evangelio es una llamada al amor, y al amar a todos y a todas, y a través del amor un camino hacia Dios, quien anhela que lleguemos a Él. ¿Y no basta?
Que terminen estos episodios de hambre, de codicia, de destrucción, de soberbia, de separación, y que se unan las personas de todo el mundo que buscan la paz, la solidaridad, la igualdad, la fraternidad… Este año ya termina, y no estamos a tiempo de frenar la maquinaria del poder.
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