LUCAS 23, 35 - 43: En aquel tiempo,
los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros ha salvado; que
se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se
burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre,
diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había
también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú
el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro,
respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque
recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada
malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en
el paraíso».
Ciertamente hoy
deberíamos, los cristianos, sentirnos un poco como estos dos ladrones que
acompañan a Jesús. Tal y como va el mundo el pago de nuestra fe tiene,
necesariamente, que pasar por la cruz ya que nuestra actuación a nivel mundial,
si bien necesaria, es escasa y pobre. Escasa porque aunque haya muchísimas
personas entregadas a la causa del ser humano, la verdad es que no hay los
suficientes. Parece que la mayoría cristiana se esconde, huye o relativiza la
causa humana. Pobre porque no podemos quedarnos en las estructuras que tenemos
mientras siga habiendo cerca de 25 millones de niños y niñas que pasan por
situación de pobreza, por citar alguna de las alarmas que nos sobresaltan.
El justo pago del
que habla el ladrón se parece al reclamo del siervo inútil, que hizo solo
aquello que le dijeron, lo que tenía que hacer. El justo pago de nuestra
cristiandad habla de la indiferencia con la que, hoy, vivimos una fe apartada
de la denuncia social. Quizás por temor, por falta de reflexión, por ausencia
de decisión o porque creemos que desde nuestra posición poco, o nada, podemos
hacer. Craso error! Porque si pensamos así desde luego que nada vamos a cambiar
en esta vida. Pues... crucificados.
La voz de la
comunidad no puede perderse en cosas de menor importancia ante las urgencias
del mundo como el sacerdocio de las mujeres, la cuestión del celibato, la
comunión de los divorciados... que son importantes, sí, pero que no pueden ser
las principales luchas de los cristianos. Esto nos impide ver que la denuncia
profética se está perdiendo, que faltan voces que vayan contra las estructuras
de pecado con las que cohabitamos. Y es necesario que, primero, busquemos la
erradicación de todo aquello que atenta contra la dignidad de la persona para,
después, ir a lo específico de nuestra liturgia, de nuestra Iglesia o de
nuestro ideal.
Nos conformaremos
con estar en el paraíso? Nos quedamos con la misericordia en lo personal? Mayor
denuncia, mayor desgaste, más madera (como diría Groucho Marx). No nos perdamos
en el sinfín de causas y vayamos a por las importantes. Después, clarísimo, ya
iremos a lo específico.
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