Me sorprende del pasaje de hoy leer esta distancia que existe entre Jesús y el centurión. Hay como una imposibilidad de comunicación entre los dos que me asombra. Primero el centurión envía a los ancianos para que clamen a Jesús y cuando Jesús se acerca envía a unos amigos para decirle que no es digno de salir a su encuentro. El centurión no parece dudar del poder sanador del Nazareno pero, desde luego, no es capaz de tener una relación personal con Él. Es más, parece confundirlo con una especie de gurú. Diría, entonces, que este centurión confía sólo en la salvación práctica de Dios a través de Jesús y, por tanto, me sorprende la forma en que se ensalza la fe del oficial, que parece más bien de un ámbito taumatúrgico.
Pienso, desde esta reflexión, que si bien el estímulo escatológico de la comunidad lucana iba desapareciendo, pudiera ser esta exaltación de fe una necesidad de la propia comunidad que, perdiendo la tensión en la espera de la venida del Cristo, tenga que aguantar su fe desde aspectos meramente prácticos o tangibles. La fe, que habría ido resituándose a lo largo del primer siglo, no es ya cuestión de lo por venir o de los increíble sino de lo cercano y cierto. Una fe identificada en las obras más que una fe mesiánica. Una fe más de profetas que del Hijo de Dios.
Sorprende esta posibilidad en un Evangelio que identifica a este Jesús con el Salvador, con el Mesías. Un Lucas que lleva su genealogía hasta Adán y hasta Dios pareciera tener otra concepción del Cristo que no encaja con el pasaje de hoy. Misterios del evangelista, sin duda!
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