Jesús marcaba un tiempo diferente entre sus contemporáneos cuando explicaba la forma de comportarse estando todavía Él presente y, después, en su ausencia, en el tiempo en que sí ayunarían sus amigos. Pero este tiempo que marca territorio de conductas derivó para nosotros en otro tiempo más gracioso en el cual si bien podemos ayunar, debemos hacerlo con una especial alegría, porque todo temor, toda duda... ha quedado resuelta en la experiencia de la resurrección. Por tanto, estaría bien que hoy nos hiciéramos nosotros esa misma pregunta que le hicieron a Jesús: ¿acaso podemos ayunar nosotros, amigos del novio, sabiendo que Jesús está con nosotros?
Hay actitudes, formas de espiritualidad, actividades religiosas que tienen un peso grande en la vida del creyente. No siempre son formas que puedan definir la acción de Dios, sino que muchas veces son tan sólo tipos de ascesis que requieren del ser humano un grande esfuerzo para alcanzar algo que, definitivamente, es gratis y se derrama a todos. Hay trabajos, opiniones, oficios, liturgias, sermones... que rayan estrepitosamente en el pasado, en otra época. Parece como si viviéramos un tiempo en que la Iglesia se ha dividido en odres viejos y en odres nuevos, con el riesgo que supone para ambas posturas la posibilidad de rotura, de escisión, o de perderse.
Los hay que viven bajo el paradigma de la cruz, bajo la tensión del pecado, bajo la idea del esfuerzo y del sufrimiento; en cambio hay otros que viven desde la esperanza de la resurrección, con gozo, con la esperanza de que las situaciones difíciles son para superación; algunos viven con voluntad de cerrazón, como en comunidades herméticas; otros lo hacen en la sociedad, conviviendo con las mujeres y hombres con quienes comparten suelo, camino, vivencias, miedos y victorias. Hay, por tanto, un segmento de odres viejos y otro de odres nuevos, como hay liberales y rigoristas, progresistas e inmobilistas, pastores y curia.
¿Y quién va a saber poner el remiendo?¿Quién se aventurará a poner el vino nuevo en odres viejos?¿Quién aceptará cargar con la rotura?
A vino nuevo, odres nuevos nos dice el evangelista. Quizás este vino haya que ir echándolo poco a poco, con cuidado para no quebrar o perderlo, pero hay que hacerlo, es necesario empezar a llenar los odres de vino nuevo, de sensibilidades nuevas, de gente nueva, de amor nuevo, de misiones nuevas... Y finalmente, podamos decir aquello de que el vino nuevo ha salido como el mejor añejo.
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