La fe y la vida cristiana no existen si no hay una atracción espiritual y humana de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios. El punto de encuentro de las dos direcciones colisiona en Cristo, quien acerca la voluntad y el designio salvífico de Dios y nos comunica que su amor por nosotros es, también, para que nosotros amemos a los demás. Con esto podríamos cerrar el quid de la existencia cristiana, aunque nos quedaríamos muy cortos. En lo principal, en lo realmente existencial, en lo que es fundamentalmente nuestra opción de vida tenemos tal bandera, pero además de llevar aquella insignia, también tenemos otras formas en las que se manifiesta esta relación Trinitaria con la humanidad.
El evangelista nos sitúa en un entorno eucarístico. Nos recuerda a lo largo del evangelio tres cosas importantes sobre la comida: 1) el alimento es hacer la voluntad del Padre (capítulo 4); 2) el alimento es un compromiso de amor (capítulo 13); y 3) el alimento es Jesús vivo, el Cristo. Por tanto, cuando celebramos la eucaristía no sólo hacemos memorial de la Pascua sino que además reconocemos nuestro compromiso con Dios y con el mundo al que ama.
Igualmente el evangelista nos sitúa en un contexto de escatología de presente: lo importante no es ocuparse en la salvación a través de la actitud en nuestra vida, sino que la salvación se lleva a cabo aquí y ahora, en este mismo instante, por eso es importantísimo creer en Jesús y el que no cree (dirá el evangelista) está condenado.
La perspectiva es clara: nuestro compromiso de amor, que viene en vertical de la relación de Dios con nosotros, se transforma horizontalmente en una dinámica de fe, esperanza y caridad que se mueve desde la actualidad hacia lo por venir. Así, lo fundamentalmente cristiano pasa por mantener esa vida que Cristo nos da y que recordamos en la eucaristía, haciendo memorial, tal y como también nos dejó escrito.
La comida es un aspecto crucial para la vida, para coger fuerzas, para relacionarnos con los demás… también es un compromiso para todas aquellas personas que no reciben el alimento necesario y, también, una esperanza que debemos llevar adelante en una doble perspectiva: de amor y de solidaridad.
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