¿Cómo hacer de la catequesis un
modus vivencial y no sólo un encuentro semanal que a veces, incluso, se hace
pesado? Pregunto, en consonancia con el artículo, porque cierto es que para
muchos chicos y chicas de hoy, los sábados por la tarde, esto de la catequesis
se convierte en un formulismo, algo que tienen que cumplir. Puede que sea por
tradición o voluntad de sus padres, o porque sus amigos y amigas participan...
incluso algunos también lo hacen desde un sentimiento de esa fe floreciente,
inquieta y que busca formación, expresión, comprensión. El caso es que sea cual
sea la motivación primera con la que asisten a catequesis, la función de los
catequistas y responsables de pastoral, comunidad… debería fundamentarse mucho
más allá del encuentro sabático, en el aula de siempre, con la doctrina de
siempre o con las actividades de toda la vida.
Claro, primero se necesita una
buena planificación que tenga en cuenta quienes van a formar el grupo ese año y
qué se quiere transmitir teniendo en cuenta que no debemos conformarnos con
mantener el grupo hasta la primera comunión sino que, tras el culmen de la
iniciación, el reto debe estar en conseguir encadenar estas generaciones de
jóvenes que viven un proceso de fe. Por tanto, que la iniciación cristiana sea
también un proceso de finalización me resulta escandaloso.
Entendemos el cristianismo como
una religión que de la experiencia interior se proyecta hacia el exterior
(hacia el prójimo). ¿Cómo pues tenemos una iniciación, que quiere llevarnos al
Cristo resucitado y luego no haya ese proceso de exteriorización? ¿Podemos
presentar la vida para, luego, darla por acabada? ¿No basta Cristo?
Tengamos por presente que toda
persona, hoy, aún en este mundo secularizado, agnóstico, capitalista o feroz,
busca trascender a lo que es. Lo hará mejor o peor, con más o menos recursos,
dependiendo de la cultura, historia, situación personal o geográfica en la que
se encuentre, pero lo hará. La paradoja de este siglo es que aunque se vive un
proceso de crisis en la transmisión de a fe, cada vez proliferan más ofertas de
espiritualidad, que al final son medios de acercar al ser humano a lo
trascendente. Todos, todas, buscamos ese punto de llegada.
La catequesis, entonces, debe
tener también esta posibilidad privilegiada de ofrecer al ser humano este imput
precioso de la salvación y el amor de Cristo. No puede, por tanto, dejar de
sufrir cada joven que no consigue mantener, cada vida que se trunca tras la
primera comunión. ¿Quizás hayamos dejado de velar?¿Quizás nos estamos
convirtiendo en este siervo que esconde el talento en un pañuelo?
Iniciativas, proyectos de
pastora, comunidades que tratan de ofertar el evangelio; medios como internet,
las redes sociales o el whatsupp; excursiones, retiros, meditaciones,
experiencias de fe… Tenemos no sólo los medios sino que también tenemos
personas y grupos implicados en conformar una sucesión entre la vida tras la
iniciación, teniendo por seguro que el lugar privilegiado de la vivencia de la
fe está en la vida misma. Una vida que hay que transmitir como un testigo
eterno, válido, fuerte, incluso codiciable, deseable, como la perla o el tesoro
escondido del que nos hablan los evangelios.
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