Lucas 5, 1 - 11: En aquel tiempo,
la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él
a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla;
los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de
las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la
barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando
acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para
pescar.» Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y
no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» [...] Jesús dijo a Simón: «No
temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los evangelios sinópticos remarcan la importancia que
tiene en el discipulado ser un pescador, o pescadora, de personas. El evangelista presenta una continuidad y una
novedad, que supone una transformación, continúan con su vida de antes (son
pescadores), pero ya no pescan peces sino que son testigos del Resucitado
siendo pescadores de personas, a quienes convierten a la fe cristiana. De algún
modo esta concepción del pescador deja de tener la connotación negativa que
encontrábamos en Jeremías, como también lo será en este mismo evangelio la de
los pastores. Es como si encontráramos una especie de “humor” divino en todo
esto: ¿de verdad puede salir algo bueno del ser humano?, como decía Ananías:
¿Puede salir algo bueno de Nazaret?
La respuesta es sí, sí! Y por ello los primeros testigos de la Buena
Noticia serán aquellos pastores a quienes se anuncia el evangelio y ahora, en
estos primeros capítulos, los discípulos del Cristo son pescadores y galileos.
Hay una nota común que para el evangelista es importante, también para
nosotros, los pastores y los pescadores comparten humildad con Jesús y con
María. De algún modo el evangelista ha creado una comunidad de humildad (de
pobreza de corazón) y de disposición a Dios, porque todos ellos creen y se
ponen en camino. Estos pescadores lo dejarán todo para seguir a Jesús, los
pastores creerán y se pondrán de camino a Belén y María, que creyó, acompañará
a su Hijo hasta la cruz. Veremos después en Pentecostés como estos caminantes
prosiguen su particular ruta hasta la Efusión del Espíritu (y más allá).
En Lucas hay una prolongación de la fe que se dibuja en el caminar. De otro
modo, que para poder empezar a caminar hay que creer. Otra manera, que hay un
proceso interior y anterior a todas las conversiones, vocaciones… que leemos de
un modo rápido en los evangelios, como ocurre en nuestras vidas. Podemos decir
que hay toda una catequesis previa que nos conduce a creer y a caminar, a
dejarlo todo para seguir a Jesús.
Mateo se dará cuenta de su condición de “pecador” en este evangelio de hoy.
Pero no necesariamente el encuentro con Jesús tiene que llevarnos a la
concepción de descubrimiento de pecado, de limitación… sino que el encuentro
con Jesús también puede llevarnos a decir un gracias, un aleluya… Sería de
necios, o de sectarios, o de muy litúrgicos, describir todo encuentro con la
expresión: apártate de mí, pecador! Más bien no te apartes de mí, ven y
abrázame, porque sea cual sea mi situación, mi realidad, o lo que hay en mí,
hoy que te descubro quiero caminar contigo.
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