Marcos 6, 1 - 6: En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía
se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le
han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo
de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven
con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su
casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos
de alrededor enseñando.
Estoy convencido de que lo fundamentalmente importante para el cristiano
pasa por la adhesión vital a Cristo, y esta sólo es posible por acción del
Espíritu. Claro que uno puede iniciar un camino de fe como un itinerario
ascético, creyendo que por la acción de su esfuerzo podrá conseguir la
realización de una vida según el evangelio, pero lo cierto es que es un camino
que termina por cansar, pues el ser humano se agota cuando en su horizonte
espiritual no existe una persona viva, que viene a nosotros por el influjo del
Espíritu. Nuestra vida no proviene de una relación académica, intelectual o
abstracta con nuestro Señor sino que surge de un dinamismo vital que nos
adhiere a su persona, que es por medio del Espíritu.
Estamos, claro, en el ámbito del misterio, pues el Espíritu se derrama
sobre quien quiere y como quiere. ¿Podemos decir que hay personas con más o
menos Espíritu? No, obviamente, pero sí podemos afirmar que en algunas personas
hay un mayor desarrollo o una mayor sensibilidad al trabajo que el Espíritu
hace en ellos. Esto nos indica el caràcter vivo de la Tercera persona de la
Trinidad, que no se mueve como un estándar sino que acude al encuentro de cada
persona según es ella, según sus características, singularidades, límites...
Porque como en ningún caso Dios quiere ser de obligación para las personas,
tampoco puede obligar a una medida de Espíritu para cada uno sino a un único Espíritu
que se derrama en nuestras vidas según quiere.
Esta vida, además, es un regalo que se nos entrega gratuitamente, pero que
conlleva la responsabilidad de dejarse transformar por Él. Es un don que tiene
capacidad de actuación en nuestra vida, que quiere transformarla, pues una obra
de este Espíritu es la de enseñarnos la verdad, y esta verdad es la de andar
como Cristo en amor. No con un amor carnal, o sexual, sino como una dinàmica de
vida en caridad, de acogida, de perdón, de aceptación y de servicio. La acción
del Espíritu nos abre las puertas hacia esta nueva comprensión del mundo y de
las personas que vienen a ser más hermanas, más próximas, más amadas. Hay una
iluminación interior que sucede en nosotros y que nos “abre a”. Y sólo podremos
comprender esta renovación interior desde el plano existencial, no desde el
intelectual, pues así como nuestra condición carnal será para toda la vida,
necesitamos de la novedad vital de esta otra naturaleza, espiritual, que nos
lleva a comprender otra faceta de nuestra existencia, más cercana a Dios, que
tiende a Dios.
Esta vida, por último, no está exenta de peligros,
de inconvenientes, de problemas, pero nos da algunas claves para que nuestro
funcionamiento en el mundo sea en clave de felicidad, de gozo, de Buena Nueva.
Y es que interiormente ha ocurrido una experiencia de vida sin igual, que nos
abre a lo trascendente y que genera en nosotros una esperanza nueva, que nos
acerca a esa realidad del Reino y que sólo es posible vivir en el Espíritu.
Quizás tendría que preguntar: ¿Por qué algunos podemos vivir esta
experiencia y otros no?¿Qué requisitos hay que cumplir para recibirlo?... No
hay duda que estamos en un campo misterioso, como la gracia, el don de la fe...
¿No sería más sencillo si todos tuviéramos la misma fe?¿Si a todos nos tocara
el mismo Dios de Amor? Ojalá fuéramos capaces de transmitir esta experiencia
que llega a nosotros y que lo hace de forma inesperada y gratuïta, pero
entonces quizás cambiaríamos a este Dios de la gratuidad que ha tenido a bien verterse
en nosotros.
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