Mateo 6, 7 - 15: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los
gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como
ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el
pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos
perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino
líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también
vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los
demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»
El tema de la oración es, muchas veces, fuente de
controversia entre creyentes e incluso entre no creyentes, entre cristianos,
budistas, católicos, evangélicos... Unos dicen orar, otros rezar, otros
meditar, algunos hablar, contactar... Los hay que recitan una y otra vez una
oración, otros que de esa repetición hacen un manthra, incluso los hay que
repiten y repiten una fórmula creyendo que en su número se esconde el perdón.
¿Y alguno tiene razón?¿Es que existe una única forma de dirigirse a la
divinidad, de converger en ella?
En la comunidad de mateo existía el temor de perder esa
identidad cristiana para volver en pos del modelo de la Sinagoga. Por ello,
vemos constantemente, hay una comparativa con los fariseos y hay una frecuente
pelea entre lo que es correcto, y que hace Jesús, y lo que no lo es, que hacen
estos grupos judaizantes. Además, por la época de redacción del evangelio
sabemos que el fariseísmo se había convertido en una radicalización del
judaísmo antiguo y, como poder latente, en una influencia a veces irremediable
para las comunidades emergentes que, perdiendo el fervor escatológico,
sucumbían ante aquel poderío.
El evangelista nos deja un modelo de oración, que no es
la única manera para orar, aunque sí una de las más utilizadas (por lo menos en
la liturgia). Aunque más que en la forma, diría que el sentido de la oración
reside en el fondo, que es la actitud de perdón, que en definitiva es regresar
al primado del Amor. Por tanto, oramos, rezamos, cuando verdaderamente amamos.
¿Hay que pedir?¿Hay que suplicar? Quizás es que hemos
hecho de la oración una forma particular de piedad, o de religiosidad, o de
método. Hoy en día hay un choque generacional entre las diversas formas de
hacerlo, y ciertamente no sería nada bueno dejar a nadie sin esa particular
manera de dirigirse a Dios. Si alguna es mejor, si alguna está mal, si alguno
no lo hace como debiera, o si es un mero automatismo... eso, en definitiva, es
para cada uno y nadie puede juzgar si aquella oración llega al cielo o se queda
en tierra.
Cuando oro, cuando rezo el Padrenuestro y llego a esta
parte que dice: perdona nuestras ofensas... pienso en ésto mismo, en que muchas
de mis ofensas tienen que ver con que creo tener la razón, tener la forma,
conocer el método, pero nada... nada, vuelvo a quedarme desnudo ante Dios y me
sale una súplica, una petición de perdón, de vuelta en mí para alegrarme de
que, independientemente de quien, de cómo... me hallo entre muchas personas que
de algún modo, como yo, sólo quieren hablar con el Padre.
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