Cada vez que leo este pasaje del paralítico de Betesda no puedo dejar de fijarme en la situación que vivimos cada día en la calle, mas desde hace un tiempo, donde se ve agrupándose a personas pidiendo en las puertas de los supermercados, iglesias, cafeterías de forma casi sistemàtica. En su gran mayoría son personas que o son presa de las mafias, o trabajan para clanes familares (generalmente de rumanos) que saben perfectamente dónde deben situarse, a quién deben pedir y cuándo han de hacerlo. Cabe decir que entre estas mafias sí hay personas que no responden sino a su propia necesidad y que se encuentran también perjudicadas por la proliferación de esta forma de limosna. Es una estampa que me recuerda muchjo a esta piscina, rodeada de paralíticos y en los que al paso de los años ya hasta se confunde cuál es la verdadera necesidad.
No les sorprende que tras treinta y ochco años un paralítico sea curado? Claro, podemos atribuirle al pasaje la obra de un milagro, el poder de Jesús que tiene capacidad de sanar y cura la enfermedad. Pero podríamos pensar también en otra opción, que va más ligada al bautismo como a la luz que conlleva Cristo. Así, seguramente, tras treinta y pico años acostado en el suelo, esperando ser bajado en brazos a la piscina, aquella persona incluso, incluso, habría perdido el sentido de su enfermedad. Quién sabe si estaba tan impedido, o si en verdad era paralítico... y es que la enfermedad también tiene mucho de psicología.
La clave está en fijarnos en la multitud de personas allí yacidas y en las palabras de Jesús a uno de ellos, quizás el de peor aspecto, a quien devuelve una oportunidad. Quieres sanar?, pues levántate. Es decir, vence este componente que año tras año ha terminado por postrarte en una realidad peor que aquella con la que llegaste. Vence el componente negativo de tu enfermedad, ese que te subyuga, que te impide...
La enfermedad es, a veces, un lugar en el que he acomodado un dolor. Es incluso un momento con capacidad para confundirme, es un estado que si dejo que me atrape consigue herirme, hundirme, atraparme en la autocompasión.
Como sociedad hemos visto que esta acción de Jesús tiene un aplicativo inmediato en la vida de las personas. Podemos llamarlo psicología positiva, reisilencia, o podemos llamarlo fe, oración, acción de Dios... Existe, existe esta opción nuestra para llevar sanidad, para poder ofrecer una posibilidad de dejar la camilla y caminar, reengancharse a la vida y dejar atrás aquella piscina en la que se siguen agolpando los problemas, las mafias, los dolores, las decepciones y toda forma de “no puedo”.
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