Este pasaje de hoy nos recuerda que, en muchas ocasiones, todos terminamos por converger alrededor de las mismas ideas, o el mismo destino, cuando hablamos de lo trascendente. Este texto nos acerca a cristianos y a judíos, pero también podría acercarnos a musulmanes, por ejemplo, pues en el amor a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y el ser y en el amor al prójimo los lazos entre estas tres formas de entender a Dios se hacen estrechitos, casi, casi iguales.
Qué bueno poder hallar semejanzas entre diferentes confesiones y qué bueno el trabajo del ecumenismo cuando quiere entablar diálogo, en un espacio de paz, de convivencia, de tolerancia… Llevar a cabo este mandato de Dios es dejar la puerta abierta para aprender, para escuchar, para entender y para compartir la vida y la verdad con nuestros prójimos, sean de la confesión que sean, vengan de donde vengan.
Jesús se muestra hábil en sus respuestas, pero también abierto a que los presentes le puedan interrogar sobre múltiples y variados temas. Su actitud nos recuerda que para hablar de Dios no hay que sucumbir ante la discusión, el proselitismo… sino que para hablar de Dios lo que hay que hacer es amar. Y en ese retablo de amor, amar al prójimo.
Vivimos en una sociedad pluriconfesional, confeccionada a partir de elementos de diferentes lugares del mundo y cada vez hay más diversidad. Tenemos etnias de diferentes partes del mundo, religiones de oriente y de occidente, formas de entender la cultura, el arte… Tenemos ante nosotros una gran riqueza y la responsabilidad de aceptarla amándola. Aunque bien sabemos del avance de la política de ultraderecha de diversos países.
Recordemos que a lo largo de la historia los seres humanos tenemos más que nos une que no cosas que nos separen. Hoy, por tanto, aprendemos que la unión parte del amor a Dios y del amor al prójimo.
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