Ahora que estamos en cuaresma me viene a bien la imagen de los golpes en el pecho, señal de arrepentimiento ante la culpa. Un signo que a mi, personalmente, me resulta tan absurdo como inútil. Es decir, que por más golpes que uno se dé en el pecho, si no pone remedio es como hacer el teatrillo porque, claro, somos pecadores. Y como además estamos en camino a la reconciliación pues, vamos, que será por signos. Ahora resultará que ser cristiano tiene más que ver con la interpretación que el teatro. Y además es gratis.
Parece que nuestra liturgia necesite de imágenes y momentos en los que se ensalza nuestra indignidad y nuestro pecado. Parece que nuestros ministros (no todos) se jacten de su santidad como un elemento necesario para la reconciliación de sus iglesias. Parece que ni la celebración, ni la fracción del pan como señal de hermandad, ni la participación de la comunidad sea digna del altar, que vuelve a separarnos en el siglo XXI. por un lado tenemos a un Papa que catequiza y evangeriza, que se abreba las situaciones, que alza la voz por los necesitados y en contra de las desigualdades... Y tenemos, por otro lado, a una Iglesia que quiere seguir escuchando el sonido sordo de personas que se golpean el pecho.
¿Acaso alguien va a poner paz en todo esto? ¿vamos a cambiar los golpes por el beso? ¿o quizás vamos a tener que comenzar a entonarentonar: que viva el ordo! Que viva el ministro!?
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