LUCAS
11, 1 – 4: Un día estaba Jesús orando en cierto lugar.
Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: —Señor, enséñanos a orar, así
como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: —Cuando oren, digan:
»“Padre, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Danos cada
día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todos los que nos ofenden.
Y no nos metas en tentación.”
Las fórmulas, las eulogías, las acciones de gracia, los himnos… han llenado
la literatura cristiana de multitud de oraciones que podemos coger, usar,
repetir o proclamar. Desde los salmos a los himnos paulinos, pasando por el
Padrenuestro… las hay a Dios, a Cristo, a María, a los santos… incluso las hay
a nuestros seres queridos a quienes hacemos allí, en los cielos nuevos. Sea
como fuere, cada oración expresa un deseo de la persona de trascender más allá
de su propio yo, de comunicarse con lo espiritual, de conseguir un ápice de Dios
dialogando con Él (aunque generalmente nos responda en silencio). Pero, ¿hay
alguna forma correcta?¿algún modo infalible de llegar a la comunicación
divina?¿Un modo en que nuestras oraciones van a tener el sello necesario para
que sean escuchadas?
Obviamente no, lógicamente no, aunque sí por la fe. Por esta fe que se
traduce en el global de nuestra vida y desde la que podemos sentirnos
agradecidos porque nos sentimos cuidados, amparados, protegidos y amados por un
Dios que, aunque no dice mucho, actúa (y de qué manera) sobre esta vida nuestra
que, aún con sus dificultades, termina siendo una auténtica gozada.
Claro, no quiero generalizar porque hay muchas personas que podrían decirme
todo lo contrario. Personas que no tienen este consuelo de decir que, a pesar
de todo, es posible ver la vida desde el amor de Dios. Y no puedo obviar que la
realidad, muchas veces cruel, termina absorviendola multitud de personas que ven
su vida, no como bendición, sino como un declive. ¿Y para ellos y ellas… les
sirve el Padrenuestro?¿Hay eficacia en sus oraciones?¿Acaso son injustos?
DE ningún modo! Ojalá las oraciones de todo el mundo fueran contestadas en
función de la bondad que pretenden porque si Dios quiere el bien de la persona,
¿cuál es la causa de tanto mal?
Me da por ello que tenemos que adecuar esta oración tan significativa a lo
que vivimos en este tiempo. Renovarla, transformarla según la vida, las
sensibilidades, las problemáticas que nos rodean y que nos configuran hacia un
nuevo concepto de amor, de Dios, de dolor… de vida, en definitiva. Del
Padrenuestro podemos pasar al Abba nuestro y desde este Dios, Padre y Madre, a
otras concepciones, peticiones, acciones de gracia, bendiciones, himnos…
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