Mateo 11, 25 - 30: En aquel tiempo,
exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi
Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
El otro día,
hablando, estuvimos haciendo incapie en que tenemos un Dios bastante irónico.
Diría que con un cierto humor inglés a veces. Escoder las cosas del Reino a los
sabios y entendidos para revelarlo a los pobres es una buena prueba de ello.
Qué Dios! ¿o no es también irónico que calle ante las muchas situaciones que
vivimos, o que conteste con un silencio a nuestras oraciones? ¿No lo es que,
primero, pensemos en Él como Padre paternalísimo y, ahora, como Madre y Padre?
¿No es acaso la libertad una gran paradoja que, en el cristianismo, encuentra
sus mayores limites? Qué Dios!
Cuando el
evangelista nos habla de un yugo suave y una carga ligera podría bien decirnos
que por más deducciones, reflexiones, estudios, intuiciones, actos, grupos,
celebraciones... que hagamos, en Dios las cosas son tan fáciles que, si nos
fijamos, terminan por dar un giro hacia la explicación más simple. Así,
mientras con la arqueología, la historiografía, la hermenéutica o la exegis,
por ejemplo, tratamos de ahondar en el estudio y en la consecución de trazos de
nuestra historia aquello que hoy negamos, aquello de lo que hoy dudamos siempre
está sujeto a la ironía de Dios, que tantas veces deshace lo que el ser humano
trata de coser. Esta es la grandeza de nuestro Dios, que desde su trono (y
cuidado que no sea una silla!) en más de una ocasión debe reir y llorar con lo
que ocurre en su preciado mundo, con sus amados y amadas.
Nos llaman a
dejarnos transformar por el evangelio, a dejarnos moldear por Cristo y
directamente pensamos en una conversión de amor, de virtudes, e3n un cambio de
vida... bien, hay que pensar también en que dejarse transformar por el
evangelio tiene que ver con dejarse atrapar y convencer por la ironía, que
nunca es buen plato para llevarse a la boca. Porque ésto implica una capacidad
de entender que lo que nos sustenta puede, o no puede ser y que, además, hay
que aprender a reirse y a reirse incluso de uno mismo.
Termino, a la
figura del Rey, del Juez, del Soberano, del Creador, del Dador de Vida, del
Altísimo, del Todopoderoso... hoy podemos añadir la del Irónico, una cara de
Dios de la que buena cuenta puede darnos aquel que entierra en un pañuelo su
talento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario