Lucas 17, 11 - 19: Yendo Jesús
camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un
pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a
gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: «ld a
presentaros a los sacerdotes.» Y,
mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los
pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la
palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete; tu
fe te ha salvado.»
Desde el contexto cristiano podríamos decir que dar la gloria a Dios,
mostrarnos agradecidos al Trascendente o cantarle un himno, sería síntoma de un
reconocimiento en el que nosotros creemos porque, gracias a Él, nos sentimos
gozosos de esta existencia a la que hemos venido de un modo inaudito. Fuera del
ámbito puramente cristiano diré que ojalá hubiera más personas como este último
leproso que es capaz de dos cosas: primero de reconocer que estaba enfermo y
que ha sido sanado y, segundo, volver a dar gracias reconociendo la implicación
de otro en ese proceso de sanación.
Darse cuenta de la enfermedad no es sencillo. Hoy en día son muchos los que
buscan un reconocimiento de un estado de enfermedad que los posibilite a una
paga. Conozco casos de personas que incluso tratan de simular cualquier tipo de
afección ante un psicólogo o psiquiatra para conseguir desde una baja a una
remuneración. Es una forma de pillaje básico pero degradante porque este vil
intento de vivir la vida no dignifica a la persona; probablemente terminará por
sumirla en una vida gris, triste, abatida… Igualmente hay casos de personas que
han sido, directamente, apartadas del circuito sanitario porque los médicos de
hoy ven más fácil la salida de la unidad del dolor, que no el tratamiento del
dolor. Allí, de mórfico en mórfico, la persona pierde también, no sólo
dignidad, sino sus capacidades. Cuántas personas hay hoy en día sujetas al
diazepam, al válium, al tramadol, al lorazepam… A estas personas la medicina no
quiere dejarlas reconocer su enfermedad y, quizás, podríamos usar estas
imágenes para hacer referencia a los 9 leprosos que van en busca de los
sacerdotes.
Darse cuenta de la enfermedad es asumirla, es tratarla, es aceptar el sufrimiento
y salir del auto-compadecerse para agradecer cada avance, cada nuevo paso o
cada intento, porque el camino no está exento de caídas, llanto y decepciones.
Pero hay que asumir la enfermedad tanto física como psicológicamente para poder
cambiar la dinámica de la dolencia, porque si no lo hacemos terminaremos de
sucumbir al dolor, a la fiebre del no puedo, no lo consigo… viendo el mundo y
la vida como algo injusto, que no merece la pena.
Por tanto, termino, que bueno es darse cuenta de la importancia de una
actitud de agradecimiento, que cambia el plano psicosomático y psicológico de
la persona, y que nos permite dar el salto de la escala de grises a la gama de
colores.
Claro que necesitaremos el alta médica, los resultados de las resonancias,
radiografías…, la ayuda de una determinada medicación, pero lo que más
necesitamos es asumir nuestra debilidad y hacerlo de un modo agradecido, feliz,
dispuesto, correcto. Algún salmo rezaba aquello de: que bueno es dar gracias al
Señor. Y sí, qué bueno es… a pesar de las circunstancias.
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