MARCOS
14, 22 - 26: Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo
partió y se lo dio a ellos, diciéndoles: —Tomen; esto es mi cuerpo. Después
tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. —Esto
es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Les aseguro que
no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino
nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, salieron al monte de
los Olivos.
Hoy no podría empezar sino lanzando un grito fuerte, victorioso: FORÇA
BARÇA!!! Una gran alegría, una gran victoria, algo que va muy ligado al deporte
y a un país, Catalunya, aunque también a muchos lugares con muchas banderas y
muchas lenguas. Es el triunfo de los pequeñines, de los preciosistas, de los
del toque, de los soñadores y de la fantasía… El año pasado, por no currar no
nos llevamos nada, y este año, porque se ha trabajado, nos lo llevamos todo. Y
aunque podríamos no habernos llevado nada, me quedo con el compromiso y las
ganas de trabajar y sufrir de este equipo, de Luís Enrique y Unzue y del cuerpo
técnico que lo acompaña. FELICIDADES, FORÇA, ENDAVANT!!!
Por otro lado, el evangelio de hoy nos sitúa entre los límites del seder
pascual judío y la nueva representación de los signos en la cena de Cristo y
los suyos. Signos de los que participamos todos, y todos los días. Quizás la
forma más habitual sea en una misa, en un culto, en una celebración, en una
unción… pero existen formas más cotidianas en las que estos mismos signos se
hacen presentes con la misma fuerza: cuando compartimos una vida, porque si el
pan fuera cuando conversamos, cuando nos ayudamos, cuando nos consolamos,
cuando comemos…, el vino vendría a ser una sonrisa, un beso, un abrazo…
Claro, hay una forma que es la sacramental, y seguro que quizás a más de
uno le venga la tentación de tirarme una piedra, como diciéndome: eh! Por ahí
no. Pero cuerpo y sangre no sólo toman forma cuando pan y vino se bendicen por
un sacerdote, sino que compartimos a Cristo cada vez que hacemos lo que nos
dijo: amarnos los unos a los otros. Jesús nos dejó una pauta como memorial,
para recordar la importancia de sentarse en la mesa para darnos de comer y
beber lo más íntimo de nosotros, pero también nos dejó algo más importante
cuando aún esta celebración no se haría si no hubiera amor. Como una alianza
indisolubre.
La bendición nos llega de un modo eclesial, pero en verdad cuando Jesús
bendijo primero de todo es Hijo. Y si Cristo abre el camino de la filiación
como hermano mayor, también deja a los hijos en el Hijo una forma de bendición,
no por palabras, sino de corazón. He visto bendiciones bajo el signo del abrazo
fuerte y como no dejando ir de un padre que logra reencontrar a un hijo, o bajo
el signo del llanto de una madre que sólo puede esperar que los suyos vuelvan
en sí; lo he visto en un hospital mientras entre abrazos se espera que alguien
despierte, o se celebra que uno nuevo ha llegado; lo veo entre amigos, entre
hermanos y hermanas, entre abuelos y nietos… puro memorial.
Traspasen lo eclesial, aunque no lo eviten (porque así está instituido) y
sean consciente que si bendicen en la iglesia cuánto más no en la vida. Cada día
se parte y se bebe, hay pan y hay vino, o sigan las migajas o el olor del vino.
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