MATEO
6, 24 – 32: Por eso les digo: No se preocupen por su vida,
qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida
más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del
cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre
celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe,
puede añadir una sola hora al curso de su vida? ¿Y por qué se preocupan por la
ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin
embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía
como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y
mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué
comeremos?”o “¿Qué beberemos?”o “¿Con qué nos vestiremos?” Porque los paganos
andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las
necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas les serán añadidas. Por lo tanto, no se angustien por el
mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas.
Como son las cosas, que hoy hace un año estábamos visitando la iglesia en
Tagba en el lugar que presuntamente Cristo multiplicó los panes, y hoy leo que
ha sido quemada como resultado de una escalada de violencia que ayer fue contra
los cristianos, y mañana será contra los judíos, o los musulmanes… Me sorprende
que pudiendo Israel ser capital inter-confesional, se viva entre la
radicalidad, el ejército y el encarcelamiento de Palestina. No es que tenga
nada contra nadie, pero viéndolo así entiendo que haya tanta gente que no ve a
Dios. Imagínense cómo cuesta leer un pasaje como el de hoy en que el evangelista
nos invita a confiar plenamente en Dios. Creen que esta comunidad que ha sido
víctima del fuego no pensará en ¿Qué haremos?¿Qué comeremos? O ¿Qué vestiremos?
Es el enorme misterio de la vida, de Dios y del ser humano que por más
psicología, psiquiatría, sociología o pedagogía, cada día nos sorprende más
hacia dónde conduce las cosas. De bien seguro que hoy estamos en otra posición
respecto de lo que es la providencia de Dios, o de lo que podemos esperar de
ella. A veces porque estamos hechos a pagar para poder vivir, y vivimos bajo la
tiranía del dinero; otras porque vertemos a Dios todas nuestras decepciones, y
hemos convertido a Dios en un eterno culpable; otras porque simplemente hay que
rendirse ante lo que nos es oculto y no comprendemos.
Vivimos en un tiempo que para nosotros existe el Dios incomprensible, que
permite lo bueno y lo malo, y del que somos capaces de verbalizar en tipologías
que llevan el sello de: amor, libertad, compasión, ayuda, misericordia…, más nos
ponemos cuando aparece el misterio del mal y no alcanzamos a dar una nueva
respuesta a la vida. Ha habido incursiones en la inefabilidad de Dios con
Rahner, el Dios incomprensible; llamadas a ver a Dios en la ausencia con
Bonhoeffer; Etty Hillesum habla de perdonar a Dios por lo malo que sucede en el
mundo y ayudarlo a construir el bien; Simone Weil, Edith Stein… grandes nombres
que hablan de esta problemática con respeto y dulzura, incluso con algo de
inocencia.
Todos necesitamos agarrarnos a la cuerda, o que nos sostengan de la mano,
que no nos dejen caer. Pero hay que lanzarse al vacío, vivir en lo que llamamos
ausencia, allá donde nos parece que no hay Dios, donde no podemos verlo,
soportarlo, porque en el terreno inhóspito, en la niebla espesa, o en el
desierto son lugares propicios para actualizar nuestra pasión por Dios. El
punto de vista no puede cambiarse en la comodidad, sino que debemos ser
removidos, arrancados de nuestra naturalidad para poder caer, y así lograr…
como cuando se sube a una montaña y se ve el atardecer, o como se contemplan
las estrellas en África, o como la enormidad en el Gran Cañón, lo más especial
aún estamos por descubrirlo.
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