MARCOS
4, 26 – 30: Jesús continuó: «El reino de Dios se parece a
quien esparce semilla en la tierra. Sin que éste sepa cómo, y ya sea que duerma
o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por
sí sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la
espiga. Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha
llegado el tiempo de la cosecha.»
Dicen que el Reino de Dios crece sin que sepamos cómo, que prosigue, que se
extiende, y también que Dios actúa a pesar nuestro. Miren, qué tal si leyéramos
este pasaje a la luz de los hijos/hijas? Hay algo en todo crecimiento que tiene
que ver con procesos biológicos en algún momento paralelos: la siembra es el
acto sexual de los padres, la semilla es el tiempo de gestación, la espiga la
etapa de nacimiento – primeros años, y el grano lleno ya entre la pubertad y la
juventud, finalmente el tiempo de la cosecha podría ser el final de la
formación del muchacho o la muchacha, que se emancipan. Como en esta parábola,
los agricultores o los padres ya sea que duerman o estén despiertos, o sin
saber cómo, viven la experiencia del ser viviente.
Claro, como el autor, podemos asemejar muchas experiencias a este
crecimiento del Reino, pero siempre estaremos hablando según el entendimiento
humano, jamás desde la experiencia divina. Por tanto, cuando explicamos, leemos,
o hacemos catequesis del Reino de Dios, seamos conscientes de que toda
explicación parte de la experiencia terrestre como intento de dar sentido a las
cosas celestes. De hecho, la humanidad es experta en esto de dar vueltas y
vueltas sobre un mismo intento de acercar el misterio de Dios al mundo. Es algo
que desde la antigüedad anterior a Cristo los oráculos, profetas, sacerdotes…
intentaron y que para nosotros toma un giro inesperado desde la experiencia de Jesús.
La experiencia de Cristo nos permite salir de la abstracción para tocar lo
que no vemos de Dios. El conocimiento divino ya no está en el espíritu de
adivinación, en la interpretación de las profecías, los cielos, las estrellas…
el misterio de Dios ha traspasado la humanidad en Jesús, y Jesús nos ha
acercado lo más elevado de Dios desde lo más cercano a la persona: su entorno,
su propia vida, su relación con los demás… Pero si observan, en nuestro tiempo
podríamos decir que aquellas categorías agrícolas no han podido dar el salto a
las categorías urbanas, tecnológicas, o energéticas actuales. Por tanto,
estamos todavía esperando una actualización de lenguaje y comportamiento que ha
quedado roto entre generaciones.
Si la experiencia cristiana pasa por el ser humano, si el amor de Dios ha
traspasado necesariamente la humanidad de Cristo, cuánto más debe traspasarse
el lenguaje, el vocabulario, la formalidad, el rito o el culto. Claro, se trata
de llevar esta experiencia agrícola a las grandes urbes y a los laboratorios,
talleres o espacios de investigación, y esto hay que hacerlo ya tan rápido como
sea posible porque hoy en el mundo más que recoger, lo que se hace es perder
cosecha tras cosecha a pesar del esfuerzo y del trabajo, de las horas y el
cuidado, incluso del amor con el que se acerca uno a la tierra.
Claro, miren, por más que piense en positivo y por más que quiera ver lo
más excepcional del mundo, lo cierto es que la realidad tocante del ser humano
todavía está cerrada: hay problemas con los divorciados, con las parejas
homosexuales, con la entrada y participación de los pobres, con la repartición
de riquezas, con los edificios cerrados…
No sé si estamos en tiempo de cambio, ojalá! Que las investiduras de Barcelona,
Valencia, Madrid… sean caminos propicios a otra forma de encontrarnos viviendo.
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