MATEO
5, 38 – 42: Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y
diente por diente.” Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si
alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si
alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si
alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te
pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.
La base de los códigos más antiguos como el de
Hammurabi o el Talión romano es la de: yo te respeto si tú me respetas, es lo
que ahora llamaríamos nosotros una ley de mínimos, aunque en aquel entonces era
la base de toda conducta moral. Ciertamente y a pesar de lo que puede
parecernos Israel fue muy un reino muy solidario, atento, y con un alto sentido
del deber moral y del cultual. De otro lado, el derecho romano, por ejemplo,
tenía un código ético familiar muy marcado con la figura del “paterfamilias”.
Por tanto, para tratar de aproximarnos al Sermón del Monte de Jesús, deberíamos
prestar la mitad de nuestra atención al entramado ético – moral de la sociedad
romana, helenística y judía.
No es que busquemos cuál de estos códigos tiene
más razón, o cuál es mejor, o si hay que cumplir uno u otro, todos ellos
expresan la necesidad del hombre de establecer unos mínimos de convivencia, que
cumpliéndolos viviremos bien, que al fin y al cabo es lo que busca la
sabiduría. Incluso entre lo que proclama Cristo y lo que dictan los códigos,
hay todo un abanico de actitudes y maneras de hacer: yo ayudo a los pobres, yo
dedico mi tiempo, yo dono un dinero… que son iniciativas que surgen
naturalmente de cada uno. Y todas ellas son buenas, y no por hacer más o por
hacer menos tendremos mayor o menor recompensa.
Lo que Cristo propone sólo sale del interior del
corazón, porque o lo haces naturalmente o cada bofetada en la mejilla será un
motivo para dejarlo, o para irte. Jesús no impone a ninguna persona que actúe
así, por más que puedan decirnos. Si Dios quiere que seas feliz y para ti es
demasiado correr la segunda milla, sencillamente no la corras, porque Dios no
quiere eso de ti. Entonces, no soy menos persona (o menos cristiano) porque no
sea capaz de perdonar más de tres veces, o de dos, o de una. Sé que Jesús dice
setenta veces siete, pero yo no puedo.
Antaño miré la propuesta de Cristo como una
obligación, y señalé a los que no la cumplían, y hasta podía dudar de su
cristiandad, porque pensaba que Cristo sólo podía pasar por la Ley. Pero hasta
el más codicioso puede sorprenderte con su generosidad, y el más malo con su
bondad, y hasta el más rigorista con su libertad. Y cuántas sorpresas te da la
vida!
El ejercicio ético no nos aproxima a Dios, aunque
permite una buena convivencia. La moral nos ayuda a regular algunos excesos a
los que podría llegar el ser humano, o corrige otros excesos a los que ya ha
llegado, y nos ayuda a comportarnos. El ejercicio de Cristo propone una
transformación del ejercicio ético para superar lo que está bien por lo que
está mejor, no como una exigencia sino como una opción. Los hombres y mujeres
gobiernan el mundo, y Cristo nos invita a traspasarlo: está bien el respeto,
pero está mejor el amor.
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