LUCAS 10, 13 – 16: »¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran
hecho en Tiro y en Sidón los milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya
hace tiempo que se habrían arrepentido con grandes lamentos. Pero en el juicio
será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú,
Capernaúm, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás
hasta el abismo. »El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los
rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me
envió.»
El mensaje y el mensajero son, a las veces, aceptado y rechazado. Aceptado
por aquellos que confían en las palabras, en la noticia, en la predicación;
rechazado por los que guardan recelo o no están conformes. Nosotros mismos, aún
siendo creyentes, en muchas ocasiones se diría que somos como Corazín y
Betsaida, que a pesar de los múltiples milagros que acontecen a nuestro
alrededor no somos capaces de dejarnos cautivar por la esencia de Dios. Sea a
través de un gracias, por medio de una ayuda, en una gentil sonrisa… o
echándonos una mano, soportando nuestras desgracias y acompañándonos en
momentos difíciles, cada día ocurre uno u otro milagro al lado, al ladito
nuestro y los pasamos por alto. ¿Acaso esperamos ver caer fuego del
cielo?¿Acaso asistir a otra pesca milagrosa? Si, fijándonos, hoy en día suceden
muchos más (y tan grandes) milagros entre nosotros.
Corremos el riesgo de convertirnos en aquellas ciudades que no lograron
entender, ver y aceptar el milagro del Reino de Dios, que si bien tiene una
faceta espiritual, también tiene otra física que depende de la vida, de las
personas y de cómo nos comportamos, hacemos, ayudamos, convivimos… Nadie,
absolutamente nadie, puede decir que junto a él no hay milagros, porque sea en
una primavera floreciente, o en un día de lluvia regenerador, o con un sol
vivificante en cada estación, en cada momento, todo lo que está ocurriendo
lleva el sello de Dios. Claro, quizás el problema es que somos muy espirituales
y si no vemos levitar a un místico todo lo otro que ocurre es cotidiano,
mundano. Nuestro peor peligro es la misma costumbre, que nos impide valorar la
grandeza de la vida.
Cada día el espacio se abre, se ilumina, oscurece y en cada tiempo ocurren
cosas maravillosas, inexplicables, que nos abren a lo trascendente, a lo
asombroso, al wow! Entonces podemos decir que cada día es una nueva oportunidad
de saborear todo lo divino que ocurre alrededor nuestro, y si nos sobrecogemos
es que estamos muy cerca del Padre, y el Padre muy cerca de nosotros, aunque Él
siempre lo está. Caray! Date cuenta.
Seamos de la plenitud y ayudamos de la carencia porque pruebas tenemos más
que suficientes como para vivir felices, agradecidos, llenos de amor,
satisfechos, esperanzados, ilusionados… apasionándonos por la vida, por la
existencia, por el otro y por el mundo. Claro, y también por Dios. Que no nos
pase como estas ciudades con tan grande expectativa que se les olvidó lo más
imprescindible, lo que ocurría tan cerquita y que aún tocándolos menospreciaron.
Hoy tenemos todo por vivir, por hacer, por sentir, por conseguir… dejémonos
tocar por la estela de Dios, que todo lo abarca. Abramos el corazón a este
nuevo día, a cada olor, a cada ruido, a cada persona, a cada momento… y que al
final del día ya no seamos Corazín ni Betsaida.
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