LUCAS
11, 1 – 4: Un día estaba Jesús orando en cierto lugar.
Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: —Señor, enséñanos a orar, así
como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: —Cuando oren, digan: »“Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos
ofenden. Y no nos metas en tentación.”
El Padrenuestro es la oración por excelencia de cualquier cristiano. Pero
realmente la dijo Jesús? Bien, podríamos entrar en lo especulativo teniendo en
cuenta todo lo que rodea a la redacción de los evangelios. Quizás esta oración
responde perfectamente a una intencionalidad teológica de aquellos autores… Sea
como fuere y traspasando las dudas, afirmamos que lo esencial del pasaje reside
en la oración en sí, no en la forma sino en el fondo. Jesús se relacionaba de
muchas maneras con el Padre, pero era en oración (podríamos decir), cuando se
nos muestra la habitación íntima, el corazón de la relación entre Padre e Hijo.
Ese es el testigo, y también la herramienta, que nos deja a nosotros el pasaje.
Ustedes diríjanse a Dios como su corazón les diga, olvídense de
formalismos, de gestos, de dramatismos. Hay días que puedo dirigirme a Dios en
acción de gracias, hay otros días en los que a causa de la salud me dirijo en
un tono menos confiado, incluso algunas veces cuando levanto el pensamiento, o
cuando digo algunas palabras estoy enfadado. Pero estoy convencido que todas
ellas son formas de oración, porque son una expresión a Dios de lo que tengo
(más íntimo) en mi corazón. Es como la señal de mi confianza absoluta al Padre,
que puedo explicarle si estoy bien, o estoy mal, o si estoy enfadado porque no
entiendo, o porque no me parece bien. ¿Todas las oraciones son de olor de rosa?
No, desde luego! Podemos acudir a Getsemaní, por ejemplo, o recorrer en algunos
salmos las intenciones del salmista.
A Dios hay que hablarle, si es para bien o es para mal, diría Jesús
(seguramente). La oración nos pone en contacto con ese íntimo más íntimo de
nosotros mismos, con el espacio del alma, con la espiritualidad. Pero nosotros
accedemos a la habitación trascendente como somos, con lo que tenemos, sin
transformarnos en un yo nuestro más místico, hondo o sabio. Somos como aquel
publicano que se golpeaba en el pecho: Señor, mira… si yo soy así. Entonces le
puedo dar gracias, o le puedo pedir perdón, o puedo implorar un favor, o simplemente
estoy para pasar un rato con Él, una intimidad (desde mi intimidad).
La oración es una experiencia de proximidad, pero a veces cuando escucho el
Padrenuestro, en según qué lugares, parece más una expresión ritual, porque
toca. Nuestra vida, en sí, es una gran (o puede ser una gran) oración, porque
nuestra vida es un diálogo ininterrumpido con Dios a través de Cristo, en el
Espíritu. Es una comunicación que jamás se rompe, aunque nosotros (y no Dios) podemos
decidir interrumpirla, o acallarla. La oración es un medio de conocimiento, de
interioridad, de mística, de realidad, de intencionalidad, de contacto, de
diálogo… La oración es un todo que nos conforma.
Puedo pasar la vida reservándome para un padrenuestro, para un momento
especial, para una misa, para una reunión de oración. Pero puedo, por el
contrario, pensar que la oración y mi vida van juntas, como juntamente vivo en
Cristo con Dios, y hacer de mi oración una vida y de mi vida una oración.
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