MARCOS
10, 36 – 41: Se le acercaron Jacobo y
Juan, hijos de Zebedeo. —Maestro —le dijeron—, queremos que nos concedas lo que
te vamos a pedir. —¿Qué quieren que haga por ustedes? —Concédenos que en tu
glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.
—No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Pueden acaso beber el
trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el
que voy a ser probado? —Sí, podemos. —Ustedes beberán de la copa que yo bebo
—les respondió Jesús—y pasarán por la prueba del bautismo con el que voy a ser
probado, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí
concederlo. Eso ya está decidido.
A Jesús, no me cabe la menor duda, tenemos muchas cosas que pedirle. Me
entristece las veces que, como ocurre con los discípulos, esas peticiones
nuestras tienen que ver con el ansia de poder, con la búsqueda de lugares de
honor, con ser visto, aclamado o tenido en cuenta. ¿Acaso no hay en la vida
cosas mucho más importantes?¿Es que quizás no daríamos nuestra vida por un
padre, una madre, un hermano o una hermana? O vayamos al plano social, quién se
atrevería a anteponer su egoísmo ante el azote del hambre, los desahucios, la
inmigración o la pobreza… Si nos paramos a pensar, hace tiempo que se ha tocado
nuestro corazón, que nos hemos dejado alcanzar por el sufrimiento, o por la
enfermedad, o por África, o por República Dominicana o Haití. Cada día veo más
acertado pedirle a Jesús lo siguiente: Que me siga dejando vivir, porque a esta
vida que me interpela quiero dedicarle la vida. Quizás un día lo haga mejor,
quizás otro peor, incluso puede que me levante perezoso o presto para llegar a
los rincones, pero si quiero pedirle algo que sea vivir.
Mi vida, como la tuya, está decidida, es algo que sólo le corresponde a
Dios concederlo y, alégrate, porque has sido agraciada, agraciado. Vivir no es
sólo la experiencia más maravillosa que puede experimentar, gozar, gastar o
explicar un ser humano sino que además, si somos conscientes, es también otro
regalo para el prójimo, para la hermana, o para el hermano que, en su
experiencia, puede abrirnos, descubrirnos, amarnos… como nosotros a él/ella.
¿Qué puedo pedirle a Jesús? Otra vida: que me ayude, me capacite, me inquiete
para descubrir otra vida, tu vida, tu regalo. Y no quiero morir sin
descubrirlo, sin ayudarte, sin amarte, sin comprenderte, sin acompañarte, sin
escucharte.
Cada uno de nosotros estamos ya a la derecha y a la izquierda del otro y
del otro, de nuestra madre y del amigo, de nuestra hermana y el padre… Tenemos
el lugar de privilegio garantizado cuando nos descubrimos, cuando caminamos
juntos, cuando estamos en comunión, cuando nos consolamos, celebramos, reímos o
lloramos. Y cuando eso ocurre, cuando te tengo aquí o allí, es como si
estuviera sentado en un trono y no puedo pedir nada más, salvo que sigas
conmigo.
¿Quién quiere poder si a estas horas aquí atardece cuando allí
amanece?¿Quién quiere ser más que la noche o el día? Quizás no deba pedir, sólo
dar gracias.
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