Juan 8, 21 - 30: En aquel tiempo,
dijo Jesús a los fariseos: - «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por
vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos
comentaban: - «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo
voy no podéis venir vosotros"?». Y él les dijo: - «Vosotros
sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no
soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados:
pues, si no creéis que "Yo soy", moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: -
«Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas
cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo
lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del
Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo
del hombre, sabréis que "Yo soy", y que no hago nada por mi cuenta,
sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no
me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les
exponía esto, muchos creyeron en él.
El evangelio de Juan nos sitúa, muchas veces, ante un
clima de controversia en el que vemos a Jesús en discusión o con sus
adversarios, o incluso con sus discípulos. Los primeros no aceptan a Jesús como
Hijo de Dios, los segundos no lo comprenden. En este caso estamos en la ante
sala del pasaje del ciego de nacimiento y, por tanto, el autor empieza a
introducirnos el tema del pecado. Pecado que por aquel entonces no tenía la
carga moral que hoy podemos darle al término sino que, más bien, se refería al
incumplimiento de la Torah. No obstante, y dando otro giro inesperado, para el
evangelista el término pecado va a ir asociado a la no creencia. Así, el
verdadero pecado será no creer que Jesús es el Hijo de Dios.
Está claro que nuestra concepción occidental de las
cosas nos lleva a interpretar, o a comprender, el término pecado bajo el
espectro de lo moral, y de una moralidad que puede atentar, o no, contra Dios.
Pero la intención del evangelista es absolutamente diferente y, como
cristianos, como seres humanos, debemos comprender aquello que verdaderamente
comprende a Dios y aquello, por el contrario, que se nutre de concepciones
humanas, de leyes que surgen de la experiencia, de la tradición y de la eterna
persecución del bien sobre el mal. A este respecto, ¿podemos todavía mantener
el concepto de pecado tal y como sigue entendiéndose en nuestra cultura?
Absolutamente no.
Vivir anclados en el fundamentalismo del primado del
pecado sobre nuestras vidas es vivir subyugados a una religión esclava, que
penaliza, que juzga, que tiene capacidad para apartar a las personas según su
moral. Pero la historia y la educación nos demuestan que lo que podemos
entender en cuestiones éticas o morales depende de cada lugar en concreto. No
hay la misma carga moral en Dominicana que en España, ni en Alemania o en Costa
de Marfil, por no decir en Tejas o en Nueva York. Entre los países del Norte
hay líneas de igualdad, declaraciones que aunan esos esfuerzos por construir
una determinada separación entre lo bueno y lo malo. Entre los países del Sud
hay otra, condicionada `por las situaciones de desigualdad, por la falta de
educación, por los episodios de guerras y terrorismo... Por tanto, tratar de
extrapolar nuestra idea de pecado hacia una zona u otra es tan peligrosa, tan
dañina, tan irreal que debería llevarnos a repensar que muchas formas de pecado
son insostenibles en el mundo.
¿Qué le toca a la comunidad cristiana? Eminentemente
dedicarse a desmitificar la moral y centrarse en el primado del Amor, en la
fraternidad con las culturas, con las situaciones... abandonando toda
juridicidad en beneficio de la educación, dejando de banda nuestras
convicciones morales, atendiendo al caso concreto y procurando que no pase otra
generación entre la sombra de la superstición, la duda y confusión que provoca
este término pecado.
Si ayer hablamos de no tirar piedras, hoy podemos
hablar de no condicionar al ser humano, de educarlo, de dejar permitirles su
creatividad, su iniciativa, un desarrollo según sus posibilidades sin el
estigma del pecado.
Hay que cambiar, seguro, porque no podemos hacer
nuestra propia moral de la fe universal en Cristo, que es amor.
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