Marcos 12, 28b - 34: En aquel tiempo,
un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de
todos?» Respondió Jesús:
«El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único
Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu
prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien,
Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera
de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo
el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios.» Y
nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Cuando hablamos del primado del amor quizás deberíamos
también hablar primero de que para nada podemos tomarlo como un mandamiento.
Sería lo más inefectivo, incluso frívolo, que nos mandaran amar porque...
¿acaso funciona un amor forzado, interesado, dirigido? Bueno, quizás hay veces
en las que sí, pero ya sabemos lo que ocurre en los contextos donde amar se ha
convertido en eso, en un mandamiento.
Amar es algo que a todos nos nace, que es inherente a
los seres humanos, que nos define por encima de muchas otras cualidades y que
permite, llegado el momento, anteponerlo a los intereses particulares, los egoísmos
de cada cual o a nuestro propio bien. Amar nos lanza a la solidaridad, a la
preocupación por el otro, a buscar su bienestar, a procurar medios a la
hostpitalidad, al voluntariado, a la creación de espacios de encuentro entre
culturas, civilizaciones, religiones. Amar, también, nos conduce a la victoria
cuando atravesamos por momentos de guerra.
Amar nos hace mejores, nos quita tristezas, nos permite
llegar a metas que creíamos inalcanzables. Para amar hay que apostar por el
corazón, por la sinceridad, por la verdad, por la gratuidad y por el don. Amar
es hacer Reino, construir una vida conforme a la voluntad de Dios. Amar es
proseguir la obra de Cristo, vivificar el Espíritu, cuidar el alma. Bueno,
vamos a decirlo, amar no es ninguna fórmula màgica que nos evite problemas,
malestares, situaciones, caídas o llanto, amar es el instrumento del que
disponemos para poder salir de estas etapas y reconvertir cada lágrima en una
sonrisa.
Amar nos une, es un estado especial que nos viene
incorporado por el hecho de ser personas, de ser humanos. Amar es un derecho y
un deber. Amar nos protege, nos educa, nos desarrolla, nos nutre. Nunca, nunca,
nunca hay que dejar de amar porque en nuestro caminar debe estar el deseo de
prolongarlo, de transmitirlo, de enseñarlo y de practicarlo para que perdure,
para que nadie olvide que no es un primer mandamiento sino que es el primer
impulso del corazón... porque todos merecemos ser amados.
Dios es amor, un amor entregado en Cristo y un amor
extendido en cada uno de ustedes. Somos fruto de la herencia, de la genética,
de la historia, de una relación sexual... pero por encima de todo somos fruto
del amor, hijos e hijas de ese mismo amor con lo que todo empieza y que separa
la luz de las tinieblas.
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