Yo que vengo de la tradición evangélica tengo, muchas veces, todavía como
referente la cruz de Cristo. Claro, la cruz siempre va a estar ahí, pero
entiendo que un cristiano no puede detenerse sólo en el madero, mirando al
hombre clavado, conociendo lo que es (en parte) la salvación de Dios para el
ser humano. Es necesario ir más allá, y si acudimos a la cruz que sea para
traspasarla. ¿Es que acaso deseamos quedarnos allí clavados, soportando todo
tipo de mal? De ninguna manera, porque si alguien se detiene para soportar mal
deja de hacer un bien necesario, una acción, una actividad, un voluntariado,
una misión… Por tanto, claro que debemos soportar el mal, pero debemos hacerlo
venciéndolo con el bien, no permaneciendo dolidos en el madero sino con el
espíritu pronto para que, de un sacrificio, surja la vida.
La cruz esconde, detrás de todo su dolor, algo que nos interconecta con la
vida. Con la vida de Dios y con la vida de las mujeres y los hombres. Quizás
nadie se fijó que, con el tiempo, de aquella cruz nacieron rosas, surgieron
olores, fragancias, resurgió la fe y todo comenzó a hacerse comprensible. Sin
lugar a dudas aquellos primeros discípulos (hombres y mujeres) traspasaron la
cruz.
En nosotros debe estar, pues, este sentido de vislumbrar la esperanza, el
color, la fragancia y la vida del hecho de la crucifixión. En nosotros también
debe nacer esta voluntad de no desear ser una cruz para nadie y de no querer
imponerla. Podríamos clamar a gritos hoy, que nadie ponga a otra persona una
cruz. A otra persona, a otros pueblo, a otra opción sexual, a otra manera de
pensar, de vivir una religión, de llevar adelante una relación… Detrás de la
corona de espinas, un cristiano debe ver libertad. Detrás del doloroso madero se
debe suscitar cariño, amor, solidaridad, compasión.
Vida, reclamo vida! Que nadie quiera acercarse a la cruz si no es para
traspasarla. Y si alguno, si alguna yace clavada no piensen en quebrarles las
piernas, ni en una lanzada… antes con absoluta delicadeza suban, tumben esas
cruces y ayúdenles a salir del llanto, de la separación, abrácenlos,
acérquenlos, ámenlos. Ayuden a este mundo a resucitar.
La creu també recorda les ales de l'avió. Les ales el permeten volar, enlairar-se. La creu és un vehicle. No és l'objectiu, ni el final. Les petites creus de cada dia, les creus del camí, la nostra pròpia creu ens ha de servir per volar més lluny i més amunt. Alguns cristians es queden en la terra, sense saber que fer de la creu. No veuen més enllà del petit Món on són.
ResponderEliminar