Lucas 22, 14– 23,56: En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los
sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato. No
encuentro ninguna culpa en este hombre C. Y se
pusieron a acusarlo diciendo S. «Hemos encontrado que este anda
amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al
César, y diciendo que él es el Mesías rey». C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. El le responde: + «Tú lo
dices». C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: S.
«No encuentro ninguna culpa en este hombre»
Curiosamente ocurre en la vida que los que hoy son aclamados, admirados,
incluso reverenciados… mañana, o luego a no más tardar, se convierten en
enemigos, en objeto de crítica, en despreciados, insultados, abofeteados,
ninguneados… Así vivimos en nuestra sociedad, que alimenta además este ir y
venir de opiniones con el amarillismo que vierte en la política o en la vida
social. Por tanto un poco también somos como estos que hoy aclamaban a Jesús en
la entrada triunfal a Jerusalén, que esperaban a un rey, a un Mesías, y para el
que salieron a recibirlo con las mejores galas, con todo aquello que tenían
incluso para hacerle una alfombra mientras Jesús pasaba entre ellos.
Hay un toque muy importante en el evangelio contra la adulación, contra la
admiración hacia la persona. Lo vemos tanto en los oponentes, como en el
pueblo, como en los discípulos que jamás entendieron (en vida) quién era Jesús.
Algunos seguían a un sabio, otros seguían a un supuesto revolucionario, otros
seguían al Mesías y ahora estos otros aclamaban a un rey. ¿No han pensado, por
lo menos alguna vez, el mal que podemos hacerle a alguien cuando pretendemos
que sea quien no es?¿cuándo generamos una expectativa falsa?¿cuándo queremos
que cubra nuestras pretensiones? Por supuesto, nos olvidamos de la persona y
pasamos a ver un producto, una herramienta, un instrumento que como tal,
además, podemos usar y tirar.
A lo largo de esta semana, hasta el domingo, tenemos ocasión de profundizar
en la identidad de Jesús y en la nuestra misma. Reflexionar sobre qué ocurre
cuando yo vierto sobre el otro una expectativa, cuando lo idolatro, cuando lo
adulo… y en qué fácil es, después, criticarlo y bajarlo del pedestal en que lo
encumbramos.
El modelo que nos deja esta Pasión de Jesús es para que nosotros no
volvamos a repetirla sobre nadie, sobre ninguna persona, porque no es la voluntad
de Dios y porque es absolutamente deshumanizador. La Pasión de Cristo no sólo
quiere acercarnos al Misterio de la Cruz sino que además pretende una
humanización de los seres humanos que se pierden en el otro misterio de la imagen,
de la opinión, del escaparate, o del servilismo. Hay que dejar de imaginar al
ser humano, de hacerlo objeto de nuestros deseos, y permitir que cada cual más
que admirado, sea amado, más que servido, sea convivido.
El hecho que se aproxima trae consigo un profundo Misterio sobre el que
cada año damos vuelta sobre vuelta. Este año me viene en clave humana, que no
demos lugar a la Pasión, que hagamos que nadie vuelva a pasar por una
experiencia como aquella. Que aprendamos a amar a las personas por lo que son y
por quienes son, dejándolas libertad para que lleguen a ser lo que tengan que
ser. Este año la entrada triunfal no se hace ya con una alfombra de ramas de
olivo sino que se hace mirando a los ojos, descubriendo a quién tengo al lado,
bajándome del pollino y caminando el suelo que pisa, consolando y no
dirigiéndolo a la Pasión.
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