Mateo 18, 21 - 35: Por esto, se
parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus
criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con
su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El
criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: -"Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." Se compadeció el señor de
aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el
criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y,
agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: - "Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: -"Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo
metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver
lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado!
Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también
tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y
el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de
corazón a su hermano.»
El evangelista nos alienta a llevar una vida cuya
bandera sea el perdón a los demás. La clave, dice, para ser perdonados pasa por
ser capaces, también, de perdonar, como una simbiosis perfecta, una relación de
perdones que se van encadenando progresivamente en una espiral que, finalmente,
se haga parte natural de nuestra forma de comportarnos. Es posible, sí! Sin duda,
creo firmemente en esta posibilidad que se nos ofrece para arreglar las cosas,
las situaciones, para devolverle a la vida su armonía, su sentido más pacífico.
Y tenemos la certeza de que el perdón debe empezar por nosotros mismos si es
que queremos favorecer, de algún modo, que también pueda, ese perdón, llegar a
nuestras vidas.
Hay quien ve las situaciones de desigualdad que vivimos
en el mundo vienen fundamentadas en la falta de fraternidad entre seres
humanos, entre los pueblos que formamos la Tierra, entre los estados que pelean
por los recursos, o entre organizaciones, como el FMI, que viven de ahogar al
mundo con sus préstamos y sus cobros. Seguramente si empezáramos a hacer una
escalada veríamos que es más sencillo llevar el perdón a nuestra vida que,
contrariamente, hacerlo en esas estructuras que parecen ajenas a toda ética o a
toda moral y que están absolutamente deshumanizadas.
¿Ustedes ven perdón en el confinamiento de los sirianos
que están entre las fronteras?¿Acaso ven una disponibilidad a la caridad entre
Israel y Palestina?¿Ven el rostro del arrepentimiento en Rodrigo Rato, en Miguel
Blesa o en Iñaki Urdangarín?
Bien, todos se merecen el perdón, por lo menos nuestro
perdón. Pero más allá de lo que nos compete como cristianos, es innegable que
el mundo necesita de una nueva sensibilización para poder hacer frente a todas
estas estructuras – personas que promueven una vida sin miramientos, sin ética,
deshumanizada. Vivimos a caballo entre muchos dioses que nos alejan de la
necesidad del perdón y de ser perdonados. Y vivimos, paradójicamente, en un
mundo donde es necesaria la práctica de la misericordia no sólo entre los
necesitados sino también entre los ricos y poderosos.
En el año de a misericordia, en una vida de
misericordia, no puede faltar el perdón, pero que ese perdón no se convierta en
un sentimentalismo sino en una baza para poder trabajar en pro de una sociedad
más humanizadora, más sensibilizada, más comprometida, más cooperadora con las
personas, con la naturaleza y con la vida que, en definitiva, constituye
nuestro auténtico tesoro.
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