Lucas 9, 18 - 24: Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice
la gente que soy yo?» Ellos
contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha
vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?» Pedro
tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser
desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y
resucitar al tercer día.» Y,
dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
La pregunta de Jesús podría venir dada a causa del desconocimiento de las
gentes que acudían y caminaban con Él. ¿Sería un profeta, un taumaturgo, un
sabio, una gran persona? La especulación acerca de la identidad de Jesús es
algo que nos acompaña a lo largo de los evangelios, tratando de llegar a
demostrar, a la conclusión, de que verdaderamente Cristo es el Hijo de Dios. Para
ello se ayudarán de genealogías, de señales y de signos, de seres
trascendentes, de teofanías y de conversas intencionales como esta que también
quieren servir para esclarecer el misterio de la identidad de Jesús.
Esta situación, también, debió vivirse entre la comunidad lucana, que
tiempo después, en la redacción del evangelio, tenía alguna problemática “ad
intra” para resolver la cuestión de Jesús. ¿Quién fue?¿Quién es para el
creyente?¿Qué percepción dejó entre sus contemporáneos, amigos y enemigos? El
Mesías de Dios, el Hijo, el ungido, el unigénito, el Salvador… ya sea para
griegos o para judíos los sinópticos pueblan de títulos a Jesús de quien
quieren decirnos que es de Dios, que es Dios.
Esta problemática de principios de nuestra era aunque prosigue en la actualidad,
no lo hace con la misma fuerza. La historia, la educación y la fe han crecido,
se han desarrollado, se han impuesto, han conquistado y hoy no nos es tan
difícil hacer un ejercicio de comprensión del Hijo de Dios, como tampoco la hay
de regresar a los problemas cristológicos de los primeros siglos para
determinar su naturaleza…
Pero, sigue siendo necesario acudir a la segunda parte del texto para
encontrar la misma controversia en las gentes de un espacio u otro. Lo
verdaderamente difícil ya no es determinar a Jesús sino que lo complicado
estriba en perder la vida, en solidarizarnos con el destino de muerte de Jesús,
con su sacrificio, con la cruz… esto es lo que verdaderamente nos lleva locos
porque de ahí sale nuestro firme compromiso, o no, con el Reino y con la
humanidad, la naturaleza, las necesidades…
Hoy perder la vida supone un contexto paradójico respecto de la voluntad de
Dios. Por un lado estoy convencido que quienes la pierden, por hambre, por
pobreza, por enfermedad, por persecución, por atentado…, la salvan (aunque ya
en otra esfera). Por otro estoy seguro que, al final, esa misma situación de
muerte que el mismo mundo provoca llamará a la humanidad a la muerte que
solicita Cristo, al amor, al compromiso… Quizás lleve tiempo, quizás mucho
sudor, lamentablemente también mucha desigualdad, opresión, corrupción, poder…
todavía, pero no perdamos de vista que la muerte del mundo está llamada a
acabar y la que nos ofrece Jesús lo está a la vida.
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