Mateo 6, 7 - 15: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los
gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como
ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis.
Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el
pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos
perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino
líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también
vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los
demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»
La oración del Padre Nuestro se ha convertido en un símbolo inequívoco de
la confesión cristiana, de cualquiera de las muchas confesiones que se
denominan cristianas. Es una oración universal, genuina y que sirve para tender
un lazo a favor de la comunión, el diálogo y la práctica de la oración. Y aún
cuando no en todas las iglesias cristianas forme parte del culto, sí guarda un
lugar de especial relación en el corazón de los creyentes que, en algún
momento, elevamos esta plegaria al Padre de Cristo, quizás como el mismo Jesús
lo hiciera en su tiempo.
El tema de la oración guarda en mi vida un especial significado desde el
momento en que escuché a un “padre espiritual” y hermano mío, predicar sobre el
sentido, significado, motivo y capacidad de esta práctica como fuente de vida,
como motor de acción y como solicitud de nuestra relación con Dios. Ese fue el
momento en que tomé conciencia de la necesidad de oración en mi vida, porque a
pesar de la frecuencia, de las formas, del modo… la oración sigue siendo, como
pocas, un camino seguro de encuentro con la trascendencia.
Así, sea que oremos más o que oremos menos, no descuidemos nunca el
objetivo de este diálogo espiritual que tiene la capacidad de acercarnos a
Dios, a Cristo. No dejemos nunca de buscar un momento, o varios, al día para
agradecer, para suplicar, para pedir ayuda o perdón, para encomendar nuestra
vida al Padre, para motivar nuestra mutua relación y para acercarnos también al
resto de cristianos con quienes compartimos esta praxis.
Hoy seré breve, más que nunca, porque en lugar de palabras, de reflexiones,
de paradojas o de críticas, hoy es tiempo de oración, es momento de detenerse y
unirnos a esta plegaria de Jesús, tal y como nos enseñó.
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