Mateo 5, 17 - 19: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los
profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes
pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o
tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y
se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los
cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
El cielo y la tierra tienden no sólo a pasar, sino a repetir
acontecimientos, como si los ciclos de la vida, aunque en diferentes
circunstancias, vinieran y marcharan y volvieran a venir. Son realidades que no
permanecen inmóviles, que se transforman, que hoy surgen de un modo y mañana, o
al paso de los siglos, de otro. Por tanto, la Ley, como la naturaleza, también
estaba llamada a la metamorfosis, o como dirá el propio Jesús a establecerse
con un nuevo significado, en plenitud.
Y es que cuando la Ley converge en la vida de las personas, cuando el
precepto choca con la vida humana, necesariamente tiene que transformarse. Si
no cambia estamos ante un obstáculo. Por ello, de los primeros mandamientos del
Sinaí la tradición estableció más de 600 preceptos que, como amontonándose,
dificultaban no sólo la vida religiosa de las personas sino también su relación
con Dios.
Para nosotros Cristo viene como el garante de la nueva Ley y el Espíritu es
el que facilita su colisión con la vida del ser humano. Junto con Dios, ambos
forman un nuevo engranaje que ya existía desde el principio pero que en Cristo
cobra una dimensión absolutamente colosal. La ley se transforma en un principio
mayor, el amor. Y desde el amor a una nueva realidad, que entre los hombres y
las mujeres ya no debe haber espacio para el enfrentamiento sino para la unión,
la solidaridad, la paciencia, el perdón… para que entre ellos viva el Reino.
No obstante, como he dicho antes, parece que la historia sea cíclica, tanto
en lo bueno como en lo malo. Vivimos, quizás, un período bajo el imperio de la
tiranía de la Ley (de la política, de las energéticas, de los bancos, de los
lobbys…). El amor es algo que no se vive en la cúpula, aunque sí se vive en las
bases, a pie de calle, en las casas. Parece que el amor ha vuelto a la
clandestinidad, pero sabemos que desde lo más pequeño Dios ha actuado y
actuará, como si tuviéramos que asistir a otro Pentecostés.
El amor es hoy nuestro remanente del Reino, pero no debe quedarse en la
retaguardia sino que debemos empujarlo hacia adelante, hacia las cotas más
altas en las que el poder se cree un dios. Por tanto, como revestidos de Cristo
volvamos a subirnos en la barca, atravesemos la tempestad, echemos la red a la
derecha… sintámonos llamados a descubrir el amor al mundo, apóstoles de
fraternidad, porque el cielo y la tierra ya han cambiado, y la tilde ya no la
pone el poder sino el corazón.
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