MATEO
7, 21 – 29: Por tanto, todo el que me oye estas palabras y
las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la
roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y
azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada
sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica
es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las
lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y
ésta se derrumbó, y grande fue su ruina. Cuando Jesús terminó de decir estas
cosas, las multitudes se asombraron de su enseñanza, porque les enseñaba como
quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley.
Sabiduría y prudencia han ido acompañadas de la mano a lo largo de la
Biblia, lo leemos en proverbios, en los libros sapienciales, el algún salmo…
cuando el evangelista termina ya el Sermón de la Montaña con las dos bases,
vuelve a haber una especie de asimilación entre Jesús, la sabiduría y el éxito.
Se trata de cumplir con lo que se ha ido diciendo a lo largo de todo el Sermón
para vivir bien, que es el fin de la búsqueda de los sabios, porque sabiduría
era el arte del buen vivir, del vivir rectamente.
Construir en la arena tiene algo que ver como soñar con las musarañas,
vamos a hacer esto, vamos a hacer aquello, pero está claro que no puedes
arreglar la vida desde el sofá comiendo patatas, o cubata va, cubata viene.
Soñadores, que viven más en aquello que pueden imaginar que en su propio mundo,
sin atender, ausentes de su entorno, de su trabajo, incluso de su potencial
como ser humano, de aquello que verdaderamente podrían ser.
Hay otro caso de personas que construyen en la arena, que son aquellas que
viven en países del tercer mundo, en regiones pobres, en lugares en los que
falta educación, oportunidades, en las que hay abusos sexuales, y a los que no
llega la sanidad. Vidas que no pueden acceder a la roca porque está reservada
al mundo del Norte, al mundo económico, al mundo viable. Así ocurre en los
huracanes, en las grandes riadas, en las devastaciones de la naturaleza,
volcanes, inundaciones, tsunamis… cada vez que vemos en las noticias como un
conjunto de casas se desploman por la montaña, o a personas subidas al tejado
de sus casas para no ser llevadas por las aguas, porque cayeron las lluvias,
crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se
derrumbó, y grande fue su ruina. Pero estos no son insensatos, aunque tampoco
nosotros, los que vivimos en la roca azotados por la crisis y buscando cómo
adaptarnos en casa de los abuelos, o con 400 € al mes, o salvando los recibos…
Pero hay insensatos en la roca, los que viven
resguardados de cualquier fenómeno de la naturaleza, los poderosos, los
insensibles, que discuten y discuten y discuten, que se reúnen, que toman el
café sistemáticamente y que tienen las llaves del gobierno y que renegocian
deudas. Hoy la roca ya no es sólo para aquel que edifica en Cristo, que casi es
desplazado a la arena, la roca ya no es para sabios porque ahora se la reparten
los insensibles, capaces de llevar el lujo al desierto.
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