Mateo 7, 6.12 - 14: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis
vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para
destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto
consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la
puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por
ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!
Y pocos dan con ellos.»
Siempre me ha picado la curiosidad, ¿quiénes son los cerdos y los perros?
Bien, aunque podemos darle muchas vueltas, a pesar de que podríamos decir que
son unos u otros, señalarlos, sabiendo que es muy fácil encontrar ejemplos para
referirnos de un modo tan despectivo a algunos, el sentido de las palabras del
evangelista hay que enclavarlas, necesariamente, en su lugar y época. Es decir,
además, que aquel sentido que podía tener esta afirmación ha quedado
absolutamente derribado por causa de la Cruz y la Resurrección de Cristo, pues
por su obra son quitadas las barreras de la raza, el lugar…
En su lugar la paz, que es la bandera que proclama la victoria de Jesús. La
paz tanto en las cosas terrestres como en las celestes, incluso entre unas y
otras. Por ello, aquí ya no viven aquellos perros ni aquellos cerdos, sino otro
tipo de realidades que, repito, nos deben hacer cambiar nuestro lenguaje. Es
inadmisible tratar de explicar hoy este pasaje según el tiempo del evangelista.
Es más! Si hoy hay que repartir perlas, ilusión, educación, tesoros, o
santidad, que sea entre aquellos que corren riesgo de exclusión, o que viven
alejados del Cristo, o que abandonados a sus situaciones (pobreza, guerra,
violencia…) mascan la cultura del odio. Pero ni los más malos son perros o
cerdos.
Si tienen que pisotearme, pues que lo hagan, pero no por ello voy a dejar
de acudir allí donde creo que se necesita ayuda, que hay trabajo por hacer.
Aunque quizás deba decirme yo mismo perro, o cerdo, si creo que por mi trabajo
ha de venir una remuneración, una recompensa, quizás me vea a mi mismo
pisoteando las perlas y lo santo, viéndome decepcionado por mi propio ego, por
mis intenciones. ¿Empezaré a ladrar?
Que nadie merezca una reprobación como esta, que nadie reciba tal
menosprecio. Hoy ya no hay perros ni cerdos sino personas humanas, hermanos y
hermanas, gente con aspiraciones, con corazón, con ilusiones… que no me atreva
yo a cortarlas.
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