Juan 1 Nueva
Versión Internacional (NVI) – El verbo de vida
1 En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.2 Él estaba con Dios en el
principio.3 Por medio de él todas las cosas
fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a
existir.4 En él estaba la vida, y la vida
era la luz de la *humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no han podido extinguirla.
El prólogo es, en
el evangelio de Juan, una verdadera declaración de intenciones sobre quién era
Jesús, y de dónde procedía. Así, mientras los demás evangelistas citan la
geneología de Jesús, desde los patriarcas hasta hacerlo descendencia de David,
Juan enmarca lo verdaderamente importante dentro del ámbito de la carne y de la
vida. Jesús es el Hijo del Dios vivo que se ha encarnado. Y este Jesús
encarnado también es Dios.
Aquí ya no importa
tanto la relación de este Jesús y de Dios con el Antiguo Testamento, sino que
va a cobrar importancia el hecho de que el Hijo de Dios vive entre los hombres.
El evangelista
podría retratarnos con estas imágenes que, a todos los efectos, el Dios
creador, el Dios de la gratuidad, es anterior (o primero) al Dios de la Ley que
después fue forjando la historia del pueblo judío. Y que este Dios de los
principios, es un Dios de vida. Por lo tanto, nos invitaría a sustentarnos en
un criterio por el que debemos distinguir lo bueno de lo malo no por el hecho
de estar conforme a la Ley, o en contra de ella, sino por el hecho de estar, o
no, en favor de la vida.
El Dios del evangelio de Juan es creador y, en consecuencia,
se nos revela como dador y mantenedor de la vida. Y la vida no es cualquier
cosa. La vida, estar vivo, ser un "ser vivo" es la mayor grandeza del
ser humano; más aún, la vida es la verdad más auténtica y profunda del hombre. Y
además es don de Dios, un regalo del que se beneficia todo hombre y mujer de
cualquier condición y de cualquier procedencia. La vida, pues, se nos presenta
ahora como un bien que nadie escogió. Que fue por la pura bondad de Dios.
Esa vida que empieza también está formada por una ilusión que
alienta, por un amor que se comparte, por una esperanza que no cesa; vida humana, vida en plenitud que viene a
traernos la Palabra que se hace carne. Ha desaparecido la distancia entre Dios
y el hombre. La plenitud personal de Dios es Jesús, una plenitud de amor
incondicional y consistente.
Aparece un nuevo simbolismo respecto al Antiguo pacto: la tienda del encuentro, morada de Dios entre
los israelitas en el desierto, queda, en esta nueva realidad, sustituida por
Jesús. El lugar donde Dios habita en medio de los hombres es, pues, un hombre
de carne y hueso.
Este nuevo misterio que nace de la pluma del evangelista y
que quedará finalmente retratado en el momento culmen de la transfiguración en
el monte Tabor. Momento en el que Jesús, junto a los dos profetas más
relevantes del Antiguo Testamento (Moisés y Elías), nos vuelve a mostrar que la
esencia de lo más maravilloso se halla en el mismo ser humano.
Por tanto, nos hallamos ante el recorrido jamás visto hacia
la humanidad de Dios, Jesús. Y a través de Jesús, la humanidad de Dios en
cualquiera de nosotros. Como dice el mismo evangelio: “a los que creyeron, les dio la potestad de ser llamados hijos de Dios”.
La existencia humana es, ahora en Juan, el resplandor de Dios
y su gloria. El Verbo de vida, ha salido del Padre y se ha hecho hombre. Y esa
es la plenitud de la revelación.
En el prólogo de su evangelio, Juan nos presenta tanto
conceptos como realidades elementales: PALABRA, VIDA Y LUZ.
Tres experiencias que hacen al hombre y sin las que el hombre
es impensable. Dios se expresa en una Palabra Viva, que crea un interlocutor
(el hombre concreto, tú y yo), con quien entabla un diálogo, una conversa, una
intimidad.
Pero desgraciadamente el mundo (que representa la maldad que
existe) rechaza la Palabra y se hace tiniebla, angustia, ser para la muerte, lo
absurdo, y lo radical. Y decide no entregarse a esta intimidad con Él.
La llegada de Jesús divide la historia en dos partes.
Tinieblas antes de Jesús, Luz después de él, y nos coloca en una alternativa:
ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas. De hecho, todo este evangelio va
a ser un conflicto continuado entre
Jesús y un mundo incrédulo, que terminará por condenarlo a muerte en el proceso
del Calvario.
Es importante destacar como se remarca que los hombres
caminan en las tinieblas, o que permanecen en las tinieblas. En ningún caso se
dirá que los hombres sean las tinieblas.
El prólogo nos sitúa en el principio de lo que va a ser un
pliego de signos para demostrar que Jesús es el Hijo de Dios encarnado, y que
nosotros, por medio de Él, somos hijos amados de Dios. La luz, en
contraposición a las tinieblas, conduce a la Vida, y vivir, entonces, va a ser
la demanda de Dios para la humanidad. Dios mismo se encarna en un hombre para
liberarnos del mal que existe y hacernos libres, y en libertad poder vivir.
Esta luz que rompe cadenas es Jesucristo.
El evangelista nos traslada en este prólogo desde la
eternidad de Dios a la proximidad de Jesús. Y nos ofrece un largo itinerario de
libertad para el ser humano, que lleva de muerte a vida, de la oscuridad a la
luz.
Nos hallamos, aquí, delante de la teología más fundamental
del relato de Juan, y la base por la que esta comunidad fue exulsada de las
sinagogas judías.
Es, pues, este poema de la encarnación una reivindicación
ante la realidad judaica. Ante la esclavitud de la Ley, la liberad en Cristo.
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