Lucas 15, 25-32 (RVR1960)
25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la
casa, oyó la música y las danzas;26 y llamando a uno de los
criados, le preguntó qué era aquello.27 Él le dijo: Tu hermano ha
venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno
y sano. 28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por
tanto su padre, y le rogaba que entrase. 29 Mas él, respondiendo, dijo
al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y
nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has
hecho matar para él el becerro gordo. 31 Él entonces le dijo: Hijo,
tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano
era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Tengo un propósito
cuando escribo estas palabras a la luz de la última parte del pasaje del hijo
pródigo. Quiero situarme dentro de este hermano mayor, que para muchos ha sido
símbolo del judaísmo farisaico de la época de Jesús, tan celoso de la ley, tan
cuidador de ella, pero tan poco amables, o amorosos con quienes se equivocan, o
se han equivocado.
Viendo las
diferentes interpretaciones, este muchacho tiene muy mala pinta, y se resitúa
en un contexto hostil para el lector, que tiende a dibujarlo con actitud
altiva, distante, iracunda, y/o decepcionada. Os aconsejo un libro precioso que
trata de la paràbola del hijo pródigo de Henri
Noumen, El regreso del hijo pródigo,
que acomoda la paràbola a Rembrandt, y que no os costará mucho leer, y de
verdad que merece la pena.
Yo creo en este
hijo. Y creo en él porque esta situación no nos es extraña a ninguno. Y símplemente
muestra una actitud de incomprensión hacia las cosas que ha hecho su hermano.
Se enfada, si. Pero en ningún momento se dice que este hermano hay dejado de
amar al padre, o al hijo pródigo. En ninguno! Es más, de sus actitudes se
describe a un muchacho trabajador , obediente y fiel que ha cuidado de la
hacienda bajo la sonrisa del padre. Además, siendo éste “hijo”, sigue teniendo la
misma condición de filiación divina que el otro, a pesar de que se enfade, ¿o
es que acaso alguien (humano) esta libre de enojarse?
Yo creo que no, y
pienso que quienes interpretan este pasaje moviendo el texto hacia los escribas
y fariseos se equivocan por completo. Porque en toda esta escena del
reencuentro del padre amoroso y compasivo, reflejo de Dios, el que pone la nota
de humanidad es éste hijo mayor, que si refleja alguna cosa, lo hace en tanto
la condición humana, señal de libertad. Porque en su libertad, en su autonomía
como hijo, ¿acaso no se puede enfadar? Si el Padre amoroso tiene esa capacidad
del abrazo incondicional, al ser humano le cuesta mucho mostrar esa gratuidad.
Claro... nos cuesta menos con algunos que con otros. Pero muchas veces ocurre
lo de esta paràbola con los que son de la familia, o con los más cercanos
cuando nos dañan.
Puedo imaginar el
corazón de este hijo roto cuando su hermano quiso partir la herencia. Las
charlas entre los dos para que desistiera, y finalmente cómo tuvo que apoyar al
Padre mientras el otro no estaba, cuidándolo, tirando adelante la casa, viendo
llorar, triste, a su Padre. Y puedo comprender su respuesta, porque a mi me ha
pasado exáctamente igual, y no por ello me tengo que convertir en un fariseo,
si es una actitud plenamente humana.
No me gusta lo que
has hecho,diría. Pero, ¿quién puede certificar que después no se dieran un
abrazo? Que recapacitaría ante las palabras de consuelo del Padre: Hijo, te
comprendo, se todo lo que has hecho por mi este tiempo, pero ahora perdona a tu
hermano.
Los hijos de Dios
se equivocan, hacen llorar, hacen daño, la cagan de una manera increïble, y lo
hacen constantemente, de forma voluntaria, de forma involuntaria... pero no
dejan de ser hijos, o yo por lo menos no soy quien para juzgarlo y meterles de
lleno la etiqueta de fariseos.
Jesús nos muestra
que Dios, padre amoroso siempre perdona. Pero también nos muestra que el hombre
no lo hace siempre, pero lo haga o no lo haga, sigue siendo hijo.
Aprendamos, pues,
ante aquellos que nos hacendaño, o aquellos que no nos quieren perdonar,
debemos comportarnos como hermanos, o como hermanas. Si tiene que ser, ya habrá
reconciliación, y si no tiene que ser, que podamos vivir en paz, respetándonos,
pero sin menospreciar a nadie, porque unos y otros, somos hijos de Dios.
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