Lucas 10:38-42Nueva Versión Internacional (NVI)
En
casa de Marta y María
38 Mientras iba de camino con sus
discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en
su casa. 39 Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a
los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. 40 Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía
mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo
sola? ¡Dile que me ayude!
41 —Marta, Marta —le contestó
Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, 42 pero sólo una es necesaria.[a] María ha escogido la mejor,
y nadie se la quitará.
Footnotes: Lucas 10:42 sólo una es necesaria. Var. se necesitan pocas cosas, o una sola.
Partí de las notas de un sacerdote diocesano, Alfredo Rubio, para
preguntarme un poco más acerca del pasaje de las dos hermanas, Marta y María
con Jesús en la casa de Bertania, aquel lugar en el que Cristo encontró siempre
el socorro, la intimidad y el amor en los días en que el ministerio se
complicaba, o cuando más próximo estaba a Jerusalén. Desde Betania, Lázaro y su
familia acogían al maestro como se acoge a un hermano, y Jesús dio allí muchas
lecciones importantes. De entre ellas, esta historia, la disputa de las
hermanas, la disputa de los caracteres.
Jesús dibuja con esta escena dos tipos de personas, pero más allá de las
actitudes, dibuja también dos maneras de entender el apostolado. Así se
plantean los rasgos de una vida activa,Marta, frente a otra vida contemplativa,
Maria. Al final, Jesús sacará una enseñanza dirigida a todos nosotros, y la
importancia de la contemplación como primicia de los carismas.
Marta es la vida activa, la parte funcional del apostolado, la que permite
ver las grandes maravillas de la creación de Dios por medio de la prédica, por
medio del trato con las personas, a través de la canción, de la siembra, de la
siega, de la cosecha. Es la actitud más movible, aquella que abre los caminos
(los que van al frente).
María, en cambio, representa la vida contemplativa. Una vida de escucha,
de silencio, de oración permanente. Más íntima porque representa acercarse al
pecho de Jesús, como Juan en la cena de la institución, escuchar lo más
profundo. Y desde lo más profundo se atiende con atención a lo que es realmente
esencial, y aquello que vive en la substancia.
Tengo la certeza de que el apostolado debe ir en una única dirección,
aunque después el resultado puede ser tan diverso como lo son los dones. Pero
tengo la seguridad de que necesitamos empezar de un mismo origen para poder
desembocar en una misión madura, fiable y perdurable, lejos de las pasiones de
la juventud, o de las dudas que sobrevienen en la escasa comunión con Dios. Por
eso es primordial acceder al trasfondo de la cristiandad desde la
contemplación. Y será importante que en nuestra vida haya una especial
dedicación a la soledad y al silencio.
Como diría el sacerdote, para pasar de la cartuja alta a la cartuja baja.
De la oración contemplativa en intimidad con el Abba al trabajo en el mundo.
Pasamos de un llamado que nos lleva al conocimiento de lo más personal de la
oración, a un llamado/misión cuando se nos revela nuestra función carismática,
y de ella nuestro trabajo en el mundo, con la gente. Pasando, por tanto, de
Maria a Marta, y aprendiendo luego a saber volver de Marta a Maria.
Veamos la escena. Habíamos
llegado a Betania y entramos en casa de Lázaro y sus hermanas. Nuestra llegada
fue acogida con alborozo mezclado con algunos indicios de nerviosismo porque,
como no nos esperaban tan pronto, Lázaro no había regresado aún del campo y las
cosas no estaban preparadas. Marta, una mujer decidida y práctica, tomó las
riendas de la situación y, después de un saludo apresurado, se puso a dar
órdenes a los criados y a ir y venir de la cocina a la sala donde iba a
celebrarse la cena, dando muestras de impaciencia y agitación.
Entretanto
María, la tercera de la familia, siempre más propensa a escuchar que a hablar y
a acoger más que a intervenir, era la única que no parecía contagiada de la ansiedad generalizada y se había sentado tranquilamente junto a Jesús, preguntándole,
escuchándole.
Pero cuando
ya estábamos esperando que él recomendara a María ponerse a ayudar a su
hermana, el siempre sorprendente Jesús desvió el reproche hacia Marta, le echó
en cara con cierto humor sus prisas y agobios y tomó partido descarado por su
hermana. Dijo algo en torno a lo que importa de verdad y lo que es accesorio, y
sentenció con aplomo que la que tenía razón era María y que era ella la que
había acertado con lo que él venía buscando a casa de sus amigos: no un gran
banquete, sino encontrar a alguien a quien poder contarle sus preocupaciones y sus deseos
Luego, en la
sobremesa, salió a relucir nuestra discusión de antes en torno a quién había trabajado más por el Reino:
«No es eso lo que importa», se puso a decirnos, «de lo que se
trata es de vivir lo que el Padre quiere en cada momento y eso sólo se consigue
escuchándole. Y si vivís agobiados y ansiosos, es porque vuestras acciones no
nacen del deseo de hacer su voluntad, sino de vuestra propia necesidad de
acumular méritos, o de creer que tenéis que ganaros su aprecio a fuerza de
hacer cosas por El.
Y ¿cuántas veces os he dicho que no necesitáis conquistar nada,
sino que el amor del Padre es como un tesoro que se encuentra inesperadamente,
sin depender del comportamiento del que lo encontró? O como la lluvia y el sol,
que no se fijan en si la tierra que los recibe es buena o mala, sino que caen
sobre ella gratuitamente, y es eso lo que la hace buena y fecunda...
Marta, la próxima vez que vuelva, bastará con que prepares pan,
dátiles y aceitunas, y te sentarás junto a mí como María, porque la mejor parte está a
disposición de todos. Y juntos hablaremos del Padre y de cómo realizar juntos
lo que El desea...»
Nunca
olvidaré aquella sobremesa en la que las palabras de Jesús sanaban nuestra
secreta ambición de llenar nuestra vida de "obras" y nos convertía a
todos, hombres y mujeres, en oyentes de su Palabra y poseedores de esa
"mejor parte" que es la suerte de quienes la escuchan.
Debo aprender que en
mi vida, existe una madurez cuando se sustenta el pilar de la contemplación,
porque desde la intimidad se sujeta mi relación con el Abba, con Jesús, con el
Espíritu Santo. La oración salida del encuentro con el Señor.
Si me apresuro, si
me concentro en el trabajo, si no busco ese rato de habitación con Dios. Parece
que las fuerzas se acaban, que mi relación con el mundo se agota, y que ya todo
me pesa. En lugar del servicio gozoso me encuentro en la encruijada de la
obligación, y desde esa óptica me cuesta servir por amor, me cuesta amar. La
vorágine social me aplasta, sus líos, preocupaciones, las batallas de poder… no
logro sacar la esencia del evangelio, no puedo romper el frasco, y cuando lo
rompo, no desprende ese olor grato, falta libertad, no hay gratuidad, me supone
un sacrificio.
Jesús me pone sobre
aviso. Me propone revisar la fuente de mi apostolado, de mi vida, para poder
ser donada. Rescatar mi libertad, sentarme al lado de Jesús, recostarme en Él,
buscar la contemplación, observar el cielo, la naturaleza, el universo.
Recobrar la alegría, sentir el soplo del Espíritu. Darle un vuelco hacia lo que
es genuino, recuperar mi originalidad, mi esencia.
Disfrutar de la compañía, de la mesa,
celebrar una verdadera eucaristía. Unirme a mi familia, hacer cartuja media,
sentir a mis hermanos, a mis hermanas. Coger la mejor parte.
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