Marcos
2 Nueva Versión Internacional (NVI) Jesús sana a un paralítico
2 Unos días después,
cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm, corrió la voz de que
estaba en casa. 2 Se aglomeraron tantos
que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta mientras él les
predicaba la palabra. 3 Entonces
llegaron cuatro hombres que le llevaban un paralítico. 4 como
no podían acercarlo a Jesús por causa de la multitud, quitaron parte del techo
encima de donde estaba Jesús y, luego de hacer una abertura, bajaron la camilla
en la que estaba acostado el paralítico. 5 Al
ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados quedan
perdonados. 6 Estaban sentados allí
algunos *maestros de la ley, que pensaban: 7 «¿Por
qué habla éste así? ¡Está *blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino
sólo Dios?»
8 En ese mismo instante
supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. —¿Por qué
razonan así? —les dijo—. 9 ¿Qué
es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados son perdonados”, o decirle:
“Levántate, toma tu camilla y anda”? 10 Pues
para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para
perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: 11 A
ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. 12 Él
se levantó, tomó su camilla en seguida y salió caminando a la vista de todos.
Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios. —Jamás habíamos
visto cosa igual —decían.
En muchas ocasiones, el evangelio nos narra curaciones de enfermos de
diversa índole. Pero en este capítulo, el evangelista nos narra con maestría
cómo se vive la enfermedad desde tres puntos de vista diferentes: el
paralítico, los amigos del paralítico y Jesús, quien siempre está como el
referente final de esta historia que acaba con la bendición del perdón del
maestro.
La enfermedad vivida desde dentro siempre es sinónimo de malestar. Por
tanto, encontramos en esta historia a alguien que no se encuentra bien, que no
vive un momento dulce, que sufre. Y es el desgarro de la vida, que en un
completo misterio, nos sitúa ante el capricho de la enfermedad, o de la
incapacidad. En este caso, se acercan a este paralítico no sólo su situación de
enfermo, sino también la de impedido. Este amigo nuestro no puede valerse por
sí mismo, y entendemos que la gestión de esta enfermedad no debe ser nada fácil
para él.
Un poeta describió el dolor como la mordida de un león, como algo aterrador
que nos sobreviene, a veces de sorpresa, y nos recuerda que, en el fondo, el
ser humano se caracteriza por su fragilidad. Será que tenemos un enemigo mayor
que, como todo en la vida, también vence batallas, y nos derrota, y puede con
nosotros.
Aceptar una enfermedad pasajera puede ser relativamente sencillo. Todos
enfermamos, y luego pasa. Se recobra a salud y ya nadie se acuerda de aquel
estado hasta nueva orden. Pero aceptar una situación de larga enfermedad, que
lleva a la incapacidad. O tomar conciencia de una enfermedad que se hereda con
la vida por motivos de genética o malformación, ya es algo más complejo. Y no
siempre puede asumirse.
Entendemos, pues, que este paralítico representa esa doble enfermedad que
se apodera del ser humano. Una larga situación de malestar que provoca la
indefensión, y por ende la depresión del dolor. Y otra que conduce a la
parálisis. Ante una situación de prolongada batalla sin victoria, donde el
hombre cae rendido, no puede más. Y cae en la inmovilidad, sin mayor aliento
que el de reconocer su precaria, o mala, situación.
Junto al enfermo aparecen los amigos. Y los amigos pueden representar
muchas cosas en este evangelio, pero aquí representan el amor, la gratuidad y
la entrega hacia un hermano que atraviesa una situación difícil. Si mirara
hacia la imaginativa, podría identificar a estos 4 amigos con 4 santos
liberadores: San Jordi (que venció el mal que representaba el dragón), San
Miguel (que venció a Satanás), San Rafael (que vence a la enfermedad), o San
Uriel (quien combate la ira, el odio y la impaciencia). Todos ellos estandartes
de la lucha contra el mal, la enfermedad que asedia al mundo, y en beneficio de
la libertad del ser humano, que es la que le falta a este paralítico.
Estos amigos están junto al enfermo. Sabemos deducir, por la narración de
los acontecimientos, que han estado al lado del paralítico durante el proceso
de enfermedad, presentes en su vida, y que le han estado ofreciendo ayuda,
bienestar, atenciones, incluso algunos habrán buscado diferentes alternativas
para poder curarlo. Es lo que hacen los amigos, que se preocupan por intentar
ayudar en la medida de lo posible, aunque a veces no es fácil su labor.
Ser el amigo o es padecer la enfermedad, porque no se vive en las carnes.
Pero ser amigo sí es sufrir esta enfermedad, porque no se puede hacer más que
acompañar en este difícil proceso de la parálisis, lo cual genera también mucha
tristeza.
No obstante, aparece una curiosa gestión de esta relación entre enfermo y
amigo que trasciende a las personas, y alrededor de la enfermedad suelen darse
atributos de gratuidad que embellecen la estampa, la situación. Aparece la
caridad, ese amor entrañable tornado en ternura y atención hacia la persona
herida. La amabilidad, en los gestos, en las caricias, y un amigo que sabe
ponerse en la posición del enfermo, cubriendo sus necesidades más primitivas, y
las más funcionales. Parece que, a veces, el enfermo empiece a dejar de ser
para que el amigo adopte ese nuevo rol.
Surgen las confidencias, el acercamiento. Se olvidan las barreras de afecto
que nos ponemos tan fácilmente. Se suceden los abrazos, y se acoge la
intimidad. Y qué importante cuando llega el momento de esta donación entre los
amigos, porque en esta tesitura la parálisis deja de ser, y se recobra la
libertad del corazón. Y desde esa libertad, las ganas de vivir, y de compartir.
Es una experiencia de vida que vale la pena posibilitar. En este caso, los
cuatro amigos, ejercen la libertad.
Y aparece Jesús, el último referente de la libertad del ser humano, el gran
batallador del mal y el que vence. Este pasaje nos enseña mucho acerca de la
gestión de la enfermedad, y de la importancia del cuidado que los demás tienen
con nosotros. Pero también nos enseña que, siempre, nuestra confianza debe
estar puesta en Jesús. Como decía Pablo: puestos los ojos en Jesús, autor y
consumador de la fe.
Nuestra fe nos enseña a ir más allá de lo que es realmente, materialmente,
posible. Y nos invita a confiar en aquel para el que no hay imposibles (como
nos dice la parábola del joven rico). Nos permite vivir la enfermedad desde la
confianza que Dios va a confortar nuestros corazones en esta difícil prueba del
sufrimiento y el dolor. Y eso nos ayuda a poder vivir esperanzados. Que
importante es tener esperanza, y que importante saber en quien la ponemos.
Jesús, el médico de las almas.
-Hijo, tus pecados quedan perdonados.
·
(Lc
13:2-3) "Respondiendo
Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas,
era más pecadores que todos los galileos? Os digo: No."
·
·
(Jn
9:2) "Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí,
¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?"
Los
judíos relacionaban necesariamente el pecado y el sufrimiento. Por lo tanto, un
enfermo como el paralítico era alguien con quien Dios estaba enfadado.
En la
concepción teológica judía, no podemos negar que gran número de enfermedades se
deben al pecado; y también es verdad que muchas se deben, no al pecado del que
las padece, sino al de otros. Así atribuían el pecado de los padres sobre los
hijos, y así durante al menos cuatro generaciones en las que se cargaba de
forma irremisible la culpa del antecesor.
La Biblia declara que tanto la muerte como la enfermedad son fruto de la caída.
Pudiera ser, que en este caso, la conciencia del paralítico estuviera de acuerdo en aceptar que su enfermedad fuera consecuencia de algún pecado.
Jesús concedió al paralítico el perdón de pecados actuando en su propio nombre. Esta era una gran diferencia en relación a la forma de actuar de otros siervos de Dios. Inmediatamente los escribas cuestionaron la autoridad y el derecho de Jesús para perdonar pecados, así que, Jesús demostró su afirmación de la manera en que ellos podían comprenderlo.
Ellos mantenían que un hombre estaba enfermo porque era un pecador. Por lo tanto, no se podría curar hasta que fuera perdonado de sus pecados. Cuando Jesús curó al paralítico, puso en evidencia que también sus pecados habían sido perdonados.
Pero lo que dijeron los escribas era cierto: "¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?". Y la deducción que hicieron era correcta: "Blasfemias dice". Ellos se dieron cuenta de que Jesús estaba actuando como si fuera Dios, y él no se retractó de ello, sino que pasó a justificar su reivindicación sanando al paralítico. Jesús no sólo habla como si fuera Dios, sino que también actúa con el poder de Dios.
Entramos en esta nueva etapa de la libertad, y el evangelio nos ofrece a un
Jesús con la responsabilidad de querer también salvar al hombre sabio de sus
argumentaciones, de sus razones, de sus sacrificios, y de sus cadenas. La
relación entre los escribas y los fariseos con el Antiguo Testamento y la Ley
Mosáica, se enfrenta ahora a la declaración de libertad de Jesús ante la
teología del pecado y de la culpa.
No es difícil ver, entonces, cómo el evangelista utiliza esta historia del
paralítico para atender a un fin mayor que el de la curación. Lo realmente
importante de este pasaje no es sólo la confianza en Jesús, sino que Jesús ha
venido a ofrecernos libertad en cualquier circunstancia de la vida, y que hacia
esa libertad se propone el Reino de los Cielos.
Nadie ha dicho que sea fácil entenderlo cuando el ser humano tiende a la
razón, y ésta se ha convertido en la reina del mundo. Junto a ella, la actitud
de los escribas representa el ego del mundo, la sabiduría del hombre, a la cual
no falta razón. Incluso está en lo cierto. A Jesús acabarán matándolo teniendo
razón. Pero Cristo desea que seamos humildes, sencillos para aceptar la noticia
de la Buena Nueva del Evangelio, de libertad.
Dos situaciones aquí han creado un clima que no debe despistarnos, y el
evangelio nos llama a estar atentos a estos giros de la historia. La destreza
del evangelista nos propone un examen interior, un momento para recapacitar. La
razón, el pensamiento y mi verdad, también pueden ser tremendas prisiones de
las que es muy difícil poder salir, como una enfermedad. Por tanto, veamos
hacia la libertad que Jesús nos propone, de ver la realidad no con los ojos del
Antiguo Testamento, del sacrificio, sino con los ojos del Nuevo Pacto, del
corazón, y la gratuidad.
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