En aquel
tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Quién es mi amigo? Quién digo que
es?
Estas son las dos preguntas que
sacamos de la lectura del evangelio. Dos preguntas que son importantes para
Jesús. Y no sólo por cuanto pretenden la descripción de esa amistad, sino
porque también va a indicar la pertenencia misma de Cristo. No es tan
importante el saber describir cómo es el amigo, o simplemente ver quién es el
amigo. Ahora empieza a tener relevancia conocer al amigo, dirigir la mirada
hacia su origen, conocer sus raíces familiares y entrar a formar parte de su
intimidad.
Si alguien cercano me pregunta:
quién digo que es? Podría responderle con la obviedad. Tú eres Jesús. Y
ciertamente, hay un primer signo de conocimiento y cercanía por cuanto conozco
su nombre, y puedo identificarlo del resto de personas que están a su
alrededor. Pero esta respuesta ya la saben todos los que están allí reunidos.
Todos conocen a Jesús, porque Jesús lleva a sus espaldas ya toda una vida
pública en la que ha habido curaciones, milagros, sermones e incluso
enfrentamientos de diversa índole con ciertos grupos. Pero todos conocen a
Jesús de Nazaret, un hombre especial que enseña a la gente una forma de
espiritualidad, una especie de profeta que habla aspectos del Dios del cielo,
y a veces un instigador que se enfrenta
a los maestros de la ley, fariseos y sacerdotes.
En aquella época, además, el
pueblo judío estaba a la espera de la aparición del ansiado Mesías, aquel que
pondría fin a la opresión del pueblo. El libertador! Y con ahínco buscaban a
quien pudiera parecerse, adecuarse a la figura. Un nuevo rey, como antaño fuera
Ciro, o como añoraba el profeta Isaías. Una promesa de Dios para la libertad
del judío.
Para Pedro la realidad no era muy
diferente que para el resto de sus compatriotas. Sería que ahora Jesús podría
ser aquel que esperaban? Leyendo dentro de este mismo capítulo 16, el
evangelista narra cómo los fariseos y los saduceos demandan una señal, y todo
ello bajo la mirada aún puesta de la reciente alimentación a los 4000, momento
que seguramente sirviera a todos estos para ver la pompa, el poder, la gloria…
Juan el Bautista ha muerto (mateo 14), ahora el referente ya sólo es Jesús.
Quisiera entender que a mí
también me es fácil identificar a mis amigos por sus logros, triunfos. Por su
posición en la vida, su categoría social… Y a pesar de que yo no espero a
ningún mesías, si parece que espero esta mejor versión, la más exitosa, la que
no tiene ni fisuras, ni errores, ni defectos. Me resulta tan sencillo estar al
lado del que vence…
Tengo muchas veces mi expectativa
en función de las personas. Y mi valoración respecto de su grandeza, estatus,
seguridad… Y debo ser muy como este Pedro que no hace sino embellecer la figura
de Jesús. Este Jesús que obra estos milagros, al que acompaña tanta gente, que
es admirado y respetado, que pelea con los fariseos, con los poderosos… Este
Jesús es el Mesías!
A este Jesús yo me apunto, lo
sigo, lo adulo. Y además es mi amigo, y como amigo mío que es también se
sentirá placido de recibir mi alago, mi efusión, mi alabanza. Yo conozco a este
Jesús y en su realeza pongo toda mi confianza.
Pedro habla en voz alta,
identifica a Jesús con su esperanza como judío, pero él mismo hace un tránsito
ahora que lo lleva de la amistad al servilismo. Y que lo sitúa en una posición
de seguidor más que de amigo. Desde esa posición dejo de ver la intimidad del
hombre que conozco y sólo logro acceder a esa imagen externa con sabor a pompa.
Ya no hay esa relación tan
estrecha del grano de mostaza, del tesoro escondido, del hablar con parábolas a
la gente para explicar a sus discípulos el verdadero significado de las mismas.
Parece que la esencia de la relación cielo y discípulos, Jesús y amigos, se
está quebrando en este conocimiento del Cristo. En Nazaret sólo reconocen su
humanidad, y ahora… camino después, quieren reconocerlo como rey.
Que malvado es el reconocimiento,
la gloria, que nos lleva a perder identidad, que mata la esencia de la amistad.
Con qué facilidad se renuncia al amigo para rendirse al monarca. Qué pronto las
cosas de la tierra rompen la conexión con las del cielo. Y al final, el hombre.
Su necesidad de gobierno y de que lo gobiernen.
La escena transcurre. Jesús
escucha. La respuesta de Pedro lleva ahora otra carga: El Hijo del Dios Vivo.
Esta es la verdadera intimidad
con respecto a la pregunta que lanza Jesús. Porque me conoces, Pedro, sabes que
soy el Hijo del Dios Vivo. Porque tanto hemos compartido, vivido, que has visto
de dónde vengo, mis orígenes. Te he presentado a mi Padre celestial, hemos
vivido en su presencia, te he enseñado a orar. Lo has conocido, me has
conocido.
La carga de intimidad, y de relación,
de esta respuesta de Pedro nos indica por qué este apóstol formaba parte del
núcleo más importante de amigos del maestro. Marta y María también hacen una
procesión de fe similar antes de la resurrección de su hermano Lázaro. Creemos
que eres el Hijo de Dios. Los más cercanos y allegados a Jesús conocen su
intimidad, y Jesús la intimidad de ellos.
Así, cuando nadie es capaz de
identificar a Cristo, de responder a la pregunta, Pedro, aún perdido en los
acontecimientos consigue enlazar la parte más externa, con la parte más
sensible de la relación. Este hombre, no es sólo el Mesías que esperábamos,
sino que además es el Hijo del Dios vivo.
Pero sabe realmente Pedro cómo
gestionar esa respuesta?
Para Jesús poco importa. Él
agradece a Pedro su sinceridad más que su expectativa. Y le hace una petición
como amigo. No me llames Mesías, no me busques por el poder, la riqueza, el
éxito. No me identifiques por lo que ellos quieren que yo sea, que cubre sus
expectativas, sus deseos, su egoísmo. Ámame por lo que soy, por quien soy.
Jesús, el Hijo de Dios.
Y vuelve a haber aquí una
declaración de libertad! Vuelve a producirse una nueva afirmación, un nuevo SI
a Dios, a Jesús. Y de esa respuesta una especial vinculación entre cielo y
tierra que nuevamente se estrechan para que el Hades no prevalezca. Jesús es la
llave por medio de la que se mantiene el vínculo del misterio de la
encarnación: Tú eres Pedro!
Y esta respuesta no sólo es para
Pedro, sino para cada uno de nosotros. Jesús nos invita nuevamente cuando nos pregunta
en el interior, y vosotros quién decís que soy yo? Ahora resuenan las palabras
de Jesús en Juan, capítulo 13. Ya no les llamo más siervos, ahora les llamaré
amigos.
Jesús no prohíbe a sus discípulos
que digan que Él es el Hijo de Dios, les prohíbe que digan que Él es el Mesías.
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